Apostando por la novela negra como una herramienta de denuncia social, el escritor y dramaturgo madrileño David Llorente ganó el premio Dashiell Hammett 2017, entregado por la Asociación Internacional de Escritores Policíacos durante la XXX Semana Negra de Gijón. Con Madrid: frontera, Llorente sucede al argentino Marcelo Luján, ganador en 2016 de una distinción que antes reconoció al uruguayo Daniel Chavarría en 2002, por su obra Allá ellos, en la que difuminó las fronteras entre el espionaje, el thriller y la ficción política, y antes a escritores argentinos como Ricardo Piglia, Guillermo Saccomanno y Leonardo Oyola.

A su vez, en cuanto a los galardones paralelos, el periodista y escritor asturiano Miguel Barrero se quedó con el premio Rodolfo Walsh (para obras basadas en hechos reales), por La tinta del calamar, acerca del asesinato, aún sin aclarar, de Alberto Alonso Blanco, un homosexual que apareció muerto a comienzos de 1976, justamente en Gijón; el ganador del premio Espartaco de novela histórica fue Javier Azpeitia; en la categoría de ciencia ficción y fantasía fue distinguida Sofía Rhei.

De Madrid: frontera –novela que ya había sido premiada en el festival Valencia Negra– el jurado subrayó su “audacia estilista” y la capacidad de Llorente para narrar una historia sobre la degradación de la sociedad española, acentuada por la crisis económica. Así, este autor, que desde 2002 reside en Praga, ubica a Madrid como un espacio en el que los mendigos y los desesperados se multiplican, a la vez que se consolida la riqueza de políticos y banqueros.

“En esta época convulsa que vivimos, la novela negra es el género más indicado para retratar la realidad. La novela negra es la novela que hay que escribir. Hay que hacer que reviente por sus costuras y que busque las soluciones narrativas que dan otros géneros, la hibridez, la impureza. A estas alturas no vamos a defender la pureza, sería muy hipócrita”, dijo al diario El País de Madrid Llorente, autor de Te quiero porque me das de comer (2014), libro que también recibió el Dashiell Hammett y por el que se dio a conocer en España, Ofrezco morir en Praga (2008) y De la mano del hermano muerto (2011), entre otras, y de las piezas teatrales Godot o la muerte no tiene la última palabra (2009) y Una de miedo (2006). En esa entrevista cuenta que mientras escribía su última obra, sentía que sucedía eso mismo que estaba transformando en ficción, porque “bebía de lo que estaba viendo con mis ojos. Ahora, al juntarlo todo daba sensación de distopía. La gente me dice que este Madrid no existe, pero yo esto lo he visto, he visto cantos de sirena para que la gente haga lo peor que puede hacer una persona, que es rendirse”. Para él, escribir consiste –o debe consistir– en “abrir puertas y ventanas a través de la literatura, tanto para que se airee como para demostrar que el aire que respiramos es venenoso [...]. El autor no puede apartarse un milímetro de ser el cronista del tiempo que le ha tocado vivir. Todo lo que no sea eso son piruetas”.

Así, el género vuelve a cobijar la búsqueda de justicia para los desclasados, los débiles o los olvidados de siempre. Esta es la obsesión –desde hace mucho– de incontables autores consagrados como grandes referentes del noir. En 2015, John Connolly volvía sobre la distinción entre las novelas policiales y las novelas negras de detectives privados. Según dijo en aquel entonces a la diaria, las policiales son las que están al servicio del Estado, mientras que el detective privado no tiene una obligación con el Estado, sino con el individuo. Para ser más preciso, afirmaba que el origen de las novelas de detectives privados está en los libros sobre el Lejano Oeste estadounidense, con sus hombres solitarios que actúan en beneficio de otros, como en el caso del clásico Shane, de Jack Schaefer. Así es como, de manera gradual, se produjo una transformación del western en policial, y surgieron en California, hacia 1880, las novelas de detectives. “California, en particular, estaba dominada por las compañías ferroviarias, porque si se controlaba el movimiento de bienes y de personas, se controlaba la economía. Si sos pobre o vulnerable y te ponés en el camino de las compañías, no te van a defender ni las fuerzas del Estado ni la ley. En ese caso, ¿a quién acudís? No es posible hablar con la policía, porque a ellos no les importás. Es en esos casos que se acude al detective privado”. Para Connolly, fue por eso que los detectives se volvieron menos funcionales al sistema y ampliaron la brecha entre la ley y la justicia: el policía centra su acción en la ley; el detective, en la justicia. En esas novelas, los detectives privados “sólo actúan para los pobres y las personas vulnerables. Victor Hugo dice: ‘Las personas que no tienen pan para comer siempre tienen razón’, y el detective privado siempre está del lado de los débiles. Es una motivación muy liberal, de conciencia social”, explicaba. Del mismo modo, da la sensación de que en Madrid: frontera hay una gran desbandada, y aumentan los desesperados que sufren las injusticias del presente y las amenazas de la fatalidad.