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Plantación de pinos abandonada, en la Quebrada de los Cuervos. Foto: Federico Gallego

¿Logra regenerarse el pastizal, el ecosistema más amenazado de Uruguay, tras la forestación con pinos?

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Desde 1990 la forestación aumentó en Uruguay más de 15.000 km2, reduciendo en 7,6% la superficie de pastizales. ¿Alcanza con dejar de forestar para que el pastizal se regenere o lo habremos perdido para siempre? Una reciente investigación da una dura respuesta y nos recuerda que más que pensar en restauración, debemos evitar que la forestación siga expandiéndose hacia donde aún quedan pastizales.

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Leído por Mathías Buela.
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Entre 2001 y 2018, ante cambios que se produjeron en el uso del suelo empujados por la expansión de la soja y la forestación, en Uruguay se perdió 10% de los pastizales. El fenómeno es de una magnitud tan grande como la velocidad con la que se viene produciendo. Tanto, que si bien tenemos palabras para hablar de la pérdida de los bosques –hablamos de deforestación–, el idioma español lleva cierto rezago y nos obligó, en una nota previa, a acuñar el término depastizalización, que suena tan feo como lo que está sucediendo ante nuestra mirada impávida.

La depastizalización no está ocurriendo sólo en Uruguay. En un reciente artículo científico que motiva esta nota se señala que “la sustitución de la vegetación herbácea por monocultivos de árboles se ha convertido en una actividad global emergente”, y citando datos de la FAO de 2021, se informa que hoy unos “300 millones de hectáreas de la superficie terrestre de la Tierra están bajo monocultivos de árboles”.

Aquí, en el vecindario, la forestación avanza: “En América del Sur, cada año se incorporan en promedio alrededor de medio millón de hectáreas de nuevas plantaciones, típicamente realizadas con especies exóticas de rápido crecimiento, como especies de Pinus y Eucalyptus”, dice el texto. Y las balas pican cerca, como bien puede haber notado cualquiera que haya salido a hacer ruta por nuestro país: el avance de la forestación “se concentra en pocas áreas del continente”, señala el trabajo, pasando a detallar que ese avance se da en “el sur de Brasil, la costa del río Uruguay de Argentina y Uruguay, y la región este de Uruguay”. No es que la zona oeste y centro de nuestro país bajo el río Negro se pare firme y proteja sus pastizales: allí la forestación no avanza porque son tierras tan productivas que están rebosantes de plantaciones no leñosas, destacándose la soja.

En un mundo que promueve el aumento perpetuo para lograr que las cosas sigan siendo tal como son, cabe preguntarse hasta dónde sería deseable que se expandiera la forestación con pinos y eucaliptos en Uruguay. La respuesta, obviamente, deberá contemplar aspectos económicos, sociales, políticos y, claro está, ambientales. Pero dado que las plantaciones forestales se establecen sobre los pastizales, y dado que los pastizales son el ecosistema más amenazado del país precisamente por estas presiones productivas, al tomar esa decisión sería bueno saber qué pasa con un pastizal tras años de haber sido transformado en un predio forestal.

Si mañana entendemos que no podemos darnos el lujo de perder más kilómetros cuadrados de pastizal, ¿alcanza con dejar de forestar para que el pastizal se regenere? ¿La naturaleza solita es capaz de restablecer el ecosistema de pastizal que había previo a la forestación? Responder esas preguntas requiere ciencia. Y con este tipo de evidencia en la mano, luego podemos responder la pregunta previa y ver si hay que seguir promoviendo la forestación en todas partes o debemos ordenar el territorio y priorizar zonas en las que tal vez la forestación no deba avanzar más.

El artículo “Efectos heredados tras siete años de forestación con Pinus taeda en un pastizal natural” es un trabajo maravilloso para pensar sobre el asunto. Escrito por Federico Gallego, Luis López, Andrea Tommasino, Alice Altesor, Martina Casás y Claudia Rodríguez, todos del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales (IECA) de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Udelar), viene a llenar un vacío en un país que desde hace más de 30 años tiene una ley de promoción de la forestación. Porque, como sostienen sus autores, pese a este avance de los pinos y eucaliptos, hasta la publicación de este trabajo “la información sobre el potencial de recuperación espontánea de los pastizales” era “casi inexistente”. Pero ya no más. Ahora tenemos algo de evidencia. Y bien valdría la pena tenerla en cuenta. Por eso salimos más rápido que una forestal ante una excepción tributaria a conversar con Federico Gallego, que nos esperaba en el piso 11 de la Facultad de Ciencias.

Una pregunta relevante y una casualidad

Como ya hemos dicho, talar el Amazonas para cultivar o tener ganado es un desastre ambiental. Tanto como forestar un pastizal para producir madera o celulosa. El problema es el mismo en ambos casos: por una actividad productiva se cambia el uso del suelo. Arruinamos el ambiente cuando modificamos un ecosistema con una actividad que lo altera no sólo en el presente, sino además, como muestra este trabajo, también dejamos serias consecuencias que hipotecan su futuro. Federico y sus colegas estuvieron brillantes en ver qué pasaba con un terreno forestal luego del cese de la actividad. Sin embargo, la pregunta no se les ocurrió tras extensas y acaloradas discusiones sobre temas a investigar, sino que prácticamente se les apareció golpeando la puerta del IECA.

“Fue un poco casual. La realización del experimento se dio a raíz de un incumplimiento de la normativa ambiental”, dice con modestia Federico. Porque el predio forestal donde se llevó a cabo la investigación se encontraba al lado del área protegida de la Quebrada de los Cuervos y Sierras del Yerbal, en Treinta y Tres.

“La empresa forestal se instaló en 2009 en lo que entonces era el área adyacente de la Quebrada de los Cuervos, una zona que ahora, tras la ampliación, quedó comprendida en el núcleo protegido”, cuenta Federico. “La empresa sembró pinos, de la especie Pinus taeda, y recién en 2011, dos años después, obtuvo la habilitación para forestar allí. A raíz de eso las ONG de la zona, productores y vecinos, entraron a movilizarse, ya que hasta que no se tiene la habilitación ambiental no se puede hacer ninguna actividad”, agrega. Parece un clásico de la viveza criolla: primero hacer lo que se te canta y luego conseguir los papeles. “Pedir perdón es mejor que pedir permiso”, devuelve Federico sobre este modus operandi más corriente de lo que quisiéramos.

Las denuncias dieron resultado y el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP), en aquel entonces en el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente (MVOTMA), intercedió. “Desde el SNAP nos contactaron, porque nosotros tenemos un vínculo estrecho con la quebrada, damos muchos cursos y realizamos investigaciones allí”, dice Federico.

El llamado del SNAP tenía su fundamentación: dado que la empresa había incumplido con la normativa, se le iba a pedir que talara los árboles y restituyera el ecosistema original. Pero eso que suena tan bonito y loable en los papeles es algo bastante complejo si nadie define bien qué es restituir un ecosistema original y, más aún, si no se tiene idea de cómo hacerlo. Entonces se hizo un convenio entre el ministerio y la Udelar para estudiar cómo se había alterado el ecosistema. “Nosotros nunca tuvimos vínculo con la empresa, algo que nos pareció importante porque de esa manera no teníamos ningún conflicto de intereses. Nosotros interactuamos con el MVOTMA, que nos solicitaban la información, y el ministerio tomaba las decisiones y se las comunicaba a la empresa”, aclara Federico. Y entonces tenían un marco ideal para ver qué pasaba con un terreno en el que había habido forestación.

La empresa plantó los Pinus taeda en 2009 abarcando 274 hectáreas que previamente albergaban pastizales. En julio de 2016, por orden del SNAP, talaron todos los pinos, muchos años antes de que se completara el ciclo de producción, que en este tipo de árboles puede implicar que los dejen crecer hasta 20 años. Con el convenio firmado, Federico y sus colegas ingresan al predio en octubre de 2016, tres meses después de la tala de todos los árboles, y marcaron dos zonas de cerca de una hectárea que tenían el mismo tipo de suelo. Una de las hectáreas pertenecía al sitio talado y la otra, que estaba al lado, tenía un pastizal natural donde se dejaba pastar al ganado y que no tenía antecedentes recientes de agricultura. En cada sitio se marcaron parcelas de 5x5 metros en las que en marzo de 2017, medio año después de la tala de todos los pinos, se realizaron muestreos para ver y comparar tres cosas: la “riqueza, cobertura y composición de la vegetación”, la “riqueza, densidad y composición del banco de semillas” en el suelo de cada parcela” y los parámetros del propio suelo, entre ellos acidez, stock de carbono y nitrógeno y capacidad de intercambio de cationes de potasio y calcio, algo importante si uno quiere que un suelo sustente vegetación.

“Nuestra idea se centraba en ver cuál era el potencial de restauración del pastizal, y para ello teníamos que ver lo que sucedía con la vegetación a lo largo del tiempo: queríamos ver la película completa. Ver qué especies son las que están arriba del suelo, las que uno ve, cuáles están abajo del suelo en el banco semillas, y cómo cambió el suelo durante esos pocos años de forestación con pinos”, explica Federico. “En el experimento teníamos ese sitio que había sido forestado durante siete años, se cosecharon los pinos y evaluamos las perturbaciones e impactos de la actividad. Al lado de un camino teníamos un pastizal natural con ganadería típico de la zona, y entonces ese fue nuestro control. Contrastamos lo que pasaba entre uno y otro”.

En el artículo señalan que si bien esperaban ver algunos cambios, como había sido un terreno forestado por muy poco tiempo, pensaban encontrar cambios moderados. Lo que vieron, en cambio, fue impactante.

Alteraciones arriba del suelo...

Al analizar qué especies estaban en el pastizal natural y en este lugar donde se forestó, encontraron grandes diferencias. “En el pastizal natural encontramos 20 especies de plantas, mientras que en donde hubo forestación sólo se registraron 14. Es decir, hubo una reducción importante en el número de especies presentes”, comenta Federico. Pero no sólo se trataba de la cantidad de biodiversidad de la vegetación, sino también de su composición.

“Los pastos y las hierbas representaron alrededor de 90% de la riqueza total de especies en ambos sitios”, reportan en el trabajo, pero hubo diferencias. “Las gramíneas fueron el grupo más rico de especies en el pastizal natural, seguidas de las herbáceas, mientras que en el sitio talado este orden se invirtió”, agregan. Además, ambos predios sólo compartían 30% de las especies.

Y lo que es más importante: en el pastizal natural dos pastos, Paspalum notatum y Axonopus fissifolius, “representaron aproximadamente 50% de la cobertura vegetal”. No se trata de cualquier pasto, sino que son pastos del tipo C4, fundamentales en el pastizal ya que evolucionaron para hacer la fotosíntesis estando todo el día al sol sin necesidad de la sombra. En el sitio talado los pastos C4 no se encontraron –salvo por Axonopus fissifolius, que apenas tuvo 2,2% de la cobertura– y la comunidad vegetal de las parcelas estaba dominada por Senecio brasiliensis, una planta herbácea de flor amarilla “que representó casi el 20% de la cobertura, mientras que el resto de especies no superó el 5%”.

Pero eso no fue todo. También cambió la cobertura vegetal del suelo, es decir, la cantidad de suelo que tiene plantas sobre él. Mientras que en la zona de pastizal la cobertura alcanzaba casi el 100% –un pastizal está, lógicamente, tapizado de pasto–, en el predio en el que hubo forestación esa cobertura apenas llegaba a 40%. En otras palabras: 60% del suelo de la zona que había estado forestada quedó al descubierto. “Con la cobertura vegetal se minimiza la pérdida de suelo”, apunta Federico. Si uno quiere luchar contra la erosión, dejar el suelo descubierto no es una buena estrategia.

Observando lo que pasa arriba del suelo, pensar que el pastizal volverá sin que hagamos nada tras el cierre de un emprendimiento forestal parece poco probable. Pero al ver qué pasaba bajo el suelo, la cosa se volvió aún más compleja.

Federico Gallego.

Foto: .

... y alteraciones bajo el suelo

Al analizar las semillas que encontraron en un monitoreo de sectores del suelo de ambos predios también encontraron cambios importantes. Si bien reportan que “la riqueza total de especies no difirió significativamente entre sitios”, habiendo encontrado 6,8 especies que germinaron en las semillas del sitio con pastizal y 7,9 especies en las del predio talado, sí señalan que “la diferencia en la composición de especies entre los dos bancos de semillas fue significativa”.

Mientras que en la vegetación de cada predio había diferencias en la relación entre pastos y herbáceas, eso no se reflejó en las semillas, ya que en ambos predios predominaron estas últimas. “La composición de especies es diferente. Si bien hay ciertas especies que están en los dos lugares, hay otras, muy poquitas, que son exclusivas del pastizal. Lo importante a destacar es que las especies C4, estas que son características del pastizal, no están como semillas en el suelo de la zona que estuvo forestada”, comenta Federico. Y eso es determinante: “Si las especies C4 no están arriba, como pastos, y no las tenemos abajo, como semillas, todo nos lleva a pensar en que una estrategia de restauración pasiva no es viable; esa es a la gran conclusión del trabajo”, razona. Pero aún hay más: el propio suelo también cambió tras los siete años de forestación.

Suelo empobrecido

En su trabajo también se fijaron en los parámetros de suelo de uno y otro lado. “Miramos el carbono, miramos el nitrógeno, la capacidad de intercambio catiónica, el pH”, dice Federico.

“Vimos una reducción en el carbono, en el calcio y en el potasio. También había una reducción en la capacidad de intercambio catiónico y en el pH. Los suelos del lado donde hubo forestación eran más ácidos que los del pastizal natural”, resume.

Si en apenas siete años de forestación el stock de carbono se empobreció, si el suelo se acidificó, ¿qué pasa con una forestal que está a varias décadas en un mismo predio? ¿Cada siete años va empeorando los suelos como observaron? ¿Eso no afecta incluso a la propia producción forestal, que si no restaura el suelo ve mermados sus rendimientos?

“Sin duda, hay una afectación del suelo. Tras sólo siete años de forestación con pinos encontramos una reducción de 30% en el carbono. Además, conforme pasa el tiempo, los árboles van a seguir acidificando el suelo porque van a requerir más cationes”, dice Federico.

Exportaciones para hoy, pobreza para mañana

Uruguay, un país productivo, vive en gran parte de su suelo (sin olvidar la gente que lo trabaja, claro). Investigaciones previas ya habían visto que tras 15 años de producción de soja, los suelos se deterioraban y señalaban que “si estos cambios continúan en el futuro, los suelos agrícolas reducirán su potencial de producción de alimento, y no serán adecuados para la producción sustentable de cultivos”. La soja enriquece a algunos productores o sociedades anónimas, pero empobrece el suelo. El otro gran monocultivo que impera en Uruguay es el de pinos y eucaliptos. Y resulta que también empobrecen y acidifican nuestros suelos. Todo parece indicar que si no tomamos medidas, tendremos exportaciones para hoy y hambre para mañana.

“La producción, al menos así como se está desarrollando hoy, no es sostenible en el tiempo”, reflexiona Federico. “Hay una reducción constante de la calidad del suelo y, por otro lado, diversas consecuencias ambientales. Esto afecta desde a los microbios que están en el suelo descomponiendo la materia hasta a las aves que nidifican en los pastizales o que se alimentan en ellos, pasando por los mamíferos, entre otros. También afecta la calidad del agua y un montón de otros aspectos. Se genera una cascada de consecuencias”, agrega.

“Nosotros trabajamos en el grupo de Ecología de los Pastizales y nuestra bandera son los pastizales. Es un ecosistema que no es muy visible ni en Uruguay, ni en la región, ni a nivel internacional. No hay normativa, no hay convenciones como, por ejemplo, para los bosques porque fijan el carbono o para los humedales porque filtran el agua”, sostiene.

“Nosotros en cierta forma tratamos de que se detenga esta transformación del pastizal, de visibilizar este ecosistema que realmente está muy amenazado, que brinda un montón de servicios ecosistémicos y que, encima, le da identidad a Uruguay”, dice Federico. Y vaya si la ganadería a pasto es un distintivo que le ha dado vida a este país. Aun así, por ilógico que parezca, en un país que exporta carne alimentada a pasto, el ecosistema de pastizal se viene reduciendo estrepitosamente año a año. “La tecnología permite que puedas soja plantar en muchas partes. Pero tener ganadería en pastizal natural no se da en cualquier lado”, comenta Federico.

“Hay que seguir trabajando en que el pastizal no se transforme y que se valorice, tal vez a través de incentivos a los productores, a través de normas específicas de protección. Quizás se deba trabajar en un ordenamiento territorial rural, ciertas áreas que no se puedan transformar, o pensar a nivel de cuenca que no se puede transformar determinados porcentajes de superficie con pastizal. Hay que pensar algo que logre frenar la transformación de los pastizales”, lanza Federico.

Por otro lado, el mundo tiende a pensar que con los problemas que tenemos por el cambio climático, plantar árboles es una solución. En su trabajo incluso mencionan los bonos de carbono: dicen que esta tendencia de transformación de pastizal en plantaciones forestales “es posible que continúe o aumente en el futur0, debido al mercado de créditos de carbono”.

Se supone que una producción forestal tiene un superávit de bono de carbono para andar intercambiando, en esta extraña mezcla de conservación y mundo financiero que siempre es bastante sospechosa. Esta investigación muestra que la forestación está degradando el suelo y que se realiza a expensas de un ecosistema natural que está amenazado, por lo que forestar en Uruguay es como talar en el Amazonas.

“Nosotros siempre decimos que los pastizales son la manera más segura de guardar el carbono, porque los pastos guardan el carbono en las raíces, bajo suelo. Si uno no toca el pastizal, el carbono queda almacenado, queda en una caja fuerte. Sin embargo, los árboles, que tienen su mayor parte aérea y menos raíces, cuando uno los cosecha, gran parte de ese carbono termina de vuelta en la atmósfera”, sostiene Federico.

“Por otro lado, hay algo que no se dice tanto, pero la forestación no sólo tiene impactos ambientales. A veces nos fijamos en el agua, o el carbono, las aves o los mamíferos, pero la forestación implica impactos sociales que también hay que tener en cuenta”, señala. “La forestación la llevan adelante grandes productores y empresas, en grandes superficies, y con gran capital. No se trata de pequeños productores familiares. Realmente hay un cambio social también importante”, puntualiza.

La naturaleza sola no puede

Podría pensarse que si paramos de hacer lo que hacemos, la naturaleza es sabia y resiliente y volverá. Pero el trabajo muestra que si se alteran determinados estados, si se sobrepasan determinados puntos (“umbrales”), la naturaleza que había antes de perturbar el ecosistema no vuelve. El rewilding queda lindo en los papeles y en las redes sociales, pero no sucede. No alcanza con dejar que la naturaleza salvaje vuelva.

“Esa es una visión muy vieja de la restauración, en la que, tras una perturbación, el tiempo se encarga de que la vegetación vaya acomodándose hasta que todo vuelve a ser como era antes”, dice Federico. “Hoy en día se sabe que eso no se cumple y que lo que hay son estados alternativos. Donde tuviste una perturbación es muy probable que el estado al que se llegue no sea el mismo que era originalmente. No sabemos si ese sistema va a volver a ser el original, pero por lo pronto las perspectivas no son muy favorables”, señala.

La publicación abarcó el análisis tras medio año luego de la tala. Pero Federico y sus colegas siguieron de cerca lo que sucedía allí durante varios años. “En este momento estamos analizando esto de los estados… Los datos muy preliminares indican que a nivel de composición no se llega en la zona forestada a igualar al pastizal, por lo menos en los últimos cinco años, que fue lo que nos permitió estudiar el convenio”, adelanta.

“Hubiera estado buenísimo tener un experimento de largo plazo, de diez años o más, pero el experimento terminó de manera bastante abrupta, cuando el convenio con el ministerio terminó en 2022. La empresa ya no tenía que dejarnos entrar y levantaron todos los mojoncitos que teníamos marcando las áreas”, lamenta Federico.

De todas formas, rindió mientras duró. El pastizal entonces no vuelve luego de la forestación, aun cuando se haya forestado por apenas siete años. “Es muy poco probable, es muy poco probable”, repite resignado. “Por eso es que decimos que lo que hay que buscar es no transformar el ecosistema”, propone igual esperanzado.

“Estamos de a poco perdiendo el gran capitán natural que tiene Uruguay, que es realmente distintivo si miramos a Argentina, a Brasil o al resto del mundo. Uruguay tiene hoy en día apenas más de 50% de su superficie de pastizal. Estamos a muy poco de pasar a no tener la mitad del territorio nacional bajo pastizales, y eso es algo que tendría que interesar no solamente al sector académico y a los tomadores de decisiones, sino a la sociedad en general”, reflexiona.

“Como dice Alice Altesor, también autora del trabajo, si le preguntás a una persona que viaja en un ómnibus por el interior qué ve por la ventana, probablemente te diga que ve un árbol, una casa, una vaca. Pocos van a decir que ven un pastizal. El pastizal es nuestro ecosistema invisible. Nuestro desafío es intentar que se vea”, dice. Esta nota busca ayudar a eso. Ahora ya lo sabemos: de la forestación no se vuelve. Cuidemos el pastizal.

Claves de esta investigación

  • En nuestro país la forestación se lleva a cabo principalmente en suelos que anteriormente albergaban pastizales.

  • En este trabajo se analizó qué pasaba en un predio ubicado próximo al área protegida Quebrada de los Cuervos y Sierras del Yerbal (hoy ubicado dentro de ella tras su expansión) donde en 2016, por incumplimientos ambientales, se ordenó a la empresa talar todos los pinos que había plantado hacía siete años.

  • En marzo de 2017 los investigadores compararon qué pasaba con la vegetación y los parámetros del suelo en el predio con los pinos talados con lo que sucedía en un predio lindero con pastizal natural y ganadería.

  • Tras apenas siete años de haber estado forestado, la composición vegetal del predio cambió drásticamente. Se registraron menos especies de plantas que en el predio con pastizal natural (14 especies contra 20), pero además la cobertura del suelo apenas alcanzó el 40% mientras que en el pastizal natural era del 100%.

  • Los pastos típicos del pastizal natural no estaban presentes en el predio donde hubo forestación aun medio año después de haber terminado todas las actividades. Al estudiar las semillas que estaban en los suelos de ambos predios, tampoco encontraron en el predio antes forestado semillas de los pastos característicos del pastizal.

  • El suelo del predio antes forestado perdió 30% de su carbono en comparación con el pastizal natural. También se acidificó y perdió capacidad de intercambio de cationes de potasio (-40%) y calcio (-20%).

  • Por todo esto, en el artículo señalan que los resultados “muestran que el establecimiento de una plantación forestal, aunque sea por un corto período de tiempo, provocó cambios importantes en el ecosistema”.

  • ¿Se puede regenerar el pastizal tras la forestación? “Nuestro estudio mostró posibilidades limitadas para la restauración pasiva de un pastizal natural de Uruguay después de un evento de forestación de Pinus”.

Artículo: Legacy effects after seven years of afforestation with Pinus taeda in a natural grassland
Publicación: Ecological Restoration (enero de 2023)
Autores: Federico Gallego, Luis López, Andrea Tommasino, Alice Altesor, Martina Casás y Claudia Rodríguez.

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