Es el autor de “Oración del remanso”, una de las mejores canciones argentinas de todos los tiempos, que ha sido interpretada y grabada por Mercedes Sosa, Liliana Herrero y Ana Belén. Y también es un músico atípico, aunque se lo considere un referente indiscutible de la música popular argentina. Jorge Fandermole, que integró aquel movimiento conocido como la Trova Rosarina, nació en Andino, un pequeño pueblo de campaña, donde su madre era ama de casa y su padre, obrero industrial en la primera fábrica de papel de la región. A los 16 años compuso “Era en abril”, historia conmovedora sobre una pérdida, y después siguió pisando fuerte, en una estética más folclórica que sus compañeros de ruta como Fito Páez o Juan Carlos Baglietto. Ahora -como solista- lleva editados siete discos, y, aunque parezca increíble, este año fue la primera vez que visitó Montevideo, invitado por el Festival Música de la Tierra. Él explica que, en verdad, no se han hecho las gestiones, porque siempre las giras se concentran en Argentina, pese a que ya cuenta con más de 35 años de carrera. Por éstas y muchas otras razones, la decisión del Festival coquetea con un acto de justicia poética.

Cuando terminó la secundaria, Fandermole apenas esbozó sus ganas de ir a una escuela de música, pero años después terminó recibiéndose de ingeniero agrónomo. Ahora, cuando lo recuerda, no se arrepiente. Dice que la escuela no tenía el perfil de música popular que a él le interesaba, y por eso no hubiera conectado, además de que tendría que haberse trasladado a otra ciudad. Tal vez por estos recuerdos tempranos, en 1988 fundó, junto a colegas, la Escuela de Músicos de Rosario, un proyecto educativo que abarca la creación y la producción artística, basado en las expresiones musicales populares.

Del agua turbia y la correntada

“Siento que nosotros, en general, tenemos una influencia de la música uruguaya como si fuera de una región nuestra. Además, es una influencia que tiene una historia y una tradición”, dice. Cuando era niño, una de las primeras canciones que aprendió a tocar en la guitarra era de Aníbal Sampayo. Recuerda que desde la infancia aprendió a escuchar al sanducero y a Alfredo Zitarrosa, y ahora suma a Fernando Cabrera y a Ana Prada. “O sea que pasan las generaciones y uno sigue recibiendo. Si uno tiene un poco de apertura, las influencias vienen de los antecesores y también de los contemporáneos. Hay que estar atentos, porque incluso viene de los nuevos, de los que son más jóvenes”, advierte.

Muchos aseguran que Rosario cuenta con una identidad diversa, y seguramente esa apertura de la que habla Fandermole se acerca mucho a la particular hibridez rosarina. Él considera que esa ciudad cuenta con una tradición y una música muy características porque, por un lado, está marcada por la situación portuaria de la zona y de una economía de infraestructura, y por otro forma parte de la región pampeana, “que contó con una gran inmigración gringa e italiana, y que cuenta con esa tradición difusa que ha recibido, casi de paso, la influencia de los extranjeros”. Así, cuenta que, por ejemplo, el chamamé de Rosario no suena igual que el de 150 kilómetros al norte. “Hay mucho jazz, mucho pop. No tiene esa cosa que tiene la chacarera; que tiene el tucumano; que tiene el de Santiago del Estero; que tienen la cueca, el gato y la tonada de Cuyo”.

En ese contexto, y a la distancia, Fander -como prefieren llamarlo algunos- evalúa a la Trova Rosarina (generación de músicos que surgió a comienzos de los 80, y que se caracterizó por una serie de propuestas innovadoras para la música popular, con raíces en el rock, el tango y el folclore). Reconoce que se siente muy honrado y muy orgulloso de que se lo considere parte de ese movimiento, porque, según él, no participó muy activamente, sino más que nada a través de composiciones. “Yo no estaba con el grupo que se subía al escenario, pero sí tenía muy buen vínculo con todos ellos. En esa época acababa de terminar una carrera universitaria, había empezado a tocar solo y vivía la emergencia de ese movimiento, que nunca estuvo formalizado como tal. Fue un conjunto de voluntades que ya venían trabajando desde hacía muchísimo tiempo y con mucha energía. Una serie de cosas que se dieron, como la salida de la dictadura y las condiciones particulares del mercado, terminaron propiciando esto que ya venía con una fuerza muy especial. Así varios pudimos acceder a nuestro primer disco, que en condiciones normales habría sido absolutamente imposible porque no teníamos ninguna trayectoria. Esa emergencia nos arrastró a unos cuantos”, valora.

Los vínculos continuaron. Para Fandermole, lo interesante es que cada uno siguió su camino y la búsqueda de su propia estética. Los seguidores del rosarino saben bien que su evolución se vinculó con variaciones de lo folclórico. Él recuerda que creció escuchando folclore, y si bien coquetea con otros géneros o subgenéros, siempre vuelve a la raíz. En cambio, recuerda otros casos como el de Fito Páez, que es eminentemente rockero.

Aunque parece que Fandermole fue abandonando lo eléctrico, él sostiene que cada uno, a partir de lo genérico, va navegando por lo más acústico o lo más eléctrico, y si la actitud es de interpretación puede ir alternando la canción, el tango y el folclore. Pero su estética -generalmente definida como “poética del agua”- y su construcción también se vinculan mucho con su entorno. Sobre eso explica que “todos los que estamos a la orilla de los ríos somos fluviales, recibimos eso que el río trae y lleva. Pero además nosotros vivimos en el delta del Paraná, en una región de cambio. Durante la vida vemos cambiar el paisaje de una isla incontables veces. Como si uno viera pasar su vida en los cambios costeros. Ésta es, además, una región crítica, en el sentido de los puertos, del deterioro. Ese paisaje, que es tan fuerte, también ha influenciado músicas, que a su vez nos influencian a nosotros. Es un entorno que abarca tanto las estéticas como el paisaje, y por ende lo que se produce”. El cantautor va más allá, y asegura que ese paisaje también incide en el lenguaje. Cuenta que en ese imaginario convive una tensión permanente entre tradición y renovación, haciendo posible la evolución.

En su obra, además de la constante mutación, está muy presente la noción de que, en cualquier momento, la poesía puede surgir del entorno. “Algunas veces se nos confunde, y se nos reduce, como si sólo hiciéramos canciones sobre el río, y eso es algo muy importante, pero la experiencia de uno pasa por muchos lugares. Yo lo que quisiera es encontrar un estado de intuición o de percepción poética perdurable, duradero y, en la medida de lo posible, que además sea productivo. Lo que influye mucho en esto es toda la otra dinámica, lo social, lo familiar, el trabajo, la docencia. En verdad no existe un ocio ideal, sino que lo ideal sería un ocio poético, que te vincule con esa percepción, con poder encontrarte con el otro a partir de su obra”. Para Fander esto es una prioridad porque considera que la mayor parte del “empuje poético proviene de afuera”, de cuando uno se conmueve. Pero para eso hace falta tiempo.

Un paisano serio

Durante el concierto, Fandermole confesó: “a veces me pregunto para qué me dedico a esto”. Después, en el encuentro, dijo que eso se vinculaba con lo estético, con la posición que moviliza interiormente, que hace exteriorizar algo y emocionarse. Está convencido de que esto es lo que uno busca, y también lo que busca en la obra de otros. Porque “la forma en sí misma es la que sostiene lo poético. Y lo acepto porque esa cuestión azarosa que posee el lenguaje me proporciona una cuota de emoción increíble”.

Entre Pájaros de fin de invierno, de 1983, y Pequeños mundos, de 2005, se sucedieron tres CD como solista. Con Fander, el doble editado el año pasado (mitad antología de sus primeras ediciones y mitad composiciones nuevas), el rosarino volvió a sorprender nueve años después. Es que Fandermole es de la vieja escuela. Aquella del compromiso irrenunciable, sobre todo cuando se trata de la ética, de la autoexigencia artística y creativa. Cuenta que hubo mucha dedicación en el armado, y que el disco se fue postergando por el trabajo, por su dinámica y porque hubo un grupo de músicos independiente tanto en la producción como en la edición. “Sé que es un error estratégico, y además la vida de uno se va terminando, no se pueden dejar pasar nueve años como si nada. Pero bueno, supongo que el próximo vendrá más rápido”, advierte entre risas.

Explica que la parte antológica la comenzaron a pensar y a grabar en 2005, “porque el primer disco, de 1983, y el de 1985 [Tierra, sangre y agua], para las generaciones nuevas es como si no existieran. La idea era hacer una selección de toda esa época y armonizarla. Como se fue retrasando el proceso, al tiempo iba haciendo temas nuevos, y los trabajos se fueron cruzando”. El resultado es un trabajo conmovedor, pautado por la naturaleza, por el amor y el desamparo.

En 2005, cuando Fandermole recibió el Premio Konex en la categoría folclore, el jurado había dudado, sobre todo de que lo suyo fuera realmente folclorístico. Hace un mes decidieron darle el Konex platino por su trayectoria, y esta vez el juicio fue unánime. Él cree que las clasificaciones dan lugar a muchas tensiones, y que la de 2005 era “una controversia genuina”. Piensa que el afán clasificatorio existe “más allá de la voluntad de uno”, y considera que como la música evoluciona, sería un error no aceptar esa evolución. Pensando en su trayectoria y en los cruces generacionales, opina que desde hace un buen tiempo existe un gran desequilibrio, al menos para el “pensamiento complejo”, pero un desequilibrio en el que, en definitiva, todos participamos. Fander ya no cree que la canción pueda cambiar al mundo, sino que “los estados sensibles de las personas pueden conectarse, al menos en una comunidad en cierto estado de equilibrio, que permita sobrevivir y ser feliz al mismo tiempo”. “En eso, el arte hace lo que puede”, sugiere. “Yo canto versos de mi sentir y los condeno a sobrevivir”, sentencia en “Canto versos”, expresando su compromiso con la composición, y con temas que se convierten en referencias, y en la poesía del hombre litoraleño. Porque Fandermole es mucho más que un cantautor, es alguien que trabaja sobre lo que no cierra, sobre las grietas y lo imperfecto, cantando versos de furia y de fe, para que lo ayuden a estar de pie.