Apenas Rompan todo se estrenó en Netflix, brotaron las críticas a la acepción del rock latinoamericano que se manejaba en el documental. Al poco tiempo, la plataforma anunció la salida de Rocanrol Cowboys, una película que, en principio, parecía su negativo, porque enfocaba a una única banda en lugar de a un entramado inabarcable de artistas, y, especialmente, porque esa banda, Los Ratones Paranoicos, representa una idea casi opuesta a la del rock como fusión intelectual de estilos y por eso, uno calcula, había sido excluida de la narrativa de Rompan todo, a pesar de su masividad.

Desgraciadamente, Rocanrol Cowboys resultó muy pobre como documental, tal como escribió Ignacio Martínez hace unos días. Además, es pobre como película sobre la que para muchos es la banda más importante del rock argentino: se consigue más y mejor información en Youtube que en el documental de Alejandro Ruax y Ramiro Martínez. Buscando consuelo, anotamos por acá algunos asuntos que podrían aparecer en nuevas películas.

Los ratones alfonsinistas

Es imposible disociar el éxito de Los Ratones con la época de Tinelli y Menem. Si “Vicio” –un gran tema de amor a la música– nos saturó desde la pantalla, el acceso al entorno Stone de segunda mano que consiguió la banda fue posibilitado por el 1 a 1 de Domingo Cavallo. Es la época en que los Ratones “clásicos”, los que van a Estados Unidos a grabar temas como “El rock del pedazo” y “El rock del gato”. Pero esos Ratones con billetera gorda no son posibles sin los anteriores, los que venían a romper todo con armas accesibles al bolsillo pero despreciadas por el resto, los del under de la recuperación democrática ochentera.

De esa época son los maravillosos primeros discos de la banda, que suenan menos stoneros que new wave. Como registro de ese zeitgeist está el recital de 1989 en Cemento, en el que el sonido y la furia son más de contemporáneos como Jesus & Mary Chain que de viejos bluseros.

Agregame una sílaba

En Rocanrol Cowboys se habla mucho, pero poco de música. Al pasar, Gustavo Gauvry, productor de esos primeros discos, menciona varias veces, y de modo casi despectivo, lo de que eran “punks”. En viejas entrevistas, en cambio, se extendía en el asunto. Decía, por ejemplo, que Juanse no podía entrar a cantar a tiempo y por eso agregaba unos “uh”, “eh, “oh” dubitativos antes de cada verso. Sus escuchas, en cambio, decodificábamos sin problema lo que quería hacer el cantante: sonar anglo. Con ese y otros trucos –algunos prestados de Lou Reed–, Juanse se consolidó como una voz distinguible en el panorama argentino.

Y si el documental abunda en detalles sobre la admiración de los Ratones por los Stones, no dice nada de la obvia deuda musical. Aunque es difícil encontrar material sobre lo estrictamente compositivo, en la red hay pistas sobre el momento –relativamente tardío– en el que la banda descubre la afinación de guitarra utilizada por Keith Richards. ¿Qué peso habrá tenido ese descubrimiento en la creación de riffs indestructibles como el de “Sigue girando”?

Juanse y Spinetta

Entre las muchísimas contradicciones felices de los Ratones está su relación con el star system. Sus primeros discos están llenos de versos contra los tótems del rock argentino. Recuerdo una entrevista en El subterráneo, el programa que Daniel Figares tenía en El Dorado FM cuando la banda llegó por primera vez a Montevideo, en la que Juanse lanzó que antes de ellos si alguien en Argentina había embocado algunos acordes de rock había sido por casualidad. Pero con los años, el rechazo juvenil se transformó en integración aproblemática. Charly García, Pappo y Andrés Calamaro, con el que Juanse compuso el himno “Para siempre”, se convirtieron en socios frecuentes de la banda.

El caso más extremo y fascinante de esa adaptación tiene como protagonista a Luis Alberto Spinetta. “Sucia estrella”, toda una diatriba contra las figuras establecidas que apareció en el álbum debut de la banda, llamó la atención del Flaco, que pasó a incorporarlo, en una versión sincopada, a su propio repertorio. De primera podría parecer que la canción les pegaba a artistas como él mismo; sin embargo, si se piensa bien, el juego de Spinetta con la construcción de imagen de los medios argentinos nunca fue dócil. Con todo, cuesta imaginar a Spinetta y Juanse en la misma frecuencia. Y sin embargo, no sólo tocaron juntos frente a decenas de miles, sino que compusieron a dúo una canción bellísima, “Sacrificio japonés”, que amalgama lo mejor de ambos mundos.

Entre los Ratones y Spinetta, entre la columna firme de Juanse y la poesía invertebrada del Flaco, se puede ubicar todo el espectro simbólico del rock argentino; el resto es pop. No es casual que ambos hayan sido blanco de efectivas parodias por parte de Capusotto y Saborido. Pero, después de la risa rápida, ¿qué dicen realmente caricaturas como Pomelo y Luis Almirante Brown? Los que no disimulan su pasión, los que no se avergüenzan de la intensidad, suelen provocar burla. Y miedo.

“Los Ratoooones / son mejor que los Stones”

Insistir e insistir no suele ser la forma con la que un artista impone su autonomía respecto de otros. El camino usual, más bien, es el de agregarle un condimento propio a la receta ajena, como hacen con la suma de rock y estilos locales los artistas destacados en Rompan todo. Los Ratones, en cambio, no tenían un plan de hibridación. Pero algo pasa cuando un creador no oculta lo monopólico de su admiración por otro, como Calamaro en su “período Dylan” y, obviamente, los Ratones con su fijación Stone. En algún momento, la sola acumulación provoca un salto de significado (ya sabemos: “una rosa es una rosa es una...”). La idea posiblemente no agrade a la banda, pero los Ratones no fueron como los Stones pero argentinos: fueron ultrarrockeros de la periferia, tipos que llegaron para refinar y para reimaginar, mejorando, lo que creían que les faltaba para ser como quienes adoraban. Podemos pensar al revés, ya en modo “Kafka y sus precursores”, que los Stones también fueron, por un momento, un poco Ratones. ¿Qué son temas como “She’s so Cold” sino el intento de veteranos rockeros de sonar tan veloces como muchachos punk?

De gusto descerebrado

La destreza para manejar la ambigüedad fue una de las claves de la hegemonía del pop argentino en el continente. Desde integrados como Gustavo Cerati a apocalípticos como el Indio Solari compartían esa habilidad para decir muchas cosas distintas a la vez. Juanse fue uno más de esos habilidosos letristas argentinos, y tal vez su mayor logro en el rubro haya sido el contrabandeo masivo del “Rock del pedazo”, un tema que obviamente hablaba de comprar sustancias ilegales y sonó en cada parlante del Río de la Plata en 1991 y 1992. El tema, a la vez, es una buena muestra de la aparente naturalidad con la que introducía frases del habla cotidiana en sus versos. “Yo soy de un barrio pobre / donde todo es metal”, dice el arranque de otro tema, y uno se queda pensando en los tres o cuatro significados de “metal” que hay ahí.

El tipo de imágenes de Juanse, además, no era tan común cuando surgió la banda. Con él aparecía una voz muy creativa que hablaba de situaciones inusuales, casi siempre desde el frenesí y la angustia. “Enlace”, la canción musicalmente más “Sex Pistols” de la banda, es un mix de escenas exóticas a lo Duran Duran, en la que un encargo menor como traficante se presenta como el trabajo de un agente secreto y en la que cada verso es una consigna feroz o una propuesta excitante (“Muchas risas por ahí / pero ninguna es para mí”, “Sube la espuma sobre el cristal / yo cambio de forma para atacar”). Y si la velocidad y los autos son patrimonio alusivo del rock desde que lo fundó Chuck Berry, Juanse le agregó otro ritmo al repertorio inconformista: el del caminar (“voy caminando y voy pensando”, canta). “Descerebrado”, lo más parecido a una balada de los jóvenes Ratones, captura bien la sensación de vagar lleno de intensidad pero lentamente y sin rumbo. Esa guiñada al placer autodestructivo, también parte de los sobreentendidos del rock, encolumna a toda la movida stone barrial argentina que surgiría unos años después. La letrística entera de Pity Álvarez, podríamos decir, ya está en “Descerebrado”. Y también en ese tema está el espíritu con el que se encaró el documental de Netflix.