Surgió en 1996 casi de casualidad, cuando en la escuela 271, de Cerro Norte, las maestras de 4º año María Inés Pelfort y Estela Minhondo trabajaban juntas en un mismo salón. Con el objetivo de salir de paseo con sus estudiantes, empezaron a hacer pop y garrapiñada para vender en el recreo, y a partir de ideas de familiares comenzaron a producir mermeladas y formaron la cooperativa Las Termitas. Durante dos años (las maestras “pasaban de año” junto a sus alumnos y los tenían también en 5º), los niños eran cooperativistas, hacían asambleas para definir sus proyectos, así como para decidir qué hacían con las ganancias, y luego cedían su espacio a una nueva generación, que tomaba la posta por dos años más. Estela se jubiló al terminar 2018 y María Inés hace pocas semanas, tras terminar el último ciclo con Las Termitas. Esta experiencia, que llegó a su fin, derivó en proyectos de producción de mermelada, pero también en blogs, obras de teatro y campamentos. Para conocerla conversamos con las dos maestras en la casa de una de ellas, ya que la autorización para ir a la escuela y conocer al resto de los cooperativistas nunca llegó.
La historia
“Trabajar juntas fue una experiencia espectacular. Nosotras nos llevábamos muy bien desde el principio, y la manera que tenés de relacionarte se traslada, a pesar de que teníamos 50 gurises en un salón”, recuerda María Inés. Las dos trabajaban en esa escuela desde su egreso de magisterio, unos años antes. Pronto se propusieron organizar paseos, y fue entonces que para juntar dinero empezaron a vender pop y garrapiñada. Estela recuerda que fue el abuelo de uno de los niños quien, viendo cómo los alumnos raspaban la olla del pop, tiró la típica frase “parecen termitas” –que luego derivaría en el nombre de la cooperativa–, y que fue la hermana de uno de los chiquilines que un día les contó que en la UTU había aprendido a hacer una mermelada de manzana “que se hace sola”. “Eso era muy importante, porque el tiempo que te llevaba era el de pelar la manzana y picarla. Después estaba la olla en el salón y no había que revolverla ni nada”. “Nunca pensamos en crear la cooperativa, se fue dando solo”, asegura Estela. “Empezamos con eso, nos entusiasmamos nosotros, se entusiasmaron los chiquilines, y empezaron a surgir un montón de cosas que había que resolver, por ejemplo cómo hacíamos con la plata, cómo vendíamos, cómo tomábamos las decisiones”, explica María Inés.
“¿Por qué una cooperativa? Porque se participa, cada uno encuentra su lugar. El famoso lema de ellos: ‘Somos iguales y distintos a la vez. Ahí está nuestra riqueza’”. María Inés.
Así se les ocurrió formar una cooperativa, y junto con los estudiantes comenzaron a indagar en el cooperativismo. “Ahí no se hablaba nada de cooperativismo en el programa, pero hacíamos permanentemente asambleas, no porque quedara bien hacerlas, sino porque se necesitaba decidir. Una vez que te declarabas cooperativista, era obvio que teníamos que tomar decisiones colectivas para todo”, cuenta Estela.
“Nos empezamos a dar cuenta de que de la cooperativa podíamos sacar absolutamente todos los contenidos del programa, y eso fue un aprendizaje para nosotras, porque trabajás lengua, matemática, ciencia”, dice Estela, y María Inés complementa: “Desde leer hasta ver si sos una cooperativa y qué principios tenés que cumplir para llamarte como tal, armar un reglamento para definir cómo funcionar, hacer las etiquetas... había que leer, había que producir, había que hacer afiches”. Ambas señalan que en la escuela hay que explicar “qué es un texto argumentativo, y acá salía solo, porque había que argumentar para presentar las mociones”, del mismo modo que se trabaja al “calcular un porcentaje, un peso bruto, peso neto, usar la balanza, hacer las famosas equivalencias de kilos a gramos”, pero en este caso se hace “ahí, viéndolo”. María Inés agrega que esta experiencia “fue darle un aire a la educación formal, a lo curricular, y lo curricular se entró de adaptar a aquello que estaba naciendo”.
Trabajo en equipo
Cuando los chiquilines que terminaron 6º año en 2019 junto a María Inés cuentan en qué consiste la cooperativa, la frase más repetida es “trabajo en equipo”, tanto, que hasta la propia maestra sospecha que lo hayan tomado de muletilla. “Pero es que es así en serio”, responden ellos. Los alumnos se dividen en equipos, les ponen nombres y van rotando en sus funciones y evaluando el trabajo. Esta forma de trabajo, con decisiones colectivas, se fue trasladando a otros proyectos que fueron surgiendo, artísticos y de comunicación.
“Empezó como una cooperativa de producción de mermelada, pero lo que pasa con el cooperativismo es que te envuelve cual marco ideológico, y nosotras y los chiquilines no quedamos ajenos a eso; te envuelve de tal forma que toda tu actividad pasa a estar enmarcada en esos valores y en ese caminar. El hecho de tener que hacer determinadas tareas en la clase ya no es una cuestión de uno solo, es una cuestión de grupo”, comenta Inés.
Como propaganda, comenzaron a surgir algunos sketches, que luego derivaron en obras de teatro cooperativas. Además se creó la Coopelibros, un equipo que se encarga de recolectar libros, entregarlos los viernes a los niños y recibirlos el lunes, y hubo también proyectos de comunicación. Primero fue el Notiescuela, un boletín escolar para el que los estudiantes recorrían las clases en busca de noticias, las escribían y seleccionaban las fotos. Cuando no hubo plata para las fotocopias del boletín pasó a ser Notiflash, una cartelera con las noticias que se sacaban al recreo, y en los últimos años llegó la época del Notitermitas, de nuevo con una edición impresa. Con el tiempo, las noticias también se comenzaron a volcar al blog cooptermitas.blogspot.com. “Trabajamos lengua de esta manera. Ellos escriben los artículos, y tuvimos que averiguar cómo se hace un artículo periodístico, el título, el copete”, cuenta la maestra. También hubo grupos cooperativos que se volcaron por la radio, con parlantes en el recreo. “¿Por qué Jane es tan linda y bonita? Porque come mermeladas Las Termitas”, era la publicidad en épocas de Tarzán.
“De la cooperativa podíamos sacar absolutamente todos los contenidos del programa, y eso fue un aprendizaje para nosotras”. Estela
El trabajo en equipo, aseguran las maestras, no es fortuito, sino que es parte de su intención educativa. “El hecho de trabajar en los equipos desde el inicio es parte de la ideología de que el aprendizaje también es cooperativo, desde lo curricular. En una mesa, si hay cuatro niños, cooperar en el aprendizaje no consiste en que yo ponga la hoja en el medio y diga que vamos a hacer un trabajo en equipo. Si digo eso, tengo que enseñar a trabajar en equipo, y ¿qué intento?: que si uno no entiende nada en matemática pero el otro anda volando, se complementen. Esa es nuestra propuesta. ¿Por qué una cooperativa? Porque se participa, cada uno encuentra su lugar. El famoso lema de ellos: ‘Somos iguales y distintos a la vez. Ahí está nuestra riqueza’”, dice María Inés, y Estela confirma asegurando que “todos se destacan en algo”.
“Participar en una clase que tiene espíritu cooperativo te lleva a, por ejemplo, trabajar en historia o lo que sea en base a textos adaptados a los diferentes, a sacarle partido a la heterogeneidad. Eso es lo que la cooperativa te permite y te obliga, el complementarse de forma natural. ¿Somos distintos? Mejor. Es así desde que estamos pelando la fruta, porque uno saca media manzana al pelarla y el otro anda volando, hasta el que traza maravillosamente bien en geometría, y logra hacer las etiquetas solo. Primero se las damos fotocopiadas y las repasan, pero luego les vamos sacando las figuras de las etiquetas [triángulos y círculos] y las tienen que ir trazando solos, hasta que algunos las hacen solos. En todos los proyectos de las cooperativa pasa eso”, cuentan.
Las claves
Desde 1996, y con ciclos de grupos cooperativos de dos años, Las Termitas nunca dejó de funcionar. Cuando una generación termina su ciclo le cuenta a la siguiente cómo trabaja, cómo funciona, y le cede su lugar como socios cooperativistas. Los niños que comienzan su nuevo ciclo no están obligados a participar (uno de los principios del cooperativismo es que la adhesión es voluntaria, aclaran los estudiantes que terminaron este año en 6º), sin embargo, en estos 23 años sólo un niño no quiso ser cooperativista.
Las dos maestras se miran con extrañeza cuando les preguntamos si nunca quisieron irse de la escuela 271. “No”, responden las dos, sin dar margen a explicaciones, por lo que empezamos a buscar las claves que hicieron que este proyecto perdurara tanto tiempo, sin interrupciones. El entusiasmo, de ellas y de los alumnos, fue lo primero. “Creo que fue una experiencia que me cautivó, me entusiasmó porque no fue armada y predeterminada, fue surgiendo y se fue descubriendo”, dice Inés, y Estela añade que “era un desafío permanente, porque era un cambio permanente, eso te iba cautivando”. La alegría de ellos y de su entorno también aparece. “Poder trabajar en un lugar donde con la comunidad me siento súper cómoda, donde los niños año a año van y si nos ven a nosotras ya saben: ‘Ah, cooperativa’, ‘Ah, campamento’. Ya partís de un deseo, de una onda que le ponen”.
En sus palabras
“Yo soy todo lo que quiero junto con mis compañeros” es uno de los lemas de 2019 de la cooperativa Las Termitas. “Eso lo sacamos de una murga cooperativa. Significa que nadie puede hacer nada solo, sino con ayuda”, explican los alumnos de 6º año, que terminaron su ciclo en primaria y en Las Termitas junto con la maestra María Inés. Los chiquilines cuentan que se dividen en equipos, algunos de sus nombres son Coopeamigos, Supertrabajadores, Superinteligentes y Supereducativos, y que van rotando por distintas funciones: la Coopelibros, Ambientadores, Comunicación y Organization. A su vez, describen que además del proyecto de producción de mermelada tienen proyectos artísticos, como la Coopelibros y el grupo de teatro cooperativo, y tres proyectos de comunicación, el blog, Notitermitas y el almanaque, que combina fotos de las actividades, los lemas de la cooperativa y recetas de mermelada.
Trabajar en equipo, dicen, “sirve para hacer amistad, para aprender más juntos, para hacernos gancho”. Con las siguientes palabras, los estudiantes de 6º de la escuela 271, Ana Frank, explican lo que significa para ellos la cooperativa:
“En esta cooperativa nosotros aprendemos de otra forma. Jugando, haciendo obras, aprendemos historia mirando películas”.
“Cuando hacemos cosas en el equipo no sólo lo piensa uno, lo hacemos todos juntos”.
“Hacemos asambleas para decidir si queremos irnos de campamento, para decidir qué hacer con lo que sobra de los alimentos, para hacer el Noti”.
“Tenemos una ley del grupo: la hicimos para ser respetados y no faltar el respeto. Están los principios de las cooperativas, que es que nadie está obligado a entrar, no decide una persona sola, que la plata es de todos”.
Sobre las obras de teatro: “Hacemos la escenografía en equipo, ensayamos en equipo, escribimos el libreto en equipo. No hay obligación de actuar, actúan los que quieren, otros ponen la música, otros ordenan el vestuario, pasan carteles”.
Sobre la producción: “Hacemos mermelada de manzana, mandarina, y cuando se puede hacemos de frutilla, porque la frutilla está cara”.
¿Cómo hacen las etiquetas? “Las hacemos todos juntos. La maestra reparte fotocopias con el cuadradito y nosotras las hacemos. Después la maestra le va sacando piezas a la fotocopia y ahora ya sabemos, las hacemos solos. Usamos regla, compás, lápices, lapiceras. Ponemos los ingredientes, el sabor, la fecha de envasado, ‘industria uruguaya’, ‘envase retornable’”.
“También hay equipos de utensilios, ingredientes, limpieza y envasado. Todos vendemos, hacemos el estado de cuenta, pelamos y picamos”.
“Nosotros hacemos todo, trabajamos en equipo con la maestra. La maestra a veces decide algunas cosas, porque son las que tiene que hacer la escuela, las de elegir los trabajos, por decirlo así. Decidimos todos juntos en asamblea, por el voto, y todos tienen que opinar”.
“Las dos llegamos jovencitas, fuimos aprendiendo muchísimas cosas, pero siempre desde esa necesidad de afecto; uno se siente que es importante para los niños y es un ida y vuelta”, dice Estela, y María Inés continúa: “Porque son importantes para nosotras también. Profesionalmente a mí me hicieron crecer. Cuando hice Magisterio lo sufrí, pero yo tenía otra formación que me hizo tomarlo de otra manera, venía de animación, de los Scout, ya te parás de otra forma. Entré a ver que eso se podía hacer en la escuela, entrás a cambiar la cara; en esta dinámica de cooperativa se te instala sola otro tipo de relación entre los docentes y los niños”.
Más allá de la relación con los estudiantes, el vínculo con la comunidad educativa también es fundamental, aseguran. “Son impresionantes las valoraciones que hacen los padres sobre la cooperativa, cómo lo valoran”, dice Inés, y Estela recuerda que le tocó trabajar con alumnos que eran hijos de ex alumnos. “Una vez recorriendo el barrio como maestra comunitaria, uno me saluda y me grita: ‘La tal empresa teníamos con esta maestra’”.
Los campamentos
Comenzaron haciendo paseos y luego llegaron los campamentos, en épocas en que eran poco comunes en las escuelas públicas. El primero, recuerdan ambas maestras, fue en Pajas Blancas, y para abaratar el transporte iban en ómnibus de línea con los niños de túnica. En una camioneta, el esposo de una de ellas llevaba los bultos, y pagaban el hospedaje con el dinero que obtenían de la venta de mermeladas y algunas donaciones. La decisión de invertir las ganancias en los campamentos siempre dependía de la asamblea, pero siempre pasaba que una vez que habían tenido la experiencia al otro año todos querían ir. “Después de que empezamos a ir de campamento, la primera asamblea siempre resolvía juntar plata para irnos de campamento. Y no te la dejaban gastar. ¿Te acordás de aquel día que me dejaron clavada, nadie me votó la moción? Eso es divino, que no voten lo que vos estás proponiendo me parece genial”, recuerda María Inés.
Las maestras celebran que hoy el Consejo de Educación Inicial y Primaria tenga una línea de trabajo con campamentos educativos y los ofrezca en todas las escuelas, pero de todas formas reivindican la organización cooperativa de la salida. “No sabemos bien por qué, desde que surgió Campamento Educativo quieren que se use Campamento Educativo, y en realidad de esta forma les estamos ahorrando plata. En Campamento Educativo te dan todo, el niño va con su bolsito y listo. Nosotras optamos por nuestros campamentos porque hacemos un aporte a la cultura del trabajo;uno de los objetivos que tiene la cooperativa es demostrar que si tenemos un proyecto en común, acciono para que eso suceda y puedo lograr determinadas cosas. Capaz que solo no puedo, pero con otros sí”.
El futuro
“Si bien la cooperativa lleva 23 años de existencia en nuestra escuela, este podría ser el último en que funcione. Los niños y niñas de 6º sabemos que aunque sea así, este año, también será inolvidable tanto para nosotras y nosotros, como para la maestra, como para nuestros fieles seguidores!!”, decía el número 1 de Notitermitas 2019, planteando a comienzo de año lo que pasaría con la jubilación de la maestra María Inés. “Escolarmente hablando desaparece”, confirman ambas, que cuentan que han invitado a otras maestras a sumarse a la cooperativa, pero no han encontrado respuestas favorables. “La cooperativa es importante porque les da un sentimiento de pertenencia, es algo que es de la escuela y no se va. Llegan y ya saben, voy a estar en 5º año y voy a estar en la cooperativa”, dice Estela. La cocina en la que hacían la mermelada, que estaba en el salón, se la donaron a una auxiliar de la escuela.
Se jubilan, pero se llevan muchas cosas de la escuela. “Estos carteles [se refiere a los que tienen los niños en la foto] son de cuando les preguntamos qué palabras se les venían a la cabeza cuando nombrábamos la palabra cooperativa; uno dijo: ‘Paz y tranquilidad’... Es zarpado eso. En pleno Cerro Norte, ‘paz y tranquilidad’ tiene un contenido muy fuerte”, transmiten.
Proyectos escondidos
En distintos momentos de la charla, las maestras contaron distintas trabas que tuvieron que superar, del contexto socioeconómico en el que se encuentra la escuela, pero también barreras administrativas o burocráticas: ómnibus que no llegaron para poder hacer paseos o campamentos, permisos que no estaban, plata que se cortaba para las fotocopias, autorizaciones que demoraban. La dificultad para conseguir los ómnibus, por ejemplo, llevó a que la maestra escribiera cartas al Instituto Nacional de Cooperativismo, que facilitó los recursos para el transporte en alguna ocasión, e incluso hasta a la vicepresidencia Lucía Topolansky. “Yo no la conocía para nada. Me dijeron ‘acomodada’ y qué se yo... pero yo busqué en la web el correo, le escribí y la señora me llamó por teléfono y me dijo ‘¡cómo no!’”, cuenta entre risas.
“Hubo gente que nos apoyó, inspectoras que nos daban para adelante”, dice Estela, pero ambas mencionan que en muchas oportunidades les faltó respaldo de directoras, otras maestras o inspectoras. “Cuesta entender por qué el ninguneo, de algo que en realidad no es la única experiencia que puede estar buena, porque hay muchas que están buenas en las escuelas públicas”, dice Inés, y recuerdan que, bien o mal, esta propuesta pedagógica duró 23 años. “¿Cuántas directoras e inspectoras hay que funcionan de esta manera en Primaria? Porque en nuestra vida pasaron unas cuantas que ningunearon adrede y al santo botón, que no nos promovieron ni promovieron realmente un intercambio en los colectivos para que las cosas se enriquecieran”, cuestiona María Inés.
“Llegás al último día de tu trabajo y decís: ‘¿De qué estoy cansada?’. Yo de la institución, de Primaria. Ni de los niños, ni de los padres, ni de la comunidad”, piensa Estela. “¿Con qué sabor se va uno? De que esto quedó a mitad de camino, porque nosotros lo pusimos al servicio de nuestra escuela y durante tres años dos compañeras más estuvieron con nosotras en la cooperativa. En un momento fuimos dos cuartos y dos quintos, y luego dos quintos y dos sextos, con dos maestras jóvenes que se adhirieron. Pero te queda la sensación de que esto podría haber sido mucho más rico, mucho más grande. Nos perdimos el aporte de nuestras propias compañeras, que vemos todos los días. ¿Es envidia, prejuicio? No sé, y a las autoridades no les gusta que cuando llegan a la escuela haya algo que ellos no hayan inventado. O hay algo en nosotras, no sé”, busca explicaciones María Inés. “A veces hacen un taller de cocina, cocinan una vez, y es la gran experiencia. Nosotros lo hacemos todas las semanas, nos ven bajar con las manzanas, cargando los frasquitos... y nada”, recuerda Estela.
Con las últimas obras de teatro de la cooperativa Las Termitas, El herrero y la muerte y el sainete criollo L’Amore é lo primero, también sucedió algo parecido. La escenografía y el vestuario, además de la música de la obra, fueron organizados cooperativamente, pero tuvieron problemas para ir a presentarla al espacio cultural Paso de las Duranas. “Calculo que habrá muchos proyectos interesantes en las escuelas, pero quizá por celos profesionales no trascienden las escuelas”, consideró María Inés.
Las maestras también hablan de la falta de respaldo entre colegas. Una profesora de educación física de la escuela había coordinado para ir con el grupo de Estela a la piscina de la plaza de deportes 11. “Llevó un trabajo bárbaro para tener el carné de salud al día, ver si todos tenían malla, gorrita, en determinado momento tuvimos que conseguir un padre para que fuera al vestuario de los varones, porque nos lo exigían en la plaza; lo conseguimos, bárbaro. Me jubilé y quedó la misma profesora, pero en todo el año no fueron a la piscina. No pueden entender hasta los mismos inspectores qué fue lo que pasó, pero es claro que las maestras no quisieron ir, y los niños se quedaron sin piscina”.
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