El gobierno japonés abrió el camino a posibles operaciones ofensivas al exterior de sus fronteras. Su nueva doctrina convierte a China, a Corea del Norte y a Rusia en adversarias. Esta creciente militarización suscita cierta reserva en el seno de la opinión pública japonesa e inquieta a vecinos y socios económicos del archipiélago.

El sábado 27 de noviembre de 2022, el primer ministro japonés Fumio Kishida hizo una visita matutina a las tropas de defensa terrestre en la base de Asaka, al norte de Tokio. Tras hacer una pequeña recorrida en un tanque de guerra, pronunció un discurso de ruptura: “A partir de ahora voy a considerar todas las opciones, incluidas la de tener capacidades de ataque contra bases enemigas y la de continuar con el fortalecimiento del poder militar japonés”. Según el jefe de gobierno, “la situación de seguridad alrededor de Japón cambia a una velocidad sin precedentes. Algunas cosas que no sucedían más que en novelas de ciencia ficción se han convertido en nuestra realidad”. Algunos días después, Kishida anunció la duplicación de los gastos de Defensa y desbloqueó el equivalente a 315 mil millones de dólares a lo largo de cinco años. Así, Japón dispondrá del tercer presupuesto militar mundial detrás de Estados Unidos y China. Representará dos por ciento del Producto Interior Bruto (PIB), lo que corresponde al compromiso asumido en 2014 por los 28 miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)... de la que sin embargo no forma parte.

Estos anuncios –que se inscriben en el marco de la nueva “Estrategia de Seguridad Nacional” presentada en agosto de 2022– cambian en profundidad las misiones de las Fuerzas de Autodefensa, el nombre oficial del ejército nipón. En efecto, ya no se limitarán a defender al país, sino que dispondrán de los medios para contraatacar, e incluso destruir bases militares enemigas. El anuncio no es para nada sorprendente. El pasado agosto, en un palacio tokiota, Onodera Itsunori, presidente de la comisión de investigación sobre seguridad nacional del Partido Liberal-Demócrata (PLD), cercano a Kishida y exministro de Defensa de su predecesor Abe Shinzo, se puso en los zapatos del primer ministro para considerar junto con su invitado, el diputado del PLD Otsuka Taku una eventual invasión a Taiwán por parte de China. Ken Moriyasu, corresponsal de asuntos internacionales del diario económico Nikkei Asia, relata con malicia: “Partieron de la idea de que los chinos invadirían en simultáneo Taiwán y las islas Senkaku [reivindicadas por China bajo el nombre de Diaoyu] y se preguntaron: ‘¿Qué deberíamos hacer? ¿Deberíamos primero evacuar a nuestros ciudadanos instalados en Taiwán?’. Al final, tras mucha confusión, ¡concluyeron que más bien habría que concentrarse en Senkaku!”.

La tensión en el país era palpable en ese entonces. Algunos días después de la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, cinco misiles balísticos lanzados por Pekín durante ejercicios militares alrededor de Taiwán cayeron en las aguas de la Zona Económica Exclusiva (ZEE) japonesa1. “En los próximos años, será vital para China poner a prueba la alianza nipona-estadounidense. De forma oficial, para Washington, el más mínimo ataque en suelo japonés, como por ejemplo en la isla de Yonaguni, a 110 kilómetros de Taiwán y en el extremo del archipiélago de Okinawa (Japón), equivaldría a una bomba sobre Manhattan (Estados Unidos). Pero en la realidad nada es menos seguro”, asegura Moriyasu.

Gracias a las imágenes satelitales, los japoneses también saben que los militares chinos se entrenaron, en el desierto de Gobi, en cómo atacar un clon de la base aérea estadounidense de Kadena, en Okinawa. Murano Masashi, especialista en Japón en el think tank [usina de pensamiento] conservador Hudson Institute de Washington, estima que esta sería enseguida neutralizada si Taiwán fuera invadida: “China comenzaría con las pistas de aterrizaje en Okinawa y Kyushu al inicio del conflicto con una salva de misiles balísticos y de crucero, así como campañas de perturbación cibernética y electromagnética”. Estados Unidos, por su parte, reitera que la presencia de sus 30.000 militares es indispensable, aunque más no sea para los mismos okinawenses. El 30 de octubre de 2022, el embajador estadounidense en Japón se dirigió al campamento Hansen de los marines para inaugurar... un gran mercado de horticultores locales para alimentar a las familias de los soldados. No es seguro que baste para seducir a los habitantes, en su mayoría hostiles a las bases estadounidenses2.

Alineados con Estados Unidos

Así es que, algunas semanas antes, en agosto, el gobierno japonés hizo pública su nueva estrategia. El libro blanco sobre la “Defensa de Japón 2022” presentó a China como un “desafío estratégico sin precedentes”, una potencia “opositora” acusada de romper el equilibrio geopolítico y militar en la región, de amenazar a las islas Senkaku así como a Taiwán, que Tokio asegura querer defender tras haber ocupado la isla de 1895 a 19453. Los demás enemigos designados son Corea del Norte, que multiplicó los lanzamientos de misiles a lo largo de 2022 y, desde la invasión a Ucrania, Rusia, con la cual aún no está resuelta la disputa fronteriza acerca de las islas Kuriles –anexadas por la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial–.

No obstante, este análisis no es unánime dentro de la sociedad japonesa. Moriyasu nos recuerda que Pekín, en efecto, aumenta su presupuesto militar (un incremento de 7,5 por ciento en 2022, por lo que quedó en 229 mil millones, contra los 768 mil millones de dólares del presupuesto militar de Estados Unidos). Pero según él, el mandatario chino “Xi Jinping no consolidó su poder para hacer la guerra, sino porque se dispone a tomar decisiones impopulares contra las desigualdades [...]. Eso hará que los chinos ricos que se comportan como príncipes sauditas, con sus [automóviles] Lamborghinis y sus residencias californianas, se disgusten mucho. Si bien el presidente chino desea naturalmente que Taiwán se incorpore a China, nada en su discurso da a entender que quiera invadirla. Ciertamente, no descarta esa posibilidad, pero el núcleo de su discurso es un retorno a las raíces del socialismo”. Un proyecto incompatible, según él, con la guerra.

Del lado de los opositores al PLD las críticas son suscitadas, sobre todo, por la amplitud de los gastos militares y la nueva estrategia ofensiva. Esta viola la Constitución pacifista impuesta por Washington tras la rendición en 1945, a la que los japoneses siguen apegados. En particular al artículo noveno, que precisa: “El pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de solución de los conflictos internacionales. Para alcanzar ese objetivo [...] no se mantendrán en lo sucesivo fuerzas de tierra, mar o aire, como tampoco otro potencial bélico”.

Con el fin de defender este principio, los pacifistas se manifiestan con regularidad alrededor de Kokkai Gijido, el imponente edificio de la Dieta Nacional, el Parlamento nipón. Algunos militantes con megáfono, entre los seis mil manifestantes presentes esa tarde de noviembre, se enfrentan a los pequeños altavoces de plástico de los policías. Pero cada quien se mantiene detrás de su línea de demarcación pintada en el piso, o detrás de su cinta de seguridad. Los bolsillos de uno de los manifestantes desbordan de folletos en los que está escrito: “La paz nunca podrá ser creada por la fuerza”, “La expansión militar es un punto de no retorno”, o incluso “No dejemos que nuestras islas se conviertan en fortalezas”. Empleado de una asociación caritativa, este hombre deplora que los manifestantes sean “principalmente personas mayores”.

“La juventud está un poco aislada, casi no habla ningún idioma extranjero –explica el médico de un gran hospital del barrio universitario Gotanda, en Tokio–. Vive en una burbuja, con sus preocupaciones cotidianas, pero sin conciencia de las verdaderas amenazas exteriores. Piensa que el gobierno tiene razón al decir que hay que aumentar nuestra capacidad de defensa, a la vez que piensa que, finalmente, nos salvará el gran aliado estadounidense”. En un barrio vecino, Hiroharu Kamo, de 17 años, futuro estudiante de Derecho, saborea un sándwich en la vereda de su casa. Es a la vez sensible a la propaganda estatal y prudente. “Si nuestro gobierno quiere combatir junto con Estados Unidos para preservar Taiwán, los jóvenes japoneses no querrán participar. Irse a combatir al invasor chino junto a los estadounidenses es muy poco para mí”, explica. Sin embargo, en un país en el que no existe el servicio militar, este hijo de un ingeniero metalúrgico y de una ama de casa inversora en la bolsa se uniría de buen grado a las fuerzas de defensa como reservista. “Porque si Taiwán es invadida, después seguirá Okinawa y luego Kyushu. ¡Habrá llegado el momento de defendernos!”.

Tanto para la población como para el gobierno, el eje de la seguridad sigue siendo Estados Unidos. Morihara Kimitoshi, responsable de las relaciones exteriores del Partido Comunista japonés (7,6 por ciento de los votos en la elección de la Cámara de Representantes de 2021), ironiza sobre los nacionalistas del PLD que “no se preocupan por definir su propio camino y no les da vergüenza ser un socio subalterno en la alianza con Washington”. Según Kimitoshi, la crítica más virulenta de los liberales-demócratas contra los estadounidenses se refiere a la Constitución y tiene como consecuencia impedir que “Japón demuestre su poder enviando tropas al extranjero como otros países prósperos”. Cuando los comunistas, ardientes defensores del pacifismo constitucional, firmes opositores a la estrategia de defensa del gobierno y al “paraguas nuclear” estadounidense, hacen grandes reuniones, su imponente sede en Shibuya es protegida por policías. El día de nuestro encuentro, furgones de nacionalistas desfilaban alrededor del edificio: sus conductores gritaban con megáfonos, con banderas del Japón imperial y de Ucrania colgadas de la carrocería.

Esta adhesión a Estados Unidos es reiterada como una evidencia en la prensa. Itsunori explica: “Moscú atacó a Ucrania pensando que era una nación débil que no iba a tener apoyo. Japón no será atacado si dispone de aliados fuertes para defenderlo”4. Una cantinela difundida en el extranjero por el profesor Taniguchi Tomohiko, escritor y exasesor de Abe en relaciones exteriores. En noviembre de 2022 fue invitado por la Sociedad Asiática de Suiza y luego por el Consejo de Europa en ocasión de su último Foro Mundial para la Democracia en Estrasburgo (Francia). Justo antes, nos invitó a uno de sus cursos de la Universidad Keio, en Tokio. Y, delante de sus alumnos, se entusiasmó: “Rusia, Corea del Norte, China... Nunca antes nuestro país enfrentó al mismo tiempo a tres potencias nucleares hostiles, tres naciones no democráticas. Esto coincide con el hecho de que nuestro país envejece y pierde población, con que su economía no crece con suficiente rapidez. De hecho, es casi imposible para Japón crecer tan rápido como China y contrabalancear su poder. Su única opción racional es trabajar de cerca con países que piensan igual, como su viejo aliado Estados Unidos, aunque también Australia, India. Y cada vez más, con las naciones europeas. ¡Francia es un caso único porque posee la segunda Zona Económica Exclusiva, gracias a sus territorios en los océanos Índico y Pacífico!”.

Hace alusión al concepto de alianza indo-pacífica, desarrollado por Abe en 2007, durante un discurso ante el Parlamento indio acerca de la superpotencia militar china y de los esfuerzos desplegados para combatirla5. El primer ministro ensalzaba una Asia XL [extra grande], ampliada a todo el Pacífico, hasta incluir a Australia y a Estados Unidos. Eso constituye “un eje de las democracias junto con Estados Unidos contra China –analiza Morihara–. Así, cuando Japón adquiera poderosos misiles de largo alcance como ‘fuerzas de disuasión’ contra China, estos serán integrados en la estrategia de defensa indo-pacífica de Estados Unidos. Pero Washington nunca permitirá a los japoneses usarlos de manera independiente. El hecho es que el país es un cliente de los estadounidenses: en lo militar, en lo económico y en la diplomacia”. Para intentar reducir un poco esta asimetría, el gobierno desea, a pesar de todo, desarrollar en el futuro un avión de combate junto con Italia y Reino Unido, de acá a 20356.

Foto del artículo 'Japón da vuelta la página del pacifismo'

Relaciones de vecindad amenazadas

Este progreso en la relación de Japón con Estados Unidos se basa en la firma del Tratado de Seguridad con Washington en 1952, tras el fin de la ocupación estadounidense. Para la prensa china oficial, suena como una peligrosa ruptura. Es cierto que las relaciones sino-japonesas ya se habían degradado cuando Tokio compró, el 11 de setiembre de 2012, tres de las islas Senkaku/Diaoyu a sus propietarios privados y cuando, enseguida, Pekín multiplicó las incursiones en la zona7. Las visitas regulares de Abe al santuario de Yazukuni, que honra la memoria de los criminales de guerra durante la Segunda Guerra Mundial, no contribuyeron a arreglar las cosas.

Sin embargo, la atmósfera se había calmado de manera relativa durante el último período. “Había llegado a un consenso importante [con Abe] acerca de la construcción de relaciones sino-japonesas que respondan a las exigencias de la nueva era”8, manifestó incluso el presidente chino tras el asesinato del exprimer ministro, en julio de 2022. Desde el anuncio de la nueva estrategia de Defensa, el tono cambió. El muy oficial Global Times [diario internacional chino] hace referencia al pasado militarista y colonial de Japón: “Teniendo en cuenta la devastación causada por la defensa y la modernización militar de Japón en la historia, en particular durante la Segunda Guerra Mundial, el cambio de política actual tendrá un impacto sobre el conjunto de la región, porque varias naciones tendrán que incrementar sus gastos militares, lo cual llevará a una nueva carrera de armamento en el noreste de Asia”9.

China no es la única que se inquieta por este “cambio de política”. Corea del Sur recupera los dolorosos recuerdos de la invasión por parte de las fuerzas imperiales japonesas, de 1905 a 1945. Los conflictos resurgen, y de forma específica la cuestión de las “mujeres de consuelo”, esas esclavas sexuales coreanas al servicio del ejército imperial japonés. Una realidad cuestionada por los negacionistas nipones, cada vez más numerosos. Así es que, desde 2017, el gobernador de Tokio se rehúsa a asistir a las conmemoraciones anuales de la masacre de al menos 2.600 inmigrantes coreanos en 1923, acusados de forma errónea por la población –y con el apoyo de la Policía y del Ejército– de haber envenenado pozos de agua y planificado ataques después del terremoto que destruyó gran parte de Tokio y Yokohama, y de haber causado, en consecuencia, la muerte de más de cien mil japoneses. Por lo demás, el Estado japonés aumentó de forma sensible los créditos destinados a la “diseminación estratégica de informaciones en el extranjero”10, que abultan los presupuestos de los think tanks universitarios llamados a restablecer la “verdad histórica sobre Japón”.

El temor de Seúl se debe, sobre todo, a la posibilidad considerada por Tokio de usar sus fuerzas militares para “atacar bases enemigas”, entre ellas las de Corea del Norte, ya que Corea del Sur estaría entonces amenazada de manera directa. “¿Cómo se supone que debemos aceptar esa realidad en la que Japón señala a la península coreana –que en términos constitucionales es nuestro territorio soberano [artículo 3 de la Constitución coreana]– como blanco de ataques preventivos?”11, se pregunta el editorialista del diario de centro Hankyoreh. Incluso el muy conservador presidente surcoreano, Yoon Suk-yeol, preocupado por formar un trío sólido y solidario con Estados Unidos y Japón, tuvo que tomar un poco de distancia: “Si se trata de alguna cuestión directamente relacionada con la seguridad de la península coreana o con nuestro interés nacional, es evidente que tienen que hacerse estrechas consultas con nosotros o tener nuestro acuerdo previo”12.

No pareciera que las amenazas niponas impresionen mucho a Pionyang. Con una regularidad de metrónomo, el presidente norcoreano Kim Jong-un ordena el ensayo de lanzamientos de misiles balísticos intercontinentales, los cuales terminan su recorrido en la ZEE nipona, a lo largo de Hokkaido, es decir, a más de 1.000 kilómetros de la plataforma de lanzamiento. Su objetivo no es Japón, mitiga el comunista japonés Morihara Kimitoshi: “Los norcoreanos quieren hablar con Estados Unidos a cualquier precio. Tienen una necesidad incontrolable de atención”. Si bien las fuerzas de autodefensa no intentan en absoluto destruir esos misiles en vuelo, los japoneses están ampliamente informados de la amenaza, reiterada en los smartphones [teléfonos móviles inteligentes] o en las pantallas de información del metro y de los trenes rápidos... para justificar los retrasos ocasionados. Las autoridades niponas alertan asimismo a sus empresas de criptomonedas sobre las amenazas de Lazarus, principal grupo de cibercriminales norcoreanos. Por el momento, y a semejanza de lo que sucede entre Pionyang y Washington, las conversaciones de Japón con Corea del Norte están en punto muerto.

Rusia ya se inscribe en el bando de los enemigos designados. No siempre fue el caso. Si bien durante su último mandato (2012-2020) Abe había jugado cinco veces al golf con el presidente estadounidense Donald Trump, se había reunido con su par ruso Vladimir Putin 27 veces. En cada ocasión se entablaron promesas de cooperación económica, pero ningún acuerdo para remediar el conflicto de las islas Kuriles. Estas islas forman una barrera entre el océano Pacífico y el mar de Ojotsk, en el que Rusia hace patrullar a sus submarinos atómicos y, desde 2016, un sistema antimisiles. Restituírselas a un aliado de Estados Unidos debilitaría su nivel de seguridad.

Si bien, tras la invasión de Ucrania, el actual primer ministro Kishida votó los dispositivos de sanciones, mantuvo una asociación estratégica en nombre de la seguridad energética de su país. Así, al contrario que la estadounidense ExxonMobil, los inversores japoneses conservaron su parte en Sakhaline-2, una compañía rusa de exploración y producción de gas offshore [fuera de la costa]. Cerca de dos tercios (60 por ciento) de las diez millones de toneladas de gas natural licuado producidas en la actualidad por esta firma son comprados por los japoneses. Este volumen cubre diez por ciento de sus necesidades: los yacimientos petroleros y gasíferos gestionados por Sakhaline-2 en el mar de Ojotsk son “en extremo importantes para la seguridad energética” del país, justificó el primer ministro.

En Asia, ¿la nueva “estrategia de defensa” no corre el riesgo de afectar las relaciones comerciales de vecindad con las cuales Tokio cuenta en gran medida? En 2009 se firmó un acuerdo de libre comercio con los diez países miembro de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN en inglés)13, facilitando en particular la producción manufacturera en esos países por parte de compañías japonesas. Entre una cantidad de ejemplos, se puede citar al fabricante de indumentaria Asics, que produce una gran parte de su calzado deportivo en Camboya desde 2013; a Sony, que posee una fábrica de televisores home cinema en Malasia; a Mitsubishi, que se apoderó de dos compañías de préstamos para el consumo vía aplicación de smartphone, en Indonesia y en Filipinas, para facilitar la compra de sus autos producidos de manera local. También se están desarrollando vínculos culturales sorprendentes, como por ejemplo en Hanói (Vietnam), donde la catedral de San José acaba de recibir un órgano gigante de la municipalidad de Itami en la prefectura de Osaka. “A cambio”, Japón se convirtió en el segundo inversor extranjero de Vietnam (detrás de Singapur) y en el primer importador de frutos de mar...

En ocasiones, esto condujo a Tokio a apoyar a países aislados en la escena internacional. En octubre de 2022 rechazó votar una resolución presentada en particular por Estados Unidos y Reino Unido ante el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas que apuntaba a Sri Lanka, país del que Tokio es el segundo acreedor, detrás de Pekín. Funciona de modo recíproco: las autoridades de Sri Lanka no hicieron ningún escándalo cuando Wishma Sandamali, joven docente de frágil salud, moría privada de cuidados, el 6 de marzo de 2021, en una celda de un centro de retención administrativa japonés en Nagoya. Estuvo retenida allí durante varios meses a causa de una visa vencida, expedida allí por la Policía local, a la que había ido para denunciar violencia conyugal. Su fallecimiento conmovió a los japoneses.

Al contrario que los países de ASEAN, India no obtuvo inversores nipones para abrir fábricas. “Esas dos naciones no tienen ningún conflicto serio y, sin embargo, su relación nunca fue más allá de la simple cortesía”, constata Megha Wadhwa, investigadora india de la Universidad Sofía de Tokio, incluso a pesar de que, como lo demuestra mediante un centenar de testimonios14, se establecieron inmigrantes en el archipiélago. Miles de ingenieros indios, angloparlantes y apasionados del desarrollo informático, se unieron a startups [firmas tecnológicas innovadoras] gracias a un mecanismo migratorio dirigido a pequeñas y medianas empresas: un programa llamado de “formación profesional” que esquiva la política de inmigración cero. En el rubro de las altas tecnologías, Tokio y Nueva Delhi adoptaron un programa espacial común para explorar el lado escondido de la Luna de acá a 2030 –compitiendo con China, que fue el primer país en el mundo en haber aterrizado allí en enero de 2019–.

Si bien el gobierno japonés se alinea con la visión estratégica de Estados Unidos, esto no le impide sufrir las consecuencias de las sanciones económicas estadounidenses contra China. Sony, por ejemplo, que domina el mercado mundial de los sensores fotográficos CMOS que componen los smartphones, ya no puede vendérselos al gigante Huawei. No por ello Japón deja de tener el rol de barómetro de lo que la clase media china debe consumir.

“No se trata necesariamente de alta tecnología. En materia de diseño, de packaging [presentación], de moda, de cosméticos, etcétera, cuando funciona en Japón, los chinos [continentales] (aunque también los taiwaneses, los coreanos y luego los tailandeses) quieren consumir lo mismo. ¡Es indefectible!”, asegura Jérôme Chouchan, presidente de la Cámara de Comercio francesa y a la cabeza de la chocolatería Godiva en Japón y en Corea. La marca de ropa masiva Uniqlo es uno de los sorprendentes ejemplos: posee 900 locales en China (sobre 1.600 en el mundo) y abre allí un centenar cada año. Es, por lo tanto, su mayor mercado extranjero, lo que convierte a su propietario, Yanai Tadashi, de 73 años, en la mayor fortuna de Japón, estimada en 28 mil millones de dólares. El hombre sabe cómo agradarle a Pekín, evitando la geopolítica y los temas delicados.

Desde que Hong Kong y sus fondos especulativos perdieron su esplendor ante los ojos de los inversores extranjeros e incluso de los chinos acaudalados, Tokio intenta convertirse en un centro financiero atractivo por medio de incentivos fiscales. Pero sigue rezagado respecto de Singapur. Sin embargo, el país espera presentar una solución alternativa tranquilizadora para los empresarios occidentales que creyeron haber encontrado en China su El Dorado asiático. De hecho, el exdueño de Alibaba, Jack Ma, vive felizmente allí...

Sin embargo, al darle la espalda de modo brutal a su política pacifista, Japón se coloca en primera línea frente a Pekín y espanta toda esperanza de autonomía respecto de Estados Unidos. Esta imposible entrada en la Posguerra Fría cohabita, no obstante, con un dinamismo regional impresionante en el que, de Hanói a Colombo, este envejecido país sentó las bases de su futuro crecimiento. Está en competencia directa con China, muy presente. Por cierto, la mayor parte de los países asiáticos se rehúsan a elegir entre Pekín y Washington, que les promete seguridad. ¿Y qué les ocurre con Tokio?

Jordan Pouille, periodista, enviado especial. Traducción: Micaela Houston.


  1. Michael T. Klare, “Washington y Pekín juegan con fuego”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, setiembre de 2022. 

  2. “60 por ciento of locals say US base burden on Okinawa ‘unfair’, but figure lower nationwide: poll”, The Mainichi, Tokio, 12-5-2022. 

  3. “Defense of Japan 2022”, Ministerio de Defensa, Tokio, agosto de 2022. 

  4. “LDP national security chairman seeks open debate on U.S. nuclear umbrella”, The Japan Times, Tokio, 1-6-2022. 

  5. Martine Bulard, “Delirios atlantistas en Asia”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, junio de 2021. 

  6. Alexander Zevin, “Utópica autonomía”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, febrero de 2023. 

  7. Olivier Zajec, “Por un puñado de rocas”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, enero de 2014. 

  8. Declaración de Xi Jinping, publicada en internet en el sitio del Ministerio chino de Relaciones Exteriores, Pekín, 9-7-2022. 

  9. “Japan’s passage of defense documents brings country away from track of post-war peaceful development: Chinese embassy”, Global Times, Pekín, 16-12-2022. 

  10. Tessa Morris-Suzuki, “Un-remembering the Massacre: How Japan’s ‘History Wars’ are Challenging Research Integrity Domestically and Abroad”, Georgetown Journal of International Affairs, 25-10-2021. 

  11. Jung E-gil, “Yoon’s talk of freedom, solidarity and Japan’s ability to preemptively strike Korean Peninsula”, Hankyoreh, Seúl, 20-12-2022. 

  12. Agencia de noticias Yonhap, Seúl, 19-12-2022. 

  13. Creada por Indonesia, Malasia, Singapur, Tailandia y Filipinas en 1967, se unieron Brunéi (1984), Vietnam (1995), Laos y Birmania (1997), y luego Camboya (1999). 

  14. Megha Wadhwa, Indian Migrants in Tokyo, Routledge, Londres, 2021.