Este artículo repasa cómo los medios de comunicación occidentales cubrieron la persecución contra Julian Assange y la que afectó al disidente ruso Alexei Navalny. Lejos de ser nueva, la asimetría ya se había cuantificado en 1988: un opositor a Occidente “vale” para la prensa entre 137 y 179 veces menos espacio que uno que se oponga al “Imperio del Mal”.

En marzo de 2017, Julian Assange culmina su quinto año de reclusión en la embajada de Ecuador en Londres. Los funcionarios de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos están decididos a apoderarse de él y consideran incluso asesinarlo: WikiLeaks, que Assange cofundó, acaba de revelar las herramientas usadas por la CIA para espiar los aparatos electrónicos. La filtración es decisiva. Los de la agencia piensan en primer lugar en un secuestro. Pero violar la integridad de la embajada ecuatoriana para secuestrar a un ciudadano australiano en pleno corazón de la capital británica sería delicado desde el punto de vista diplomático. Luego, se convencen de que Assange está a punto de huir hacia Rusia, con la complicidad de Quito y de Moscú. Entonces elaboran planes aún más rocambolescos: “Enfrentamientos armados con agentes del Kremlin en las calles de Londres, un choque en cadena con el vehículo diplomático ruso que lleve a Assange para apoderarse de él, tiros en las ruedas del avión ruso que lo transporte para impedirle despegar hacia Moscú [...]. Una de las hipótesis contemplaba incluso que Assange intentara huir en un carrito de lavandería”. Finalmente, la oposición por parte de la Casa Blanca a una operación jurídicamente frágil les habría puesto fin a esos proyectos.

Todos esos elementos se encuentran detallados en un largo artículo subido a internet el 26 de setiembre del año pasado por un equipo de periodistas de Yahoo News, tras haber entrevistado a una treintena de funcionarios de las agencias de seguridad estadounidenses.1 Mike Pompeo, entonces director de la CIA, no escondía sus intenciones en abril de 2017: “WikiLeaks es un servicio de inteligencia hostil a Estados Unidos, a menudo alentado por Rusia. [...] Ya no les permitiremos a los colegas de Assange recurrir a la libertad de expresión para aplastarnos con secretos robados. Vamos a convertirnos en una agencia mucho más malvada. Y enviar a nuestros agentes más feroces a los lugares más peligrosos para acabar con ellos”.

La investigación de Yahoo News no podía más que suscitar respuestas mediáticas: editoriales indignados que invocan el derecho-de-informar, la-democracia-en-peligro, el creciente “iliberalismo”, el-vientre-aún-fecundo, etcétera. Máxime considerando que el investigador principal, Michael Isikoff, no podía ser sospechado de antiestadounidense o de tener simpatías por Moscú: en marzo de 2018 había publicado un libro titulado Ruleta rusa: la historia secreta de la guerra de Putin contra Estados Unidos.

Y bien, a pesar de ello, dos semanas después de las revelaciones de Yahoo News, ni The Wall Street Journal, ni The Washington Post, ni The New York Times le habían dedicado una sola línea al asunto.2 Tampoco lo hicieron los franceses Le Monde, Le Figaro, Libération, Les Échos, ni la Agencia France Presse. Ciertamente, la información fue señalada en línea por The Guardian, Courrier International, Le Point, Médiapart, Cnews, pero a menudo sin mucho énfasis. Vale decir que casi nadie lo notó. La agencia Bloomberg le dedicó 28 palabras.

El valor de las víctimas

Recordemos ahora la deflagración internacional provocada por el intento de asesinato del abogado Alexei Navalny.3 Otro valiente opositor al poder, otro lanzador de alertas que un Estado amenaza y persigue. Pero detenido, él, en una cárcel rusa y no en una cárcel londinense. El tratamiento mediático diferenciado de los dos héroes ilustra bastante bien la flexibilidad de las nociones de “derechos humanos” y de “libertad de prensa” agitadas de modo permanente por los medios de comunicación occidentales. Porque todo indica que su oposición al presidente ruso, Vladimir Putin, habría convertido a Navalny en más “humano” que Assange, también disidente, pero del “mundo libre”.

En su obra clásica La fábrica del consentimiento, Edward Herman y Noam Chomsky establecieron en 1988 que “un sistema de propaganda” presenta de manera diferente a las “víctimas de atropellos en un país enemigo” y a aquellas “a las cuales su propio gobierno o el de un Estado cliente infligen un destino idéntico”. Para demostrarlo, se referían a la extravagante desproporción de trato en relación a dos asesinatos de eclesiásticos cometidos casi al mismo tiempo por policías o grupos paramilitares: el asesinato del arzobispo salvadoreño Óscar Romero en marzo de 1980 y el de un cura polaco, Jerzy Popieluszko, en octubre de 1984, tanto el uno como el otro conocidos por su oposición al poder. Como resultado de un estudio exhaustivo de los principales títulos de la prensa estadounidense, Herman y Chomsky concluyeron que “una víctima como Popieluszko valía entre 137 y 179 veces lo que una víctima de un Estado cliente de Estados Unidos”. En esos tiempos –es seguro que el lector ya lo comprendió– Polonia estaba bajo la órbita soviética, es decir, bajo el “Imperio del Mal”.

La brecha es menos caricaturesca en el caso que nos concierne. Desde que se refugió en la embajada de Ecuador el 19 de junio de 2012, Assange fue citado en 225 artículos de Le Monde, según los archivos del diario. Durante el mismo período, Navalny aparece en 419 textos. Sin embargo, más allá de las cifras, a los dos opositores se les aplica un marco de análisis distinto. Así, tres de los cinco editoriales de Le Monde consagrados al hacker australiano insisten en “la trayectoria ambivalente de Julian Assange”, título del editorial del 15 de abril de 2019 publicado dos días después de su arresto en Londres por parte de los servicios británicos: “Antes de recordar el destino de los ‘lanzadores de alertas’ en lucha contra los secretos de Estado, hay que precisar dos evidencias. En primer lugar, Julian Assange es susceptible de ser llevado ante la Justicia como cualquier otro. [...] En segundo lugar, Julian Assange no es amigo de los derechos humanos”. ¿Por qué no? “El militante antiestadounidense ataca los secretos de los países democráticos y rara vez aquellos de países totalitarios”. En resumen, debería apuntarle más a menudo a la undécima potencia mundial y perdonar más seguido a la primera.

Volvemos a encontrar esta idea en un editorial publicado un año más tarde, el 26 de febrero de 2020. Ciertamente, “Julian Assange no debe ser extraditado a Estados Unidos”, estima el diario, pero “no se comportó ni como defensor de los derechos humanos ni como ciudadano respetuoso de la Justicia. [...] Dispuesto a atacar los secretos de los países democráticos, se mostró menos urgido respecto de los países autoritarios”. The Wall Street Journal, que, por su parte, reivindica hace mucho tiempo su “doble vara” prooccidental, había formulado una crítica idéntica: “Assange nunca fue un héroe de la transparencia o del sentido de la responsabilidad democrática. Sus blancos parecen ser siempre instituciones o estados democráticos, nunca sus equivalentes autoritarios” (12 de abril de 2019).

El apoyo dado a Navalny es, por el contrario, sin reservas. Ninguno de los cinco editoriales que le consagró Le Monde (sobre trece que incluyen su nombre) insiste en su “trayectoria ambivalente” o sobre su estatus de “susceptible de ser llevado ante la Justicia como cualquier otro”. Sin embargo, su militancia en una organización nacionalista, su participación en las manifestaciones xenófobas de las “marchas rusas”, sus declaraciones racistas apuntando a migrantes caucásicos y de Asia Central, le valieron perder el estatus de “prisionero de opinión” atribuido por Amnistía International “debido a preocupaciones acerca de las declaraciones discriminatorias que hizo en 2007 y 2008 y que podrían constituir una apología del odio” (ese estatus le fue finalmente devuelto por la organización en mayo pasado, tras el cínico uso de este retiro por parte de las autoridades rusas).

El tratamiento mediático ilustra la flexibilidad de la noción de “derechos humanos”.

Cuando se trata de “el abogado-bloguero, detractor de la corrupción de Estado, [...] en camino a convertirse en el opositor número uno de Vladimir Putin”, la severidad reservada para Assange se disuelve, a tal punto que Navalny resplandece en la última página de Le Monde como un moderno maestro de las redes sociales (16 de junio de 2017). E incluso como un colega: “El periodismo de investigación que llevaba a cabo denuncia el universo de la corrupción con una eficacia formidable, a través de videos con muchas vistas en línea” (22 de agosto de 2020). Y es el mismo diario el que le dedica al opositor ruso una parte de su portada, un editorial, un artículo adulador, todo acompañado de una columna de Navalny combatiendo al líder del Kremlin, “jefe moral de los corruptos”. De hecho, el diario exhortará a los gobiernos europeos a “desterrar toda complacencia hacia Putin” (15 de enero de 2021).

El mismo esquema aparece en la crónica “Geopolítica” de France Inter. Cuando se trata de Assange, Pierre Haski denuncia la persecución estadounidense de la que es objeto y toma partido contra su extradición. Sin embargo, Haski le recuerda a la audiencia la “parte oscura, tanto personal como política”, de un “personaje que se volvió incendiario”. Las siete crónicas que le dedicó a Navalny entre el 1º de enero de 2018 y el 10 de octubre de 2021 (contra dos dedicadas a Assange) no manifiestan ninguna reserva de esta clase. Destacan la valentía y la combatividad del opositor ruso; dos cualidades incontestables, pero de las que el fundador de WikiLeaks tampoco parece carecer.

“Agentes extranjeros”

“El drama de Julian Assange –resumía en 2019 el periodista Jack Dion– es ser australiano y no ruso. Si lo hubiera perseguido el Kremlin, [...] los gobiernos se disputarían el honor de ofrecerle el derecho de asilo. Su rostro figuraría en la fachada del Hôtel de Ville (Ayuntamiento) de París y la alcaldesa Anne Hidalgo izaría la bandera a media asta en la Torre Eiffel hasta el día de su liberación”.4

Los periodistas occidentales adoraron al hacker australiano, designado “personalidad del año” en 2010 por la revista Time, que les brindaba numerosas primicias en un clima geopolítico más tranquilo. Lo combatieron desde que WikiLeaks publicó, en 2016, correos electrónicos del Partido Demócrata que la CIA atribuye a la piratería rusa. “Cuando Assange se expresa, ¿es Putin el que habla?”, tituló, por ejemplo, el 2 de setiembre de 2016, la edición internacional de The New York Times. Sin embargo, cuando el poder ruso les impuso la infamante etiqueta de “agentes extranjeros” a varias organizaciones no gubernamentales, la prensa occidental se indignó legítimamente.

Al no renunciar la administración de Joseph Biden a su pedido de extradición por motivo de espionaje, Assange permanece en la cárcel. Suponiendo que el requerimiento estadounidense sea rechazado, ya conoceremos algunos de los planes de asesinato que duermen en las cajas de cartón de la CIA. En 2021, un valiente periodista ruso5 recibió el Premio Nobel de la Paz por haber defendido una libertad de expresión amenazada. El año próximo, ¿Assange?

Serge Halimi y Pierre Rimbert, respectivamente: director de Le Monde diplomatique, París; redactor de Le Monde diplomatique, París. Traducción: Micaela Houston.


  1. Zach Dorfman, Sean D. Naylor y Michael Isikoff, “Kidnapping, assassination and a London shoot-out: Inside the CIA’s secret war plans against WikiLeaks”, YahooNews, 26-9-2021. 

  2. John McEvoy, “Deathly Silence: Journalists Who Mocked Assange Have Nothing to Say About CIA Plans to Kill Him”, Fairness & accuracy in reporting (FAIR), Nueva York, 8-10-2021. 

  3. Hélène Richard, “Alexei Navalny, ¿profeta en su tierra?”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, marzo de 2021. 

  4. Marianne, París, 19-4-2019. 

  5. Dmitry Muratov, compartido con María Ressa, de Filipinas.