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Fernando Santullo, vocalista de Peyote Asesino, el 21 de abril, en el Cosquín Rock, en la Rural del Prado.

Foto: Ernesto Ryan

Estelares noches de Buitres, Peyote Asesino y un triunfo del joven Knak en el Cosquín Rock Montevideo

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Multitudes de varias generaciones acompañaron las más de 20 horas de música en la Rural del Prado.

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A la coincidencia en el tiempo de acontecimientos separados en el espacio se la conoce como simultaneidad. La RAE agrega a la definición su posible ligazón con lo sincrónico, concurrente y compatible.

Una maquinaria musical aceitadísima acelera su ritmo cerca de las dos de la mañana. Es el final de la jornada sabatina del Cosquín Rock en la Rural del Prado, pero aún quedan muchos éxitos por delante. En el mismo escenario, el cordobés Carlos la Mona Jiménez, que arrancó su show con dos inspiradas versiones de “Soy un muchacho de barrio” y “Ramito de violetas”, se distrae un segundo en un diálogo con su invitado local Fernando Lobo Núñez, pero su banda no sabe de esperas, y arranca otra tarantela frenética. El cantante saluda a Alta Gracia, Entre Ríos y Corrientes y se asombra por la cantidad de gente de su provincia que lo vino a ver. Es la atracción más exótica de este circo itinerante conocido como Cosquín Rock, y la que mejor representa su origen cordobés.

Es el final de casi diez horas de música sin pausa, de una veintena de artistas uruguayos y argentinos, emergentes y consagrados, ante una llamativa multitud de público familiar que llegará y se irá del lugar según la hora y la atracción de turno.

El predio incluye dos escenarios gigantes –y pegados– ubicados sobre el ruedo de las tradicionales domas, y una inabarcable cantidad de servicios para consumir alimentos y bebidas, dispuestos como aros de contención en las zonas más alejadas del terreno abierto.

Más temprano, Juanse y sus Ratones Paranoicos se toman todo el tiempo del mundo para interpretar “La nave”, la mejor joya de su expertise stone. Algo más lejos y con el último sol que vio el fin de semana, en un escenario pequeño ubicado estrechamente entre un galpón de ovinos y un pasillo de locales comerciales, las uruguayas de Se Armó Kokoa invitan a la cantante Chabela Ramírez y cierran su actuación a puro tamboril mientras reclaman más lugares “para mujeres y disidencias” en la música.

El legendario Ruben Rada señala que “es su primera vez en un Cosquín” y a la pasada menciona a El Kinto y Eduardo Mateo. Arranca con “Biafra” y le siguen más clásicos de Totem. En “Mandanga dance”, intercala un fragmento de “We are the champions” de Queen, y demuestra sus notables virtudes de showman y agitador de masas. De lo mejor de la noche.

Pasadas las 20.00, en uno de los escenarios principales, el trapero argentino Neo Pistea intenta con el picante y una canción más, fuera de su tiempo asignado. En el otro escenario Gabriel Peluffo, Gustavo Parodi y Pepe Rambao esperan pacientes con sus instrumentos prendidos. Minutos después el cantante uruguayo agradecerá con notable amabilidad la invitación y la posibilidad de conocer a nuevos colegas; sus Buitres arrancan con “La plegaria del cuchillo”. El lugar está más lleno que nunca, debuta en la multitud un combo banderil que despliega símbolos deportivos. Peluffo se ríe de Parodi, molesto con algún problema de su amplificador Orange. El canoso y pelilargo Rambao es la muestra viva de lo mal y lo bien que le puede hacer el rock a un ser humano y resulta inspirador.

Gabriel Peluffo, de Buitres, el 21 de abril, en el Cosquín Rock, en la Rural del Prado.

Foto: Ernesto Ryan

Promediando la actuación, no suena otra cosa que la música de Buitres, incluso mucho más allá del escenario, en el momento más alto de todo el festival. Una multitud más modesta, algo atascada en un pasillo entre galpones, camina hacia el escenario principal tras el buen espectáculo de la banda argentina Nafta, y corea “Toca Buitres y si muero hoy el cielo puede esperar”.

La lluvia cayó sobre Montevideo

El domingo arranca nublado y con advertencia de lluvias, aunque en las redes sociales del Cosquín anuncian “una jornada espectacular” y piden a los concurrentes que “lleven abrigo”.

“Hoy la lluvia no me moja”, canta brevemente Juan Casanova, citando con humor “El huracán” de La Vela Puerca, bajo el agua más fría de la jornada. Junto al incólume guitarrista Víctor Nattero, y también en su nombre, recuerda que 40 años atrás, Traidores dio el primer concierto de su larga carrera. Sus mejores momentos llegan con “Sólo fotografías” y “Máquina”.

Sobre el fenómeno de lo simultáneo el filósofo Baruch Spinoza tuvo una mirada optimista: señaló la natural posibilidad del encuentro e indicó allí la existencia de un quantum de potencia. La lluvia más cuantiosa le cayó al numeroso público del melense Juan Pablo Tort, más conocido en el ambiente musical como Knak. Su propuesta, de tonadas de trap y rap romántico y elegante, fue la única que tuvo como fondo el pabellón patrio de la República Oriental del Uruguay. Provocó un estallido de saltos, la emoción y la alegría del propio artista, sentimientos que no escondió en ningún momento. “Me están cambiando la vida zarpado”, le dijo a su gente en su diálogo de habitual cercanía. Se confesó “eufórico” e invitó al escenario a la cantante uruguaya Luana, para una íntima versión de “Un abrazo y se me pasa”, también a su colega Zeballos y a su compadre, el Davus. “¡Esta es la nueva generación, la concha de la lora!”, declaró, también en nombre de su joven público, que respaldó la sentencia con gritos y aplausos.

Pasaron otros artistas como el Cuarteto de Nos, en una acertada noche, los divertidos Trotsky Vengarán, y Él Mató a Un Policía Motorizado. “¡Disculpas, los chorizos colapsaron”, se escuchó decir a una de las infinitas vendedoras, dispuestas en una cadena de producción para un interminable consumo humano. Lo mejor del domingo, y lo más ajustado del festival, fue la música de Peyote Asesino que, no casualmente, provocó el único pogo propiamente dicho de las dos jornadas. Las guitarras de Juan Campodónico, Carlos Casacuberta y Matías Rada sacudieron de primera con “Criminal”. Las rimas de Santullo siguen plenamente vigentes en las bocas de sus fanáticos de varias generaciones. Aceleraron con “Denso” y el imbatible “L-Mental”, y no necesitaron más para su triunfante noche dominguera.

En el final, con una concurrencia bastante disminuida, entre el frío, la lluvia que pasó, y lo agotadoras que pueden resultar las horas en un festival de este tipo, Los Auténticos Decadentes brindaron una más de sus grandes actuaciones, se acordaron –como no pasó con otros artistas argentinos– de la rica historia musical uruguaya vinculada al rock y a la hora de sus bises, interpretaron su clásica versión de “Siga el baile”, del oriental Alberto Castillo.

Ratones Paranoicos durante el Cosquín Rock Uruguay.

Foto: Rodrigo Viera Amaral

El ingrediente original

Sobre la medianoche del sábado, los cuatro Ratones Paranoicos subieron al escenario Antel 1. Lo de “cuatro” importa, no solo porque se trata exactamente de los miembros fundadores de la banda que por la primera mitad de los 80 consiguió devolverle lo de rock a un rock argentino dominado por artistas pop, sino también por la economía, si comparamos con la decena larga de músicos que llevaron Ciro y los Persas, el grupo que les había dejado el lugar, o con la superpoblación de La Delio Valdez, que en el escenario de al lado se aburrió y aburrió con un espectáculo muy estirado.

No es que al show de Los Ratones no le hayan sobrado momentos –dos “baños de pueblo” de su cantante Juanse más un solo de batería tal vez fueron demasiado para un show de una hora–, pero recordemos que la banda está preparando un gran espectáculo de despedida, así que su pasaje por Montevideo (o por Cosquín, como dijo el cantante) debe haber sido un ensayo de lujo. Tal vez por eso, la lista de temas tuvo bastante de prueba, con algunas canciones poco memorables y la ausencia de varios hits esperados (la balada “Carolina”, el incendio calmo de “Estrella” y el tan tinellesco como sublime “Vicio”).

Esos pequeños altibajos son parte de un auténtico toque de rock, y el de los Ratones en la Rural del Prado lo fue desde la primera nota de guitarra. Sin una palabra, antes de completar un compás Juanse y los suyos sonaban como un bloque, una usina de blues y punk que entregó lo mejor de sí. Las guitarras entreveradas de Juanse y Sarcófago, sus relevos sin anuncios, la gracia de los graves de Pablo Memi, el ancla bailable de Pablo Quiroga, los grandes versos (“no tengo religión, tengo ansiedad”), todo fue ofrendado a los fieles de distintas generaciones que nos acercamos a ellos. Como decía un amigo en redes sociales, los Ratones le pusieron el 110% de la cuota de rock al festival. Siguen igual que cuando empezaron.

Gabo Rochinotti

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