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Ernesto Blanco.

Foto: Alessandro Maradei

Los tiranosaurios rex vuelven a correr gracias a la obsesión y la rodilla lesionada de un físico de la Facultad de Ciencias

24 minutos de lectura
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Mientras la hipótesis imperante afirma que estos gigantescos dinosaurios carnívoros no habrían podido correr, el biomecánico Ernesto Blanco plantea que cazando en el agua no sólo podrían ser más rápidos que presas más veloces en tierra, sino que por momentos podrían sumarse al elenco de los animales corredores.

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Los dinosaurios y los seres humanos tienen un desencuentro de millones de años. Mientras los primeros dominaban el planeta, los otros aún no habían aparecido. Cuando los ancestros de los segundos comenzaron sus andanzas homínidas, los primeros hacía decenas de millones de años que ya no retozaban (salvo un pequeño grupo que sigue entre nosotros y al que llamamos aves). Aun así, supongamos que estuvieran frente a frente un ser humano y un Tyrannosaurus rex, el popular terópodo carnívoro que vivió en el Cretácico del hemisferio norte y que fue uno de los testigos de la caída del meteorito que hace 66 millones de años acabó con el reinado de los dinosaurios.

Al ver al tiranosaurio y, sobre todo, sus enormes fauces repleta de dientes colosales, el humano seguro pensara en refugiarse. Pese a que no es lo más recomendable, probablemente hubiera salido corriendo a esconderse. Con viento a favor, el humano alcanzaría una velocidad de unos 15 kilómetros por hora. Al ver el movimiento, el instinto depredador del T-rex lo habría llevado a perseguir a la diminuta personita. Con sus casi 14 metros de largo y su gran altura, el tiranosaurio fácilmente podría haber andado a unos 28 kilómetros por hora. El humano estaría en problemas... pero aun así habría algo que lo dejaría contento: pese a su mayor velocidad, el T-rex no alcanzaría a correr. Es decir, siempre tendría uno de sus pies apoyado en el piso.

Si el humano lograra ponerse a salvo tras correr por su vida, tal vez hasta sintiera pena por el hecho de que el T-rex estuviera condenado a caminar por el resto de sus días so pena de triturarse los huesos debido a las fuerzas en juego por su peso masivo. Los tiranosaurios no corrían. Es el consenso al que ha llegado con idas y venidas la comunidad de paleontólogos y otros investigadores.

El asunto es que la cosa podría no ser tan así. En una historia que lleva décadas, plagada de intríngulis, contratiempos, broncas, dolores, pandemias, rechazos, tristezas y alegrías, Ernesto Blanco, biomecánico, docente y actual director del Instituto de Física de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, publicó recientemente un artículo que le devuelve la condición de corredor eventual al temible T-rex.

Titulado en español algo así como “El Tyrannosaurus rex vuelve a correr: un análisis teórico de la hipótesis de que los grandes terópodos adultos tenían una ventaja locomotora para cazar en un entorno de aguas poco profundas”, el trabajo que vio luz en la revista Zoological Journal of the Linnean Society apenas refleja la parte científica de toda esta aventura. Y esa parte es sin dudas maravillosa. Pero como toda publicación científica, no agota el cuento. Así que allá vamos. Por un lado a ver cómo el tiranosaurio podría cazar presas más rápidas que él entrando al agua y, en algunos instantes, al estar parcialmente sumergido y librado por el empuje del agua de la condena de su gran peso, correr. Y por otro, conversando con Ernesto Blanco, descubrir cómo su obsesión con los T-rex y las discrepancias con algunos artículos publicados acerca de su capacidad o no de correr, lo llevó a lograr que, al menos en determinadas condiciones, los Tyrannosaurus volvieran a correr nuevamente.

Un problema que lleva años

Como bien señala el artículo, “la habilidad para correr del Tyrannosaurus rex y otros grandes terópodos se ha debatido intensamente”, agregando que “varios análisis biomecánicos concluyeron que los grandes terópodos adultos”, entre ellos el famoso T-rex, “no podían correr y su velocidad máxima era probablemente como mucho de diez metros por segundo”, o como nos gusta hablar a quienes vivimos en ciudades con autos, a unos 36 kilómetros por hora. De hecho, el artículo reporta que estudios recientes estiman que el tiranosaurio adulto, que podría pesar entre seis y nueve toneladas, no habría superado los 7,7 metros por segundo (27,7 k/h), una velocidad que le impediría despegar ambos pies del suelo y que por tanto lo deja fuera del selecto grupo de los animales corredores.

“Si no corría, problema del tiranosaurio”, podría pensarse. Pero no. Hacer ciencia es, de cierta manera, armar un puzle en el que las piezas deben calzar con la máxima armonía posible. Y algunas parecen no encajar. Según señala el trabajo, hay evidencia de que los tiranosaurios eran cazadores activos y no unos carroñeros. Por tanto, deberían perseguir o emboscar a sus presas. Y el asunto es que algunas de ellas, como por ejemplo los Edmontosaurus o los populares y cornudos Triceratops, habrían alcanzado en tierra velocidades mayores que las del T-rex. El Edmontosaurus, del que se han encontrado fósiles con signos de haber sido depredados por tiranosaurios, habría corrido a una velocidad de 14 metros por segundo, por lo que al ser más pequeño y andando a 50 kilómetros por hora, casi el doble de la velocidad a la que caminaba el T-rex, hubiera sido una cena más que escurridiza. “Por lo tanto, no está claro que un Tyrannosaurus rex caminando fuera capaz de alcanzar a dinosaurios como Edmontosaurus”, señala el artículo, no sin especular algunas posibilidades, como que los T-rex fueran buenos no tanto en velocidad sino en resistencia.

Cuando le pregunto a Ernesto Blanco en su pequeña oficina del Instituto de Física por qué ponerse a pensar en este problema, sobre qué era lo que no lo dejaba dormir, reconoce que esta imposibilidad de las velocidades era una de las razones. Pero no la única. “Es sí una pregunta histórica en mí y en muchas otras personas. Cómo hacían los Tyrannosaurus para cazar si no eran muy rápidos y si, además, como eran enormes tendrían problemas para esconderse y sorprender a sus presas. Eso es algo que siempre me generó curiosidad” confiesa.

Algo de eso ya estaba en el anterior trabajo que publicó sobre estos dinosaurios cazadores y en el que propuso, tras analizar la forma de sus patas, que podrían haberse visto favorecidos por un camuflaje sísmico que ayudaba a que sus presas no los sintieran acercarse. Esa idea, que desarrolló junto al físico Nicolás Benech y al biólogo Washington Jones, fue tan atractiva que fue recogida en el segundo episodio de la serie de la BBC Secretos de los dinosaurios jurásicos emitida este 2023.

“Sí, alguna forma tenía que tener para, siendo tan enorme, pasar lo más desapercibido posible. Y una cosa lateral al camuflaje sísmico, que decimos también en ese paper, es que tal vez se agazaparan caminando con los metatarsos, así como hacen los tigres o los perros cuando se ponen al acecho” comenta. Pero el problema le seguía dando vueltas en la cabeza. Como señala en el trabajo, del que es único autor, dados todos estos inconvenientes para que una monstruosidad de más diez metros de largo y una docena de toneladas de peso sorprenda a presas más pequeñas y ágiles, “utilizar el entorno para lograr una velocidad relativa superior a la de la presa en un momento dado sería fundamental para aumentar la probabilidad de éxito en la caza de adultos de Tyrannosaurus rex y otros grandes terópodos”.

Todo eso es fantástico. Tenemos unas pocas piezas de un puzle enorme y tratamos de hacernos una idea de lo que pasó hace más de 60 millones de años. Pero la ciencia la hacen personas. Y las personas, además de curiosidad, pueden también tener motivaciones particulares para rumiar un asunto por décadas. O al menos ese es el caso de Ernesto y la corrida de los T-rex.

Una cruzada personal

“Mi inspiración para meterme en el mundo de la biomecánica fue un artículo publicado en Scientific American por Robert McNeill Alexander sobre la velocidad de los dinosaurios”, se desahoga Ernesto. “Alexander ahí estudiaba la velocidad de los dinosaurios con un método muy grueso si se quiere, que implicaba comparar la resistencia de un punto de los huesos largos con la de animales actuales, y asumir que si ese indicador de resistencia era igual al de un animal actual, el dinosaurio se podía mover como un animal actual”, explica Ernesto. ¿Y qué pasaba con el T-rex en aquel artículo de 1991 llamado “Cómo andaban los dinosaurios”? “Los cálculos de Alexander daban que el tiranosaurio difícilmente pudiera correr, que el triceratops seguramente podía galopar, y que los saurópodos grandes seguramente se movían como los elefantes, es decir caminando pero sin poder galopar, trotar, ni saltar”, reseña Ernesto.

“Ese artículo me marcó. Que el estudio de la mecánica se pudiera unir con los dinosaurios me pareció genial”, señala. Cuando empezó a hacer sus propias investigaciones, tomó aquel método y lo aplicó para estudiar cómo se habría movido la macrauquenia, un ungulado gigantesco que vivió hasta fines del Pleistoceno en nuestro país y que, como el T-rex, seguiría en la cabeza del investigador como bien demuestra uno de sus trabajos recientes que ya abordamos en una nota pasada y otro que acaba de salir.

“Mi tesis de maestría la realicé en partículas, pero la de doctorado la hice en biomecánica, y ahí ya empecé a pensar un modelo de estimación de velocidad de carrera apuntando al tiranosaurio, porque en ese momento había un gran debate”, rememora. “Entonces había autores, como Greg Paul, que decían que el tiranosaurio era capaz de correr a la velocidad de un caballo de carrera, a unos 14 metros por segundo, y después estaba la escuela más Alexander, que decía que por la resistencia de los huesos seguramente no podría correr”, dice. Especular para un lado y para otro proponiendo modelos y formas de pensar el problema es en el fondo estimulante. Pero de repente, una gota derramó el vaso. El de Ernesto al menos.

“En el doctorado me propuse calcular la velocidad máxima para los mamíferos y mi objetivo de alguna manera era llegar al tiranosaurio en algún momento. El problema es que en 2002 salió en Nature un artículo de John Hutchinson, que es un paleontólogo que se formó cerca de Alexander, en el que decían, en base a un modelo totalmente insuficiente en el que con un montón de suposiciones hacían una estimación de cuál sería la masa de extensores de la pierna que el tiranosaurio tendría que tener para poder correr a distintas velocidades, que no podría haber corrido” cuenta.

Lo contrarió tanto aquel artículo, no por que dijera que el T-rex no podía correr sino por los errores en los modelos que llevaban a hacer esa afirmación, que hasta el día de hoy comienza a levantar temperatura al reseñar sus fallas: “No podés usar sólo la estimación de los extensores porque la masa de los músculos depende de qué proporción tengas de fibras musculares respecto a la longitud de los tendones” comienza. “Los animales actuales grandes lo que hacen es reducir las fibras musculares y estirar los tendones y así logran correr” espeta como no pudiendo aceptar que los revisores de Nature ni los autores se hayan pasado alto tan obvio de la biomecáncia. Tras respirar un poco y dejar que la ira se disipe, resume: “en ese trabajo decían entonces que el T-rex no podía correr y por la importancia de la revista y por lo concluyente que intentó ser su argumento, era casi como zanjar la cuestión”.

No era el único que pensaba que el modelo del artículo de Nature estaba mal. Junto a otros colegas, como su amigo Gerardo Mazzeta, con quien ya había publicado trabajos, así como con otros dos investigadores extranjeros que venían trabajando en la locomoción de los tiranosaurios, Per Christiansen e incluso Greg Paul, quien ya había estimado que sí podrían correr, comenzaron a hablar para escribir una réplica a ocho manos.

Lo que le molestaba a Ernesto y sus colegas no era que el T-rex no pudiera correr sino la forma de demostrar por qué no podía hacerlo. Es cierto, si aplicaba al tiranosaurio el modelo para estimar la velocidad de carrera de mamíferos terrestres que Ernesto desarrolló a partir de medidas de la tibia en su tesis, daría que el T-rex podría alcanzar una velocidad cercana a los 12 metros por segundo, que dado los márgenes de error, incluiría la posibilidad de correr (así como la posibilidad de que no lo hiciera). Vale de nuevo la aclaración: correr implica un modo de desplazarse en el que en determinado momento ninguno de los pies –o patas– está en contacto con el suelo. La velocidad sola no alcanza para decir si un animal corre.

“Se trata de modelos muy parciales. Ni el que yo desarrollé en mi tesis en base a la resistencia de la tibia demuestra que el tiranosaurio podría correr, pero tampoco el de Hutchinson, basado en la masa muscular, demuestra que no pudiera hacerlo. Lo que a mí me molestaba era cómo estos tipos decían que no podía correr si había otros resultados, tan parciales como los de ellos, que incluían esa posibilidad. No estábamos diciendo que corriera, sino que no se podía decir que no sólo con lo mostrado en ese artículo” reconoce Ernesto.

El asunto es que entre los investigadores extranjeros y los nuestros hubo chisporrotazos y la réplica en conjunto jamás se escribió. En su lugar cada extranjero hizo la suya y Ernesto escribió la propia junto a su colega Mazzeta de Uruguay.

Hutchinson se defendió como gato entre la leña y todas las réplicas fueron rechazadas por Nature y no se publicaron. Los manoseos y los egos en la contestación a Nature y algunas desavenencias llevaron a Ernesto a encajonar el asunto. “El tema lo seguí siempre por interés personal, pero no como investigador” dice. Pero la curiosidad es un animalito que se resiste a quedar en un cajón.

¿Corren o no corren?

“Yo nunca fui un fanático de que el tiranosaurio corriera porque mi método tenía un error muy grande e incluía el no correr”, reconoce Ernesto. El tiempo pasó y nuevos investigadores proponían nuevos modelos, algunos con software complejos, reconstrucciones 3D, simulaciones y todos los chiches. A principios de los 2000 algunos trabajos señalaban que el tiranosaurio habría podido correr y hubo como una moda de retratarlo como un corredor. Si bien de cierta manera disfrutó un poco que alguien lo dijera, por entonces Ernesto estaba más convencido de que por el peso y la resistencia de sus huesos, no habría soportado una corrida en tierra firme. “Luego, en 2017, William Sellers y colegas agregaron la restricción que yo ya había trabajado, que es la de la resistencia de los huesos a su software, y les dio que los tiranosaurios no podrían correr, que llegarían a lo sumo a unos 7,7 metros por segundo. Esos cálculos me convencían bastante”, reconoce.

El asunto es que el tiranosaurio presentaba “una serie de aspectos anatómicos que parecen ser evidencias biológicas de adaptaciones para la carrera”, dice, como tener las piernas muy largas, mecanismos elásticos, etcétera. Y si no era para correr, entonces cabía preguntarse para qué estaban allí. Una posible respuesta es que cuando eran juveniles los tiranosaurios fueran cazadores de carrera y que en su etapa adulta perdieran esa capacidad. La otra es que nunca habrían corrido y sucediera alguna otra cosa. Y esa otra cosa es la que plantea en su trabajo actual. Partiendo de la velocidad mejor estimada, la de 7,7 metros por segundo, los tiranosaurios no correrían... al menos en tierra.

La revelación

“En 2018 había ido a jugar un torneo ajedrez a Colonia y en el hotel en el que me estaba quedando había una piscina. En ese momento tenía algunos problemas de rodilla y tenía dificultades para correr” recuerda. “Una cosa que me quedó de otras veces en que había tenido dificultades para correr era que para recuperarme corría en el agua” dice. Y entonces, en la piscina del hotel comenzó a correr en el agua. “Como no había nadie en la piscina empecé a correr con todo”. Y entonces... ¡eureka!

“Ahí pensé que cuando estaba fuera de la piscina era como el T-rex, las articulaciones, los músculos, los huesos, no aguantan el propio peso como para correr. Pero en la piscina desaparecía mi peso. Y ahí pensé pará, ¿y no será que el tiranosaurio en una situación como de ingravidez, si el agua atenúa el peso...?”. ¡La solución que aparece cuando nadie la está buscando desesperadamente! “Me dije: sí, claro. Eso además podría justificar muchas de las adaptaciones para correr. ¡El tiranosaurio corre en el agua!”, recuerda emocionado.

La revelación de Ernesto fue un momento con doble tributo a Arquímedes, ya que como éste, su eureka también fue dentro del agua. “Fue una alegría inmensa, me dije que tenía por delante terrible trabajo y no podía creer como a nadie se le había ocurrido antes”, confiesa. Así que luego de arquimedear, se puso a buscar información. “Por ejemplo los hipopótamos abajo del agua galopan con una gran facilidad, algo que rara vez se ve en tierra. Y vi que hay trabajos que estudian el punting, o sea los bichos desplazándose al apoyarse en fondo del agua”, dice.

En el punting, que puede traducirse como pataleo, “los animales no nadan porque no se están propulsando tirando agua para atrás, sino que se propulsan contra el fondo”, explica Ernesto, que encontró otros ejemplos en cangrejos y de salamandras, “bichos que en tierra no hacen ciertos tipos de marcha, pero que en el agua sí. Por ejemplo, en tierra las salamandras aparentemente no trotan, pero en el agua pueden trotar y tienen incluso una especie de fase aérea”, dice.

“Desde un punto de vista personal y con toda esta historia, fue un placer poder decirles que a pesar de todo, a pesar de que ellos tienen razón al decir que no podía correr, que los modelos están bien y que han hecho cosas que yo no hubiera podido calcular y que se ha trabajado un montón, igual puedo decirles que sí pueden haber corrido si bajás la gravedad, o sea, si eliminás el peso al estar en el agua”, señala satisfecho.

La idea entonces de su trabajo es mostrar con modelos, cálculos y estimaciones que en el agua los masivos tiranosaurios podrían liberarse de las constricciones físicas que les impedían correr en tierra firme. “Mi objetivo inicial era un poco ese, mostrar que desde un país lejano, pequeño y sin fósiles de tiranosaurios, con cálculos sencillos podía reflotar la idea de que los tiranosaurios corrían”, dice. Y lo hizo.

Cuatro modos, muchas ventajas

El trabajo analiza, modela y calcula cuatro modos de desplazamiento del tiranosaurio y del Edmontosaurus, que se sabe era una de sus presas, así como del Struthiomimus, al entrar en el agua. Para ello Ernesto usó medidas descritas del ejemplar de T-rex llamado Stan así como datos publicados en otros artículos de los otros dos animales.

Mientras el T-rex en tierra habría caminado a los ya mencionados 7,7 metros por segundo, las estimaciones realizadas por otros investigadores señalan que ambas presas habrían logrado correr a velocidades que rondan 14 inalcanzables metros por segundo. Pero al entrar en el agua, dada las diferencias de tamaño entre el T-rex y sus presas, las cosas cambian.

Modos de desplazamiento en agua. Gentileza Ernesto Blanco

El modo I implica andar sobre el agua cercana a la orilla, un vadeo con el cuerpo totalmente fuera y en el que el líquido no sobrepasa las rodillas. Allí Ernesto muestra que la física es casi como la de correr fuera del agua, al punto que en el trabajo se afirma que este modo de desplazamiento “es el menos relevante para la discusión de la presente hipótesis”. En otras palabras: el Edmontosaurus y el Struthiomimus serían igual de inalcanzables para el T-rex.

En el modo II, también llamado vadeo, los animales ya tienen parte del cuerpo sumergida en el agua. “En el vadeo todavía no hay una fuerza de flotación importante, es andar cerca de la orilla, pero pisando el fondo”, explica Ernesto. Según el trabajo, aquí el T-rex, con su mayor tamaño, alcanzaría velocidades cercanas a los seis metros por segundo. Para sus presas, los cálculos dieron que en esta etapa el Edmontosaurus alcanzaría velocidades de 4,95 metros por segundo y Struthiomimus de 4,23. Si las presas y el T-rex estuvieran ambos en este modo, el tiranosaurio podría alcanzar a presas que en tierra se le escabullirían.

El modo III es el denominado punting al que ya aludimos en el que los animales se mueven en el agua “pateando contra el fondo con el peso corporal en gran medida sostenido por la flotabilidad”. Allí el agua comienza a causar efectos notorios sobre el peso y en el trabajo se afirma que aquí es cuando se produciría el gran momento del tiranosaurio: “en la fase de punting, Tyrannosaurus no estaba limitado a caminar y quizás alcanzaba un paso de carrera” señala el artículo. ¡Mediante el punting el T-rex podría darse el lujo de trasladarse impulsándose con sus pies pero con momentos en que ninguno estaría tocando el fondo del curso de agua! ¡El T-rex vuelve a correr!

Según el trabajo, durante el punting el T-rex alcanzaría velocidades de 5,5 metros por segundo mientras que Edmontosaurus podría alcanzar velocidades de 4,48 metros por segundo y Struthiomimus de 4,47 metros por segundo. Una vez más, el T-rex sería en esta etapa de desplazamiento en el agua más rápido que sus futuros bocados.

En la fase IV, denominada “nado superficial”, los animales ya se impulsan desplazando agua y no apoyando sus piernas contra el fondo. Según los cálculos de Ernesto, aquí el T-rex alcanzaría velocidades de 2,93 metros por segundo. Es lento, pero más lentas serían sus presas: Edmontosaurus nadaría a 2,31 metros por segundo y Struthiomimus a 2,27 metros por segundo.

Pero a todas estas velocidades calculadas, en las que el tiranosaurio se desplazaría con más velocidad que sus presas en los modos que van del II al IV, se suma otra gran ventaja para el depredador: al ser más grande haría pie más tiempo que sus presas, por lo que las fases para él comenzarían más tarde en comparación. Este desfasaje haría que las presas fueran aún más fácilmente alcanzadas si el T-rex lograba que entraran al agua, ya que mientras el tiranosaurio todavía se estaría beneficiando de poder impulsarse tocando el fondo y con el agua quitándole el peso, las presas se habrían adentrado a lo profundo y nadarían impulsándose sólo con el volumen de agua desplazado.

Todos estos modos de desplazamiento vienen en el trabajo acompañados de fórmulas para calcular minuciosamente la fuerza de dragado del agua, la resistencia, el centro de gravedad de cada animal, la energía generada, y otros factores. Sin embargo, lo que dice se entiende incluso intuitivamente. “Sí, es bastante natural. De hecho al principio mi explicación era mucho más sencilla. Todos esos cálculos fueron consecuencia de las revisiones. Y está bien, de alguna manera la gracia es esa, hacer las cuentas y mostrar de qué forma se dan las cosas. Pero las versiones preliminares si bien hacía algunas cuentas, eran mucho más sencillas, porque para mí el argumento es como evidente, ya que un animal más grande tiene una relación volumen-superficie más favorable para poder moverse más rápido en el agua. Y de eso hay un montón de evidencia”, comenta Ernesto.

“Y aparte está la otra ventaja que es más evidente, que es la de la profundidad. Es algo que yo pensaba. Si salgo a correr por la playa y aparece un perro, si se complica me voy al agua. Allí, a determinada profundidad, uno está parado y el perro está flotando. Vos te movés con más agilidad que el que no da pie, aunque en tierra el otro sea más rápido que vos” agrega.

Mientras el T-rex aún está vadeando o punteando en los modos 2 y 3, sus presas ya están nadando y son más lentas. Ilustración Sofía y Ernesto Blanco

Por todo eso en el trabajo Ernesto concluye que “los terópodos grandes probablemente tenían una ventaja locomotora para perseguir presas pequeñas en un ambiente de aguas poco profundas” y que “es casi seguro que la ventaja locomotora de las presas pequeñas en tierra se reduciría drásticamente en medios acuáticos”. Sobre la corrida del T-rex, se señala que “al menos en el agua, Tyrannosaurus rex probablemente pudo adoptar un modo de andar de carrera con una fase suspendida”. Agrega también que “caminar en el agua con mayor flotabilidad da como resultado un menor tiempo de contacto con el sustrato”, efecto que se ha reportado “en la locomoción en entornos con microgravedad”.

A una profundidad de 3,2 metros, Ernesto estima que la gravedad se reduciría en un tercio para el T-rex del que usó las medidas. “El cambio de caminar a correr habría sido a una velocidad cercana a los 2,4 metros por segundos” comunica luego. Y como vimos, en ese entonces el tiranosaurio se desplazaría entre a 6 y 5,5 metros por segundo. Al igual que los astronautas en la Luna que “en condiciones de gravedad reducida los humanos pasan de caminar a correr a velocidades más lentas”, al igual que Ernesto con sus rodillas lesionadas en la piscina del hotel de Colonia, el T-rex en el agua correría. De nuevo.

Un impacto cultural

“Para mí lo importante de esto es también el impacto cultural, que ahora se diga que el tiranosaurio podría cazar tirándose al agua, o que salga en una película o se incluya en alguna entrega de Jurassic Park”, dice satisfecho Ernesto. No es un soñador, ya pasó algunas veces con trabajos que ha hecho, como el de la lucha de los gliptodontes, la corrida de las macrauquenias o, como decíamos antes, con el camuflaje sísmico del que se habló en un documental de la BBC. Esta idea del tiranosaurio alcanzando a presas más rápidas al hacerlas escapar hacia el agua tiene un gran potencial.

“Si sos un documentalista o si estás haciendo algo de dinosaurios terópodos grandes y querés representar una escena de cacería que no se haya visto antes, esto no te lo podés perder”, dice entusiasmado. Pero Ernesto es además de docente el directo de un instituto que forma físicos. Seguro alguien alguna vez le preguntó para qué sirve hacer estas investigaciones (como si no hubiera ya razones más que evidentes ).

“La respuesta estándar que doy en estos casos es que yo veo la ciencia como cultura. Nadie le preguntaría a un músico uruguayo para qué sirve lo que hace, o a un escritor si se van a vender muchos sus libros o si eso va a potenciar una industria o un desarrollo económico del país. Se asume que es parte de la riqueza de una sociedad, de una cultura”, afirma Ernesto, que además hace poco ha incursionado en la literatura obteniendo el primer premio en el certamen de cuentos que organizara Cinemateca Uruguaya.

“Este tipo de productos culturales bordean la ficción, porque muchas de estas cosas que nosotros hacemos son un juego en el cual la ciencia explora regiones que normalmente exploraría la ficción”, sigue Ernesto. “Ahora vas a poder imaginarte al dinosaurio haciendo una cosa nueva que hasta el momento, por lo menos de forma masiva, no se había visto ni se había dicho. Seguro que alguien lo debe haber pensado antes, pero a partir de ahora seguramente esta idea tenga otra presencia”, confiesa.

“Así como si alguien escribe una novela nueva, hay otro aspecto de lo posible y de la cultura que aparece ahí para que la gente lo disfrute. Desde mi formación como científico básico, en el lugar donde trabajo, en la Facultad de Ciencias, tiendo a ver la ciencia desde esa perspectiva. Pero es cierto que también tiene la otra, es decir, la ciencia también es una herramienta muy importante para mejorar la calidad de vida de la gente, para darle los gustos y a veces los caprichos que a la gente se les ocurren, o para hacer que un empresario haga plata, o para que un país haga dinero en el concierto mundial. Es cierto que la ciencia también es una herramienta para eso. A quien le preocupa eso, entonces la respuesta que le doy es que yo no lo hago por eso, lo hago por lo cultural”, reflexiona.

“Pero resulta que esto cultural genera interés en la ciencia. Si alguien lee este artículo, o lee esta nota, o va a alguna charla de divulgación sobre el tema, o trata de pensar sobre el asunto, va a ver que es un problema resuelto con la metodología que usa la ciencia. Es un problema que además tiene algunas cosas interesantes respecto a otros problemas más tradicionales de la física y la mecánica y además involucra múltiples disciplinas, como biología, cuestiones de metabolismo, de fisiología, de los animales, geología, de la historia de la vida en la Tierra. Pero sobre todo este trabajo muestra una forma de pensar que es trasladable a cualquier otra cosa, también para esas cosas que pueden ser de interés para un país. Y tiene la ventaja de que puede ser mucho más motivante para un público general”, prosigue.

“Si yo soy un ingeniero que trabaja en construcción de barcos y voy a contar la parte técnica de mi trabajo, no sé a cuántos jóvenes o niños les va a interesar eso. Pero si yo les hablo de cómo cazaba el T-rex, probablemente voy a poder llegar a un público que capaz que no llega el ingeniero, si bien las ideas y la forma de pensar son similares y hablemos de mecánica de fluidos y cuestiones similares”, se explaya Ernesto. “Entonces creo que es como un juego de resolver problemas, que es en definitiva para lo que se forma un científico con perspectiva amplia. Y eso puede ser inspirador para que alguien se dedique a hacer cosas, aplicadas y de las otras”.

“Por supuesto que también estas cosas pueden generar algo hacia lo aplicado. Hay algunos trabajos que he hecho sobre energética de la locomoción que motivaron que me escribieran franceses interesados por los militares que cargan mochilas y cuál era la mejor forma de llevarlas. Pero pensar en esa aplicación no es algo que yo hago”, sostiene.

“Lo de inspirar en la resolución del problema sí lo hago conscientemente porque como docente estas cosas luego las cuento en mis clases en el curso de física para bioquímicos, geólogos, biólogos. Cuento sobre estas investigaciones con la esperanza de que los estimule a no abandonar la carrera, a que vean que estas cosas están buenas, que son divertidas, pero también mostrando una forma de pensar. Acá hay un montón de cosas metodológicas, y si bien la física que yo uso no es muy complicada y las ideas pueden ser bastante obvias, hay un cuidado muy grande en lo que es la metodología, en la forma de pensar y en el rigor” apunta.

“Y te diría que cuando hablo de todo lo que hay detrás de esto, de los vaivenes de las publicaciones, de las motivaciones, de cómo se escribe un artículo y los reveses, las alegrías y esas anécdotas, hay mucha enseñanza sobre lo que es la ciencia como cuestión social. Todo eso ayuda a formar gente que mañana puede ser la que desarrolle el kit de diagnóstico para Covid-19 o algo igual de relevante y necesario para un momento dado”, concluye Ernesto. Y claro que sí. Su trabajo entusiasma y, lejos de saciar la curiosidad, nos invita a seguir pensando en cómo eran las cosas, cómo son, y cómo podrían ser. Todo en la corrida de un dinosaurio afamado y tan maravilloso como cualquier otra criatura que haya existido o existirá en este planeta.

Artículo: Tyrannosaurus rex runs again: a theoretical analysis of the hypothesis that full-grown large theropods had a locomotory advantage to hunt in a shallow-water environment
Publicación: Zoological Journal of the Linnean Society (mayo 2023)
Autor: Ernesto Blanco.

Rechazos

El artículo de Ernesto fue rechazado por muchísimas revistas científicas a las que lo remitió. La historia, como queda claro ya que estamos comentando el artículo publicado no sólo terminó bien, sino que además lo hizo con cierta belleza poética.

“Los primeros rechazos fueron rechazos directos que no tuvieron que ver con los cálculos o lo que proponía. En la gran mayoría el rechazo se dio sin leer el trabajo, en ocasiones por el sesgo de que esto no entraba en una revista de paleontología porque para eso tendría que haber encontrado un nuevo fósil o algo así o porque era muy especulativo, y en otras publicaciones se rechazó porque no estaba dentro de los temas que abarcan”, dice Ernesto.

Pero además el T-rex es un animal que despierta muchos recelos. Para empezar, es el dinosaurio emblemático de los Estados Unidos. Sus restos se encuentran en ese país y en pocos lugares más, y desde que se describió, en 1905, ha causado sensación. Fieles a la costumbre del norte, los paleontólogos yanquis lo adornan de comentarios superlativos: el más grande, el más terrible, el más espectacular, la bestia más letal de todos los tiempos. Todo a pesar de que hubo dinosaurios carnívoros tanto o más grandes, tanto o más terribles, cada uno espectacular a su manera como cada una de las formas de vida de este planeta.

“Me parece que hay un prejuicio relativamente genuino, pero prejuicio igual, que es el de no aceptar un trabajo de un tipo que no es experto en tiranosaurios, que nunca tuvo en sus manos un fósil de tiranosaurio, ni lo esacaneó ni nada, y que encima hace un modelo para estimar su velocidad. Para alguien que viene de afuera y que simplemente toma medidas de los huesos de la bibliografía, es difícil vencer esas resistencias”, cuenta Ernesto. Pero su tenacidad resultó a prueba de sesgos y jugarretas.

“Luego de una gran seguidilla de rechazos, decidí mandar el artículo a una revista china de no tanto impacto. Allí el artículo pasó a ser arbitrado y por suerte se lo mandaron a un revisor que evidentemente sabía de biomecánica. El revisor me hizo añicos el modelo que había presentado entonces, porque en las primeras versiones yo hablaba de moverse en el agua como si fuera una única cosa, y me habló de las distintas etapas, del vadeo, el pataleo y el nado. El árbitro me criticó el modelo desde ese punto de vista, lo cual agradezco, pero diciendo que la idea le parecía bien”, dice.

“Ahí tuve que pensar cómo modelar cada una de las etapas y cómo argumentar eso. Esa me pareció como la contribución más importante, porque hasta ese entones si bien había sido rechazado, no había tenido ninguna crítica de un árbitro. Cuando una revista te dice que el trabajo no le interesa o que está fuera de su alcance no se puede hacer nada. Y era cierto, en esa época todavía era muy pobre mi argumentación”, reconoce.

En plena pandemia, Ernesto se obsesionó con la forma de mostrar qué pasaba con el tiranosaurio y sus dos presas al entrar al agua. Hizo los modelos y los cálculos para las cuatro etapas. Luego de varias idas y venidas, el texto se fue puliendo junto a los modelos y argumentos. Aun así, la revista que lo publicara no aparecía. Tras varios rechazos, revisiones que mejoraban el artículo y sinsabores, Ernesto estaba entre deprimido y lleno de bronca. Cuando una revista japonesa que había trabajado durante meses en el artículo finalmente lo rechazó por una nimiedad no fundamentada de un revisor, tuvo otro momento de claridad como el que sintió en la piscina.

“Ahí me dije que tal vez estuviera bueno cambiar el enfoque. Los prejuicios sobre el tiranosaurio se daban en revistas de paleontología, que era a las que estaba enviando el trabajo. Pero lo interesante de mi artículo, que para algunas publicaciones era un problema, era justamente su carácter especulativo. Empecé a buscar revistas de ideas especulativas, pero lamentablemente no las hay. Y entonces decidí cambiar de rubro y pensé en revistas de zoología, ya que esto habla de un tema que excede al tiranosaurio y trata de cómo un animal grande hace para cazar a un animal más chico y más rápido”, relata. “Pensé entonces cuál era la mejor revista de zoología, la soñada. Y entonces probé, perdido por perdido, con el Zoological Journal of the Linnean Society”.

La revista elegida además tenía un condimento: “Allí, en 1985, Alexander había publicado el primer trabajo en el cual se aplicó biomecánica a los dinosaurios. Y es una revista de zoología buenísima, con un muy buen factor de impacto”, dice. Las cosas comenzaron a fluir. Pasó las primeras revisiones con cambios mínimos. “Sin embargo, uno de los revisores, que era parte del staff de la revista, dijo que si bien el artículo le parecía muy bueno, estaba en el borde del alcance de la revista”. ¡Chan! Pero Ernesto jugó su última carta.

“Contesté todas las observaciones que me hicieron en la revisión, y al respecto de lo del alcance hice una jugada si se quiere más emotiva. A esa observación contesté diciendo algo del estilo 'espero que este humilde brote de aquel trabajo que inspiró a un montón de investigadores a trabajar en esta área nueva y que se publicó en el Zoological Journal en 1985, merezca un lugar en la misma publicación y esté en el borde interior de los límites del alcance de la publicación'”, recuerda. Era una especie de “si no ustedes, ¿quién?”. El resultado está a la vista: el paper salió publicado.

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