El 27 de febrero pasado, Londres y Bruselas llegaron a un acuerdo en torno al protocolo sobre las consecuencias del Brexit en Irlanda del Norte. ¿Será permanente este “Marco de Windsor”? ¿Aceptarán los partidarios de la unión con el Reino Unido gobernar de nuevo junto a los nacionalistas, como prevé el Acuerdo del Viernes Santo?

Durante tres décadas, Irlanda del Norte fue el escenario de una guerra sin equivalente en la historia de la Europa contemporánea. Una guerra sin sitio, sin batalla, sin bombardeo aéreo. Frente al ejército inglés, un enemigo agazapado en las sombras intercambió el uniforme militar por el jean, utilizó armas livianas, puso bombas artesanales. En su apogeo, el Ejército Republicano Irlandés (IRA) habría contado con al menos 10.000 miembros; una gran parte de la clase obrera norirlandesa habría estado en sus filas1. En la época en que el ala política del IRA, el Sinn Féin, apoyaba de forma incondicional su campaña armada, consiguió hasta el 40 por ciento de los votos nacionalistas. Un grado de adhesión –o de tolerancia– que permitió resistir contra uno de los Estados europeos más poderosos. Oficiales británicos de alto rango reconocieron haber desplegado, durante las guerras recientes en Medio Oriente, “las técnicas específicas y las habilidades adquiridas en una ardua lucha frente a la guerrilla tanto urbana como rural en Irlanda del Norte”2.

El número de víctimas –un poco menos de 3.500 muertos y 48.000 heridos– podría parecer insignificante comparado con los baños de sangre que experimentaron países como Bosnia o Líbano. Pero si se establece la relación con la población de Irlanda del Norte –más de 1.500.000 habitantes al comienzo de los conflictos, casi 1.700.000 a su término–, semejante balance habría correspondido a dos millones de heridos y 125.000 muertos en Gran Bretaña, es decir, la mitad de las pérdidas británicas durante la Segunda Guerra Mundial. Entre las personas fallecidas, el 70 por ciento eran civiles. Ahora bien, este conflicto devastador tuvo lugar en Europa occidental, en un país muy desarrollado y conocido por su estabilidad política. Desde Edward Heath, Harold Wilson y James Callaghan, hasta Margaret Thatcher, John Major y Antony Blair, toda una generación de primeros ministros, desde 1970 en adelante, tuvo que hacer frente, en su territorio, a una amenaza sin precedentes. Incluso, el 7 de febrero de 1991, un ataque con mortero estuvo cerca de reducir a migajas el gabinete de John Major.

No obstante, a comienzos de los años 1990, las pérdidas que el IRA infligía a las fuerzas de seguridad británicas tendían a disminuir. Su decisión de extender el perímetro de su guerra apuntando a civiles que trabajaban en las bases del ejército o para la Policía Real de Úlster (RUC) le valió numerosos reproches, en particular de sectarismo. En enero de 1992, una de sus bombas mató a ocho obreros de la construcción protestantes. En la misma época, el Ejército Republicano tomó la decisión de recurrir a artefactos explosivos de gran calibre en Gran Bretaña. La estrategia le permitió devastar la City en abril de 1993, pero siempre conllevaba el riesgo, a pesar de la alerta telefónica, de una evacuación tardía.

Comienza la negociación

El punto muerto en el cual se encontraba entonces el IRA lo condujo a revisar su doctrina. El 31 de agosto de 1994 decretó un cese el fuego, del que se hicieron eco los paramilitares lealistas. Un texto distribuido a los voluntarios del IRA expuso las razones de la tregua: “En la hora actual y sin otro apoyo, los republicanos no tienen la fuerza necesaria para alcanzar el objetivo final”. La prioridad consistiría en adelante en “construir un consenso nacionalista irlandés con apoyo internacional”, basado en cierto número de principios –“la partición [de la isla, deseada por Londres y los unionistas] fracasó”, “las estructuras deben ser modificadas”, “no hay solución interna en Irlanda del Norte”3, etcétera–.

En un libro publicado al año siguiente, Gerry Adams, líder del Sinn Féin, explicitaba esa nueva orientación: mientras su partido siempre había considerado que el apoyo mayoritario de la población no era una condición previa para un cambio constitucional en Irlanda del Norte, su jefe sostenía al respecto que ninguna “evolución institucional -permitiría- iniciar el proceso de desmantelamiento de la Unión -con Gran Bretaña- sin el consentimiento previo de una mayoría en el Norte”4. El ala política del IRA en todos los condados de la isla apuntaba más bien a un acuerdo sobre instituciones transfronterizas, que constituiría un primer paso hacia la reunificación de las dos Irlandas. Lamentablemente, la decisión de Major de hacer del desmantelamiento del arsenal del IRA una condición previa para las negociaciones obligó a Adams y a sus partidarios a afrontar a los escépticos de su bando. La explosión de una bomba en el barrio londinense de Canary Wharf en febrero de 1996 hizo volar por los aires el cese el fuego.

Sin embargo, en el primer semestre de 1997, el Fine Gael, hostil al pan-nacionalismo, perdió el poder en Dublín a favor del Fianna Fáil después de que, por su parte, los conservadores británicos fueran derrotados por los laboristas. En la oposición, Blair había mantenido una línea “bipartidaria” y había desechado la política laborista de la “reunión [de las dos Irlandas] por consentimiento”; sin embargo, devenido en primer ministro, anunció que, aunque el IRA no se hubiera desarmado, su ala política sería invitada a las negociaciones. Un segundo cese el fuego entró en vigor en julio y, en setiembre, el Sinn Féin firmó un conjunto de principios redactados por el mediador estadounidense George Mitchell. Se comprometía, en particular, a “resolver los desacuerdos políticos por medios exclusivamente pacíficos”.

Escollos y concesiones

Una escisión y luego la formación del IRA Auténtico no le impidieron a Adams formar parte de las negociaciones. Por el lado lealista, si bien el Partido Unionista Democrático (DUP) de Ian Paisley –un pastor extremista– se retiró a modo de protesta, el Partido Unionista del Úlster (UUP, conservador), en ese entonces la principal fuerza protestante, se mantuvo en el seno del grupo. Tras algunos imprevistos, sus representantes, los de los nacionalistas, así como los gobiernos británico e irlandés, adoptaron, el 10 de abril de 1998, el Acuerdo del Viernes Santo, que estipulaba que la unidad sólo ocurriría “con el acuerdo de una mayoría de la población de Irlanda del Norte”.

Durante la conferencia anual del Sinn Féin el 10 de mayo en Dublín, Adams tuvo que reconocer el alcance de las concesiones: “La administración británica no llegó a su fin –explicó–. La partición tampoco. Es por ello que nuestra lucha continúa”. En esa ocasión, también recibió en la tribuna a los combatientes del IRA que habían pasado las últimas dos décadas en prisiones británicas y que se encontraban en semilibertad tras su reciente traslado a la República de Irlanda. Recordando así que el acuerdo llevaría a los prisioneros de regreso a su tierra, el líder del Sinn Féin obtuvo un apoyo masivo: una aplastante mayoría de nacionalistas norirlandeses votó por la ratificación del Acuerdo del Viernes Santo, y el plebiscito concomitante al sur de la frontera arrojó un 95 por ciento de “sí”. En cambio, solamente el 57 por ciento de los partidarios de una unión de Irlanda del Norte con el Reino Unido aprobó el acuerdo.

Para el movimiento republicano, el balance era moderado. Su ejército era responsable de cerca de la mitad de las víctimas del conflicto entre 1966 y 2001 –es decir, más de 1.750 personas–. Apenas más de la mitad de sus víctimas correspondía a su definición de objetivos legítimos (soldados, policías y guardias de prisión, o paramilitares lealistas).5 Según las normas que el IRA se había fijado, su guerra se saldaba con un fracaso.

Esta conclusión era previsible desde el comienzo. Irlanda del Norte es una pequeña región densamente poblada, en la periferia de Europa occidental, sin montañas ni selvas donde podrían resguardarse guerrilleros. Pero la geografía física finalmente tenía una incidencia mucho menor que la geografía social. Las guerrillas necesitan el apoyo popular para superar las ventajas militares de las que gozan sus adversarios. Ahora bien, a lo largo de todo el conflicto, el IRA se había topado con la oposición implacable de la mayoría unionista. Lo que sorprende no es tanto que los republicanos hayan terminado haciendo compromisos, sino que hayan logrado evitar una derrota total.

Frente a las acusaciones de traición por parte de grupos disidentes republicanos, Adams y sus camaradas tenían una ventaja: la convicción ampliamente difundida de que la lucha armada era un punto muerto político, incluso si los resultados de la estrategia de recambio del Sinn Féin dejaban mucho que desear. En agosto de 1998, el IRA Auténtico hizo explotar un coche bomba en Omagh, en el condado de Tyrone, que mató a 29 civiles. Ese acto, el más mortífero de todo el conflicto, fue un golpe muy duro para el militarismo republicano. Tras haber amenazado con una intensificación, el grupo no tuvo otra opción más que la de decretar a su vez un cese el fuego.

Tras el referéndum de 1998, varios observadores esperaban que el UUP de David Trimble dominara la vida política en alianza con el Partido Socialdemócrata y Laborista (SDLP) –la organización de la clase media adepta a un nacionalismo “constitucional”, en oposición al nacionalismo de la “confrontación física” del Sinn Féin—. Pero la insistencia de Trimble sobre la destrucción previa del arsenal del IRA obstaculizó la formación de un ejecutivo compartido. El punto muerto político no estorbó en absoluto al Sinn Féin en las urnas: durante las elecciones legislativas británicas de 2001, el partido superó por primera vez al SDLP gracias a la solidez de su base militante. Dos años más tarde, el DUP de Paisley reemplazó al UUP en las elecciones regionales.

Blair y el primer ministro irlandés Bertie Ahern intentaron negociar un acuerdo entre los nuevos partidos principales, en un primer momento sin mucho éxito. Pero, en setiembre de 2005, el IRA anunció el desmantelamiento completo de su arsenal. Debido a sus compromisos en la escena mundial, Blair se había mostrado menos insistente que Major: debe decirse que, durante los siete años que separaron el Acuerdo del Viernes Santo de ese comunicado sobre el desarme, Londres había desplegado sus tropas a una escala inédita desde los últimos días del Imperio Británico. Con un celo cuasi mesiánico, el inquilino del número 10 de Downing Street presentaba a la lucha armada como la vía de la liberación de los pueblos oprimidos, desde los Balcanes hasta Afganistán. El frenesí militar en Basora, Irak, tenía como reverso un enfoque más paciente en el sur del condado norirlandés de Armagh. En marzo de 2007, el Sinn Féin celebró un acuerdo con el DUP de Paisley para formar un gobierno de coalición. Por más que el movimiento republicano pretendiera no haber cambiado de objetivos, sino solamente de método, le costaba probarlo.

La soberanía británica era tal vez menos intrusiva que antes, pero su carácter intangible se manifestaba ni bien entraban en juego intereses vitales. En 2002, el gobierno de Blair encargó al juez canadiense Peter Cory investigar varios asesinatos sobre los cuales rondaban fuertes sospechas de conspiración entre el ejército, los servicios de inteligencia del MI5 y la RUC. En su informe entregado en octubre de 2003, Cory recomendó la apertura de una investigación pública sobre la muerte de Patrick Finucane en 1989, un abogado que había defendido a los sospechosos del IRA, advirtiendo que un rechazo de Blair “podría ser considerado una traición cínica”. Ahora bien, mientras Londres hacía todo lo posible para que las pruebas de conspiración no fueran de dominio público, la dirección del Sinn Féin se resignó a apoyar el nuevo Servicio de Policía de Irlanda del Norte (PSNI) –que había reemplazado a la RUC en 2001–, condición previa para su entrada al gobierno con el DUP. Tras haber renunciado a su línea según la cual una mayoría nacionalista a escala de Irlanda primaba sobre la mayoría unionista en Irlanda del Norte, los dirigentes de la antigua ala política del IRA se vieron así forzados a promover la cooperación con las fuerzas del orden. Y seguían excluidos del poder en la República de Irlanda.

Balance provisorio

Pasados 15 años, si el Sinn Féin parece haber salido de ese terrible paso en falso, si durante el período reciente incluso consiguió éxitos sin precedentes en toda Irlanda que le permiten esperar el final de la partición de la isla, ello se debe a la evolución de la demografía en Úlster –favorable a la población que se declara católica– y, sobre todo, a las consecuencias directas o indirectas de la crisis de 2008 –la austeridad en el Sur, la incertidumbre en el Norte a raíz del Brexit6–. No obstante, también existe el temor de que esa inestabilidad política avive los inmutables resentimientos y las violencias sectarias a las cuales quedarían necesariamente asociados: en enero de 2019, en Derry, una periodista fue asesinada por una bala durante enfrentamientos que involucraron a republicanos disidentes; el mismo grupo reivindicó el intento de asesinato de un policía en Omagh en febrero de 2023.

En los años 1970, el politólogo escocés Tom Nairn afirmaba por su parte que Irlanda del Norte debía ser considerada, no como una reliquia, sino como una prefiguración de las guerras por venir7 –una conclusión reforzada por el resurgimiento de los conflictos nacionales en la Europa poscomunista y en otras partes–. Desde el Cáucaso hasta el condado de Armagh, las especificidades de esas luchas son fáciles de identificar: litigios fronterizos, poblaciones divididas, injerencia de Estados poderosos... Se trata del nacionalismo y del imperialismo, dos fuerzas entre las más robustas y las más omnipresentes de la historia moderna, que incitan así al enfrentamiento entre los vecinos. No son odios atávicos. No es una voz de ultratumba que llama a la venganza; muy por el contrario: los vivos invocan a los muertos para legitimar su posición política del momento.

Daniel Finn, autor de Par la poudre et par la plume [Por la pólvora y por la pluma], Agone, Marsella, 2023, del cual ha sido adaptado este texto. Traducción: Micaela Houston.

Estado profundo

Un concepto que reaparece sin cesar en el vocabulario político es el de “Estado profundo”. En un comienzo se refería a los estrechos vínculos entre las instituciones represivas del Estado, el crimen organizado y la extrema derecha en países que experimentaron dictaduras militares, como Grecia y Turquía. Pero fue vaciado de su contenido cuando lo retomaron los defensores del Brexit y los partidarios del entonces presidente estadounidense Donald Trump: lo que estos llaman “Estado profundo” no es más que el propio Estado, el “gobierno permanente” de los funcionarios y jueces, con quienes no puede no contar cualquier poder electo.

En el Reino Unido, sin embargo, el “Estado profundo” adquirió una forma tangible en Irlanda del Norte durante el “turbulento” período llamado The Troubles [Los problemas]. Fue testigo del choque de fuerzas nacionalistas –en su mayoría católicas, favorables a la reunificación de Irlanda– con lealistas –protestantes decididos a hacer todo lo posible para mantener a Irlanda del Norte dentro del Reino Unido–. Durante todo el conflicto (1968-1998), las fuerzas de seguridad británicas colaboraron con los paramilitares responsables de cientos de asesinatos comunitaristas. Hoy hay suficientes pruebas para reconstruir acciones que han superado por su magnitud los tristemente célebres Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) en España –esos escuadrones de la muerte patrocinados por el gobierno de Felipe González (1982-1996), entrenados para eliminar a los activistas vascos de Euskadi ta Askatasuna (ETA)–. En Irlanda del Norte, la historia de este tipo de colusión muestra hasta qué extremos el “Estado profundo” aceptó reprimir a los que había identificado como adversarios en el territorio nacional.

Daniel Finn. Recuadro extraído de “La guerra sucia del gobierno británico”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, enero de 2020.


  1. Brendan O’Leary, “Mission Accomplished? Looking Back at the IRA”, Field Day Review, Vol. 1, Dublín, 2005. 

  2. Sir Mike Jackson, Operation Banner: An Analysis of Military Operations in Northern Ireland, prefacio, Ministerio de Defensa (MOD), www.vilaweb.cat, julio de 2006. 

  3. Ed Moloney, A Secret History of the IRA, A. Lane, Londres, 2002. 

  4. Gerry Adams, Irlande libre. Vers une paix durable, Éditions Apogée, Rennes, 1996. 

  5. Brendan O’Leary, art. cit. 

  6. Daniel Finn, “Deux Irlandes, un parti”, Le Monde diplomatique, París, junio de 2022. 

  7. Tom Nairn, The Break-up of Britain, Verso, Londres, 2021.