Casi tres años separan Sumbarajera, este último disco de Power Chocolatín Experimento, de su anterior álbum, Jonathan Sánchez. Entre ambos, la banda no se hizo insólitamente famosa, Uruguay sólo se volvió un poco más feo y el trío de los hermanos Berocay (Bruno en batería, Demian en guitarra, Pablo en teclados, piano y bajo) se mantuvo estable, más allá de diferentes proyectos paralelos que pudieran tener algunos de los integrantes. Sin embargo, dentro de cierta sonoridad y recursos estilísticos que se continúan o se amplían, hay un giro en el tono emocional de la banda, un retrogusto más amargo que ácido, pero a su vez más lento de distinguir. Si Jonathan Sánchez era una bola de resentimiento gritando a los cuatro vientos (pero como puteadas grafiteadas en una pared que pierde el revoque), en Sumbarajera ya no hay necesidad de comunicar verdades o desenmascarar mentiras: el fin ya llegó y ahora es más una cuestión de gestionar los escombros que de construir algo nuevo.

En un camino cada vez más corrido hacia lo abstracto o inmaterial, lo que antes suscitaba enojo ahora se vuelve un verdadero peligro (cualquier sensación vinculada con la situación política es pura coincidencia). Sin embargo, en las nuevas letras de Demian Berocay no hay ya una entidad o un grupo específico señalado con el dedo, un monstruo que sea posible enjaular. Más bien predomina una sensación de paranoia, de que algo invisible avanza, como esa dimensión de lo amenazante ante la invasión incorpórea (o más que incorpórea, inenarrable) del cuento “Casa tomada”, de Julio Cortázar.

En “Casa” escuchamos a Demian cantando, sobre una batería con un estilo sincopado similar a la marca de autor de Phil Selway (baterista de Radiohead): “No funcionan así las puertas / Tratabas de pasar y sentiste un ruido / Hay voces que se acercan / Nada te resulta familiar”, para terminar gritando “Esta no es tu casa / Esto que ves no está”. En “Jóvenes promesas de la canción”, su voz saturada y casi tapada por la batería programada dice “de todas formas algo levemente inquietante / te sigue”, y agrega después “de todas formas algo levemente inquietante / se extiende”. Y en la balada marsvoltiana “Pasillo”, “respira / y enfrenta / pasillos de gente / ahí está / te mira / las cosas cambiaron / no te escapás…/ ayer pensaste en / convertir en claridad / todo lo que no alcanzó a curar”.

Los textos del rock uruguayo nunca se caracterizaron por ser muy específicos sobre sus destinatarios. Basta revisar el cancionero de la mayoría de las bandas para percibir un manejo molesto de sensaciones apenas delineadas, quejas acerca de un mal mundial genérico nunca precisamente acotado, rumias casi existenciales y cartas de amor a supuestas ex con las que uno nunca sabe realmente qué pasó, o si lo que se dice es reproche o intento de recomposición. Hay algo de eso en Power Chocolatín, pero si bien por separado ninguna de las estrofas llega a ser esclarecedora, en su suma esa vaguedad termina configurando una sensación ominosa, una cuota más de oscuridad para algo que en otros discos era más atribuible al enojo, o a la intención de desenmascarar hipocresías.

Ante ese borramiento de los motivos, quizá el elemento más representativo y metafórico de la sensación que genera el disco es la voz de Demian, colocada mucho más abajo en la mezcla que en trabajos anteriores. Antes se potenciaba la capacidad de ataque de gritos que tomaban, orgullosamente, la posta de Kurt Cobain; ahora el canto parece enlentecerse y estirarse en las vocales, como si fuera un manto a punto de rasgarse que quisiera envolver toda la canción. De hecho, casi no hay rimas, y la voz suele cortar o alargar sílabas en forma imprevisible, como si las palabras fueran imágenes estampadas en ese manto y se desfiguraran con su estiramiento.

Las guitarras parecen correr el mismo destino. Salvo momentos gloriosos como el de “Violencia en el fútbol”, cuando una guitarra densa y stoner cae a los 4:10 como un planchazo con tapones de aluminio, las cuerdas sacrifican el brillo del sonido, limando sus texturas hasta volverse, a veces, apenas una forma de frecuencia (quizá el caso más peculiar de ese lijado sea “Jóvenes promesas de la canción”).

Donde la textura se erosiona aparece el ritmo, y Sumbarajera es el álbum más dominado por el eclecticismo de Bruno Berocay. Mientras que en Jonathan Sánchez la batería metía sonidos latinos en la mezcla como una inteligente e insospechada intromisión, aquí es la que va rotando los decorados ante los cuales se monta la obra. Un caso ilustrativo de esto es “Agua quieta”, en la se que arranca en espejo con un sintetizador setentoso en clave mathrock y progresivamente va tomando elementos de candombe (con el bajo haciendo las partes de un tambor piano hacia el final de la canción), hasta que de golpe nos encontramos ante un tema completamente inesperado. Sin ser lo más espectacular del álbum, “Agua quieta” es estilísticamente lo más fino e intrigante, con dos versos de una evocación poética diferente al tenor del resto (“Agua quieta espera siempre por tus piedras / Obedecen las corrientes que te arrastran”) y un trabajo vocal –e incluso compositivo– que parece haberse apropiado en una forma originalísima de características propias de Fernando Cabrera. Los primeros cuatro temas conforman el bloque de estilo más sólido del álbum, especialmente dominados por influencias afro en lo percusivo. Luego la banda entra en una meseta más colocada hacia el lado de sus raíces rockeras (con “Pasillo” marcada por una fuerte presencia de arreglos de teclado, que a veces coquetean con lo medieval), para terminar, en los últimos tres temas, con las composiciones más jugadas (aunque un poco más imperfectas). “Vera” es un enigma: en la canción parecen deslizarse dos registros emocionales opuestos. Las guitarras y la percusión movida y cargada de metales nos llevan a una sensación optimista y agradable, que contrasta con un grito de fondo en loop y con las irrupciones de un riff densísimo. La referencia más cercana podría ubicarse en un rincón huérfano entre Vampire Weekend, la banda pospunk This Heat y Los que iban cantando. Así de raro. “Violencia en el fútbol” se enarbola alrededor de un afrobeat frío y subterráneo, que parece diagramar una especie de cuesta ascendente hasta la explosión final de guitarras. “Parte uno”, el tema que cierra Sumbarajera, contiene unas capas densas de guitarra a las que se les superpone un órgano casi de canción de cuna, y se vuelve a sacudir con rápidos ritmos afro, hasta que culmina abruptamente en una coda llena de disonancias, como si aquel peligro del que los integrantes estuvieron escapando desde el comienzo del disco hubiera llegado, metiéndose por los ductos de aire, y se hubiera apoderado de las emisoras de radio. El sonido de la humanidad finalmente derrotada.

Sumbarajera

De Power Chocolatín Experimento. Caracol rojo y Estampita records, 2017. Disponible en Bandcamp.