El escritor argentino Pedro Mairal recibió el lunes el premio español Tigre Juan por su novela La uruguaya. El jurado de la 39ª edición del premio de la ciudad de Oviedo, que consideró un total de 120 obras, señaló que La uruguaya “recoge la excelente tradición” latinoamericana en la novela breve, a partir de una “prosa desnuda de todo efectismo, pero dotada de una gran intensidad y un lenguaje económico, directo y ajustado”. Esta obra de Mairal ya fue traducida al italiano, el francés y el holandés, y hace unos meses circuló la noticia de que Jorge Drexler hará una canción inspirada en el libro.

El escritor ganó a los 28 años la primera edición del Premio Clarín, con un jurado de lujo (Adolfo Bioy Casares, Augusto Roa Bastos y Guillermo Cabrera Infante), por Una noche con Sabrina Love (1998), en la que ya se veían características que lo convertirían en una de las voces más contundentes de su generación: un extraño humor que a veces alcanza el absurdo, la precisión del sarcasmo, el ritmo vertiginoso, la austeridad de la forma, la felicidad y el asombro que provocan sus personajes perdidos, acosados por la ciudad. Como ellos, Mairal parece escabullirse del mainstream, y con los años ha ido incursionando en otros caminos. Llegó a editar en La Propia Cartonera (Pornosonetos, 2009), publicó una novela en sonetos con la editorial Orsai (El gran surubí, 2013) y participó en diversas movidas poéticas.

Ocho años después de Salvatierra (2008), y tras celebrados libros que reúnen sus columnas periodísticas (como El equilibrio –2013– y Maniobras de evasión –este año–), Mairal volvió a la novela con La uruguaya, un relato fundamentalmente contemporáneo: en un escenario en el que la virtualidad se enfrenta con el presente, Lucas Pereyra es un escritor modesto, en crisis de pareja, que viaja a Montevideo a buscar dinero, en la época del dólar blue. Allí se encuentra con Magalí Guerra Zabala, una uruguaya de la que se enamora, al pasar, en un encuentro literario. Es una novela sobre alguien con la inquietud de comprender que no sólo ha perdido el rumbo, sino también a sí mismo. Con sus habituales dosis de humor y las referencias de un mundo que se impone, Lucas Pereyra revela una Montevideo que hemos olvidado de tanto verla: en un travelling por la ciudad traza una agenda básica, entre referencias a Juan Carlos Onetti, a figuras incluidas en los billetes y a nombres de bares y comercios, a la vez que un variado cancionero acompasa el ritmo. Algo que se puede intuir como un posible ejercicio narrativo de ir construyendo lo uruguayo para los argentinos, como un mundo propio pero desplazado y fuera de foco. Replica el ejercicio en la Buenos Aires del regreso, pero lo hace desde la desazón que generan nuevas percepciones de calles, bares y lugares compartidos.

La novela comienza cuando Lucas todavía está en Buenos Aires, entre sus abstracciones: “Cuando me embarullaban mucho los celos me daban ganas de escribirte un mail instructivo con algunos consejos para ser amante: no sólo tenés que estar depilada y prolija, tenés que guardar una bombacha limpia de repuesto en la cartera, usar el bidet antes y después de cada polvo, controlar la obsesión, postergar la cita cuando estás menstruando, bloquear el celular. Las amantes no menstrúan. Ni llaman por teléfono, ni hacen regalos”. Dos párrafos después, ya llegó a Colonia: “Mi teléfono enganchó señal y me entró el mail de Guerra contestándome: ‘Dale. A las dos. Mismo lugar que la otra vez’. Entonces dije su nombre, para mí, contra el vidrio, mirando el agua que brillaba como plata líquida: –Magalí Guerra Zabala. Lo repetí dos veces”. En definitiva, como dice su cuento “La importancia del deporte”, todo termina en la vida, “ese juego tan raro que practican los demás”.