"Necesitamos (urgentemente) un gran relato". Emmanuel Macron tiene un estilo relajado en su página de Facebook, que recoge un extracto de sus declaraciones publicadas en el pasado en un diario alemán1. Pero ante los grandes dirigentes protestantes, el 26 de octubre de 2021, en la cena del círculo Charles Gide, dijo lo mismo con mayor extensión y elegancia: “Nuestras sociedades democráticas posmodernas no se secularizaron, pero dejaron atrás un gran relato que era religioso. El siglo XX conoció otros grandes relatos, después del gran relato emancipador, el gran relato de los totalitarismos, y colectivamente pensamos que el fin de los totalitarismos comprendía el fin de los grandes relatos [...]. Y me veo obligado a constatar que colectivamente hemos sido bastante infelices después de no tener grandes relatos, porque nuestros compatriotas se enfrentan a la pequeñez de los pequeños relatos”2. Macron no solo es propenso a repetirse, sino que también está “a la moda”. La candidata a la elección presidencial de los Republicanos, Valérie Pécresse, también busca formular un “gran relato nacional” (Les Echos, 11 de febrero de 2022). Sandrine Rousseau, de Europa Ecología los Verdes, tiene como mérito, según Christian Salmon, quien popularizó el storytelling3, “el haber hecho surgir un gran relato. Un relato inclusivo, federalizador, [...] afirmando por primera vez en la izquierda la credibilidad de un gran relato” (Slate, 30 de setiembre de 2021). Acá paramos con los ejemplos: la idea de construir grandes relatos es tendencia. Lo cual no le impide ser un poco vaga. Es a comienzos de los años ochenta que se propaga la noción, a partir de un ensayo del filósofo Jean-François Lyotard, que tuvo una gran acogida, sobre todo en Estados Unidos, antes de convertirse en una referencia también en Francia. La obra La condición posmoderna. Informe sobre el saber (Éditions de Minuit, 1979) instala en el paisaje intelectual y mediático los conceptos de posmodernidad y de meta-relato, que más sencillamente se denomina “gran relato”. Dicho de otro modo, un punto de vista sobre el hombre en la historia, una consideración racional de los acontecimientos pasados que dan sentido al futuro. Lyotard resume: “Podemos llamar modernas a las sociedades que anclan el discurso de la verdad y de la justicia sobre grandes relatos históricos, científicos. Por supuesto, aquí hay múltiples variantes. Los jacobinos franceses no hablan como Hegel, pero lo justo y el bien siempre están enmarcados dentro de una gran odisea progresista. En la posmodernidad en la que vivimos lo que falta es la legitimación de lo verdadero y lo justo. Sin embargo, estas nociones eran las que permitían ejercer el terror aquí, [...] así como en otra parte lo es ser estalinista o maoísta” (Le Monde, 15 de octubre de 1979). Porque, ¿qué es lo que justifica lo que llamamos lo verdadero? ¿El bien? ¿Quién elabora estos conceptos? ¿En nombre de qué, por qué? No tienen nada de eterno, de incontestable: existen y fluctúan, para justificar el poder y las costumbres sociales. Así, como lo condensa el historiador Johann Chapoutot, Lyotard, al cuestionar la “legitimidad del saber”, socava la legitimidad “de los relatos que lo sostienen”4. Particularmente, hay que decirlo, los de “la gran odisea progresista”. El resultado es que ya no podemos confiar en los fundamentos del relato de la Ilustración, la fe en la razón que establece la verdad, la creencia en el progreso basado en el trabajo de la ciencia y el pensamiento crítico para ir hacia la emancipación de la especie humana. Se acabó el proyecto humanista, universalista, ya que la verdad es una construcción. Y, como objetivo principal, el pensamiento marxista se revela como un señuelo. Bienvenidos a un mundo que se deshizo de todas esas ilusiones portadoras de totalitarismos. Cada uno se debe a sus elecciones personales, a su propia sensibilidad. Hay lugar para los “pequeños relatos”, modestos, y que no buscan imponer su supuesta verdad a los demás. No, no hay una flecha indicando la dirección del futuro.

El entierro del gran relato fue recibido con entusiasmo.

El fin de las grandes historias

Hay que reconocer que el ideal de la razón no cumplió sus promesas y que aún queda por probar la perfectibilidad del hombre. “Escribir un poema después de Auschwitz es una barbaridad”, escribe el filósofo Theodor W. Adorno en 19495. En cuanto al sueño comunista, “religión secular” que tomó “el lugar de la fe desaparecida”6, el desmoronamiento del “bloque del Este” parece haberlo hecho caducar. Lo cual le permitió a Francis Fukuyama, asesor de la administración Reagan, anunciar “el fin de la Historia”, gracias al triunfo del modelo de la democracia liberal en todo el planeta, “punto final de la evolución ideológica de la humanidad”7. Aunque la profecía de Fukuyama haya sido rápidamente desmentida, su variante teórica, la posmodernidad y sus postulados, prosperó. Floreció en tanto duda generalizada. Vino el tiempo del desencanto, de la soledad del ciudadano ante el fin de los ideales colectivos, esas mentiras peligrosas. ¿Qué valores hay que defender si son todos relativos? ¿Sobre qué bases se debe llevar una acción de transformación? ¿Qué verdad se debería elegir? La evolución de la enseñanza de la historia así como el uso político del “relato nacional” son ejemplificadores de este cuestionamiento. Como precisa el investigador Sébastien Ledoux, por grandes etapas, “pasamos de inscribir a Francia en una historia universal que ha realizado en una marcha hacia la libertad triunfante desde la Revolución de 1789” a la “revelación de una verdad oculta”, basada en el “deber de memoria”.

Se acabó el gran relato optimista, instrumentalizado por los poderes fácticos; de ahora en más “el futuro no es percibido como un horizonte de espera tendido hacia el progreso de la humanidad, es representado en la conjura del retorno a pasados violentos”. El objetivo es éste: simplemente acordarse de los horrores del pasado para no permitirlos más, “evitar riesgos colectivos”8.

Este recelo ante las narraciones totalizantes no impide sentir cierto vacío y, como lo expresa de manera lírica el escritor Alain Damasio9, hoy se escucha “este llamado que suena un poco en todas partes, tanto en empresas como en los militantes, en los think tanks reaccionarios o en el seno de la ZAD [agrupación anarquista]: ‘Necesitamos nuevos relatos’”, ya que “los grandes relatos” claramente “se hundieron o son ineptos”. Es suponer demasiado rápido que todos los viejos grandes relatos fueron pulverizados por la lucidez finalmente dominante. Si el relato marxista fue ampliamente degradado a ficción, el del neoliberalismo, inicialmente elaborado por el estadounidense Walter Lippman (1889-1974), sigue activo. Lippman, que pretendía oponerse al capitalismo salvaje responsable de la crisis de 1929, publica The Good Society en 1937, con las dictaduras europeas y el despliegue del New Deal de Franklin D. Roosevelt como escenografía. Consideraba que es en nombre del pueblo, de la nación, del proletariado y de la opinión pública que se ejercen las peores tiranías; porque la especie humana es defectuosa y no está adaptada a las condiciones que ella misma creó. Hay entonces una doble necesidad: organizar las condiciones para que hombres e instituciones se adapten a los movimientos del orden económico fundado sobre la competencia generalizada –Noam Chomsky le tomó deliberadamente prestada la expresión “la fábrica del consentimiento”–; y confiar el poder a una élite competente, impermeable ante las pasiones del pueblo. Esto da cabida a los “líderes”, a los expertos, y a la manipulación de la opinión pública, empujada por los medios de comunicación masivos, la educación, etc., a adherir a las elecciones convertidas en necesarias, de movilidad, flexibilidad y adaptación a las nuevas condiciones económicas. Las desigualdades que nacerán de esto serán “naturales”. Como lo dicta el darwinismo social, ¡que el más adaptable, el más reactivo, gane!10. Esta concepción suele ser atacada por portadora de injusticias, pero es menos frecuente denunciarla como un relato falaz. Es cierto que pretende basarse en lo que parece ser el “sentido común” natural, aunque ese sentido común no es sino la interiorización de los valores de esta visión política. También es cierto que rara vez se la puede aprehender en su totalidad (el darwinismo social que subraya Barbara Stiegler es poco reivindicado y los expertos no son presentados más que como técnicos). Finalmente, se reivindica al pragmatismo y no a los grandes principios, para, precisamente, adaptarse: ¿falta el gran relato? ¡escribámoslo! Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, más conocido bajo el nombre de Foro de Davos, organizó el 11 y 12 de noviembre de 2021 un encuentro en Dubai, The Great Narrative [El gran relato], en el que filósofos, futurólogos y científicos... debían “co-crear un relato que pueda ayudar a la creación de una visión más resistente, inclusiva y duradera de nuestro futuro colectivo”11. El “cuento”, como lo llama Schwab, está en pleno apogeo, retomado por la mayoría de los dirigentes y tomadores de decisiones, que quieran trabajar por “la buena vida”. Érase una vez... un neoliberalismo amoroso, despejado de toda “política”, y de una moralidad a prueba de todo.

Dice Lyotard: “En la posmodernidad en la que vivimos lo que falta es la legitimación de lo verdadero y de lo justo”.

Pero nacen otros relatos que reescriben al mundo. Están los de los “conspiracionistas” y los de los yijadistas milenaristas. Está el de la crisis del medio ambiente, que insiste sobre la culpabilidad de un “sistema consumista” en el cual cada individuo es, en parte, responsable y debe trabajar para salvar lo vivo. Uno de los más singulares es sin duda el que presenta el “metaverso”, un término encontrado en una novela de ciencia ficción, al que se dedican el ex grupo Facebook llamado Meta, Microsoft, Sony, Alibaba, Apple, Amazon, etc. Para Mark Zuckerberg, dueño de Meta, se trata nada menos que de fusionar nuestra realidad física con el universo digital. En un universo virtual, en el que estaríamos presentes bajo la forma del avatar elegido, viviríamos en tres dimensiones; con cascos de realidad virtual y otras prótesis, charlaríamos, aprenderíamos, viviríamos y compraríamos, en una Internet finalmente “encarnada”, como dice Zuckerberg. Ya no hay necesidad de vivir en la vieja realidad, lo virtual es lo real. Como en la película de Steven Spielberg, Ready Player One (2018), en la que la humanidad prefiere encerrarse en un metaverso controlado por grandes empresas antes que sufrir las catástrofes que devastan a la Tierra. Harán falta años para que el metaverso sea operativo, pero ya se instala “en lo real”. Ya se están haciendo compras inmobiliarias, las marcas se mueven con mucho dinero en criptomoneda, sin Estado, sin restricciones12. Un mundo paralelo, en el que sólo gobiernan el deseo y el dinero. He aquí un nuevísimo “gran relato” del futuro, que se presenta como una liberación para todos –o casi–. La lista no es exhaustiva. Pero estas perspectivas (más o menos) nuevas tienen una fuerte tendencia a evacuar o disfrazar el conflicto: Ya no hay lucha de clases, sólo injusticias; ya no se trata de enfrentarse a lo que esclaviza, sino de florecer; ya no se trata del trabajo de la razón, ni del progreso, sino de los poderes de la imaginación, ya sea que nos refiramos a la innovación, a lo virtual, o a las “ficciones que crujen con la alteridad”, para usar los términos de Alain Damasio13. Esta es quizás una de las sorpresas de la época. De hecho, observamos que cada vez más a menudo, la literatura, y especialmente la ciencia ficción, son designadas por diversos comentaristas como dibujantes de futuros. Esto es muy estimulante. Pero las producciones del imaginario y su recepción no están fuera de la ideología. Y sólo adquieren su fuerza alimentando una lectura de la realidad. Una lectura que le da sentido y dirección. Parafraseando a Frederic Jameson, gran teórico marxista y amante de la ciencia ficción, si abren posibilidades que contribuyen a “determinar las condiciones para superar [el capitalismo]”, pueden contribuir a “revivir, en la izquierda [...] la idea de una perspectiva colectiva emancipadora”14. Recargar la gran narrativa emancipadora con relatos que reaviven el deseo de su realización es un buen objetivo de... la posmodernidad.

Evelyne Pieiller, de la redacción de Le Monde diplomatique, París. Traducción: Micaela Houston.


  1. Entrevista en Der Spiegel, Hamburgo, 14-10-17. 

  2. Citado en Réforme, París, 27-10-21. 

  3. Christian Salmon, Storytelling, la machine à fabriquer des histoires et à formater les esprits, La Découverte, París, 2007. 

  4. Johann Chapoutot, Le Grand récit. Introduction à l’histoire de notre temps, PUF, París, 2021. 

  5. Theodor W. Adorno, Prismes, Critique et société, Rivages, París, 2003. En 1996, al contrario escribirá: “bien podría haber sido un error afirmar que después de Auschwitz ya no es posible escribir poemas” (Dialectique négative, Payot, París, 2003). Esta corrección tendrá mucho menos eco. 

  6. Raymond Aron, “L’avenir des religions séculières”, artículo de julio de 1944, citado en Le Grand récit, op. cit

  7. Francis Fukuyama, La fin de l’histoire et le dernier homme, Flammarion, París, 1992. 

  8. Sébastien Ledoux, La nation en récit, Belin, París, 2021. 

  9. Alain Damasio, en Relions-nous. La Constitution des Liens. L’an 1, Les Liens qui Libèrent, París, 2021. 

  10. Walter Lippmann, La Cité libre, Les Belles Lettres, París, 2011. Pierre Dardot, Christian Laval, La Nouvelle Raison du monde. Essai sur la société néo-libérale, La Découverte, París, 2009. Barbara Stiegler, Il faut s’adapter. Sur un nouvel impératif politique, Gallimard, París, 2021. Noam Chomsky, con Edouard Herman, La fabrication du consentement. De la propagande médiatique en démocratie, Agone, Marsella, 2008. Véase también, François Denord, “Un art de gouverner”, Le Monde diplomatique, noviembre de 2007. 

  11. Sitio del Foro Económico Mundial. Véase también Klaus Schwab, Thierry Malleret, The Great Narrative, for a better future, Schweizer Büchänder und Verleger-Verband, Zurich, 2022. 

  12. Frédéric Lemaire, “El bitcoin y el riesgo de una burbuja financiera”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, febrero de 2022. 

  13. Alain Damasio, Relions-nous, op. cit

  14. Vincent Chanson, “Frederic Jameson, Totalité, postmodernité et utopie”, Contretemps, París, No 6, 27-5-10.