Ha muerto Amir Hamed. Sospecho que en estos momentos uno no tiene distancia ni lucidez suficiente para escribir algo relevante sobre su vida o su obra. Pese a ello, he aceptado decir dos palabras sobre el Amir que conocí y que elijo recordar.

Allá por su ingreso a aquella Humanidades de la calle Martí, era un joven lleno de ambiciones literarias. Entusiasta lector de García Márquez y Homero, futbolista habilidoso, escucha de Radio Independencia, gran conocedor de los hits de la música disco y de los Rolling Stones, era, entre otras cosas, autor de un relato ingenua y adorablemente intitulado “Julián corazón del futuro”. De ese Amir que era pura potencia, futuro indescifrable, energía desatada, es del que quiero acordarme.

Quisiera salvar del olvido, de la voracidad de la entropía inevitable, aquellos días en que él iba a Cinemateca con ese poncho multicolor que ha recordado Gita/Govinda Alzugaray, escandalizando a la concurrencia de empaque culto y trascendente con su gestualidad ampulosa y fuera de lugar y sus inusuales opiniones a viva voz. Quisiera poder recuperar fragmentos de una noche en Treinta y Tres que a la distancia parece digna del Scorsese de After Hours, o las largas conversaciones sobre literatura (su gran obsesión, su alimento, su condena), o sus arbitrarias, muchas veces delirantes opiniones sobre casi todo lo que hubo y hay en el mundo. Pero sobre todo quiero recordar ese extraordinario, contagioso, vitriólico sentido del humor que supo esgrimir en cualquier situación, por comprometida que fuera.

Luego vino la publicación de su literatura, que es por lo que se lo conocerá. Mi condición de crítico literario precozmente retirado me exime de disertar sobre ella, pero puedo ofrecer algún comentario, más propio de un aficionado que de un especialista: independientemente de la recepción (bastante mezquina) que esa obra tuvo en su momento, o de la que (con justicia) goza hoy, e incluso más allá del valor intrínseco que pueda tener, lo que uno puede hallar incluso en sus peores páginas (que las tiene, como todos) es un profundo amor por la literatura y una búsqueda permanente de la belleza y la trascendencia. Es sobre todo esa actitud tan moderna y pasada de moda lo que quiero recordar hoy.

Que en paz descanse quien en vida fuera un cultor apasionado y empedernido de la creación artística y un eterno (hoy más que nunca) perseguidor de la verdad estética.