Hablar en términos superlativos excluyentes de cualquier proyecto artístico es una estupidez, pero supongo que todos los rockeros uruguayos tienen una respuesta a la pregunta “¿cuál es la mejor banda de rock local de todos los tiempos?”. Dependiendo de generaciones y orientaciones, las respuestas incluirán a Los Shakers, Psiglo, Los Traidores, Peyote Asesino, Buitres, La Vela Puerca y a un puñado de nombres más que marcaron su presencia en los escenarios desde hace ya casi cinco décadas y que han generado una continuidad musical de personalidad propia. Sin embargo, es casi seguro que muchas respuestas nombrarían a una banda que ni se acercó a la exposición masiva o a las ventas de los anteriormente nombrados y que directamente negaba cualquier influencia o integración con esa continuidad del rock nacional, prefiriendo comportarse, componer y hablar como si se hubiera caído de un container destinado a Detroit o al Lower East Side de Manhattan. Esa banda era Chicos Eléctricos.

Los Eléctricos duraron casi una década de underground y boliches turbulentos y dejaron por el camino cinco discos tan febriles como irregulares y decenas de shows arrasadores, extenuantes e imprevisibles que eran un oasis de energía en la depresiva y desértica escena cultural juvenil de los primeros 90. Al frente de esa banda estaba el cantante, guitarrista y principal compositor Nicolás Barcia, un showman sarcástico y poseído, capaz de ofender y fascinar simultáneamente a la audiencia, mostrando siempre un grado de entrega sobre el escenario que hacía que cualquier banda de rock anterior o coetánea pareciera el banco de suplentes de un partido de fútbol senior. Tanta entrega evidentemente le significó un enorme desgaste de energía y de sueños, y cuando los Eléctricos implosionaron, en 1999, Barcia se alejó de los escenarios durante casi 15 años, para buscar formas de autoafirmación que no dependieran de la música.

Pero, por supuesto, esto no significó la negación o el abandono de la música, sino simplemente su relegamiento a un plano privado. Luego de tantos años, cuando el recuerdo de aquellos conciertos de Chicos Eléctricos empieza a difuminarse, Barcia regresó, casi en secreto, con dos proyectos simultáneos que dejan en claro que había hecho de su banda algo inolvidable.

Demoliendo hoteles

Hotel Paradise, nombre del disco y de la banda que lo tiene como líder, es en cierta forma la continuación lógica de Chicos Eléctricos; un disco de rock estridente, agresivo y guitarrero, en la frontera del punk pero más voluptuoso. Mejor grabado y producido que los discos de los Eléctricos, Hotel Paradise es tan enérgico como variado y, si bien recuerda instantáneamente a la banda anterior de Barcia, una escucha atenta deja en claro que ya no se trata del disco de un veinteañero obsesionado por el rock y el desafío constante, sino del trabajo de alguien que reconoce la cuota de ilusión y desengaño que entraña ese mismo rock. El humor corrosivo de Barcia sigue intacto en temas como el gráficamente denominado “Pija y pala” y en la campechana “El indio negro que curó a Jesús”, en la que vuelve a hacer gala de una intuición lírica que, sin grandes pretensiones poéticas, contiene un montón de alegrías léxicas, como las que aparecen en la siguiente estrofa: “Yo soy entre muchos / un ser especial, / capaz de que me fajen y resucitar. / Podés ensartarme / con fierro en la cruz / aun cuando fui yo el que te dio la luz”.

Los riffs siguen remitiendo a Dead Boys, Sonic Youth y MC5, pero hay espacio para un tema con toques de country y soul, “Lo mejor que puedo darte”; conformando un disco poderoso y altivo, que puede hacer enrojecer a muchos músicos locales que creían estar haciendo rock, pero, a la vez, es variado y soporta escuchas enteras sin apretar el skip. Lo que quizá se le pueda cuestionar es el orden de los temas, que privilegia en exceso para la apertura a las canciones más antiguas y similares al material de los Eléctricos y relega para casi el final dos joyas como “Denso” (una sinfonía de guitarras con mucho olor a Neil Young & Crazy Horse) y “Calma el dolor”, que resuena extrañamente pop y contiene una de las mejores melodías del disco.

Es posible que Hotel Paradise no contenga ningún tema tan ganchero, a primera oída, como viejos casi hits como“Psychosound”, “Guacha” o “Paraíso tuerto”, pero sigue siendo un enérgico retorno que gana en cada escucha y que debería colocar a Barcia en el lugar que se merece.

Las explosiones contenidas

De más bajo perfil pero no menor calidad es el disco que, casi en simultáneo con el de Hotel Paradise, editó Barcia bajo el nombre de Reyes Estallar, el proyecto que emprende junto con Matías Cantante. Cantante (o Singer) fue, como ex integrante de la banda Culpables, parte de un núcleo generacional que creció escuchando a los Eléctricos, y si bien su trabajo posterior ha derivado a climas psicodélicos y experimentales, su conjunción con Barcia vuelve a un terreno decididamente rockero pero sin apretar el acelerador.

La muerte en una buena transita por los tempos medios de la obra eléctrica de Neil Young. Barcia y Cantante alternan las voces de tema en tema, consiguiendo una rara sintonía complementaria que recuerda a la de Bob Mould y Grant Hart en Hüsker Dü o a la de Jay Farrar y Jeff Tweedy en Uncle Tupelo, con Barcia haciéndose cargo de los temas más ásperos y Cantante de los más suaves, pero combinados en un clima que explicita las aristas melancólicas y reflexivas latentes en algunas canciones de Hotel Paradise. Éste es un disco más amable y menos vertiginoso que el de Hotel Paradise, donde el humor sarcástico de Barcia está asordinado (aunque con presencia hilarante en “Limosinas de paz”) y cada tanto emerge alguna de sus perlas de observación (“la rambla zumba como un mangangá”). Cantante no se queda atrás: transita por un lado más sentimental y consigue el mejor momento del disco en “Lágrimas de cocodrilo”.

La falta de variaciones temporales produce cierta monotonía en el conjunto de temas, pero escuchados de uno en uno conforman una colección magnífica de temas que demuestran que una de las grandes figuras del rock secreto de Uruguay está de vuelta.