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Las especies raras del Uruguay pasan más tiempo en las comisarías de pueblo que el borracho agresivo promedio. Como ejemplo emblemático tenemos el caso uno de los animales menos conocidos del país, con un solo registro oficial: el yapok o comadreja de agua (Chironectes minimus). Este animal no sólo es singular por su escasez en Uruguay. Es el único marsupial acuático del mundo ‒para lo que desarrolló patas palmeadas con membranas interdigitales y dos capas de pelaje que funcionan a modo de “traje impermeable”‒ y también el único cuyo macho tiene marsupio, que utiliza para guardar sus relativamente grandes testículos al momento de nadar. No son los únicos talentos de esta comadreja peculiar, sin embargo, como quedará demostrado en esta introducción, larga pero que aporta contexto para el verdadero protagonista de estas páginas.

Hasta la década de los 60 era impensable ni siquiera considerar a esta especie, más típica de los ambientes tropicales, presente en Uruguay. Los registros más australes del yapok se habían dado en Misiones, a 500 kilómetros al norte de Cerro Largo, por lo que ni siquiera se la consideraba integrante potencial de nuestra fauna nativa. A partir de entonces, sin embargo, se repitieron algunos reportes de avistamientos que motivaron a algunos investigadores nacionales a probar suerte en Cerro Largo. El dato más curioso, que además daría pistas decisivas para el primer registro de yapok en Uruguay, fue el relato de un maestro de Paso Centurión que logró toparse insólitamente con uno de estos animales en los años 70.

Durante una noche de pesca en una cañada, el maestro sacó de casualidad al pobre yapok con un anzuelo y, sin saber bien de qué se trataba, lo metió en un balde y decidió llevarlo a la comisaría. A la espera de que lo viera algún especialista, los policías lo guardaron en uno de los dos calabozos, que, en su calidad de tales, tenían ventanas con barrotes separados a una distancia efectiva para retener a un ser humano. No tanto a un animal pequeño como el yapok. Como el lector podrá ya suponer, cuando los policías abrieron la puerta al día siguiente descubrieron que la comadreja acuática había escapado.

Para reencontrarse con el yapok hubo que esperar hasta 1998, cuando Enrique González, encargado del Departamento de Mamíferos del Museo Nacional de Historia Natural, creyó la historia del maestro y logró capturar uno en la misma cañada, realizando el primer registro científico de la especie para Uruguay.

No es el único animal extraño con experiencia en calabozos de comisarías. Un ejemplar de tamanduá (Tamandua tetradactyla) u oso hormiguero chico, otra especie poco abundante en Uruguay, pasó una noche en la comisaría de Sequeira (Artigas) tras haber aparecido en el pueblo en pleno festejo de Carnaval. Su caso ciertamente no será el último.

Aunque resulten curiosas, estas “detenciones policiales” de algunas especies son una buena noticia para ellas y para la fauna en general, porque demuestran que las personas que las encuentran no las cazan o matan como primera reacción: después de su breve paso por las comisarías, los animales son generalmente liberados en ambientes propicios. Y eso fue efectivamente lo que pasó con el auténtico protagonista de esta historia.

No se aglomere, tatú

El 28 de marzo, cerca de las dos de la mañana, los policías Miguel Lucas y Maximiliano Insaurralde se encontraban haciendo una recorrida por la rambla de Minas cuando algo les llamó la atención. No era una aglomeración de gente en épocas de covid-19 y tampoco un criminal en fuga. Una criatura cuadrúpeda y acorazada caminaba lentamente en la zona del parque, cerca de la calle. Cuando se acercaron, descubrieron que se trataba de un armadillo de tamaño imponente. Inmediatamente se dieron cuenta de que algo raro había, porque era demasiado grande para ser un tatú (Dasypus novemcinctus) o un peludo (Euphractus sexcinctus), de presencia más común. Al percatarse de que corría peligro si lo dejaban vagabundeando tan cerca de la ciudad, decidieron llevarlo a la comisaría local.

Tatú de rabo molle en la caja de la patrulla policial.
Foto: Gentileza de Washington Hornes

Tatú de rabo molle en la caja de la patrulla policial. Foto: Gentileza de Washington Hornes

En la comisaría, aquel tatú enorme se convirtió en una sensación. Hubo una ronda de fotos y videos con él como protagonista, hasta que el encargado de turno, el cabo Washington Hornes, se percató de qué especie era y tomó una decisión. “Era la segunda vez que veía uno en mi vida: tuve la suerte de ver otro hace mucho en la zona donde me crie, cerca del pueblo Batlle y Ordóñez, en Lavalleja”, contó a la diaria.

Hornes decidió liberar al animal esa misma madrugada en los montes que hay cerca del Parque UTE, por lo que subió al tatú nuevamente a una camioneta policial y lo trasladó junto a los policías Insaurralde y Lucas al lugar que le pareció más apropiado, al menos dentro de las opciones cercanas. El animal pareció entender la situación, porque ni bien lo depositaron en el suelo se dirigió hacia los montes caminando tan mansito como en su inusual aparición en la rambla de Minas.

Pocos pero buenos

El inesperado visitante de la rambla de Minas era un tatú de rabo molle (Cabassous tatouay), la especie más grande de armadillo entre las cuatro registradas en Uruguay. A nivel mundial, sólo es superado por el enorme tatú carreta (Priodontes maximus, nombre sumamente apropiado para un gladiador romano), considerado extinto en nuestro país con base en un hallazgo realizado a principios del siglo XX.

El principal referente en armadillos en Uruguay, casualmente, es también un especialista en esto de olfatear información de animales llevados a comisarías: el ya citado Enrique González, del Museo Nacional de Historia Natural, que integra el Grupo de Especialistas en Xenartros (superorden al que pertenecen armadillos, perezosos y osos hormigueros) de la Unión internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Junto con el biólogo Juan Andrés Martínez-Lanfranco y con el apoyo del agrónomo tacuaremboense Andrés Berruti, está preparando un trabajo que actualiza la distribución del tatú de rabo molle en Uruguay e incluye el reciente hallazgo en Minas, el registro más austral de esta especie en el mundo hasta ahora.

Desde el punto de vista científico, se trata de una de las últimas especies en integrarse al elenco de mamíferos del país. Fue citado por primera vez en 1966, algo no tan extraño si uno tiene en cuenta la cantidad de especies nuevas registradas en el territorio en las últimas décadas. Como bien señala Enrique, entre mediados de los 60 y comienzos del siglo XXI, ha aparecido en promedio un mamífero nuevo para Uruguay por año, una cifra que responde al escaso número de zoólogos que han realizado investigaciones de campo con el fin de conocer nuestra fauna, señala González. Por suerte, la cantidad de investigadores con este interés –aunque aún insuficiente– ha ido aumentando en décadas recientes, lo que permite augurar nuevos descubrimientos en los próximos años. Pero antes de introducirnos en especulaciones sobre las peripecias del tatú de rabo molle en Uruguay, hagamos una breve presentación.

El tatú de rabo molle mide entre 60 y 80 centímetros de largo y puede pesar hasta 12 kilos. Es cierto, está muy lejos del tatú carreta, que pesa entre 40 y 50 kilos, pero aun así “puede llegar a ser bastante grande e impresionante; es un señor armadillo”, tal como señala Enrique González. Otra característica es la que revela su propio nombre: su rabo no es acorazado, como el de los demás armadillos, sino relativamente blando: “molle” en portugués equivale a “muelle” en castellano (blando). Su fortaleza también lo distingue. Tiene las uñas mucho más grandes y robustas que la mulita, el tatú y el peludo, esenciales para hurgar en los durísimos termiteros que guardan su comida y que resistirían la patada del zaguero más rústico de Uruguay. Sus orejas son redondeadas y cuenta con 13 bandas móviles dorsales, más que las otras especies de armadillos existentes en Uruguay.

No es una especie con una distribución amplia en el mundo. Está restringido a la mitad oriental de Paraguay, un pedacito del noreste argentino, el norte y el este uruguayos y el sureste de Brasil. Es además un animal con baja densidad de población (las hembras paren una sola cría) y sumamente especialista en su alimentación: básicamente su banquete usual consiste en hormigas. Su hábitat son los bosques nativos, aunque también se lo puede ver en los campos. Lo de “se lo puede ver” es en realidad una afirmación optimista, porque pasa casi todo el tiempo en las cuevas que fabrica usualmente cerca de algún termitero para no tener que recorrer grandes distancias. Que sea difícil de ver explica también lo poco que se sabe en realidad de su biología.

Me dicen el desaparecido

Hasta 2010 el tatú de rabo molle contaba sólo con registros en cinco localidades de Uruguay, pero este nuevo trabajo aporta varios datos sobre las aventuras del solitario Cabassous tatouay en nuestros bosques. González y Martínez-Lanfranco obtuvieron no menos de diez nuevos registros para la cuchilla de Haedo, que confirman su presencia allí. También hay un registro en el centro norte de Durazno, un caso que tuvo su repercusión porque la prensa local y nacional lo difundió masivamente como un tatú carreta muerto a manos de un productor rural, especie que como aclaramos se considera extinta en Uruguay (el tatú, no el productor). El error ni siquiera fue subsanado en la mayoría de los casos. Si uno hace hoy una rápida búsqueda en internet, se encuentra todavía con artículos de varios medios (incluyendo informativos de alcance nacional) con títulos como “Un productor rural de Durazno mató a un tatú carreta, probablemente el último de su especie en Uruguay”, “Mataron un tatú carreta de un metro de largo, una especie en extinción” o “Por desconocimiento fue ultimado un tatú carreta”. Esto quizá ayude también a ilustrar lo poco que se sabe de esta especie en el país.

Hasta ahora, el registro más al sur del tatú de rabo molle se había producido en los alrededores de Aiguá, en Maldonado, algo que cambia con el reciente e inusual registro en Minas. Según González, no hay antecedentes de la aparición de esta especie en una ciudad, aunque puede haber ocurrido sin que se produjera un registro formal. Que se lo haya encontrado prácticamente dentro de la ciudad de Minas “es llamativo”, opina el zoólogo.

El artículo que preparan González y Martínez-Lanfranco no sólo actualiza la distribución actual de la especie, sino que estima una distribución potencial por modelaje estadístico, con el objetivo adicional de tratar de establecer su estado de conservación actual. Aunque suma unos 20 registros a los cinco que había hasta 2010, y muestra un panorama de distribución en las cuchillas Grande y de Haedo (y sus estribaciones), este tatú sigue siendo una especie con hallazgos muy circunstanciales y con una densidad muy baja. Tanto es así, aclara González, que hay personas que han vivido en el campo 50 o 60 años en lugares donde hay registros sin ver jamás uno.

El tatú de rabo molle es una especie prioritaria para la conservación en Uruguay, considerada actualmente en peligro de extinción. Pese a que se sumaron varios registros y a que la evaluación aún no está finalizada, González cree que no saldrá de esa categoría, lo que obliga a reforzar las estrategias para preservarlo.

Tatú de rabo molle registrado en 2009 cerca de Aiguá.
Foto: Enrique González

Tatú de rabo molle registrado en 2009 cerca de Aiguá. Foto: Enrique González

One cellphone per hunter

Que se haya producido una buena cantidad de registros en los últimos años, entonces, nos puede llevar a la engañosa conclusión de que esta especie goza de una mejor salud en el territorio uruguayo.

González, sin embargo, no cree que el tatú de rabo molle sea ahora más abundante que antes. Aunque no puede asegurarlo, sospecha que incluso puede haber menos cantidad, debido a las distintas presiones que enfrenta en Uruguay y que no estaban presentes con la misma severidad 50 años atrás.

Entre estos factores, señala, hay que incluir la caza, la intensificación de la actividad productiva, el uso de agroquímicos y el aumento de la forestación (en este caso principalmente por la lucha contra las hormigas, la fuente de subsistencia del tatú de rabo molle, que se lleva a cabo en las primeras etapas de la plantación).

En la cantidad de registros recientes de muchas especies de fauna, incluyendo a este tatú, juegan un papel más preponderante los celulares que la abundancia de ejemplares. “99% de los cazadores hoy andan con su celular y comparten las fotos que sacan o las suben a las redes sociales”, apunta González.

Que sea una especie poco abundante en Uruguay puede deberse también a otros factores, como la especificidad de hábitat, cuestiones relativas a su dieta especializada o que su densidad poblacional sea naturalmente baja.

La pregunta que surge ante todos los trabajos que intentan evaluar el grado de conservación de una especie amenazada es, naturalmente, cómo cambiar ese estatus. “En Uruguay tenemos una cosa muy buena y una cosa muy mala”, responde Gónzalez. “La buena es la Ley de Fauna, que es muy completa y abarcativa. La mala es que no se cumple. El control y vigilancia son muy limitados; la Policía no suele actuar en temas de fauna y hay una actitud generalizada por parte de las autoridades –incluyendo las judiciales– de no hacerla cumplir, por considerar los actos de caza algo menor en relación a otras faltas y delitos, por lo que en un país así es muy difícil cambiar la situación”, se lamenta.

Y eso es consecuencia de una actitud cultural muy generalizada, agrega. Por lo tanto, otra estrategia, a la que él apunta, es la educación, información y sensibilización de la gente, algo que “poco a poco se viene dando”. “La conservación de fauna se ha incluido en programas escolares y es de esperar que esos niños y niñas en 20 años tengan otra reacción al encontrarse con uno de estos animales”, señala.

Este cambio de mentalidad, según González, va de la mano del deterioro ambiental. “No es que seamos más inteligentes o vivos que hace 50 años, sino que entonces no había los problemas ambientales, locales y globales que hay en la actualidad. Es lógico que la gente se vaya concientizando. Y cada vez hay más niños atentos a lo que uno les dice al respecto”, comenta el especialista.

Por lo tanto, la estrategia tiene que darse “en varias líneas de trabajo”. Otra, por ejemplo, es la que ofrecen las áreas protegidas, pero González cree que “por más que aumente su superficie, no van a ser suficientes per se para garantizar la presencia de las especies en el territorio”. Por eso hay que apuntar también a las áreas protegidas privadas y a la conservación fuera de las áreas protegidas, compatibilizando las actividades productivas con la conservación, señala. En suma, hay que trabajar desde lo privado y lo público a varios niveles: policía, jueces, sistema educativo, empresas, productores, gobiernos locales, academia y organizaciones de la sociedad civil. “Esto se puede extrapolar a todas las especies y no corre sólo para el tatú de rabo molle”, concluye. Es un proceso largo y difícil, pero es mejor enfrentarlo que dejar librada la suerte del Cabassous tatouay a las manos de unos pocos policías sensibilizados por la fauna local.