Subtitulado “Crónicas y grandes reportajes”, podría ser considerado el “libro del año”, si algún sentido conservara esa calificación. No sólo porque rescata los mejores trabajos de una adelantada en el periodismo narrativo uruguayo, en el centenario del nacimiento de su autora, sino porque recupera textos que mantienen la lozanía y la capacidad de conectar con el lector, de seducir y atrapar. Las crónicas seleccionadas son la prueba de su pulso para narrar. En el caso de los reportajes está bien usado el término, ya que no se limitan a la pregunta más o menos inteligente, sino que perfilan con la preparación minuciosa, el instinto del momento y la posterior construcción de una estructura adecuada para sostener y amplificar el sentido de la indagación incisiva.

Están los antológicos de “Sexo y box”, que hacen desbordar de humanidad a Isabel Sarli, Libertad Leblanc, Carlos Monzón y Ringo Bonavena. Está la inigualable serie de encuentros con Aníbal Troilo; uno de los muchos que dedicó a Juan Carlos Onetti; el autorretrato con Tola Invernizzi de fondo. También la proeza de que los textos con Gabriel García Márquez y Jorge Luis Borges digan “algo más” que aquello que, de manera usual, se encuentra en las entrevistas con esos dos nombres mayores –y opuestos– de la literatura latinoamericana. O la joya escondida con Augusto Roa Bastos. El principio se debe dejar para el final: el texto introductorio y las notas al pie del antólogo Carlos María Domínguez son una verdadera lección de periodismo.

María Esther Gilio. Estuario, 2022. 427 páginas. 890 pesos.