-En su obra Sweet Shakespeare usted trabaja sobre la vida y la obra de Shakespeare. ¿Cómo afecta en su interpretación esta combinación, en tiempos en los que la teoría literaria prescinde de la biografía del autor al momento de analizar el producto artístico?

-Es una pregunta muy interesante, porque actualmente cuando uno lee una novela o mira una obra de un artista conocido está especulando acerca de quién es el autor, pero eso empezó a suceder en el siglo XIX; la idea de la biografía del autor es una idea romántica, que a mí me gusta mucho. Pero para Shakespeare y sus contemporáneos no tendría ningún sentido, sería una tontería. No deberíamos sorprendernos de que sabemos muy poco de la vida de Shakespeare, porque desde su punto de vista él sólo escribió las obras y no hay conexión entre él y las obras; eso, ahora, lo vemos como algo frustrante, porque queremos saber: ¿es Cleopatra la dark lady de los Sonetos?; ¿Amó él a alguien como Crésida? Todas estas preguntas quedan sin contestar. Lo que está claro es, por ejemplo, que por los años en los que murió su hijo, escribió en El rey Juan un increíble parlamento para el personaje de Constance; ella está de duelo por la pérdida de su hijo y es un parlamento enormemente emotivo. En esa obra, además, el público sabe que ese niño no está muerto, es una simulación detrás de la cual él se esconde, porque en realidad Constance es la madre, no es el padre, con lo que él le da una vuelta de tuerca a su propia experiencia biográfica. Utiliza una experiencia propia pero la retuerce, la da vuelta, la disfraza. Cuando él era un escritor joven escribió parlamentos románticos para Romeo y Julieta, más tarde escribió obras más oscuras como Antonio y Cleopatra. El autor cambia la mirada a medida que va creciendo, a medida que va envejeciendo; así como tiene esta visión del amor romántico y positivo con personajes adolescentes, como en Romeo y Julieta, tiene otras más adultas, más oscuras, con relaciones que no van bien, que no progresan, y esto es natural, porque él murió a los 52 años, que hoy sería como si hubiera muerto a los 70 y tantos. Esa edad de madurez, que le llega antes que a nosotros, tiene que ver con la misma progresión. En mi opinión, los mejores dramaturgos de la historia son Shakespeare, Sófocles y Samuel Beckett, porque no se puede encontrar a los autores en el interior de sus obras; mientras que en las obras de la mayoría de los dramaturgos importantes, uno los lee a ellos mismos.

-A partir de la cercanía de Shakespeare con Miguel de Cervantes, por ser contemporáneos, ¿ha tenido contacto con obras del Siglo de Oro español, por ejemplo, con un autor que tuvo una vida bastante agitada, como Lope de Vega?

-Lo siento, me da un poco de vergüenza, pero no tengo suficiente conocimiento ni he interpretado en Inglaterra obras en español, pero la Royal Shakeaspeare Company tiene un ciclo con obras del teatro español y justamente Lope de Vega está incluido. Me disculpo pero no puedo comentar, porque no tengo suficiente familiaridad con el tema.

-Cuando estuvo la Shakespeare’s Globe Theatre en Uruguay pudimos ver un Hamlet bastante despojado y desprovisto de algunos rasgos muy dramáticos, que es como casi siempre se interpreta este clásico. ¿Qué opina de esa puesta?

-Que es apenas un poco vanguardista. La mayoría de los Hamlet de hace 20 años han sido hombres comunes. Los jóvenes se identifican rápidamente y mucho más con ese personaje que con uno grandilocuente. En 1965 hubo una producción de Hamlet en la que era representado por lo que sería un estudiante típico de la Universidad de Wittenberg, desaliñado, con sus anteojitos, con una bufanda, muy alto y desgarbado, como podría ser un estudiante hoy. Los padres de Hamlet se comportaban como unos padres que tomaban mucho alcohol. Fue un éxito rotundo, porque la gente joven de la audiencia se identificaba con él. Y es muy significativo que muy poco después surgieran las protestas estudiantiles en Berkeley y en París que marcaron a la generación de los años 60 con “la imaginación al poder”, así que hoy eso es poco vanguardista.

-En la conferencia, usted dijo que Shakespeare es un virus. En Latinoamérica se han representado mucho sus obras, pero mucho más las de Bertolt Brecht. Según su opinión, ¿qué impacto tuvo Shakespeare en cuanto a la representación del poder?

-Muchísimo. Hay ocho obras consideradas históricas, desde Ricardo II hasta Ricardo III, y también Coriolano, que es una película muy reciente con Ralph Fiennes, y son quizá las mejores obras políticas que se han escrito. Obras políticas sobre sociedades que se están reconstruyendo, remodelando o reformulando, a veces para bien, a veces para mal. Lo interesante es que Shakespeare no sólo habla del poder en cuanto a una situación política, sino que demuestra de qué manera el poder afecta al ser humano, incluso a la persona que ostenta el poder. El rey Lear aprende, por sufrimiento, que ha administrado muy mal su propio poder, y nosotros sentimos empatía con él; podemos, incluso, sentir compasión por Macbeth, que es un asesino y que ha matado a varias personas simplemente por llegar al poder, y sin embargo, cuando vemos que él está desesperado ante el resultado de sus propias acciones, no podemos sino sentir compasión. Ése es el increíble talento de Shakespeare, que es capaz de ser un escritor político y un humanista al mismo tiempo.

-En una entrevista, dijo que descubrir a Shakespeare fue como descubrir el rock and roll. ¿Puede describir esa sensación?

-Cuando vi Macbeth por primera vez, a los 11 años, ese tipo de puesta fue como ver, hoy en día, una película de Quentin Tarantino. Allí estaba todo: la violencia, la sangre, el poder de los fantasmas... para un niño de 11 años tiene un gran atractivo. Pero ése sólo fue el portal de entrada. Lo que yo recuerdo más es la música, de ahí la comparación con el rock; era música lo que oía, no solamente texto. Es un pulsar dentro de mí que tiene que ver con esa música inolvidable.

-Si es sólo la música del texto, ¿qué sucede con las traducciones?

-Eso es un misterio, porque Shakespeare es muy popular en todo el mundo. La mayoría de la gente lo está experimentando en una lengua que no es la original, y sin embargo se insiste en el poder de esa lengua. Parece ser que se traduce muy bien al ruso y al italiano y no muy bien al francés, pero realmente, no sé qué es. Debe haber algo subyacente más allá de la lengua, porque si no, cómo se explica el misterio.