Esta podría ser la historia de un largo regreso. O una historia de resistencia. En cualquier caso, es el relato de un periplo admirable de varios millones de años, una proeza si pensamos en los doscientos o trescientos mil que lleva el Homo sapiens sobre la tierra. Y como lo más intrigante de este cuento es su principio, conviene comenzar por el final.

En 1900, el historiador uruguayo Orestes Araújo aseguraba en su Diccionario geográfico del Uruguay que “el oso hormiguero chico o tamanduá (Tamandua tetradactyla), de cuero muy apreciado, vivía en estas regiones, siendo notoria su utilidad en razón de que nutríase de insectos dañinos, especialmente hormigas, pero ha desaparecido por lo muy codiciada que es su piel”.

Cuando en 1969 Rodolfo Tálice publicó el libro Mamíferos autóctonos, de la serie Nuestra tierra, aseguró que Araújo había sido demasiado categórico, porque “los pequeños niños de principios de siglo (XX) pudieron contemplar un ejemplar vivo en el zoológico de Montevideo”. “¿Era autóctono?”, se preguntaba. Él, sin embargo, no dudaba en colocarlo también en el capítulo de mamíferos extintos del país y recordaba que ya en 1935 el zoólogo Garibaldi Devincenzi anunciaba que estaba pronto a desaparecer.

Hasta entonces no existía ningún registro formal de esta especie para Uruguay y ni siquiera podíamos asegurar que hubiera recorrido estas tierras. Era como un fantasma de nuestros bosques, una presencia puesta en duda en casi todos los reportes zoológicos de la época. Tres años después, sin embargo, se produjo la confirmación de la especie para Uruguay, gracias a un ejemplar capturado en Puntas de Sierra de Carpintería (Cerro Largo) y reportado por Alfredo Ximénez.

Aunque estos antecedentes nos hagan pensar que la relación del oso hormiguero chico con estas tierras, límite sur de su distribución actual, es un tanto frágil, un reciente estudio sugiere que nuestra región pudo ser más importante de lo que creíamos para el éxito y diversificación de la especie.

Sobreviviendo

Hoy en día, el tamanduá suele aparecer en las noticias como un protagonista de hechos curiosos o como una anomalía en nuestro paisaje. Se lo encontró en el fondo de una casa en Melo, en una playa de La Pedrera y hasta llegó a ocupar brevemente el calabozo de una seccional policial, como ocurrió hace unos años en Sequeira (Artigas). Tiene, sin embargo, problemas muy reales que hay que atender: está bajo amenaza en Uruguay por la desaparición y modificación de su hábitat (bosques nativos), la presencia ubicua de los perros en el territorio nacional y los atropellamientos de vehículos, pero aún así ha demostrado una resiliencia admirable. El tamanduá es en realidad un mamífero antiguo y resistente.

Como ocurre con muchos de nosotros, para entender bien al tamanduá primero hay que conocer a su familia. Es parte del superorden de los xenartros, considerados los más antiguos de los mamíferos placentarios, entre los que se encuentran armadillos, perezosos y osos hormigueros. Son animales esencialmente sudamericanos, que surgieron hace unos 65 millones de años y se diversificaron desde entonces, especialmente durante el aislamiento del continente. El nombre significa “articulaciones extrañas”, en alusión a las articulaciones adicionales que este grupo tiene entre sus vértebras en la zona lumbar.

Solía ser una familia mucho más numerosa, pero los procesos de extinción (especialmente el de finales del Pleistoceno, hace 11.000 años aproximadamente) dejaron sólo algunas decenas de especies presentes.

El tamanduá no sólo resistió al evento que se llevó a sus parientes más grandes, como los gliptodontes o los perezosos gigantes. También supo sobrevivir al Gran Intercambio Americano, el fenómeno de emigración de especies entre los continentes americanos que se produjo hace unos tres millones de años, gracias al surgimiento del istmo de Panamá. Llegaron muchos depredadores nuevos al sur, incluyendo pumas y tigres dientes de sable, pero el oso hormiguero chico permaneció. No sólo eso. Se expandió por el continente con éxito y hoy en día las dos especies de tamanduá reconocidas (Tamandua tetradactyla y Tamandua mexicana) pueden hallarse en una amplia zona de distribución que va desde México a Uruguay.

Nada mal para un animal que lleva ya entre 9 y 12 millones de años de carrera en el planeta, desde que sus ancestros divergieron del antepasado en común que tiene con el actual oso hormiguero grande (Myrmecophaga tridactyla). Si quisiéramos ubicarlo con más precisión en el árbol de la vida, debemos aclarar que se encuentra dentro del suborden de los Vermilingua, que significa “lengua en forma de gusano”, junto a su ya mencionado primo mayor y también junto al oso hormiguero pigmeo (Cyclopes didactylus). Para que esta historia se ponga interesante, sin embargo, hay que avanzar algunos millones de años, que es lo que nos permite un nuevo estudio genético.

Analizar la piel del oso

Un estudio desarrollado por investigadores de la Pontificia Universidad Javeriana y la Universidad del Valle, ambas de Colombia, la Escuela Politécnica Nacional y el Instituto Nacional de Biodiversidad, ambos de Ecuador, y la Universidad de Minnesota Crookston, de Estados Unidos, secuenció los genomas mitocondriales completos (que se transmiten sólo por vía materna) de las dos especies de tamanduá y del oso hormiguero grande.

Sus resultados arrojan varios datos interesantes y con especial interés para Uruguay, o al menos para quienes estén interesados en conocer quiénes habitaban estas tierras muchísimo antes de que tuvieran nombre.

Los investigadores obtuvieron muestras de piel, pelos y músculos de 74 ejemplares de tamanduá y 41 de oso hormiguero. En el caso del tamanduá, el animal en el que nos centraremos en estas páginas, se muestrearon especímenes de diez países latinoamericanos, incluyendo Uruguay.

Más precisamente, fueron dos los tamanduá uruguayos que donaron involuntariamente su ADN: uno de Cerro Largo y otro de Treinta y Tres. El autor principal del trabajo, el biólogo español Manuel Ruiz-García (radicado en Colombia), coordinador de la Unidad de Genética de la Universidad Javierana, explicó a la diaria que las muestras uruguayas las obtuvo en realidad en Argentina, en un viaje realizado hace ya casi diez años. Un ganadero que guardaba una piel de tamanduá que había conseguido en Cerro Largo, en una zona cercana a Melo, y otra originaria de Treinta y Tres, le permitió tomar las muestras.

“Los trocitos de pieles funcionaron bien para obtener ADN de buena calidad. Pero el aspecto interesante son los resultados que ofrecieron”, señaló el investigador.

Se detectaron en los tamanduá de Sudamérica y Centroamérica tres diferentes haplogrupos (es decir, grupos de haplotipos, que son variaciones del ADN que suelen heredarse juntas). No es eso lo más interesante en sí, sino la historia genética que esos haplotipos cuentan sobre los osos hormigueros chicos.

“Los linajes mitocondriales de los ejemplares uruguayos resultaron ser los más divergentes, y presuntamente los más antiguos, de todos los tamanduá que analizamos en Sudamérica y Centroamérica”, indicó Ruiz-García. “Esto nos llevó a postular que el ancestro del actual tamanduá pudo originarse en la zona de Sudamérica donde actualmente está ubicado Uruguay, o lo podría haber hecho en la zona atlántica del actual Brasil, pero de allí no tuvimos ninguna muestra. Posteriormente, desde esas zonas, la especie fue colonizando la zona oeste del continente y fue ascendiendo hacia el norte hasta finalmente colonizar Centroamérica”, agregó.

De acuerdo a esta hipótesis, esta incursión de sur a norte hecha por los tamanduá que vivían en nuestras tierras fue dando origen a los tres haplogrupos (THI, THII y THIII) bien diferenciados que los análisis genéticos encontraron en los animales actuales. O al menos en la versión simplificada de la historia, ya que estos haplogrupos se superponen geográficamente en algunas zonas debido a las expansiones y recolonizaciones de territorios por parte de las distintas poblaciones de la especie.

No es la única conclusión reveladora del trabajo. Ruiz-García y sus colegas postulan también que existe una sola especie de tamanduá (Tamandua tetradactyla). Pese a que se considera actualmente que hay dos especies con base en algunas diferencias morfológicas, como la presencia de un “chaleco” de pelaje negro entero en Tamandua mexicana, los resultados moleculares revelaron que no están diferenciadas genéticamente. “No existen dentro del árbol genético dos grupos diferenciados con ejemplares con las características físicas de una y otra especie, sino que están entremezclados en los tres haplogrupos.Por lo tanto, consideramos que a nivel molecular no deberían diferenciarse dos especies”, explicó.

Tamanduá en Quebrada de los Cuervos, Treinta y Tres.
Foto: cámara trampa de Ramiro Pereira

Tamanduá en Quebrada de los Cuervos, Treinta y Tres. Foto: cámara trampa de Ramiro Pereira

El éxodo charrúa

La genética no sólo nos ayuda a viajar con los tamanduá en el paisaje, sino también en el tiempo. De acuerdo a las estimaciones moleculares que hicieron los investigadores, usando dos técnicas distintas, esta diversificación de los osos hormigueros chicos ocurrió entre 1,6 millones y 3,5 millones de años atrás, aproximadamente, a medida que se expandían de sur a norte.

El proceso coincide con la transición entre finales del Plioceno e inicios de Pleistoceno, que comenzó hace poco más de dos millones y medio de años. Hace unos tres millones de años se produjo el cierre definitivo del istmo de Panamá, que tuvo un gran impacto climático al desviar las corrientes del Atlántico y el Pacífico. “Pasamos a tener un clima más frío y seco. Al haber menos lluvia se fragmentaron los bosques y comenzaron a aparecer zonas de sabanas donde anteriormente había distintos tipos de bosques. Esto coincide con los haplotipos más antiguos que aparecen en territorio uruguayo”, señaló Ruiz-García. Como bien aclara el trabajo, la principal causa de la diversificación del tamanduá no fue un cambio geográfico sino climático.

“El Pleistoceno se caracterizó además por la alternancia de períodos glaciares e interglaciares. En estos últimos volvía a aumentar la temperatura, se fundían los casquetes de los glaciares, había más agua, aumentaban las lluvias y los bosques fragmentados volvían a unirse. Esos períodos interglaciares explican probablemente la expansión de los tamanduá. Ayudó a que los linajes de hembras pudieran ir colonizando cada vez más las partes norteñas del continente”, agregó. Del mismo modo, los períodos glaciares colaboraban en la separación de las poblaciones, dando lugar a una mayor diferenciación genética.

Gracias a la aplicación de dos técnicas de análisis genético, los investigadores también determinaron los momentos de mayor expansión de las poblaciones femeninas de tamanduá (recordemos que este análisis sólo se puede aplicar a hembras porque el ADN mitocondrial es transmitido por línea materna). Las dos técnicas usadas dieron como resultado que hubo una fuerte expansión en un período ocurrido entre 400.000 y 250.000 años atrás. Esto coincide con la fase interglacial del Pleistoceno conocida como el Bonaerense, caracterizada por un ambiente más cálido y húmedo, y un clima más estable en general. “Los tamanduá que habían empezado a colonizar desde el sur, desde entonces, probablemente pudieron avanzar mucho más rápidamente”, contó el investigador. Ese período, datado entre 500.000 a 130.000 años atrás, “está caracterizado por un incremento notable de la fauna consumidora de vegetales típicos de los bosques”, remarcó.

La carrera del tamanduá pudo haber llegado, sin embargo, a su fin hace no tanto. Los estudios muestran también un fuerte declive en la población entre 10.000 y 20.000 años atrás, lo que coincide justamente con el período de extinción de finales del Pleistoceno ya mencionado, que afectó especialmente a la megafauna sudamericana, como los perezosos gigantes, gliptodontes y tigres dientes de sable.

Si nos basamos entonces en los resultados de este trabajo y en los reportes uruguayos de las últimas décadas, parecería que el tamanduá estuviera volviendo a su lugar de origen después de millones de años. Sin embargo, antes de acuñar monedas con la imagen del oso hormiguero chico o de que Ruben Rada lo incluya entre las tradiciones que hacen grande a nuestro país, como bizcochear o chistarle al guarda, algunos investigadores uruguayos piden cautela.

Muestra y demuestra

La bióloga Susana González, responsable del Departamento de Biodiversidad y Genética del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), cree que cuando se encuentran “este tipo de diferencias tan marcadas, taxonómicamente relevantes y que indicarían que el centro de origen de este género fue en el sur, es necesario tener el voucher, es decir los ejemplares de referencia claramente identificados, para descartar problemas técnicos, como es la contaminación, que pueden ocurrir en laboratorios de biología molecular”. Dicho en criollo, que los ejemplares uruguayos den resultados tan distintos a los demás puede deberse a algún error en los análisis.

En la misma línea, la bióloga Nadia Bou, también del Departamento de Biodiversidad y Genética del IIBCE, resaltó que si bien el trabajo postula los haplotipos uruguayos como los más ancestrales, “hay que corroborar que efectivamente las muestras sean de aquí y tener otras referencias de la región”. Dicho en criollo, no puede asegurarse con certeza absoluta que los ejemplares que el ganadero argentino dijo provenían de Uruguay efectivamente fueran de aquí.

Ruiz-García defiende los buenos resultados obtenidos en los análisis de ADN y asegura que este cuestionamiento no corre para muestras como las de su trabajo. “Si hubiéramos hecho el trabajo con animales o muestras de museo, obviamente tendríamos un voucher. Pero cuando se trabaja con excrementos o trozos de pequeñas pieles o pelos de animales, es algo que no se puede tener. Nosotros hicimos un trabajo con más de 200 jaguares, por ejemplo, pero son ejemplares que fueron muestreados en la naturaleza, a partir de fecas o pelos o pieles de animales cazados por indígenas en la selva. Hay casos en los que no se dispone del cuerpo entero del animal, eso depende con qué organismo y con qué tipo de muestras trabajes”, precisó.

“El voucher no es el excremento o el animal atropellado, sino el animal de referencia, que siempre sabemos de dónde es. Cuando uno obtiene resultados tan distintos, como este, siempre se puede comparar con las referencias”, argumentó González.

La bióloga también recordó que en ciencia “los resultados tienen que ser repetibles para que sean confiables, y por este motivo sería necesario repetir el estudio con los ejemplares de referencia, así como con otras muestras del sur de Sudamérica (por ejemplo, aumentar el número de muestras de Uruguay e incorporar muestras de Brasil) para poder confirmar estos hallazgos sorprendentes”.

“Claro que es así”, respondió Ruiz-García. “En ciencia todo tiene que poder ser repetible una y otra vez, para comprobar que los resultados son consistentes. Todos los trabajos deberían ser replicados, no sólo este, pero es un comentario generalista que no tiene una aplicabilidad exclusiva para el trabajo de los osos hormigueros”, replicó.

El sur también existe

A González y a Bou también les resulta raro que se postule el sur como centro de origen de una especie, cuando por lo general la radiación de especies de la región se propone desde la Amazonia hacia el sur. El trabajo de Ruiz-García recuerda efectivamente que estudios anteriores, como el de la brasileña Camila Clozato, proponen la Amazonia como centro de diversificación del tamanduá, pero aclara que se debe a que no analizó muestras por fuera de Brasil, pese a que la distribución de la especie es considerablemente más amplia.

“No veo por qué la sorpresa”, respondió. “Ya hay otras especies de mamíferos cuyo centro de radiación ha sido el sur de Sudamérica y que han migrado al norte del continente, colonizando incluso parte de Centroamérica. Se demostró mediante técnicas moleculares que los monos capuchinos robustos (género Sapajus), por ejemplo, se originaron en la mata atlántica brasileña y de ahí sus ancestros pasaron hacia el Chaco paraguayo, fueron subiendo por lo que hoy es Bolivia, Perú, Ecuador, hasta Colombia, e invadieron las selvas amazónicas de esos países”, agregó.

“Lo que estamos viendo con los tamanduá parece algo muy similar, donde la evidencia es que los haplotipos más antiguos parecen situarse al este del continente, en este caso Uruguay, pero es posible que el origen sea también la mata atlántica brasileña. Ahora, dentro de lo muestreado, los uruguayos son los más antiguos. No me parece especialmente increíble que los ancestros de algunas formas de la fauna mastozoológica del neotrópico de Sudamérica se hayan generado al sur y hayan migrado al norte”, agregó.

Es allí donde ambos especialistas en genética coinciden: lo mejor para enriquecer esta discusión –o al menos tener más elementos– es seguir investigando y analizar nuevas muestras. Ruiz-García y sus colegas aseguran en las conclusiones del trabajo que es necesario hacer análisis de genomas nucleares para complementar estos resultados, y que se debe incluir muestras de otras áreas geográficas, especialmente Brasil. Para González, además de tener otras referencias de nuestro país, sería interesante el aporte de un colaborador brasileño que pueda justamente sumar análisis de ejemplares del sur de ese país y de la mata atlántica.

Hasta entonces, deberemos considerar al oso hormiguero chico como el tamanduá de Schrödinger: es uruguayo y no es uruguayo al mismo tiempo. Por lo pronto, la sola duda es un motivo adicional a los muchos que hay para garantizar al tamanduá el hábitat suficiente y adecuado en nuestro territorio. Si hacen falta otras razones, pensemos que quizá está reclamando la tierra de la que provienen sus ancestros.

Artículo: “Comparative mitogenome phylogeography of two anteater genera (Tamandua and Myrmecophaga; Myrmecophagidae, Xenarthra): Evidence of discrepant evolutionary traits”
Publicación: Zoological Research (2021)
Autores: Manuel Ruiz-García, Daniel Pinilla-Beltrán, Oscar Murillo-García, Christian Miguel Pinto, Jorge Brito, Joseph Mark Shostell.