El documental Multitudes retrata como pocos una zona olvidada, una Buenos Aires que una vez existió pero que ahora vive como un espectro sin sábana, contemplando Puerto Madero, una de las zonas más ricas y activas de la ciudad. Especialmente centrado en los espacios abandonados de Ciudad Deportiva de La Boca y el parque Interama, la película habla sin palabras sobre la construcción de una ciudad, sobre los desaparecidos, sobre los proyectos urbanísticos y la identidad de un país. En el marco del 16º Festival Internacional de Cine de Punta del Este, aprovechamos para hablar con su director, Martín Oesterheld (hijo de desaparecidos y nieto de Héctor Germán Oesterheld, también desaparecido en dictadura, autor de la legendaria historieta El Eternauta), que estuvo en el festival para presentar su película y habló de temas que tocan no sólo lo cinematográfico.

-Uno de los aspectos más interesantes de tu película es cómo se percibe un diálogo lejano entre dos ciudades, ambas construidas sobre un supuesto futuro, pero mientras que en una está congelado, en la otra está presente aunque lejano.

-Sí, me interesaba mucho mostrar una especie de enajenamiento de la ciudad de Buenos Aires. Era una ciudad de Buenos Aires que es como un lado B de ella. La película gira un poco por esa dinámica ausencia/presencia. Pero también hay una resonancia histórica y de época por la simbología que tenían esos dos espacios. La película se llama Multitud exactamente por lo que no muestra: esa ausencia que está particularmente presente alrededor de toda la película. Todos esos espacios gigantes que tendrían que estar habitados por multitudes disfrutando de esos lugares y sin embargo están habitados por una multitud que también está ausente…

-En ese registro de lo invisibilizado se percibe a la gente como meras hormigas, en contraste con esos edificios gigantescos.

-A mí no es que me interese particularmente el documental o el cine de observación. Lo que me interesaba era una manera clara de hacer hablar a esos espacios como protagonistas. La película representa un poco el tema del olvido, eso de que hay una postergación, ese silencio de lo que fue ese parque y de las ruinas de lo que fue ese futuro. Me parece un silencio compartido con el de la construcción de esas torres de Puerto Madero, impersonales y pensadas para la misma gente que no está a lo largo del año. Se parece un poco a Punta del Este en ese sentido. Ese silencio genera una equivalencia extraña entre la ruina y el apartamento por estrenarse.

-Es muy particular cómo el presente de las ciudades se construye en base a un futuro. ¿Cómo creés que funciona ese futuro en la Buenos Aires actual?

-En realidad, la arquitectura siempre está relacionada con esa promesa vinculada al tiempo que viene. La especulación inmobiliaria hace que con aquello que se lee como el tiempo que viene -sobre todo en los espacios como la Ciudad Deportiva de La Boca- se genere una cosa extraña... En el trabajo del personaje paraguayo que en la película sale a remar por ese riacho y de repente aparece en el Río de la Plata se explica mucho la relación entre los asentamientos y las construcciones nuevas. En Buenos Aires, en todas las construcciones la mano de obra más calificada como obrero son los paraguayos. Son muy solicitados. Muchos de ellos, por ejemplo ese personaje que se llama Vivián, trabajó en muchas de esas torres de Puerto Madero. La plata que ganaba en las construcciones de Puerto Madero la gastaba en material para construirse su casa en el asentamiento que estaba a cinco, siete cuadras de ahí, en una periferia cercana. Una vez que tuvo la casa hecha llamó a su familia, con la que vive desde hace unos seis, siete años. Hoy por hoy, la misma especulación inmobiliaria de esas torres es lo que pone en jaque la casa que construyó con los recursos de la construcción de esas mismas torres a partir de un desalojo de esas tierras, con las propiedades que quieren avanzar. Hay un terreno también de cómo esos futuros avanzan sobre esa invisibilización.

-¿Cómo ves esa relación entre lo invisible y el olvido?

-Buenos Aires tiene esa paradoja de que genera fuertes relaciones con el olvido, y yo interpreto que mucho de la zona sur de la ciudad tiene que ver con el olvido y el amontonamiento. Es un lugar donde se acumulan las promesas, las personas, los autos, toda una acumulación, y eso genera una forma. Cuando una mira las avenidas -incluso cuando uno viene a Uruguay-, la torre de Interama es omnipresente, es una especie de hito negado dentro de Buenos Aires. En esa torre que está diseñada como si fuera la espada de Excalibur, en esa espada clavada hay una deuda importante con la zona sur. Esa torre es una incomodidad, una deuda pendiente que tiene toda la esfera pública. Hay 25.000 personas en la Villa 20. Hay literalmente ciudades creciendo en esa zona. La Ciudad Deportiva de La Boca tiene una idea de ciudad en sí misma, e Interama, que fue como la inauguración del parque, cuando entró en una estafa con que era una especie de sociedad mixta entre militares y civiles se comienza a llamar Parque de la Ciudad.

-Es curioso cómo los gobiernos militares son los que produjeron mayor infraestructura en la historia de 
Latinoamérica.

-Es cierto eso. Históricamente, el gobierno de [Osvaldo] Cacciatore, que hizo desastres en Buenos Aires, fue el que más obras hizo en la historia moderna de la ciudad.

-Es interesante cómo a partir de esa infraestructura se intenta resignificar cosas que en otro tiempo estuvieron específicamente vinculadas a la dictadura. En el caso argentino, pienso, por ejemplo, en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada [ESMA].

-Una cosa es lo que tiene que ver con el señalamiento de una memoria casi institucional. La ESMA es un gesto estatal referido a eso, pero aun así se relaciona con un acto paradójico que tiene que ver con el olvido. Para usar la memoria y haber recordado algo tenés que haber olvidado algo. Entonces creo que es una cosa que se retroalimenta. La diferencia de esos espacios y su simbología es mucho más interior. Tiene que ver con un terreno más de la culpa. Tiene que ver con esa época, todo el mundo lo connota con esa época, cada vez que la gente, incluso yo, recuerda ese parque, tiene una resonancia de los tiempos dictatoriales. Ese trabajo realmente lo pienso como un tipo de búsqueda personal, no solamente una búsqueda estética. Digamos que mi relación con la ciudad es una especie de respuesta que puedo conseguir de mi pasado. Toda mi construcción familiar es a partir de relatos, mucha gente amiga de mis padres me incluye en esos relatos, y son recuerdos muy fuertes, pero yo no tengo ninguna memoria de ellos.

-Y de esa ciudad, específicamente con Interama o con Ciudad Deportiva de La Boca, ¿guardás algún recuerdo específico?

-Me acuerdo de estar en la fila para subirme a una montaña rusa y no me acuerdo ni con quién estaba, pero había en una mezcla de miedo y vértigo por subirme ahí, ese cagazo de cuando sos pendejo. Mi recuerdo cuando veo para atrás, cuando veo este trabajo y todo, cada vez que trato de organizar el relato de mi historia familiar aparece una carga análoga de vértigo y de miedo. Mis viejos desaparecen cuando yo tengo cuatro años, y tenés que encontrar una forma diferente para manejar el pasado. Hay algo de la tensión de los relatos familiares que están jugados de los relatos de ficción de mi abuelo [Héctor Germán Oesterheld], de un poco de ciencia-ficción con esos espacios, de algo real y de algo atemporal, como que el tiempo está medio detenido, hay algo digamos de todo eso que está jugado.

-Justamente algo particular de El Eternauta era la forma en que emplazaba ese fin en Buenos Aires y no en otra ciudad.

-Tiene esa particularidad porque ahí se construye el mito de la ciudad. Había algo interesante en una película coreana llamada The Host [Bong Joon-Ho, 2006], en la que el formato era puro cine catástrofe, una película a lo Hollywood pero de un país periférico, digamos. Lo extraño es que la métrica del cine catástrofe está corrida a un espacio periférico; no es lo mismo cómo se cuenta en Estados Unidos que cómo se cuenta en Corea. Lo mismo sucede con Argentina. Cuando se vuelve algo efectivo se transforma en un mito.