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Laguna del Cisne (archivo, febrero de 2023).

Foto: Camilo dos Santos

Glifosato y otros 27 pesticidas abundan en el agua y peces de la Laguna del Cisne donde OSE tiene una toma de agua potable

20 minutos de lectura
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Su presencia estuvo asociada a los ciclos de los cultivos en la cuenca. El trabajo alarma ya que esa laguna tiene un plan de transición agroecológica para evitar justamente este derrame de agroquímicos a los cursos de agua.

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Seamos un poco gráficos de más. Nadie morirá por tomar un vaso de agua en el que alguien acaba de escupir (salvo algunos casos especiales relacionados con el estado de salud de quien haya escupido y de qué tan bien ande nuestro sistema inmunológico). Tampoco atravesaremos grandes dificultades si en lugar de escupir esa persona orinó en el agua que nos disponemos a tomar. De todas formas, que no caigamos en seco no implica que no sintamos indignación. Todas y todos tenemos derecho a que nadie nos ande llenando de porquerías el agua que tomamos. Que esas porquerías no nos liquiden en el corto plazo, o que las consecuencias que desaten en nuestros organismos sean complicadas de demostrar o se den tras exposiciones prolongadas en el tiempo, poco hace al fondo de la cosa. Como dijo un poeta tosco pero con consciencia sobre qué es vivir en sociedad, donde se come no se caga. O donde se toma no se mea. Y mucho menos se fumiga.

En algo de eso pensaban algunos vecinos de la Laguna del Cisne, en el departamento de Canelones, donde Ose toma agua para abastecer a más de 100.000 habitantes de la Costa de Oro, cuando en la década pasada comenzaron a movilizarse tras casos de fumigaciones imprudentes de un productor sojero que hasta dieron lugar a una denuncia ante la Justicia por intoxicación. La Comisión de Cuenca de la Laguna del Cisne y la Intendencia de Canelones, a través de la Agencia de Desarrollo Rural, impulsaron entonces, en 2016, unas “medidas cautelares para la protección de la calidad del agua, sus pobladores y la preservación de los servicios ecosistémicos”.

Las medidas buscaban reducir la llegada de agroquímicos a la Laguna del Cisne mediante la restricción de plantar a menos de 20 metros de los cursos de agua de la cuenca y a menos de 100 metros de la propia laguna, así como la prohibición de fumigar con aviones en toda la zona. El objetivo era impulsar una transición agroecológica en ese lugar, reducir el uso de pesticidas, y así preservar la calidad del agua de la que se abastecía a la población.

Zonas buffer para las plantaciones y el ganado, diálogo con productores, normas para la aplicación de herbicidas, insecticidas y fungicidas, y la priorización del agua como un bien común a proteger hacían entonces del espejo de agua de la Laguna del Cisne el sitio ideal para reflejar la imagen de un país más sustentable hacia el que podríamos aspirar. La publicación de un reciente trabajo, titulado Monitoreo multicompartimental de pesticidas heredados y usados actualmente en un lago subtropical utilizado como fuente de agua potable (Laguna del Cisne, Uruguay) es un golpe a la quijada. Con la ilusión de producir más, ignorando mejores prácticas agrícolas, por desidia o desconocimiento, o por el motivo que fuere, hay quienes de alguna manera siguen orinando en el agua que tomamos o, menos poéticamente, cagándose en lo que es de todos.

El artículo, firmado por César Rodríguez, Giancarlo Tesitore, Guillermo Goyenola, Alejandra Kröger, Martín Pacheco y Franco Teixeira de Mello, del Departamento de Ecología y Gestión Ambiental del Centro Universitario Regional del Este (CURE), Andrés Pérez, Natalia Gérez, Analía Berton, Gianna Zinola, Guillermo Gil y Alejandro Mangarelli, de la Facultad de Química, y Fiamma Pequeño, Natalia Besil, Silvina Niell y Horacio Heinzen, del Grupo de Análisis de Compuestos Traza del Centro Universitario Regional Norte (CENUR), todos de la Universidad de la República, no deja lugar a dos lecturas.

Buscando trazas de pesticidas en muestreos mensuales del agua superficial y de peces de la Laguna del Cisne durante todo un año, desde abril de 2018 a marzo de 2019, reportan la presencia de 25 residuos de pesticidas en el agua, seis fungicidas, ocho herbicidas y 11 insecticidas, tanto de uso actual como seis cuya venta fue prohibida en el país (a esos es a lo que se refiere como pesticidas heredados en el título del artículo). Los pesticidas se encontraron durante todo el año y con alta frecuencia, y “89,3% de las muestras presentaron al menos un compuesto”. De esos 25 pesticidas, restos de cinco fueron encontrados también en los músculos de los peces de la especie Cyphocharax voga, conocida popularmente como sabalito, además de otros tres que sólo se encontraron en ellos.

Algunos de estos pesticidas entraron en la categoría dominantes, que en su trabajo son aquellos que aparecen en concentraciones superiores a la media y con alta frecuencia. Entre ellos están el glifosato, el herbicida más usado en nuestro país, y el insecticida Clorantraniliprol, de relativamente reciente incorporación. También reportan que la distribución temporal de estos 28 restos de pesticidas “estuvo asociada a las prácticas de los cultivos y la ganadería”.

Por todo eso en el artículo señalan,–y atención porque los ojos pueden empañarse al leer, estos resultados– “que los 20 metros de exclusión en el uso de plaguicidas en los arroyos y 100 metros de exclusión en los márgenes de la laguna, serían medidas de manejo insuficientes”. Así que con un sabor amargo en la boca, como si alguien le estuviera rociando plaguicidas al vaso de agua que acabamos de tomar, nos vamos a conversar de todo esto con César Rodríguez, primer autor del trabajo, y Franco Teixeira de Mello, ambos del CURE Maldonado.

Muestreo de peces en Laguna del Cisne.

Foto: Guillermo Goyenola

Cuando los fondos dan resultados

“Esto forma parte de mi tesis de doctorado y surgió porque apareció un proyecto de la FAO del Fondo Global para el Medio Ambiente que comenzó a ejecutarse con la Dirección Nacional de Medio Ambiente, Dinama, de aquel momento, hoy la Dirección Nacional de Calidad y Evaluación Ambiental, Dinacea, del Ministerio de Ambiente, y que se sigue ejecutando, donde hay varias instituciones e institutos involucrados, como la Facultad Química haciendo los análisis y el CENUR de Paysandú, y el CURE de Maldonado y de Rocha”, dice desde tierras fernandinas César Rodríguez.

El proyecto FAO que menciona se llama GCP/URU/031/GFF, o más amablemente, Proyecto de Fortalecimiento de capacidades para la gestión ambientalmente adecuada de plaguicidas Uruguay. “Es un proyecto macro con varios componentes que en realidad financió proyectos en muchas líneas que atendían a mejorar la gestión de plaguicidas en Uruguay. Una de las patas del proyecto era fortalecer el monitoreo de plaguicidas en ambiente, entonces la Laguna del Cisne, con todo ese revuelo que se había armado, surgió como una posibilidad” amplía Franco Teixeira de Mello.

Dando tiempo para que César termine de cebar su mate, Franco sigue: “la FAO con el Ministerio hicieron un llamado a presentación de propuestas. Creo que para eso hubo una sola, porque nos juntamos varios grupos combinados que podíamos trabajar en eso”. Es que como dice, buscar trazas de plaguicidas no es sencillo: “trabajar con monitoreo de plaguicidas tiene muchas dificultades e implica un esfuerzo de avance metodológico muy grande todo el tiempo que hace que un proyecto de estos sea súper costoso”, señala. “Hace unos años trabajar con plaguicidas en peces en Uruguay era casi imposible. Creo que el primer trabajo que hay es uno que sacamos sobre Farrapos en 2020, pero con un muestreo que se hizo varios años atrás. En ese entonces las muestras iban todas para Europa. Era muy difícil poder hacer screening de plaguicidas acá. Luego Facultad de Química empezó a desarrollar esto”, explica Franco. No en vano el proyecto de FAO se llama justamente Fortalecimiento de Capacidades. “Eso es algo que se ha venido construyendo”, afirma.

De hecho están terminando un muestreo de un proyecto similar a este que publican, financiado de la misma forma, pero que además de buscar plaguicidas en peces, en agua, abarcó también a bivalvos y polinizadores, analizando trazas en abejas, miel, polen y cera, en la Cuenca del San Salvador. “Notamos que en estos años se ha avanzado. Por ejemplo, ahora el laboratorio de la Dinacea tiene la capacidad de procesar plaguicidas en peces”, comenta Franco. Esto entonces nos habla de un aumento de nuestra soberanía para monitorear nuestros propios ambientes. A medida que damos estos pasos nos vamos también quedando sin excusas para no monitorear el ambiente. La gente, los aparatos y las capacidades están. Pero volvamos al trabajo, cuyos muestreos se realizaron en el mundo prepandemia, entre abril de 2018 y marzo de 2019. Si habrán pasado agua y plaguicidas debajo del puente.

Plaguicidas encontrados en el agua de la Laguna del Cisne

11 insecticidas
Alfa BHC - raro - prohibido, ya no se usa
Bifentrina - ocasional
Clorantraniliprol - dominante
Clorpirifos - frecuente
Cipermetrina - ocasional
Diazinon - raro
Etión - ocasional - prohibido, ya no se usa
DDT y sus dos metabolitos - dominantes - prohibido, ya no se usa
Permetrina - raro

8 herbicidas
2,4 D - ocasional
Acetoclor - ocasional
Glifosato y su metabolito - dominantes
Atrazina - dominante - prohibido, ya no se usa
Metribuzin - raro
Simazine - raro
Metaloclor - dominante

6 fungicidas
Azoxystrobin - frecuente
Ciproconazol - raro
Metalaxil - raro
Pyraclostrobin - raro
Tebuconazol - raro
Tiabendazol - raro

Un estudio en peces y agua al mismo tiempo

Al leer el artículo queda claro que hay pocos estudios sobre la acumulación de pesticidas en el músculo de peces y sobre pesticidas en agua, pero menos hay que reúnan las dos cosas en un solo trabajo. “Sí, hay pocos antecedentes de estudios en estas dos matrices por separado, este es el primero en Uruguay en hacerlo en ambas”, reconoce César sin vanidad pero con orgullo.

Como ya vimos antes, el trabajo también tiene la particularidad de haberse realizado en una zona con medidas para mitigar la llegada de los plaguicidas a una laguna donde Ose toma agua para unas 100.000 personas. Si bien ahora reportan que entre 2018 y 2019 allí encontraron trazas de 28 plaguicidas en el agua y en peces, no es posible saber qué pasaba antes de que se implementaran esas acciones. “No tenemos datos sobre qué pasaba antes de la aplicación de estas medidas cautelares en la cuenca. No sabemos si previo a eso había diez veces más plaguicidas, lo mismo o menos que lo que encontramos. Capaz que las medidas mejoraron muchísimo la situación, capaz que no, no lo sabemos”, confiesa Franco.

Hubiera sido interesante hacer muestreos de pesticidas en agua y peces previo a la instalación de las medias y luego monitorear cómo evoluciona el tema. “Haberlo hecho hubiera permitido evaluar si las medidas cautelares son suficientes o no y poder opinar sobre eso, ajustar. Hoy lo que sabemos a partir de este trabajo es que las medidas cautelares actuales no están evitando que lleguen varios pesticidas al agua. Igualmente ahora tenemos una línea de base que puede ser comparada en el futuro”, dice Franco.

En ese caso, como en muchas cosas en Uruguay, faltaban series de datos que abarquen largos períodos como para permitir comparaciones. Sin embargo, no fue ese el mayor problema de información que tuvieron los investigadores. Y eso está relacionado con otra de las singularidades del trabajo.

Información escasa

El diseño del trabajo, que implicaba muestreos mensuales entre abril y marzo del año siguiente, permitía hacer un seguimiento detallado a lo largo de todo un ciclo productivo. Porque esa es otra de las cosas maravillosas del trabajo: la idea era comparar la relación que podría haber entre la detección de los distintos plaguicidas y la de los ciclos productivos de distintos cultivos de la cuenca, ya que distintos plaguicidas se aplican a distintos cultivos en sus distintas etapas.

Por eso además de los muestreos mensuales, para el trabajo también hubiera sido deseable tener información sobre los plaguicidas que los distintos productores de la cuenca, que incluye agricultura (principalmente soja, maíz, trigo y papa), fruticulutra (viñas, citrus, manzanas y peras), forestación y ganadería, aplicaban mes a mes, en qué cantidades y de qué forma. Si bien estos datos genéricos sobre la cuenca se tienen, el acceso a información detallada de cada cultivo y los productos aplicados implicó un gran escollo.

“Hubo una dificultad muy grande para acceder a la información”, confiesa César. “Precisábamos saber no sólo qué tipo de cultivo se daba en la cuenca ese año, sino también qué tipo de cosas se aplicaron en esos cultivos. En una imagen aérea podemos llegar a ver que, por ejemplo, en una zona hay un cultivo determinado y más o menos podemos llegar a saber qué tipos de compuestos se usarían. Pero acceder a información precisa sobre eso resultó complicado. En coordinación con la intendencia tratamos de acceder a esos datos y no pudimos”, agrega.

Gracias al asesoramiento de técnicos del proyecto FAO, pudieron tener una mejor idea de qué plaguicidas se utilizan en los cultivos que se alternaban en la zona a lo largo del año. “Lo que a nosotros nos interesa es saber qué tipo de pesticidas se usan, con qué frecuencias y con qué dosis se aplican, de manera de tener más herramientas para estudiar la dinámica de esos pesticidas. Y esa información no está por ningún lado”, dice César.

“Para poder hacer una modelación sobre qué está sucediendo tenés que saber cuáles son los inputs de la cuenca”, señala Franco. “En un trabajo como el que hicimos tendrías la salida, los outputs. Lo que no fue posible generar fue la información de calidad que se necesitaba sobre la aplicación de plaguicidas. Creo que eso está asociado a que la gente no quiere liberarla, no quiere decir qué es lo que está usando, ni cuánto, ni cómo lo está usando”, comenta Franco. “Es una información que el gobierno debería exigir”, dice César. El gobierno parece ir en otra dirección, ya que en 2022 dio marcha atrás en una iniciativa que obligaba a declarar el uso de estos compuestos, y haciendo que esa información se brinde de forma voluntaria.

Pero además en estos análisis que buscan rastros de plaguicidas en el agua no es que se colocan las muestras en una serie de aparatos que luego escupen un informe que lista todas las sustancias presentes. El trabajo es al revés: se parte de una lista de químicos que pueden estar en el agua según los cultivos, y luego se busca con análisis minuciosos la evidencia de su presencia. No existe, por ahora, un analizador universal. Por tanto saber qué productos se aplican es esencial para luego tratar de ver si están llegando al agua.

“En este tipo de estudios vemos cuáles son los cultivos que están en la cuenca. Luego hacemos un listado de los plaguicidas que se pueden llegar a usar en esos cultivos y agregamos los persistentes que sean relevantes. Pero buscamos de ojos cerrados, porque lo hacemos especulando que eso es lo que se puede estar usando. Por ejemplo, si en los últimos tres meses ingresó un plaguicida nuevo, te lo estás perdiendo, o si se empleó un plaguicida para sustituir a otro, o si se usan plaguicidas en un cultivo que se deberían usar en otro. Es una búsqueda detectivesca bastante estresante, porque todo el tiempo están apareciendo plaguicidas y además porque dependés de que la gente los utilice para el uso que está previsto”, comenta Franco.

“Además a eso hay que agregarle que sabemos que determinados plaguicidas no es esperable que estén, por sus características fisioquímicas, en el agua o en los peces. Entonces a veces acotás lo que estás buscando”, dice Franco. “Pero algunas veces no acotás y te llevás sorpresas. Capaz que en peces encontrás un compuesto como el glifosato, que es altamente soluble y que es esperable encontrar en agua pero no el músculo de un pez. Eso hace más compleja la película todavía”, confiesa.

De hecho en su trabajo, el glifosato y su metabolito, llamado AMPA por ácido aminometilfosfónico en inglés, no se buscaron en los músculos de los peces. Pero nuevos reportes, algunos aquí al lado, en Argentina, muestran que el glifosato sí se acumula en ellos.

Así que en este trabajo buscaron específicamente aquellos, dentro de los que se siguen usando y de los que se dejaron de usar, que entendieron eran de mayor relevancia, ya sea por su uso extendido o por su alta toxicidad reportada. Su lista incluyó 88 plaguicidas a detectar en el agua, de los cuales 38 se buscaron también en los músculos de los peces.

Muestreo de agua de Laguna del Cisne.

Foto: Guillermo Goyenola

¿Plaguicidas heredados?

En el trabajo buscaron tanto plaguicidas que se usan hoy en día como otros que ya se dejaron de usar pero son persistentes en el ambiente, como es el DDT, prohibido aquí en la década de 1970. Sobre los plaguicidas actuales dicen en su trabajo que “se supone que son más seguros que los pesticidas del pasado, porque son menos persistentes y bioacumulables”. Sin embargo señalan que “varios autores han demostrado en gran medida su riesgo ecológico y su impacto en organismos no objetivo”.

Aquí hay una carrera en la que las ciencias ambientales y biológicas siempre parecen llegar después que las ingenierías químicas y la industria. La generación de información que muestra que los nuevos plaguicidas o agroquímicos son tóxicos para múltiples organismos o perjudiciales para el medioambiente casi siempre llega después de que las grandes empresas los lanzaron al mercado y los gobiernos aprobaron su uso.

Por ejemplo en Uruguay un reciente trabajo con abejas mostró que el herbicida propuesto para suceder en algunos casos al glifosato y el insecticida promovido como menos nocivo que el más empleado en el país resultaron ser extremadamente perjudiciales para los polinizadores. Los fabricantes de plaguicidas prometen que sus productos nuevos son mejores, pero la evidencia para afirmarlo o para mostrar que no es tan así, por lo general llega bastante después. Si no fuera un poco trágico resultaría hasta gracioso, pero pese a que una y otra vez tales promesas de inocuidad y seguridad se caen por el piso, todavía hay quienes creen que la tecnología solucionará este tipo de problemas.

“Algo importante de esto es que hay que ver cuál es el efecto de la presencia de estos plaguicidas en el agua y peces a nivel ecológico. Algo interesante es que los compuestos nuevos, cuando interaccionan con los compuestos órganofosforados, por ejemplo, o los carbamatos o los piretroides que se siguen usando, representan un riesgo mayor aún que el compuesto viejo solo. Entonces todo ese pack de compuestos novedosos que se venden como una maravilla o la panacea de la inocuidad, usados junto con compuestos viejos, pueden representar un riesgo mayor”, sostiene César.

El trabajo que realizaron demuestra justamente que los compuestos viejos siguen estando en el ambiente. “Los compuestos viejos, por sus características, siguen estando y van a seguir estando por un largo rato. Ahora lo que nosotros estamos haciendo y es el próximo trabajo que va a salir, es el análisis del riesgo ecotoxicológico de esos compuestos”, adelanta César y no vemos la hora de poder hacer una nota sobre ese trabajo futuro. Pero ahora vayamos a ver lo que encontraron en este.

Meses, variaciones y sorpresas

“Cuando lo escribimos este proyecto le dimos mucho peso a muestrear peces, porque se piensa que en el agua es más difícil encontrar plaguicidas. La idea entonces es usar indicadores biológicos porque en el agua no íbamos a encontrar muchos plaguicidas”, dice Franco.

Pero vaya que encontraron sus restos en el agua: en el trabajo reportan la presencia de 25 compuestos de plaguicidas de la lista de 88 que pensaron que podrían estar presentes. Pero esa no fue la única sorpresa. Dependiendo de los meses del año, los pesticidas presentes en el agua variaban. Por ejemplo, el mes con más pesticidas registrados en agua fue febrero de 2019, con 16. Setiembre y octubre de 2018 registraron los picos más bajos, con cuatro pesticidas cada uno (aunque no fueron los mismos cuatro). Por otra parte, en el agua todos los meses se registraron de cuatro a más pesticidas.

“Por otro lado, también relacionado con las frecuencias de muestreo, nadie se había fijado demasiado en la dinámica que pueden tener los plaguicidas dentro del pez”, dice Franco. “En general se piensa que si encontrás uno en determinada concentración en el músculo del pez, esa es más o menos la concentración que el bicho va a manejar durante parte de su vida, o que va a ir acumulando otros compuestos. Sin embargo eso no fue lo que vimos”, dice entusiasmado por un resultado que va a contrapelo de lo que esperaba.

En el trabajo reportan la presencia de ocho compuestos de plaguicidas en los músculos de los sabalitos. Pero aquí está la sorpresa: en abril encontraron los ocho, mientras que en julio, agosto, octubre, noviembre, enero y febrero encontraron solo uno (aunque no siempre el mismo). En diciembre y marzo los peces no tenían ninguna traza de los plaguicidas buscados. “Los organismos tienen capacidad de destoxificación, de eliminar compuestos. Pero ver esa alta variabilidad, fue toda una sorpresa”, comenta Franco.

“Nos sorprendimos por la cantidad de plaguicidas que encontramos en agua y la alta variabilidad en el tiempo. La sorpresa mayor fue que en los peces hay también una variabilidad temporal altísima en relación a los plaguicidas”, amplía Franco. “Vimos una dinámica en la concentración de plaguicidas en un pez que varía con los meses, y eso es algo que ninguno de nosotros manejaba. Los plaguicidas que encontramos en el primer muestreo en peces estábamos seguros que no iban a ser muy diferentes a lo que íbamos a encontrar en el segundo muestreo. Hubo una sorpresa grande en cuanto a toda esa dinámica y eso abre puertas a futuras investigaciones”, agrega.

Plaguicidas encontrados en peces de la Laguna del Cisne

6 insecticidas
Aldrina
Clorpirifos
Dieldrina
DDT y su metabolito DDE
Permetrina

2 fungicidas
Azoxystrobin
Propiconazole

Pesticidas en nuestra agua

Los 25 pesticidas encontrados en el agua fueron clasificados por su frecuencia y concentración en las categorías raros, ocasionales, frecuentes o dominantes. Entre los dominantes reportan a los herbicidas glifosato y su metabolito, el AMPA, la Antrazina y el Metalocloro, e insecticidas como el Clorantraniliprol. Aparecen también de forma dominante pesticidas cuyo uso ya no se permite, como el insecticida DDT y su metabolito DDD, y el herbicida Atrazina. De los prohibidos en nuestro país también encontraron en algunos meses los insecticidas alfa BHC (raro) y el etión (ocasional).

De los 19 pesticidas permitidos para su uso en Uruguay encontrados en el agua de la Laguna del Cisne, “siete son productos no aprobados para su uso en la Unión Europea”: los insecticidas Bifentrina (ocasional), Clorpirifos (frecuente), Diazinon (raro) y Permetrina (raro), los herbicidas Acetoclor (ocasional) y Simazina (raro), y el fungicida Metlaxil (raro).

Sobre la relación con los ciclos de los cultivos, en el trabajo reportan que “la distribución temporal de los plaguicidas se asoció con las prácticas agrícolas y ganaderas, con mayor incidencia en primavera y verano que en otoño e invierno”, agregando además que “esta mayor incidencia en los meses de verano podría estar relacionada con el hecho de que los principales cultivos de la zona (soja) se siembran a principios de primavera y se recolectan en otoño”.

“El glifosato es el pesticida más usado a nivel global y también en nuestro país. Que lo encontremos de forma dominante era esperable”, dice César. “Pero sin querer minimizar los efectos del glifosato, el riesgo mayor está en los insecticidas. Nosotros en este trabajo no evaluamos el riesgo, pero la bibliografía nos permitió afirmar que es así”, agrega.

Sobre los insecticidas, este trabajo es el primero en reportar la presencia en agua en Uruguay del Clorantraniliprol. “Teóricamente es la panacea de los insecticidas actuales, se dice que es bastante benévolo porque actúa sobre receptores que solamente están en los insectos”, comenta César. Pero claro, las abejas y los polinizadores son insectos, por eso el “teóricamente es la panacea” de César es en realidad irónico. El trabajo da información que muestra que su uso en nuestro país viene en aumento: no sólo fue el único insecticida permitido para su uso que entró en la categoría dominante en el agua, sino que reportan que mientras en 2018 el Clorantraniliprol representaba el 14% de los insecticidas importados en el país, en 2022 trepó al 29%. Pero para colmo, no está solo.

“Creo que se está usando un amplio abanico de insecticidas. Cada uno está asociado a un tipo de cultivo, a una época del año, a determinada plaga. Todo lleva a comprar distintos insecticidas”, señala César. “Creo que la conclusión más importante es que hay una redundancia en el uso de insecticidas, porque aparecen muchos, algunos durante todo el año como el Clorantraniliprol, hay algunos asociados a cultivos de verano, que son compuestos de soja, maíz, hay otros asociados a la forestación, como es el caso del Etión, hay asociados a la ganadería, como la Permetrina”, agrega.

“Con respeto a los herbicidas, que en realidad teóricamente son el tercer grupo en esto de hacerle daño al ambiente, luego de los insecticidas y fungicidas, creo que también se está abusando del uso de glifosato, pero eso es algo a nivel local, regional y mundial”, comenta César. “Que haya concentraciones muy elevadas de glifosato durante todo el año, cuando su uso está asociado a determinados tipos de cultivos y determinados momentos, creo que nos está indicando que hay un mal uso”, conjetura César, que pone de ejemplo la aparición de glifosato en altos niveles durante el invierno. “Por eso creo que tiene que haber toda una maquinaria del gobierno haciendo una mayor fiscalización. Pero si cada vez las leyes son más laxas, estamos en una contradicción grande”, dice César contrariado.

Pesticidas en nuestros peces

Franco cuenta que en el proyecto en realidad realizaron el análisis de plaguicidas en muchas especies de peces. “En este artículo nos centramos sólo en una especie que es de la que había más individuos todos los meses, pero tenemos más datos todavía para publicar”, dice. Y los sabalitos estaban bastante apesticidados (es decir, apestados por pesticidas), ya que se encontraron en sus músculos seis insecticidas y dos fungicidas.

Los más frecuentes fueron el fungicida Propiconazole, y los insecticidas Clorpirifos, de uso permitido, y el metabolito DDE del DDT, de uso prohibido desde la década de 1970. A su vez, los insecticidas Aldrina, Dieldrina y el ya mencionado Propiconazole fueron encontrados sólo en los peces y no en las muestras de agua.

El trabajo muestra que estos peces, los sabalitos de Laguna del Cisne, bioacumulan algunos de estos plaguicidas, algo que queda en evidencia cuando las concentraciones de los cinco pesticidas que estaban tanto en el agua como en los peces fueron mayores en el músculo de estos últimos. Y los tres que se encontraron sólo en peces podrían estar en agua por debajo de los límites de cuantificación.

Pero a su vez, a lo largo del año hay compuestos que aparecen y desaparecen de los músculos de los peces. Por ejemplo el Dieldrin apareció en las muestras de abril, mes que registró la presencia de los ocho pesticidas, pero no lo hizo en las muestras del resto del año. ¿Los acumulan pero al mismo tiempo los eliminan? “Los peces tienen mecanismos para destoxificarse. Así como acumulan pueden metabolizar compuestos. Acá algo interesante es que los compuestos que aparecen más a lo largo del año son aquellos más persistentes, los viejos, los órganoclorados y los organofosforados”, comenta César.

“Esa dinámica que observamos es súper intrigante. Nos permite pensar que los peces están pudiendo eliminar plaguicidas, o que tal vez las características físico-químicas permiten que se metabolicen”, señala Franco.

César y Franco esperaban que los plaguicidas en los peces fueran más o menos los mismos durante todo el año. Pero por ejemplo en diciembre y marzo no registraron ninguno de los 0cho que buscaban en los peces. “Esperábamos que hubiera un aumento o una disminución de alguno por esas maquinarias de destoxificación, pero no que hubiera una disminución o desaparición de plaguicidas de un mes a otro”, dice Franco.

No son resultados que muestren en este trabajo, pero César cuenta que al estudiar los plaguicidas en otra decena de especies de la Laguna del Cisne, “el sabalito no es ni cerca el que tiene más”. “Lo que reportamos en este trabajo es sólo una foto con una especie, pero en general, a nivel comunitario, aparecieron plaguicidas todos los meses y todas las especies tuvieron por lo menos un pesticida en algún momento del muestreo”, agrega César, dejando en evidencia que la ausencia de plaguicidas en un par de meses en el sabalito no implica tranquilidad para toda la comunidad de peces de la laguna.

¿Qué hacer

El trabajo muestra que las medidas adoptadas en la laguna del Cisne no son suficientes para evitar que los plaguicidas lleguen a un lugar donde se toma agua para potabilizar. ¿Hay que aumentar la zona buffer?

“Para aumentar la zona buffer otros 100 o 200 metros habría que expropiar, porque no creo que cedan el terreno sin más. Lo mejor sería no plantar en esa cuenca, pero eso sería bastante extremista, o más bien mágico para Uruguay. Como es un reservorio de agua que la gente consume, se debería exigir que llegue la menor cantidad de contaminantes a ese sistema”, reflexiona César.

“Más real es que, teniendo en consideración el sistema productivo de los vecinos de la zona, teniendo en consideración que para aumentar las zonas buffer hay que expropiar, tendría que haber una regulación estricta de los plaguicidas y tratar de hacer un plan a nivel de cuenca del uso de los plaguicidas, que establezca cuáles se pueden usar, en qué época, en qué cantidades. Eso permitiría tener un mapeo con información que nosotros no encontramos y que sería muy útil. Luego está la promoción de la agroecología, de una producción sin plaguicidas. Y habría que instrumentar una mayor fiscalización”, dice luego bajando la pelota César.

“También sucede que en Uruguay, en cuanto a reglamentos y leyes ambientales, hay una cantidad de cosas escritas. Pero fallamos en la fiscalización. Obviamente parte de una historia de cuánto y dónde se quiere invertir dinero, pero en Uruguay no hay personas suficientes para fiscalizar nada, salvo un poco el tránsito. Para fiscalizar el uso de plaguicidas seguramente no hay el número necesario de personas”, sostiene Franco.

Por otro lado, lo primero es reconocer el problema. Que proporcionar la información sobre los productos aplicados haya pasado a ser voluntario parece más un acto de negación que un intento por ver qué es lo que se puede mejorar. “Cuando les importan estos temas es cuando se rechaza un embarque de frutas, de miel o carne. Creo que falta un poco de voluntad”, reflexiona César.

Tal vez debiéramos empezar a exportar agua potable de OSE. Tal vez cuando nos devuelvan los embarques porque presentan niveles de pesticidas considerados inaceptables en otra parte comencemos a atacar nuestros problemas en casa. Los dos ríen. Su trabajo, en cambio, sin caer en catastrofismos ni escenas apocalípticas, no es para reír sino para recordarnos que ya va siendo hora de ponernos las pilas.

Artículo: Multicompartmental monitoring of legacy and currently used pesticides in a subtropical lake used as a drinking water source (Laguna del Cisne, Uruguay)
Publicación: Science of the Total Environment (febrero 2023)
Autores: César Rodríguez, Andrés Pérez-Parada, Giancarlo Tesitore, Guillermo Goyenola, Alejandra Kröger, Martín Pacheco, Natalia Gérez, Analía Berton, Gianna Zinola, Guillermo Gil, Alejandro Mangarelli, Fiamma Pequeño, Natalia Besil, Silvina Niell, Horacio Heinzen y Franco Teixeira de Mello.

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