-El nombre del recital de poesía que darás en Montevideo, “Caminando con Antonio Machado. De los días azules al sol de la infancia”, refiere al verso que fue encontrado en el bolsillo del poeta en el momento de su muerte en su exilio francés.

-No es un recital, es una especie de concierto. Primero lo hicimos con un compositor español, David del Puerto, con mezzo soprano, soprano y voz. Luego surgió la idea de hacerlo diferente, un concierto que intercalara sólo poemas y música y a mí se me ocurrió hacer una especie de dramaturgia, de inventar a partir de lo último que escribió Machado, ese verso “estos días azules y este sol de la infancia”. Partir desde él muerto en Colliure y hacer ese viaje a la inversa que nunca pudo hacer. Aquí lo hago con Facundo Ramírez, lógicamente cambiando la música, que está más próxima a una latitud latinoamericana.

-Has hecho lecturas de poetas del ’98, del ’27 -porque leíste a Alberti y Cernuda en el homenaje a Lorca- y del ’36, para el centenario de Miguel Hernández. Las vidas de todos estos poetas fueron marcadas por la guerra civil, algunos con el exilio, otros con la muerte. Para varias generaciones de españoles que vivieron todo el franquismo, la relación con estos poetas ha sido particularmente intensa.

-Sin género de dudas. A Lorca, a Alberti, a León Felipe, los hemos leído en argentino, si eso cabe. Yo he sido vendedor clandestino de Losada en España cuando Franco y lógicamente estaban prohibidos. Son referentes, sobre todo don Antonio, para mí. Al margen de su calidad inmensa como poetas son referentes vitales. Leerlos en aquellos tiempos, no sólo era disfrutar de lo que habían escrito sino establecer un vínculo formidable con un tiempo de la España que pudo ser y no fue. Mi padre estaba en la cárcel, así que yo soy de los que perdió la guerra. Hablar de estas generaciones, del ’98, el ’27 y con quienes vienen detrás, como Celaya, como José Hierro y Blas de Otero, configura un mosaico de gente que son algo más que grandísimos poetas, son cronistas de su tiempo que a todos nos llegaban no sólo por vía de la cultura, sino que directo en vena.

-Venís del teatro y el cine. ¿Este ir tuyo ahora hacia la poesía tiene que ver con un afán de volver a la palabra libre de otros artificios?

-No me lo planteo como tal. Es más sencillo. Yo tengo una buena voz, no soy un actor del todo detestable y entonces me contratan para hacer unas cosas, entre ellas conciertos con poemas de Machado. Me encanta don Antonio, me chifla la música, he hecho zarzuela, comedia musical y entonces hago esto y luego hago esto otro. Creo que hay que ser un poco más humilde. Yo lo que pretendo con este oficio mío es divertirme. No sé si esto es arte, no sé si esto es cultura. Lo que sí sé es que es un juego maravilloso. No hay otro propósito.

-Entonces que no te vengan con rescates, ni de ponerle de nuevo una voz a unos poemas…

-No, nada de eso. Si esos poemas no están vivos, pues peor para todos nosotros. Es imposible resucitarlos a través de un recital. Convocas a un número pequeño de personas y no pasa nada. Que esto sea consecuencia de una serie de acontecimientos políticos o sociales que permiten que una sociedad sea más sensible a las finanzas o al fútbol que a la poesía… pues qué duda cabe. Si fuera posible modificar algo, entonces yo debería estar avergonzado como hombre de la cultura de que sigamos viviendo en la impunidad, en la ignominia, en la desvergüenza más absolutas. El mundo sigue siendo dirigido por los que manejan las armas y el dinero, por los que manejan las conciencias, que son los hechiceros de la tribu. De la tribu de Jehová, de Yhaveh, de Alá y de la madre que los parió. Ahora, esto que está ocurriendo en estos momentos en Madrid, que salen a decir que los políticos no sirven para nada, a mí me parece peligrosísimo, porque ya sabemos adónde lleva eso. Estábamos hablando de Machado y de lo que dijo de su tiempo. Bueno, pues, “Esa España inferior que ora y embiste/cuando se digna usar la cabeza”, sigue estando. Y sigue estando “La España de charanga y pandereta/cerrado y sacristía”.

–La derecha, que se viene con todo…

-A pasos agigantados. Ya pasó con Felipe González. El PP no ganó las elecciones entonces, las perdió el PSOE. Las perdió por corruptelas, por caer en los mismos vicios, o muy parecidos, de la derecha. Y ahora pasa exactamente igual. Y el pobre de Zapatero se ha encontrado con que han vuelto a crecer los Pirineos, ni más ni menos. Mucha de esta gente que protesta en la Puerta del Sol, de lo que se queja es que no puede pagar la letra del Audi que se compró hace tres años. Te aconsejo un libro de Vicente Verdú que se llama El capitalismo funeral, publicado hace ya dos o tres años, que lo que viene a decir es que lo que está pasando tiene responsables, qué duda cabe, más bien que es muy difícil encontrar inocentes. Centrales sindicales, partidos de izquierda, mucha gente mirando para otro lado, cuando se sabía que esto era la consecuencia de una especulación tras otra, de un fraude tras otro y que un día u otro esto iba a saltar y el peaje lo iban a pagar los de siempre.

-El tema de la izquierda comportándose como la derecha es algo que se está discutiendo ahora mismo en Uruguay, no con el tema económico, que ya ni se discute, sino con las violaciones a los derechos humanos. Hay una ley en vigor que ampara a los militares que torturaron y mataron durante la dictadura. La izquierda, teniendo la oportunidad de derogarla no lo ha hecho. Sin pretender que te pronuncies sobre el caso uruguayo quería preguntarte específicamente sobre el caso español. Porque volviendo a los poetas, en febrero de este año los familiares de Miguel Hernández pidieron que se anulara su sentencia a muerte y el Tribunal Supremo rechazó el recurso.

-Bueno, es que ahí está la Ley de Memoria Histórica todavía colgando y está Garzón procesado por tratar de investigar qué es de los ciento y pico de mil muertos que andan todavía tirados por las cunetas. La imposibilidad de colocar en un terreno de justicia, de restitución del honor y la dignidad a los muertos aquéllos. Y fíjate tú que todo lo que está pasando ahora en la Puerta del Sol aleja todo aquello, aunque a mí no me lo haga olvidar. Pero aunque yo si estuviera en Madrid estaría probablemente en la plaza, resulta una paradoja brutal, porque en la negación de los partidos políticos están coincidiendo con la extrema derecha. Estas manifestaciones, si no tienen una posibilidad de capitalización en lo político, lo más probable es que abran las puertas a los salvadores de la patria. Pero, vamos, que los políticos no bajan de naves espaciales, salen de ese mismo pueblo. Cuando una sociedad genera una clase política determinada, lo primero que tiene que hacer la sociedad es pensar qué coño le pasa. Así que volviendo al principio: ya sé que el recital a Machado no va a hacer que se vendan más libros de Machado. Ya tengo muchos años como para creer eso, pero de todas maneras seguiré recitando a Machado y yendo a la manifestación por Garzón, pero sabiendo cuál es el alcance.

-A pesar de tu larga carrera todavía se te asocia mucho con los papeles que representaste en los años de la transición, los de Solos en la madrugada, de 1978, y Asignatura pendiente, de 1977. ¿Cuál ha sido tu relación con esa imagen icónica que se te ha quedado de alguna manera pegada?

-Yo estoy encantado. Nos pilló en una edad perfecta para hacernos cargo de nuestras vidas y nuestros trabajos y contribuir a apuntalar a la democracia. Eran los días del esplendor en la hierba, al menos en apariencia, porque por debajo… Mira, te recomiendo un libro de Javier Cercas sobre la trama civil del 23-F en España [posiblemente la novela Anatomía de un instante, que analiza el fallido golpe de estado de 1981], que está todavía por descubrirse. Muchos de los que estaban allí en el Congreso estaban de acuerdo con que Tejero lo asaltara. Pero a nosotros aquellas películas nos dieron la oportunidad de contarnos a nosotros mismos. Yo tuve la suerte de ser una correa transmisora, en las películas de Garci, Pedro Olea, Gonzalo Suárez, Eloy de la Iglesia… Ahora, ya lo he dicho muchas veces, sobre el fenómeno de Solos en la madrugada, que me parece una película formidable y me ha abierto las puertas aquí en la Argentina, como diagnóstico político es siniestro. Que el pueblo argentino sea tan sensible a un discurso doméstico, hecho de lugares comunes, con un poco de autoayuda, un poco de Jesucristo, otro poco de Freud, que produzca este efecto, que todavía me dicen “no estamos solos”. Nunca se dice “no estamos solos” en la película…

-Eso lo decía Mario Sapag, un cómico argentino que te imitaba.

-Es políticamente preocupante y lo he hecho saber. Ésta es la crónica de un pobre diablo que trabaja en una emisora de radio y ésa era la intención de Garci y de Sinde. Los que salíamos del franquismo, que ni follábamos, ni teníamos ni puta idea de nuestra relación con los hijos y menos con el vecino de enfrente. Entonces este tipo balbucea, ordena, al final de la película. Yo no quiero vivir de las rentas de algo en lo que no creo y ya no lo digo más porque sé que es inútil. Es que me ha pasado, de estar aquí con argentinos y decirles: oye, este discurso, si quieres lo analizamos. Lo hice una vez en la universidad en el año ’87, lo he hecho en programas de radio, de televisión, en todas partes. Analicemos el sermón este. Es lo de Hombre mirando al sudeste, de Subiela. Ese delirio del ‘adelante que todo irá bien y todo es posible’. Volviendo a don Antonio: “a distinguir me paro, las voces de los ecos”. Esto, el argentino medio todavía no se ha enterado de que hay voces y hay ecos. Vamos a salir a la calle y vamos a ser felices. Si el sistema no está de acuerdo, te van a dar más ostias…

-¿Hubo en vos una decisión deliberada luego de estas dos películas de irte a trabajar con Eloy de la Iglesia, que es un director mucho más radical, que iba con naturalidad del cine de terror a los relatos de marginales?

-Pues no, que yo tenía que vivir, pagar las cuentas, tenía mujer, hijos y un teléfono que sonaba o no sonaba. Yo hasta hace unos años no elegí, simplemente me tomaba la pequeña libertad de rechazar. Pero para poder vivir de esto lo único que podía hacer era mantener la continuidad en el trabajo.

-Sin embargo en los dos papeles siguientes, vos pasás de representar al español medio a personificar a dos personajes homosexuales en Un hombre llamado Flor de Otoño y El diputado (ambas de 1978). Sin embargo no hay ninguna estridencia en esos personajes …

-Todo eso tiene que ver con eso de dar el perfil ni muy alto ni muy bajo, ni muy feo ni muy guapo, ni muy tonto ni muy listo, esa especie de cosa de españolito medio. Pero en ningún caso fue algo hecho de manera planificada.

-Después de algunos años sin hacer cine volvés a una película de director español, Javier Rebollo, rodada en Argentina a lo largo de 6.000 kilómetros. ¿Cómo fue tu experiencia con El muerto y ser feliz?

-Antes de rodar la película de Rebollo he hecho este verano una con David Trueba basada en un hecho real que ocurrió en Madrid en 1987 y que la hemos hecho María Valverde y yo, los dos encerrados en un cuarto de baño toda la película. Luego cuando Javier me hizo llegar esta historia suya me pareció muy singular. Yo había visto sus películas anteriores y me habían gustado mucho y luego trabajar con Lola [Mayo], con tu compatriota Roxana Blanco y además venir a Argentina era un valor añadido y ha sido muy interesante todo el trabajo.

-¿Y cómo ha sido la construcción de Santos, tu personaje? ¿También has aportado al guión?

-Yo le he aportado canciones de publicidad de los años ’50, una copla de Lola Flores que nadie la hubiera cantado como yo, por supuesto. Y alguna idea, que más que aportar fue negarme a someterme a algunas ideas sobre el personaje. Yo creo que mi personaje está clarísimo. Una cosa entre Buster Keaton y Bill Murray, cuanto más quieto mejor.