Un fenómeno muy notorio para quienes escriben sobre cine o televisión fue la cantidad enorme de productos “de horror” durante este año. Se podría teorizar acerca de si esto es un efecto espejo de una era que se está poniendo bastante terrorífica o si, como ha sido una constante histórica, se debe a la relativa libertad de expresión que se le da al género, con la excusa de que es mero entretenimiento, en un ámbito cada vez más autocensurado. O, más simplemente, adjudicarlo a la emergencia de una generación de cineastas talentosos que no tienen prejuicios en relación con este género que ya ni siquiera puede considerarse ninguneado (alcanza con ver la presencia de varios títulos de horror en casi todas las listas de “mejores películas de 2016”). En todo caso, el llamado “horror inteligente” o “nuevo horror” -representado en los últimos años por films tan osados y efectivos como The Woman (Lucky McKee, 2011), The Babadook (Jennifer Kent, 2014) o It Follows (David Robert Mitchell, 2014)- ha tenido su continuidad y varios momentos de excelencia cinematográfica. Aquí hacemos una lista de lo que consideramos lo mejor del cine de horror de 2016; algunas de las películas -las que tienen su nombre en castellano- fueron estrenadas en nuestro medio, las otras deberían o merecen rastrearse.

The Invitation (Karyn Kusama). Tal vez una de las películas más perturbadoras del año, sería difícil considerarla una representante del género si no fuera por la sensación de ansiedad que va inyectando en los espectadores, a medida que su trama se va mostrando cada vez más oscura. Un grupo de antiguos amigos -algunos de ellos distanciados por experiencias personales traumáticas- se reúne en una lujosa casa en las colinas de Hollywood, y el anfitrión comienza a adoctrinarlos sobre la filosofía de una suerte de secta de corte new age obsesionada con la muerte. Lo que en principio parece ser una velada plomiza y exasperante se va encaminando luego hacia lugares mucho más siniestros que es preferible no adelantar, excepto para decir que es como mínimo inquietante, además de una mirada bastante oscura sobre determinadas aproximaciones a la espiritualidad.

Southbound (Radio Silence, Roxanne Benjamin, David Bruckner y Patrick Horvath). Una película colectiva de episodios levemente conectados entre sí, que presenta a una serie de personajes (criminales, rockeras, viajeros en general) que se enfrentan con lo inexplicable en una zona remota del enorme estado de Texas, que -literalmente- puede ser la expresión física del infierno. Con mucho de road movie y muy pocas explicaciones acerca de lo que está ocurriendo, hilvana a sus personajes -y al diverso trabajo de sus directores- con un brillante sentido de la unidad y un clima realmente pesadillesco y sofocante, pero a la vez enérgico y original. Excelente carta de presentación de cuatro cineastas que parecen llenos de buenas y siniestras ideas.

Miedo profundo (The Shallows, Jaume Collet-Serra): Menospreciado por algunos debido a su sencillez argumental y lo poco creíble de algunos de sus giros (una crítica muy relativa si hablamos de cine de terror), este es un film mucho más convencional que los otros de la presente lista (y más explotador: buena parte de su éxito posiblemente se deba a la presencia constante en la pantalla de la muy atractiva Blake Lively en bikini), pero es tan efectivo que supera cualquiera de esas observaciones. Todo es elemental: una ex estudiante de medicina y surfista algo traumada por la muerte de su madre decide alejarse de todo y volver a una remota playa de México que había visitado de niña junto a su progenitora; una vez en el agua, es asediada por un enorme y porfiado tiburón blanco que la persigue a cada islote o boya a la que la rubia consigue escapar, mientras la marea sube y las perspectivas de que alguien la rescate van disminuyendo. El director catalán Jaume Collet-Serra le saca el jugo a esa idea con mucha astucia, concentradísimo y sin distracciones ni flashbacks, durante menos de 90 minutos vibrantes, tensos y muy entretenidos.

Ouija 2: el origen del mal (Ouija 2, Mike Flanagan): Esto tendría que haber sido un desastre: se trata de una precuela económicamente interesada de Ouija (Stiles White, 2014), una de las decenas de películas sobre posesiones diabólicas que parasitan la herencia de El exorcista (William Friedkin, 1973). Pero, afortunadamente, este trabajo rutinario fue encargado a Mike Flanagan (Absentia -2011-, Oculus -2013-) un auténtico amante del horror y buen representante de la nueva generación de directores del género, que -manteniendo apenas la premisa de las entidades malignas atraídas por una tabla Ouija, invento estadounidense que funcionaba en forma similar a lo que conocemos como el Juego de la Copa- situó la historia en una perfecta recreación temporal de los años 60, y la llenó de una creativa imaginería sobrenatural, con un resultado muy equilibrado entre su encanto retro y sus legítimos sustos.

Train to Busan (Yeon Sang-ho): Hace ya mucho tiempo que se sabe que el cine surcoreano está entre los mejores del mundo a nivel creativo y técnico, pero en los últimos años en la península asiática parecen decididos a demostrar que son tan buenos haciendo films de horror y fantasía como fabricando celulares. Este es un buen ejemplo de cómo alguien talentoso puede revitalizar incluso un género tan muerto (paradoja verbal no del todo voluntaria) y agotado como el de los zombis. Un padre y su hija deciden hacer un viaje en tren de Seúl a Busan, el mismo día en que estalla una epidemia extremadamente contagiosa que convierte a los infectados en máquinas de matar irracionales y similares a las de Exterminio (Danny Boyle, 2002). Sang-ho mantiene casi toda la acción dentro del tren, que se vuelve un microcosmos social, con muchos personajes algo paradigmáticos pero siempre humanos y creíbles. Como suele ocurrir en el cine de género asiático, hay algún exceso dramático y varios simplismos, pero en la mayor parte del film todo es vértigo apocalíptico.

No respires (Fede Álvarez): La inclusión de esta película llena de uruguayos entre sus principales responsables no tiene nada que ver con una solidaridad nacionalista, ya que ha sido un título fijo en todas las listas internacionales similares a esta. Otro ejemplo de concentración temática -una característica muy representativa del nuevo cine de horror- y foco en una trama simple, en esta ocasión sobre tres ladrones que se cuelan en la casa de un (supuestamente) desprotegido veterano de guerra ciego, para descubrir que este es un depredador muy peligroso. Un trabajo virtuoso en lo visual y lo sonoro, que asalta a todos los sentidos a la vez, y que ha colocado a Álvarez y sus compañeros orientales en la primera fila del cine de Hollywood.

The Wailing (Na Hong-jin): Otra demostración de la fuerza del cine surcoreano, pero esta vez con una historia mucho más elaborada y matizada que la de Train to Busan. En realidad es bastante complejo describir de qué se trata esta película, que ha sido comparada con El exorcista y con la serie Twin Peaks: en una pequeña ciudad comienza una serie de crímenes inexplicables, cuya autoría o inspiración se atribuye a un inmigrante japonés. Las cosas se complican cuando se descubre que en realidad están relacionados con posesiones demoníacas, y entre las víctimas está la hija de un aparentemente inepto policía local. Nada de este resumen puede dar una idea cabal de The Wailing, que muta de la comedia al drama y al puro horror, borrando cualquier frontera genérica y manteniendo sus misterios y ambigüedades hasta el fin, o incluso después. Original, emotiva, oscura, lujosamente filmada y desoladora, es una prueba de todo lo que se puede expresar cinematográficamente sin abandonar algunas convenciones de lo que llamamos “terror”.

La bruja (The Witch, Robert Eggerts): Esta también se ha colado en casi todas las listas de lo mejor del año, lo cual no extraña ya que es uno de los productos más personales que se hayan estrenado en mucho tiempo. Descrita por algunos como una película de horror que podría haber filmado Ingmar Bergman, es un relato sobre una familia de pioneros religiosos en la Nueva Inglaterra del siglo XVII, que, separados de su comunidad, se aposentan en las proximidades de un bosque, donde comienzan a ser acosados por una presencia maligna. Filmada con un notable buen gusto, juega con la percepción del espectador -y la de sus personajes- oscilando entre lo sobrenatural y lo realista, y entre lo maligno y lo paranoico, y ofrece imágenes memorables y góticas, sin apelar prácticamente a ningún tipo de violencia y estableciendo una metáfora móvil y muy abierta, sobre la cual se pueden sacar las más diversas conclusiones. Lenta y estática para los amantes de los julepes y el miedo súbito, apunta más que nada a la generación de un clima, apoyado en la belleza de su propio misterio.

Green Room (Jeremy Saulnier): Se ha discutido bastante si es o no un film de terror, pero más allá de sus ocasionales estallidos de gore y violencia explícita (una característica hace unos años inevitable en el género, pero ausente de casi todas las películas de esta lista), es la propia tensión aterradora de su trama la que justifica incluirla (además del simple hecho de ser una de las mejores películas de cualquier clase que se hayan estrenado este año). Politizada y especialmente cargada de connotaciones luego de las recientes elecciones estadounidenses, Green Room (una forma de denominar los backstages de las salas de conciertos) cuenta la historia de una banda de punk-rock anarquista que, por error, termina en un show de grupos de hardcore neonazi, lo cual es complicado pero nada dramático, hasta que una casualidad los convierte en testigos de un asesinato, por lo que son sitiados por numerosos skinheads supremacistas blancos, en una situación que recuerda bastante a la legendaria Asalto al Precinto 13 (John Carpenter, 1976). Violentísima, pero con exquisitos detalles de escritura e interpretación -además de una concepción nada simplista de sus personajes opuestos-, es una nueva muestra del enorme talento de su director, Jeremy Saulnier -uno de los más interesantes nombres jóvenes del cine estadounidense actual- y una historia tensa, llena de significados no evidentes, magníficamente actuada, sangrienta e inesperadamente poética, que no deja distraerse ni relajarse ni por un minuto. Una gran película de horror y suspenso, digamos, y en una de esas, un nuevo clásico menor.