Paleontólogos de Facultad de Ciencias recuperaron, tras cinco años de excavaciones, el cráneo casi completo de un individuo. Este hallazgo, junto a otros fósiles, permite realizar una descripción hasta ahora inexistente de la anatomía de los celacantos del género Mawsonia de Sudamérica y África.
El mundo es extraño, lo cual es una fascinante cualidad para seres que tienen un sistema nervioso muy desarrollado, con una natural inclinación por la curiosidad, las narraciones y la búsqueda de patrones. Ese mundo raro, desde 1992, cuenta con el Campeonato Mundial de Puzzle organizado por la Federación Mundial de Puzzle que, a su vez, está hoy integrada por 34 países. El último campeón mundial ‒de 2019, porque en este 2020 la covid-19 no permitió que hubiera torneo‒ es el joven alemán Philipp Weiss. Sin desmerecer el talento de Weiss, si la Federación Mundial de Puzzle conociera a Pablo Toriño, del Departamento de Paleontología de Vertebrados de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, le darían el título de campeón indiscutido de todos los tiempos.
Viendo las cajas y cajas con fósiles de celacantos, unos peces que se originaron hace 400 millones de años y que, tras creerse extintos, asombraron al mundo al ser descubiertos vivitos y nadando en África en 1938, es evidente que el paleontólogo Toriño es un tipo ordenado y meticuloso. Pero recién cuando abre las cajas y muestra los fósiles de 150 millones de años que ha colectado, junto a sus colegas Daniel Perea y Matías Soto, se hace evidente que Weiss no tiene ninguna chance de disputarle el título. Los distintos fósiles, de un blanco ceniza, parecen piezas de tamaño considerable. Pero al acercase se aprecia que cada uno de ellos está formado por pequeños fragmentos que Toriño extrajo de la Cantera Bidegain y que luego, con paciencia, conocimiento y auxilio de lupas, fue pegando y uniendo entre sí. Hay fragmentos grandes, del tamaño de un dedo, o de una uña. Otros son tan minúsculos que él los llama miguitas. Las grietas que surcan cada fósil no hacen más que confirmar que Pablo Toriño es un armador de paleopuzles. Perdón, es el armador de paleopuzles.
Toda esta introducción tiene un sentido: sin ese trabajo extraordinario de Toriño jamás se hubiera publicado el artículo “Nuevos hallazgos del celacanto Mawsonia del Jurásico tardío-Cretácico temprano de Uruguay: nuevas consideraciones anatómicas y taxonómicas y una diagnosis modificada para el género”, que recientemente vio la luz en la revista Journal of South American Earth Sciences.
No se trata de un paper cualquiera, el trabajo de Daniel Perea y Matías Soto en la Formación Tacuarembó, que permitió dar con los primeros restos de celacantos de Uruguay, sumado al conocimiento de estos animales de la paleoictióloga brasileña Marise Carvalho, más la tenacidad y la capacidad de Toriño para armar en una pieza coherente lo que para cualquier otro podrían ser fragmentos aislados, desembocó en un hallazgo casi sin precedentes: el cráneo casi completo de un individuo de este pez, de la especie Mawsonia gigas, que vivió hace 150 millones de años. Con esa pieza única ‒hay fósiles más completos pero, ya veremos, menos informativos‒, más otros fósiles de Tacuarembó, Toriño, Soto, Perea y Carvalho lograron conocer la anatomía de estos animales de agua dulce a un grado nunca antes alcanzado por la ciencia. Por eso hablan ya desde el título de su trabajo de una “diagnosis modificada”, no sólo para esta especie sino para el género completo Mawsonia. A Toriño le gusta pensar que su trabajo configura un atlas para reconocer la anatomía de estos peces, una referencia que ayude a otros investigadores a reconocer qué tienen en sus colecciones y yacimientos. Así es la paleontología: pintando la aldea del registro fósil de Tacuarembó, se pinta también la biodiversidad del mundo entero.
Un pez extraño
Los celacantos son peces que, sin ser llamativos o coloridos como los peces de acuario, atraen a los curiosos. Se originaron hace unos 400 millones de años, en el Devónico. Tuvieron que pasar muchísimos años para que, en 1839, el naturalista suizo Louis Agassiz diera con el fósil adecuado en Inglaterra y describiera al primer celacanto. Sus restos comenzaron a aparecer en Europa, Norteamérica, Brasil, África. En todas partes los celacantos seguían la misma regla: sus fósiles se hallaban hasta hace unos 66 millones de años, cuando termina el Cretácico. En ese entonces se extinguieron los dinosaurios y todo hacía pensar que, junto con ellos, se habían ido también estos peces que pertenecen al grupo de los sarcopterigios o peces de aletas lobuladas, dentro de los que están los celacantos y los dipnoos, los peces pulmonados.
Grande fue la sorpresa cuando en 1938 pescadores capturaron en África un pez de las profundidades que no se parecía a nada. ¡Se trataba de un celacanto! A este animal se lo bautizó con el género Latimeria, del que hoy se conocen sólo dos especies vivas en el planeta en partes del Océano Índico de África e Indonesia. “Los celacantos son el clásico ejemplo de los fósiles vivientes, porque primero se conocieron a través del registro fósil y luego vivos en la naturaleza”, dice Toriño mientras acomoda los fósiles para nuestro deleite. “En Uruguay hasta ahora hemos encontrado fósiles de celacantos en la Formación Tacuarembó, de la especie Mawsonia gigas, con unos 140 o 150 millones de años de antigüedad, y también a través de unas escamas del Pérmico que tienen unos 300 millones de años”, añade.
“Los Mawsonia y los mawsónidos, en general, fueron de los últimos celacantos hasta la desaparición del registro fósil de fines del Cretácico”, añade Toriño. “Cómo, después de más de 65 millones años de ausencia en el registro fósil, de repente aparece Latimeria nadando en el Océano Índico, es algo que todavía no nos explicamos”, confiesa. “Hay hipótesis. Podría ser un organismo relictual que tal vez se especializó en los ambientes marinos profundos y por tanto fue menos afectado por la extinción masiva del Cretácico tardío”, arroja. “Por eso estos peces son un misterio y el clásico ejemplo del fósil viviente”, señala Toriño, a quien le encantan los misterios. “Hay que seguir indagando. Yo no dudo de que en algún momento aparecerá algún fósil de celacanto que llene esa ausencia en el registro de 65 millones de años”.
Introducido el coprotagonista de esta historia, adentrémonos entonces al fascinante mundo de la pesca jurásica en Tacuarembó, departamento que además de ofrecernos fósiles de diversos dinosaurios y reptiles, también ayuda a comprender mejor a los celacantos de Sudamérica.
De mamíferos acorazados a peces desdentados
En el artículo publicado, Toriño y sus colegas comunican lo que han descubierto a partir de fósiles de celacantos encontrados mayoritariamente entre 2013 y 2017 en la cantera próxima a la Laguna de las Lavanderas, en la capital de Tacuarembó. Los sedimentos donde se encontraron pertenecen a la Formación Tacuarembó y, gracias al trabajo paleontológico de años en el lugar, se sabe que tienen unos 150 millones de años. Su trabajo, que incluye la descripción de uno de los ejemplares del género Mawsonia “anatómicamente más informativos” del mundo, arroja dos grandes resultados: describe con un detalle nunca antes alcanzado la anatomía del cráneo de estos peces y, por tanto, hace aportes para diagnosticar cuándo se está ante el fósil de un celacanto mawsónido. Consecuencia de este gran trabajo descriptivo, el artículo, además de contener valiosas fotografías de los fósiles y una reconstrucción del cráneo, propone que muchas especies de celacantos de Sudamérica, descritas a partir de registros parciales, son en realidad celacantos de la especie Mawsonia gigas, que presenta una gran variabilidad de tamaños y ornamentaciones en sus distintas etapas del ciclo vital. Por esto afirman que “se considera a Mawsonia gigas la especie mejor definida para el género y la única claramente reconocible en América del Sur”.
Tales afirmaciones no son poca cosa. Más aún si tenemos en cuenta que Toriño es un paleontólogo que hasta hace poco no trabajaba con peces. “Vengo del mundo de los mamíferos. Los gliptodontes son mi primer amor, aunque cada tanto los engañe con un pez, sigo con ellos”, bromea. ¿Pero cómo es que alguien que estudia mamíferos termina sacando un trabajo tan completo para identificar peces celacantos? “En la licenciatura trabaje con gliptodontes, y al recibirme, en 2015, Daniel Perea, mi tutor, me preguntó con qué iba a seguir durante la maestría”, recuerda. Desde 2009 Toriño acompañaba a Perea y Soto en las salidas al departamento norteño. Pero en 2015 llegó la invitación formal a sumarse al proyecto, que vino con una condición: Toriño tenía que hacer la maestría sobre algún fósil de Tacuarembó. “Contesté que me gustaría trabajar con los celacantos que estábamos colectando”, dice, y agrega que Perea y Soto le dijeron que en ese momento no tenían tantos huesos colectados como para una maestría. “Pero yo estaba confiado en que iban a aparecer más”.
Y estaba en lo cierto. Los afloramientos de la Formación Tacuarembó no dejarían de ofrendarle pequeños fragmentos y huesos enteros de fósiles de celacantos cada una de las veces en la que la visitaron entre 2013 y 2017. “Cada vez que íbamos a la cantera, ellos recorrían distintas partes, pero yo me arrodillaba siempre en el mismo lugar, en el mismo cuadrante de metro y medio cuadrado que habíamos marcado. Y en cada salida aparecían cuatro o cinco huesitos. Y en la primera salida, una vez que definí la maestría, en 2016, aparecieron como 15”.
Y esos no eran unos fósiles más. Toriño, el armador de paleopuzles, lo notó enseguida. “A ojo me di cuenta de que esos fósiles de la salida de 2016 eran contrarios a los que ya tenía en el laboratorio, es decir, del lado opuesto del cráneo. Ya había una cuestión de izquierda y derecha”, recuerda. Ahora sí tenía material suficiente como para su maestría. “La maestría terminó, pero los fósiles siguen apareciendo”, agrega Toriño.
Por una cabeza
En el trabajo, Toriño y sus colegas describen un cráneo casi completo, con más de 50 huesos, de un único individuo de celacanto Mawsonia gigas. Eso ya de por sí es algo extraordinario, porque los fósiles de celacantos no suelen aparecer asociados, sino más bien fragmentarios. Encima aquí hay otra cosa más que es rara: los fósiles de este mismo individuo fueron colectados durante cinco años de trabajo en el mismo yacimiento.
“Cuando en 2013 empezaron a aparecer los primeros huesos, cuatro o cinco juntos, eso ya era infrecuente en Tacuarembó, donde por lo general aparecen los huesos sueltos”, dice Toriño. “Entonces empecé a insistirle a Soto y Perea con que tal vez allí tuviéramos un bicho. En 2013 hicimos dos colectas. Y cuando terminamos la segunda parecía que no había más nada. Cuando volvimos en 2014 apareció un solo hueso más, que podría ser, o no del mismo celacanto. Volvimos en 2015; más huesos. En 2016 fue el boom, porque encontramos el mayor cúmulo de fósiles”, rememora.
Aquí cabe aclarar que si bien Toriño excavó y sacó los materiales del sedimento, tuvo un gran aliado: la erosión, entre salida y salida, iba atacando la barranca y exponiendo los fósiles que luego el paleontólogo extraía con cuidado. “La erosión te ayuda porque va comiendo la barranca en un proceso natural que no es tan estresante como usar una piqueta y un marrón, porque así podés romper muchos materiales”, comenta Toriño. “Entonces a veces no está mal dejar pasar un tiempo. Quizás en algunos casos dejamos pasar mucho, pero eso depende de la disponibilidad de logística”, reflexiona. “Tuvimos muchísima suerte, porque este individuo podría haberse perdido. Llegamos en el momento de la fruta madura que está a punto de caerse del árbol”.
Los fósiles de celacanto de la cantera que afloraron en la superficie de la barranca debido a la acción de la erosión son materiales extremadamente delicados. “Así como el hueso aparece, lo perdés. Aguantó 150 millones de años porque estaba preservado, enterrado. Pero una vez que aflora en superficie, el hueso ya está todo fracturado. Incluso decimos que durante la preservación estos fósiles sufrieron mucha presión, y después de la descompresión, se distienden y se fracturan”, explica haciendo evidente por qué es necesaria la tarea de rearmar cada fósil a partir de pedacitos.
En el artículo dejan constancia de que a los cinco años de salidas de campo con varias campañas de recolección, habría que sumar otros dos años de tiempo de trabajo en el laboratorio que se dio en paralelo. Y allí, con los materiales bajo la lupa, Toriño se convenció de que lo hallado no pertenecía a distintos celacantos, sino al mismo individuo. Cosas que le pasan a un armador de paleopuzles.
“En el laboratorio, a medida que iba aprendiendo sobre anatomía, iba viendo que tenía huesos de ambos lados del rostro y que eran iguales. Mismo tamaño, misma ornamentación. Y ahí, en 2016 empezó a cerrar la hipótesis de que esos fósiles eran todos de un mismo individuo”, confiesa el paleontólogo, quien ya tenía la sospecha desde las colectas de 2013-2015. “Pero una cosa es una sospecha y otra es poder confirmarla. En la colecta de 2016, la primera que hice ya en la maestría, aparecieron como 15 huesos juntos. Y mientras los estaba colectando, ya sabía lo que eran, no como antes que colectaba a ciegas, con mucho cuidado, pero sin entender qué huesos eran. Las colectas de 2016 fueron mágicas, porque ahí salieron más de la mitad de los fósiles del bicho”, explica. “Y ese año, en el laboratorio, fue que vimos que teníamos una cabeza, un animal entero. Pero esa era una hipótesis de trabajo. ¿Puedo estar 100% seguro de que es un individuo entero? No, pero tenía todos los argumentos a la vista que me decían que se trataba de un mismo individuo”.
Encontrar en un mismo lugar, a escasos centímetros, los huesos del lado derecho e izquierdo de una mandíbula ya es un indicio. Si luego ambos huesos de ambos lados miden exactamente lo mismo, la sospecha ya se hace más sólida. Si luego las ornamentaciones ‒canales, figuras que se hacen en distintos huesos formando patrones únicos‒ de ambos lados coinciden, las probabilidades de que dos celacantos distintos se hayan fosilizado en el mismo lugar y presentando tamaños y patrones ornamentales idénticos requeriría una explicación más compleja que concluir que todos los huesos pertenecen al mismo animal.
Convencerse de que tenían un cráneo completo de un único individuo de celacanto era importante y tenía grandes consecuencias. “Sentí que podía pararme en estos fósiles y decir que la cabeza de Mawsonia era así”, sostiene Toriño. “Tenía un individuo con muchos huesos, no era que tenía huesos sueltos y que luego me imaginaba cómo sería el resto de cráneo. Con este material podemos decir que así era la cabeza de este celacanto. Eso es una responsabilidad enorme también, porque significa que tenés que leer mucho y comparar mucho para poder decirlo con autoridad. Probablemente había muchos huesos de Mawsonia que antes de este trabajo no se sabía cómo eran, o se conocían incompletos, sobre todo de la mandíbula y del aparato branquial, que son huesos muy delicados”, explica.
“Después me propuse reconstruir gráficamente esa cabeza, porque una cosa es que yo me la imagine y otra es poder mostrársela al lector. El primer intento fue la reconstrucción bidimensional que se hizo con fotografías que acompañan al paper”, dice. Esa es una de las imágenes que ilustran esta nota. Toriño, el armador de paleopuzles, nos regala entonces el cráneo completo de este celacanto que nadaba en los ríos de agua dulce de Tacuarembó entre hace 150 y 140 millones de años. La ciencia narra el mundo en que vivimos. Y con Toriño, también lo ilustra. Pero no paró allí: luego armó un paleopuzle tridimensional que será motivo de otro trabajo científico. Tendremos que tener paciencia. Pero si una foto en dos dimensiones se hizo esperar 150 millones de años, seis u ocho meses de espera seguro se pasarán volando. Sólo digamos que con esa reconstrucción 3D Toriño logró que otros vieran lo que él veía en su cabeza.
El cráneo reconstruido del celacanto de Tacuarembó ronda los 40 centímetros. “Nosotros estimamos que este ejemplar mediría unos 1,20 metros. Es un pez grande, un metro y algo es un pez cojonudo de grande”, dice sobre este pez que habría sido el sueño del pescador jurásico tacuaremboense. Pero cuando me muestra el fósil del cleitro ‒hueso que separa la cabeza del cuerpo del celacanto‒ de otro ejemplar, me doy cuenta de que estoy ante un gigante que supera los dos metros con facilidad.
La piedra de Rosseta para los celacantos sudamericanos
“Este no es el fósil de Mawsonia más competo del mundo. Pero sí es el que da más información. Eso puede sonar contradictorio”, dispara. “No tenemos el esqueleto completo del cuerpo, tenemos básicamente la cabeza, algo de la pelvis y algunos huesos más. Luego explica que con los Mawsonia o bien se encuentran huesos sueltos o, como pasa en algunas partes de Brasil, se encuentran en concreciones de carbonato, que son como rocas redondas que al quebrarlas se parten naturalmente por el fósil que tienen adentro. “Eso es fantástico, pero sólo tenés una imagen bidimensional, ves un corte del pez, pero no podés acceder a los huesos que están por detrás de ese corte”, explica.
“Nosotros lo que tenemos es un registro tridimensional, porque logramos sacar los huesos del sedimento, y entonces cada hueso se puede tomar y ver en tres dimensiones. Eso te da mucha más información que tener el bicho en la roca, aplastado y en dos dimensiones. Por eso decimos que es uno de los fósiles más informativos en el mundo y nos permite mejorar la diagnosis de Mawsonia, es decir, el listado de las características que definen qué es un celacanto de género Mawsonia”, argumenta Toriño. “En el artículo describimos cada hueso armando como una receta. Un Mawsonia es un pez que tiene esto, esto y esto. Eso es lo que llamamos la diagnosis, y permite que mañana otro investigador compare esta descripción con los fósiles que tiene y pueda saber si está ante un Mawsonia y si es o no de la especie gigas”.
En este sentido, el trabajo da un paso más. Además de describir el cráneo completo de un individuo, también describe y reporta otros fósiles de celacanto de la Formación Tacuarembó. Esa variabilidad en fósiles de distintos celacantos cuyas características coinciden con esa descripción exhaustiva que pudieron hacer a partir de ese fósil muy informativo les permite proponer que los Mawsonia de Sudamérica pertenecían todos a la especie gigas. De cierta manera, el trabajo reporta que hay especies de celacantos descritas que en realidad serían todas Mawsonia gigas.
“Es una hipótesis de trabajo. En ciencia todo es provisorio. No somos los primeros en proponer que Mawsonia gigas es la única especie de Sudamérica. El tema está en discusión porque hay grupos que siguen proponiendo que hay varias especies y no vamos a llegar a un acuerdo, ni siquiera con este trabajo. La historia no se termina cuando publicás algo, sino que ahí recién empieza”, dice.
“Pero más importante que lo que nosotros proponemos es la discusión que se desata a partir de lo que decimos. Porque eso es lo que te desafía, esa pica de proponer determinada cosa con determinados argumentos que incitan a una contestación. Y si el otro tiene buenos argumentos, uno sigue avanzando. A mí me gusta más eso, el debate a través de papers, de congresos y todas las modalidades de comunicación que hay en la ciencia. Eso es lo que hace crecer y desarrollar el conocimiento, más que si te quedás estancado en una sola visión. Nosotros no proponemos que lo nuestro es la palabra final, es una hipótesis de trabajo que argumentamos con trabajo comparativo con otros registros de estos peces, con otros peces y con el celacanto actual. Lo que hicimos fue comparar, comparar y comparar. Un trabajo exhaustivo de anatomía comparada pura y dura”.
Habiendo comenzado en el mundo de los celacantos en 2013, lo realizado por Toriño es asombroso: terminó publicando lo que él calificó como el atlas o la guía anatómica que le hubiera gustado encontrar cuando empezó a estudiar a estos peces raros. “Me llevó mucho más tiempo aprender de gliptodontes que el tiempo que llevo trabajando con celacantos. Y sin embargo siento que hice mucho más por los celacantos de Uruguay y de la región que lo que hice por los gliptodontes”, reconoce el paleopuzlero.
“A mí me gustaría imaginar este trabajo como si fuera un mini atlas de Mawsonia, o por lo menos del Mawsonia gigas, que le pueda servir a otros investigadores, o incluso a quienes se estén formando en el estudio de estos peces”, dice Toriño. “Cuando uno arranca a trabajar con un animal no muy estudiado, ojalá encontrara el atlas que le enseñe cómo es la anatomía, una guía que te permita comparar tus huesos con otros que se han encontrado”, agrega, y recuerda que tuvo que contentarse con 40 o 50 artículos científicos dispersos, desde el siglo XIX hasta los años 2000, que describían cosas puntuales. “Como además los registros eran fragmentarios, no había nadie que te presentara cómo era la anatomía de la cabeza del Mawsonia y cómo el esqueleto del poscráneo”.
La especie Mawsonia gigas fue descrita en 1907 por Woodward a partir de unos fósiles sueltos y algunas lajas de piedra que tenían parte de la cola, la aleta caudal y partes de cráneo. “Desde 1907 en adelante, a medida que fueron pasando las décadas, se sumaron otros hallazgos que aportaron información sobre distintos huesos. De a poco uno se va imaginando cómo es el bicho, pero no lo tenés entero, salvo en las concreciones de Brasil, donde si bien aparecen enteros sólo podés ver un corte”. Los y las siguientes Toriños del mundo tendrán el trabajo mucho más fácil gracias al artículo que publicó con sus colegas. “Me encantaría que pueda servirles a otros investigadores para entender qué es lo que encuentran”, asiente satisfecho.
Un pez que apuntala un cambio de paisaje
Este fósil tiene entre 140 y 150 millones de años. Está en el límite entre el Jurásico tardío y el Cretácico temprano. Estos celacantos eran peces de agua dulce. Pero la imagen que tenemos de Tacuarembó en el Jurásico era la de un gran desierto arenoso, con dunas y algunos cursos de agua y lagos efímeros. Pero tanto el celacanto, como otros hallazgos paleontológicos del equipo de Daniel Perea en las últimas décadas nos obligan a replantearnos ese paisaje.
“Es cierto, apuntábamos hacia un ambiente desértico. Pero la visión que tenemos de Tacuarembó fue cambiando con el correr de los años. No es el Tacuarembó que imaginábamos hace 20 o 30 años atrás, de un desierto seco. Sería más bien un desierto lleno de vida. Era un ambiente semidesértico, pero además probablemente tenía ríos. Y estos celacantos de entre uno y dos metros, y otros peces, nos dan la información de que esos ríos tenían que ser permanentes. No estamos hablando de ríos temporales, pequeños, sino de ríos de gran caudal”, sostiene Toriño.
“Eso es perfectamente compatible con lo que vemos hoy: hay algunos desiertos que tienen grandes ríos que los atraviesan y que están llenos de vida”, sigue. Pero hay más. “En otros lugares de Tacuarembó tenemos huellas de dinosaurios herbívoros enormes, porque hay huellas de un metro de diámetro en Cuchilla del Ombú. Había entonces grandes herbívoros, por lo que tenía que haber una biomasa vegetal importante y un ecosistema diverso. Y, a la vez, en ese Jurásico tardío, gracias al trabajo de Soto y Perea, compañeros de Toriño en este artículo, podemos ubicar a dos grandes dinosaurios carnívoros: el Ceratosaurus y el Torvsaurus. Estos grandes depredadores obviamente necesitaban grandes poblaciones de herbívoros... que a su vez precisaban grandes cantidades de vegetación. “Estos celacantos nos ayudan a pensar que el ambiente acuático también era diverso como para sustentar a estos individuos grandes, más allá de que encontramos celacantos pequeños también. Apoyan esa visión de un Tacuarembó mucho más lleno de vida”, afirma Pablo. Al Tacuarembó de hoy el bullicio lo trae la planta de UPM, al de hace 150 millones de años lo traen los fósiles de los paleontólogos.
Una especie, millones de años
Otra cosa importante es que en el artículo señalan que la especie Mawsonia gigas habría vivido durante los 50 millones de años que van entre el Jurásico tardío y el Cretácico tardío. “Sí, juntando todos los registros, a nivel de Gondwana, que es donde se conoce hoy que había Mawsonia, vemos que el género está presente a lo largo de 50 millones de años. Pero a su vez proponemos que Mawsonia gigas ocupó la mayor parte de ese intervalo”, afirma.
“Que una especie dure 40, casi 50 millones de años, es debatible, pero no es imposible. Y menos en los celacantos, que tienden a tener linajes largos. Hay otros investigadores que ya vienen proponiendo que los celacantos tienen una tasa evolutiva muy baja, cambian muy poco a lo largo del tiempo geológico. Entonces no es muy loco proponer que una especie tenga decenas de millones de años. Es otra hipótesis de trabajo que tiramos en la discusión con ánimo de ver qué nos contestan”, dice Toriño.
“No encontramos diferencias morfológicas significativas e importantes entre lo que nosotros tenemos acá, lo que hay en Brasil y lo que hay en África, y que se conoce como Mawsonia gigas también. En paleontología a una especie la tenés que describir por morfología, tenés que observar la anatomía sin que importe el horizonte, tenés que concentrarte en la forma. No puedes sesgarte y decir que puede tratarse de otra especie porque es muy antiguo y ponerle otro nombre por las dudas. ¿Con qué criterio haces eso?”, se ataja ante un posible reproche por tan largo período de vida para nuestro celacanto.
“A nosotros la forma nos dice que hay una variabilidad que está dentro de un continuo, no reconocemos algo que escape de ese continuo como para decir que se trata de otra especie. Nos ceñimos a lo anatómico y decimos que anatómicamente tenemos un continuo con algunas diferencias temporales, quizás, pero puede ser una “cronoespecie”, una misma especie tan longeva que va cambiando a lo largo del tiempo, pero se mantiene como una entidad”, explica. “Yo no niego que Mawsonia a lo largo de su evolución tuvo algunos cambios morfológicos. Por ejemplo, la mandíbula de nuestros celacantos del Jurásico tardío tiene algunos detalles que son novedosos y que después no se ven en los registros del Cretácico. Pero no creemos que eso dé como para decir que tenemos otra especie de Mawsonia”.
Mientras muchos paleontólogos sueñan con poder nombrar una nueva especie, Toriño está contento de ir en la dirección contraria: ceñirse a la anatomía y no andar creando especies nuevas a partir de pequeñas variaciones y registros parciales. Así que nada de andar pensando en Mawsonia uruguayensis, o ya que era un pez gigantesco que haría las delicias de cualquier pescador deportivo, Mawsonia tabarevazquezi.
“Nuevamente, es una hipótesis de trabajo, nada es definitivo. Lo que me dejaría contento es que el trabajo se prestara para discusión, ya sea que haya gente que esté de acuerdo y gente que esté en contra, pero que sirva para discutir, que sea algo útil y que se cite, y también que sirva como esa especie de atlas anatómico que ayude a otros investigadores a identificar sus propios fósiles”.
Ojalá se cumplan esas expectativas de Pablo Toriño. Para cualquiera que se fascine con la vida pasada en este planeta, su trabajo es maravilloso. Hoy vemos el cráneo reconstruido, los fósiles ensamblados con el talento de un escultor, y el celacanto y la fauna jurásica de este rincón cobra mayor vida. Gracias, campeón del armado de paleopuzles.
Artículo: “New findings of the coelacanth Mawsonia (Actinistia, Latimerioidei) from the Late Jurassic-Early Cretaceous of Uruguay: Novel anatomical and taxonomic considerations and an emended diagnosis for the genus”
Publicación: Journal of South American Earth Sciences (noviembre, 2020)
Autores: Pablo Toriño, Matías Soto, Daniel Perea, Marise Carvalho
Un problema para titular
Si bien los fósiles tacuaremboenses del Jurásico tardío que encontraron no son los más antiguos de Mawsonia gigas, sí tienen una característica particular. “En Brasil proponen que tienen Mawsonia gigas desde el Jurásico tardío, pero no dicen dentro de que piso está presente en ese período que es grande y está subdividido en horizontes. Nosotros sí lo asignamos a un horizonte exacto porque en la Formación Tacuarembó todo apunta a que es de esa antigüedad. Entonces podemos decir que tenemos uno de los registros más antiguo con certeza, porque en Brasil no tienen tan resuelta la estratigrafía. Es el registro más preciso de los más antiguos, pero no el más antiguo con 100% de certeza. Ahí depende de los paleontólogos brasileños que puedan refinar un poco su estratigrafía”, afirma Pablo.
“Sé que complica para el titular, porque no es el fósil más completo del mundo, no es el más antiguo del mundo, pero sí es un fósil que brinda un montón de información”, lamenta Toriño cuando le digo que me va dejando sin titulares. Pero al menos sí hay algo en lo que no tiene parangón: son los fósiles más australes de Mawsonia del mundo. “Si ubicamos dónde estaba Uruguay en Gondwana, que ya se estaba empezando a fragmentar en la transición entre el Jurásico y el Cretácico, es el registro más austral. Y hoy también, porque estamos más separados todavía”, reconoce. “Eso significa que se expande el rango de Mawsonia más hacia el sur de lo que se conocía. Yo sospecho que estaba más al sur todavía y que en África seguramente falta encontrarlo en más lugares, así como en el resto de América Latina. Pero hoy sólo está registrado en Brasil y Uruguay. Y en Brasil son muy poquitos los registros del Jurásico tardío, la mayoría son del Cretácico”.