Ebullición en el patio trasero del Kremlin, humo mediático y crisis energética en Europa. Próximos a los diez meses de la invasión rusa, que se cumplirán en la víspera de la Navidad occidental, los ecos de la guerra de Ucrania resuenan de forma cada vez más sostenida y en más ámbitos. En Francia fogonean la inflación y la apuesta por el metano, de cuestionable impacto ecológico. En Hungría, el presidente Viktor Orbán hace malabares para acompasar su pertenencia a las instituciones europeas y atlantistas con sus compromisos con Moscú. En Asia Central se ensancha la influencia de Turquía y China (e incluso de Estados Unidos), a tono con el descontento creciente con Rusia, garante de la seguridad de muchas exrepúblicas soviéticas.