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Fósil de cráneo de Chaetophractus villosus del Santa Lucía.

Foto: Pablo Toriño

Cuando Uruguay se pareció a un recital de heavy metal: hace miles de años teníamos más peludos

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La confirmación mediante fósiles de la presencia, hace unos 20.000 años, en nuestro territorio del peludo grande (Chaetophractus villosus), que hoy vive sólo en partes de Argentina, Paraguay y Bolivia, nos habla de cómo los cambios climáticos afectan la biodiversidad.

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Leído por Mathías Buela.
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Cuando nos hablan de paleontología lo primero en lo que tendemos a pensar es en animales como dinosaurios, tigres dientes de sable, gliptodontes u otras criaturas que se extinguieron hace miles de años. Tenemos la excusa de que es fascinante pensar en seres distintos a los que conocemos. Sin embargo, esa atracción por lo excepcional puede ocultarnos que hay bichos -y plantas y demás organismos que también son objeto de estudio de la paleontología- que aparecen en el registro fósil que aún caminan, reptan, nadan o vuelan entre nosotros.

Un artículo recientemente publicado nos lleva a un lugar intermedio: si bien habla de un animal extinto, también refiere a un animal actual. ¿Cómo es posible? ¿Cómo puede un animal estar extinto y al mismo tiempo vivo en nuestros días? Como si hablase de un tatú cuántico al estilo el gato de Schrödinger, el trabajo “Chaetophractus villosus en Uruguay (Pleistoceno superior: edad del taxón, biogeografía e implicaciones paleoclimáticas” da cuenta de un animal, conocido popularmente como tatú peludo grande, que, si bien hace miles de años no vive en nuestro país, sigue de andanzas por partes de Argentina, Paraguay y Bolivia.

Firmado por Daniel Perea, Pablo Toriño y Felipe Montenegro, de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, Natalia Rego, también de esa facultad y del Institut Pasteur de Montevideo, y Raúl Vezzosi, de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la Universidad Autónoma de Entre Ríos, Argentina, este trabajo paleontológico nos recuerda que el mundo no siempre fue como lo vemos. Y más importante aún en un contexto en el que estamos provocando cambios acelerados, que tampoco lo será. Así que para empaparnos más en este tema peludo, conversamos con los paleontólogos Felipe Montenegro, Pablo Toriño y Daniel Perea.

Volviendo sobre los pasos

Los armadillos son mamíferos de un grupo denominado xenartros cingulados, que además de incluir a todos los armadillos actuales y extintos, incluye a los más grandes gliptodontes. Todos tienen o tuvieron corazas protectoras, lo que los diferencia de otros xenartros, como los perezosos (que en lugar de ser cingulados son del suborden folívoros) y los osos hormigueros (que son del suborden vermilingua).

En Uruguay aún viven cuatro especies de armadillos: la mulita (Dasypus hybridus), el tatú (Dasypus novemcinctus), el tatú de rabo molle (Cabassous tatouay) y el peludo (Euphractus sexcinctus). El tatú peludo grande (Chaetophractus villosus), en cambio, brilla por su ausencia en nuestro territorio, pero no así en sus entrañas.

En 1989 Daniel Perea había encontrado en Paso Cuello, en la parte canaria del río Santa Lucía, un osteodermo, una de las placas del caparazón de estos animales. Estaba en sedimentos de la Formación Dolores, por lo que pertenecía al Pleistoceno superior, es decir, entre unos 30.000 y 11.000 años. “Los osteodermos en todos los Xenarthra cingulata son muy indicativos, es como si te encontraras un diente en otros mamíferos, un simple osteodermo te puede rumbear hasta a identificar la especie”, comenta Perea.

No obstante, aquel osteodermo estaba demasiado gastado. “Daba como para decir nada más que se trataba de un armadillo de género Chaetophractus y para confirmar que pudiera ser de la especie villosus. El trabajo quedó entonces por allí”, dice Perea.

Las cosas cambiaron cuando, a principios de la década del 2000, el paleontólogo aficionado Andrés Sánchez, que colectó más de 1.000 fósiles en los barrancos y playas del Santa Lucía cerca de San Ramón, dio con un cráneo de un armadillo en sedimentos de la misma Formación Dolores. Tras cederlo para que lo estudiaran en Facultad de Ciencias, el cráneo comenzó a hablar de peludos que ya no están. Por otro lado, la colección de fósiles de Andrés Sánchez fue adquirida por la Intendencia de Canelones y hoy forma parte del acervo del Museo Antonio Taddei. Pero volvamos al cráneo, que pasó de un barranco del Santa Lucía a las manos de una estudiante en Malvín Norte.

“Natalia Rego hizo un estudio anatómico y estadístico de ese cráneo como parte del trabajo final de un curso de Osteología Comparada de Mamíferos que daba Daniel”, aporta Felipe Montenegro, que además de ser parte de la Facultad de Ciencias colabora con el Museo Nacional de Historia Natural. “Eso fue en 2006. Natalia tomó ese curso para terminar la licenciatura y con ese trabajo final para aprobar la materia se recibió de bióloga”, agrega Perea. Ya entonces el trabajo de Rego había apuntalado la idea de que el peludo grande, hoy presente en otros países, había vivido en el pasado del nuestro.

Foto: Alessandro Maradei

“Después, Pablo Toriño sumó más datos de cráneos al estudio estadístico y ese trabajo se presentó en 2009 en un congreso de Morfología de Vertebrados en Punta del Este, y quedó por ahí”, dice Montenegro, que en 2017 comenzó a trabajar acondicionando y catalogando los materiales del Museo Taddei que fueron adquiridos a Sánchez, entre ellos el cráneo de este armadillo peludo.

“Me parecía que era un trabajo importante hacía tiempo, pero nos había quedado en el tintero”, reconoce Perea. “Luego tuvimos la posibilidad de mandar una muestra del fósil a un laboratorio de Arizona, donde hicieron el fechado radiocarbónico, y entonces con eso ya teníamos un mayor valor agregado al trabajo”, suma, confesando además otra razón para hacer finalmente una publicación científica con el asunto: “En cierta manera este artículo era un debe con Natalia”.

A propósito, Rego, que colaboró en la escritura del artículo, ya no anda metida entre fósiles. “Natalia se recibió de bióloga y hoy trabaja en el Institut Pasteur dedicada a los estudios biomédicos”, comenta Perea. Le pregunto en broma si haber publicado antes este trabajo no habría hecho que Rego siguiera metida en la paleontología. “Capaz que si hubiéramos sacado este artículo ni bien se recibió ahora era paleontóloga”, ríe Perea.

Apostando

“Este cráneo fósil había aparecido rodado en una playa del río Santa Lucía”, dice Montenegro, por lo que no podía establecerse su edad estratigráficamente, es decir, de acuerdo al sedimento que lo rodeaba antes de caer al río. Pese a esa caída, el fósil estaba en excelente estado. “En por lo menos 15 años de andar en esto, este cráneo es el fósil mejor preservado que he visto en mi vida”, dice fascinado Montenegro.

Lo inusitadamente bien conservado del cráneo no llama la atención sólo de Montenegro. Perea, que lleva más fósiles vistos en su larga carrera como paleontólogo, dice que “casi todos los fósiles que se encuentran ahí en la Formación Dolores de la cuenca del Santa Lucía tienen una conservación asombrosa”. Tal era el estado del fósil, que, como conservaba colágeno, los paleontólogos decidieron mandar unas muestras a Estados Unidos para que fueran datadas mediante radiocarbono. Y Montenegro se la jugó.

“Le aposté a Daniel que ese bicho, por el buen estado de conservación en el que estaba, no era de la era del hielo sino que tenía de 7.000 años para abajo. He visto huesos actuales mucho más maltratados por el sol y el agua que este material”, recuerda Montenegro. “Para mí era mucho más viejito”, ríe Perea. Montenegro confirma lo que ya es evidente: “Daniel ganó la apuesta”. Al menos no perdió mucho dinero. “A lo sumo, habrá tenido que pagar alguna grapa”, confiesa Perea.

En el trabajo comunican que la datación mediante carbono 14 efectuada en Arizona arrojó una antigüedad radiocarbónica sin calibrar de 24.136 años antes del presente. Al calibrar esa edad de acuerdo a las variaciones de la radiación cósmica que recibe la atmósfera, se obtiene una fecha más ajustada a nuestro calendario: el cráneo del peludo fue datado entre 27.930 y 28.565 para atrás. “En otras palabras, este animal vivió en plena era del hielo, en el Pleistoceno tardío”, explica Montenegro.

Peludo presentado

A la antigüedad obtenida se le sumó entonces un trabajo ampliado de medir más cantidad de cráneos de mulitas, tatús, peludos de Uruguay y Argentina. “Aumentamos el número de cráneos con el que comparamos a nuestro fósil, de manera de descartar otros aspectos, como que fuera un ejemplar más chiquito de la especie que tenemos en Uruguay y cosas por el estilo”, señala Montenegro.

Pablo Toriño, que hoy está metido en su tesis de doctorado en el estudio de los celacantos del jurásico de Uruguay, antes se había dedicado al estudio de los gliptodontes. Por lo tanto, el peludo le pegaba cerca. “Lo que sirvió sí mucho para este trabajo fue la metodología que con Daniel habíamos aplicado años atrás para poder diferenciar cráneos de gliptodontes con análisis multivariados”, dice Toriño. Adaptaron aquellos protocolos y los aplicaron al cráneo del sospechoso de peludo grande. “Sin eso el trabajo solamente hubiera sido algo descriptivo, meramente decir que este cráneo, por la morfología, podría ser de tal o cual género. Pero el tema es que teníamos que convencernos a nosotros mismos y convencer al lector de que realmente esto es Chaetophractus villosus, que no caben dudas. En ese sentido, los análisis estadísticos vienen a complementar esa visión clásica morfológica”, agrega.

Y ya que hablamos de comparaciones de cráneos, hay una cosa curiosa. El nombre común de Chaetophractus villosus es “peludo grande”, pero en realidad el cráneo es más chico que el del peludo Euphractus sexcinctus que actualmente vive en Uruguay y en otras partes de Sudamérica. “Es lo que tienen los nombres comunes, a veces pueden meter un poco de ruido, por eso en las publicaciones usamos la nomenclatura zoológica”, indica Toriño.

El trabajo publicado ahora no deja dudas: el peludo grande está confirmadísimo para el Pleistoceno de Uruguay.

Cráneo fósil de C.vvillosusv.

Foto: Pablo Toriño

Otros tiempos, otros bichos

“¿Es descabellado que el peludo grande estuviera en nuestro territorio durante la era del hielo?” se pregunta Montenegro. Su respuesta es un rotundo no: “En ese momento y en la Formación Dolores, en la zona del río Santa Lucía, encontramos otros animales que también son netamente patagónicos hoy y que en ese entonces estaban ahí”.

Allí se encontraron también animales como la mara (Dolichotis), la vizcacha (Lagostomus maximus), o la vicuña (Vicugna). “La presencia de la mara, la vizcha y la vicuña, sumado ahora a la presencia de este peludo, te están marcando un clima más árido y más frío”, dice Perea. Entonces, que este tatú peludo haya estado acá en la era del hielo es razonable.

“En el registro fósil tenemos un montón de animales que no tenemos hoy, guanacos, maras, chinchillas, caiquenes, que son unos patos patagónicos. Se trata de animales de ambientes mucho más secos y más fríos. Por ejemplo, los guanacos hoy están restrictos a los Andes, pero en ese momento los teníamos en toda la Pampa y llegaban hasta la zona intertropical de Brasil”, amplía Montenegro.

Nuestra fauna, hasta fines del Pleistoceno, era distinta de la que vemos hoy. Hace unos 11.000 años, cuando la era de hielo llegaba a su fin, algunos animales abandonaron este territorio. Y otros, menos afortunados como los perezosos gigantes o los gliptodontes, abandonaron el planeta. “Lo que estamos viendo es como un ajedrez biogeográfico-climático que se da en el cuaternario en Sudamérica debido a las sucesivas glaciaciones u períodos interglaciares. Los animales entonces van cambiando su distribución. El peludo que aún vive en Uruguay está adaptado a un clima más húmedo, subtropical, mientras que Chaetophractus villosus es de ambientes más áridos y fríos”, dice Perea.

“La paleontología siempre dialoga con los estudios de la diversidad actual, con la taxonomía y la sistemática de bichos que están vivos. Este es un caso en el que ese estudio ayuda a entender estos cambios de distribución geográfica que van de la mano de cambios ambientales y climáticos”, dice Toriño. “Este es un registro de una especie que no vive actualmente en Uruguay, pero que ahora sabemos que vivía aquí hace poco más de 20.000 años. Eso tiene algunas connotaciones interesantes, porque en sí Chaetophractus villosus es un indicador climático ambiental, y al aplicarlo en este caso podemos reconstruir un poco el ambiente del pasado de Uruguay”, agrega.

No hace mucho, al menos para la paleontología, que estas tierras dejaron de ser frías y más áridas. “Entre 6.000 y 5.000 años atrás ya tenemos un clima mucho más parecido al que tenemos actualmente. O al que teníamos unos años atrás, hasta que se empezó a descontrolar la cosa”, explica Montenegro. Pero volvamos a cuando el peludo grande aún retozaba en estas praderas más secas y frías.

Como en un recital de heavy metal

La presencia de Chaetophractus confirma que este peludo grande estaba en lo que hoy es Uruguay y que hoy no está. El peludo que aún está con nosotros, Euphractus sexcinctus, también anda por aquí. Pero además había más peludos por la vuelta.

“En esos momentos teníamos al menos cinco especies de mulitas en distintas partes de Uruguay, algunas coexistiendo en los mismos espacios. Teníamos mulitas, teníamos tatúes, teníamos este peludo, estaba Propraopus, que era un armadillo de gran tamaño, Euctatus, también de gran tamaño. Estaba también Pampatherium, que es más grande que esos todavía. Había una diversidad de armadillos mucho más grande que la que tenemos hoy”, dice Montenegro. “Muy probablemente la gran mayoría de estos armadillos tenían pelos. Las mulitas tienden a tener un recubrimiento de pelo también, aunque no son súper peludas como un tatú peludo”, señala.

Casi tan pocos como peludos

“Es muy poca la gente que se dedica a estudiar actualmente xenartros, no hay muchos grupos”, lamenta Montenegro. “En Uruguay no hay ninguno. Se han hecho trabajos individuales de biogeografía. Enrique González del Museo Nacional de Historia Natural es quien ha trabajado con este grupo durante más tiempo, pero no hay muchísima data sobre estos animales”, amplía. En Argentina y Brasil, si bien el panorama es un poquito mejor, tampoco alcanza para despejar muchas interrogantes sobre estos bichos.

“En 2013 presentamos un trabajo en el que analizamos la literatura disponible para Uruguay sobre estos animales”, cuenta Montenegro. El poster que presentaron Hugo Coitiño, Daniel Hernández y el propio Montenegro se titulaba “¿Qué sabemos sobre nuestros xenartros? Un caso de estudio en Uruguay” y abarcó 72 publicaciones de entre 1823 y 2012. “Básicamente, teníamos animales citados por primera vez para Uruguay, animales citados en listas de mamíferos, trabajos puntuales de parásitos y zoonosis, pero no teníamos casi nada de ecología ni de comportamiento”, resume Montenegro.

La conclusión del poster es clara: “Los resultados muestran que es fundamental desarrollar investigaciones a largo plazo sobre este grupo para determinar aspectos de su biología, ecología y dinámica poblacional. Esto hará importantes aportes a futuros planes de conservación de estas especies en Uruguay”. Le digo a Montenegro que eso podría aplicarse casi que a cualquier grupo de animales de Uruguay. Asiente.

“Uruguay es un país donde, a pesar de que tuvo una gran tradición de naturalistas y mastozoólogos, en un momento se abandonó un poco el trabajo del biólogo de campo y empezó a escasear. Recién ahora hay nuevas generaciones con gusto y con ganas de trabajar con mamíferos”, dice Montenegro mostrando que es posible abrigar esperanzas para el futuro. “Es increíble, porque es un terreno vastísimo para estudiar y, sin embargo, es poca la gente que lo está haciendo”, expresa.

Peludo grande en Argentina.

Foto: Huy Chi Truong (iNaturalist)

Poco es entonces lo que sabemos sobre este peludo y otros tatús y mulitas. Aun así, Toriño da un detalle interesante. “Este tatú peludo que reportamos para el Pleistoceno de Uruguay es un bicho muy hediondo. Tiene unas glándulas sebáceas a la altura del sacro en el caparazón, donde tiene como dos agujeritos, y por ahí secreta como un aceite que tiene un olor muy fuerte. Él mismo se frota contra el piso o contra árboles y se lo dispersa por el lomo, es una manera de marcar territorio y también de ahuyentar depredadores, porque es un olor penetrante muy desagradable”, describe. “Algunos gliptodontes en la parte posterior de la coraza tienen como una elevación que parece un cráter, y es una estructura muy parecida, pero en versión mucho más grande, que da a pensar que quizás algunos gliptodontes también tenían esas glándulas en la parte posterior de la coraza. Imaginate lo que podía llegar a oler un bicho de esos enormes”, dice Toriño incitándonos a hacer volar la imaginación. Así que algunos gliptodontes, además de gigantes acorazados, podrían haber sido gigantes acorazados hediondos.

“Es algo que hay que estudiar. En Uruguay hay una coraza que conserva parte de esa estructura, y en Argentina he visto otras tres o cuatro. Hay que estudiarlas desde el punto de vista anatómico, sacar muestras y analizar histológicamente cómo y de qué manera se parecen a las estructuras de las glándulas sebáceas de los armadillos actuales. Estaría bueno que alguien lo pudiera hacer. Son interrogantes que están buenas, más allá de la anatomía, empezar a escarbar en cosas que pudieran ayudar a entender desde lo comportamental qué harían algunos gliptodontes”, sigue Toriño.

“En un país donde se destinan tan pocos recursos a toda la ciencia, los que hacemos ciencia básica y que escasamente tenga alguna vez una aplicación, estamos complicados. Los paleontólogos caemos allí”, lamenta Montenegro.

El fósil del peludo grande nos habla del pasado. Pero no sólo. “Estos animales que ya no están en el país ayudan a entender los efectos que han tenido los cambios climáticos que se dieron en el Pleistoceno, en los últimos dos millones de años. Imaginate hoy en día, con un cambio climático como el que estamos generando nosotros, que es mucho más brusco en el tiempo. Mirar hacia atrás puede ayudar a prever las cosas que se nos pueden venir para la fauna y la flora”, dice Toriño. “Los paleontólogos trabajamos tratando de entender nuestro pasado, los procesos que han generado cambios y que podrían llegar a darse otra vez en un futuro”, se suma Montenegro. Si aun así no evitamos la debacle de biodiversidad que se nos avecina, seguro no podremos decir que nos cayó como peludo de regalo.

Artículo: Chaetophractus villosus (Desmarest, 1804) (Xenarthra: Euphractinae) in Uruguay (Upper Pleistocene): Taxon age, biogeography, and paleoclimatic implications”
Publicación: Journal of Mammalian Evolution (setiembre de 2022)
Autores: Daniel Perea, Pablo Toriño, Natalia Rego, Raúl Vezzosi y Felipe Montenegro.

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