Luego de los silenciosos créditos de presentación sobre fondo negro, un rápido fade-in visual y sonoro nos trae el rostro triste de Ema en la ventanilla de un auto en movimiento, en la que se reflejan calles de Buenos Aires, y se escucha la música ambient que estará presente en buena parte de la película –a veces más ruidista y etérea, a veces más cercana a una sensibilidad pop–. Poco después, sin sonido diegético, Ema llega a algún lugar donde la gente la saluda y la consuela con expresión de duelo. Inferimos que, obviamente, ha muerto alguien cercano a ella. El asunto de esa muerte va a volver recién una hora de metraje más adelante, para pautar el inicio del cierre de la película. Mientras tanto, Ema sale a tomar aire, ya anocheció, y se encuentra en la calle con el protagonista masculino, de cuyo nombre no vamos a enterarnos. Como ella, tiene unos 30 años. La mayor parte del film registra su deambular por la noche porteña, sus diálogos y lo que nos revelan sobre el pasado de ambos y sobre sus sentimientos.

Cualquier película sobre un hombre y una mujer en edad sexualmente activa caminando por una ciudad y charlando remite, inevitablemente, a la trilogía Antes de... de Richard Linklater. El vínculo aquí es evidente y parece ser expreso, porque en determinado momento ella dice que soñaba con que entraba en una librería donde se iba a presentar un libro de él, y que ahí se volvían a encontrar (es el inicio de Antes del atardecer –2004–). A su vez, el contenedor temporal de Vapor se parece al de la primera película de esa trilogía, Antes del amanecer (1995): empieza de día, los dos personajes principales pasan la noche en vela juntos, hacen el amor por ahí, amanece y él la ve partir hacia su destino.

La situación afectiva es más bien la de Antes del atardecer: tuvieron una historia hace años, hacía mucho que no se veían, se ponen al día, se dan cuenta de que sigue ahí un afecto, una cercanía, un entendimiento e incluso una atracción. Como en ambas películas, caminan y la cámara los acompaña, desde adelante, retrocediendo, o desde atrás, avanzando con ellos y cuando se sientan en un murito de la calle, en el pasto de una plaza o en un boliche, se encuentran de casualidad con alguien, ella le canta una canción, él –que es escritor– le cuenta la trama de uno de sus libros inéditos.

La principal diferencia es estilística: esta película tiene una sensibilidad underground. La cámara va en mano todo el tiempo, y a veces es expresamente nerviosa, temblorosa, errática, desenfocada. En los diálogos se disciplina un poco, pero se suelta en algunos interludios mudos; uno de ellos, justo enseguida después del encuentro y antes de que empiece el deambular, es como una piecita abstracta de dos minutos con luces nocturnas fuera de foco o con ese procesamiento visual a lo Taxi Driver, en que los rastros de la imagen perduran cuando la cámara se mueve, dibujando trazos de luz y color. El montaje es fragmentado, a veces avanza a los tropezones, vuelve un poco en el tiempo y salta hacia adelante (saltos chicos, de segundos, que arrugan la textura temporal pero no comprometen una progresión anecdótica totalmente cronológica). La ciudad que se muestra (al contrario de la trilogía de Linklater) no es nada turística, sino naturalista, prosaica, deslucida. No hay mucho glamour en esa noche terriblemente calurosa y húmeda, en la que el cuerpo de ella todo el tiempo brilla de transpiración, falta agua en cuanto lugar de la ciudad intentan refrescarse, hay un Ford todo descascarado, y el boliche, que pasa música comercial, tiene el televisor prendido y un baño sucio.

Esos elementos le dan un color distinto y distintivo a esta película. Compararla con una de las de Linklater sería poner un marco de valor demasiado elevado. Pero queda, realmente, bien lejos: los personajes no tienen ni ahí el encanto de Céline y Jesse, la historia no involucra un sentimiento tan fuerte, y este no se tiene que enfrentar a la inviabilidad de que sigan juntos. El marco de la muerte del pariente no tiene presencia importante en la conversación (salvo cuando está terminando, y ahí tampoco parece vincularse con nada de lo que pasó). Sobre todo, ninguno de los personajes parece tener nada que decir sobre el mundo y, por lo tanto, no hay una base para confrontar ideas y visiones (que es mucho de la esencia de la trilogía Antes de...).

De todos modos, si uno anda contemplativo, si ama la Buenos Aires de las calles comunes y disfruta de pasar un rato charlando con gente treintañera que tiene inclinaciones artísticas, sobre cosas no muy trascendentes y en un lenguaje bien común, esta película puede implicar un rato entretenido.

Vapor

Dirigida por Mariano Goldgrob. Con Julia Martínez Rubio, Julián Calviño. Argentina, 2016. Cinemateca Pocitos.