¿Por qué los temas históricos ocupan una buena proporción de las historietas producidas recientemente en nuestro país? Pese a que cabe pensar que los géneros sirven para poco más que tener ordenadas las librerías y hacer más fácil el trabajo de los libreros, también es cierto que adoptar un determinado conjunto de convenciones y “reglas”, agrupadas bajo el acercamiento a un género, puede significar una toma de partido en cuestiones de poética o una manera de aprovechar determinadas circunstancias del medio cultural como manera de garantizar una mejor visibilidad de lo que se está produciendo. O como camino de creación, sencillamente.

El género histórico, a su vez, permite una amplia variedad de posturas y actitudes, desde Asterix hasta Corto Maltés, desde El cementerio de Praga hasta Barry Lyndon en la versión visual del maestro Stanley Kubrick. Y esas actitudes pueden implicar diferentes manejos o tratamientos de la “dimensión histórica”, por decirlo de alguna manera.

Dos de los trabajos presentados en el marco de la novena edición de Montevideo Cómics podrían considerarse narrativa histórica: Valizas, de Rodolfo Santullo y Marcos Vergara, y La isla Elefante, de Alejandro Rodríguez Juele. Si bien la apelación a lo histórico está clara en ambos -en el caso de Santullo los años de la dictadura, la primera expedición uruguaya a la Antártida (1916) en el de Rodríguez Juele-, las estrategias a la hora de incorporar y manejar esa dimensión histórica a la historieta difieren notoriamente.

Bandas dibujadas

2011 tiene potencial para convertirse en el annus miriabilis de la historieta histórica nacional. Además de la publicación de Valizas y La isla elefante, nació en conexión a los festejos por el bicentenario el proyecto Bandas Orientales, que, dirigido por Alejandro Rodríguez Juele, viene agrupando a algunos de los historietistas más relevantes del medio.

Hasta la fecha han sido publicadas en www.bandasorientales.com.uy (donde las historietas pueden ser descargadas en formato pdf y también para las computadoras XO del Plan Ceibal) tres episodios de la historia de nuestro país: “El grito de Asencio”, con guión e ilustraciones de Nicolás Peruzzo (Ciudad Fructuoxia, Ranitas), “La llegada del caudillo”, con guión de Esteban Caballero e ilustraciones de Sebastián “Talthec” Martínez y “La toma del Colla”, guionado e ilustrado por Nicolás Rodríguez Juele (autor además de las historietas históricas Muxica y El canto de la Nueva Troya).

La primera se centra, con un divertido giro humorístico, en los hechos del 28 de febrero de 1811, señalados como el “inicio de la revolución oriental”. La segunda propone una intriga asociada a la escalada de violencia despertada por la revolución y resuelta finalmente por la llegada de José Artigas a Mercedes, el 9 de abril de 1811. Por último, “La toma del Colla”, quizá la más ambiciosa -y en cierto sentido la más lograda- de las historietas presentadas hasta la fecha en este proyecto, adopta una perspectiva más cercana a los hechos históricos (un poco a la manera de La isla elefante, en contraposición al enfoque de Valizas) dispuestos como marco a una historia ficticia y comentados en una nota explicativa final.

Los planes de Bandas Orientales incluyen la publicación de una historieta por mes para completar 11 episodios de aquí a fin de año. El un poco atrasado capítulo previsto para mayo tendrá como tema la Batalla de Las Piedras.

Médanos & mitos

Valizas es la tercera incursión de Santullo en la narrativa (gráfica) histórica. En Los últimos días del Graf Spee (2008), los hechos de la Segunda Guerra Mundial, los personajes históricos (el presidente Baldomir, el capitán Langsdorff, etcétera) y la situación del acorazado hecho volar en pedazos en la Bahía de Montevideo, servían de telón de fondo a una intriga policial altamente estilizada que se permitía algunas licencias con los hechos “reales”, entre ellos la aparición al final de un cuasiucrónico -por lo temprano- Proyecto Manhattan. La siguiente publicación, Acto de guerra (2010), trabaja el ambiente y algunos hechos concretos de los años previos a la dictadura y también los primeros momentos del régimen, y muestra una estrategia diferente: el “color de época” -lo que también equivale a decir su verosimilitud como discurso que de alguna manera da cuenta de una época pasada y reconocible, todavía viva en el recuerdo de muchos– está logrado a través de la incorporación de anécdotas, de historia oral, en contraposición a la más “oficial” de los libros. Por ello no abundan los personajes “reales”, y si aparecen, lo hacen en segundo plano, como mobiliario de época, digamos. La estructura de esta obra, armada con cuatro historias sucesivas que dialogan entre sí, también colabora a marcar una diferencia importante con la anterior Los últimos días del Graf Spee.

En Valizas los hechos históricos aparecen de un modo aún más minimizado que en Acto de guerra, y lo hacen ante todo como alusiones o climas sobreentendidos (es decir que asumen cierta complicidad del lector a nivel de conocimiento de la historia). La trama involucra a Penélope y a Mario, una pareja que huye de la persecución de los militares (se elude explicitar detalles sobre su origen ideológico o partidario) y debe refugiarse en una casa perdida entre los médanos de Valizas, irrumpiendo en la vida de Felipe, un niño que vive con su padre, Ulises. Comienza así una trama de sospechas, de ocultamientos y revelaciones, centrada en la vida quizá al margen de todo de un padre y su hijo.

En un momento, Penélope -hermana de Ulises- contrapone su vida de compromiso político en la ciudad con la vida aparentemente apacible de su hermano: “¡vos nunca saliste de acá!”, le grita, “¡jamás entendiste la lucha! ¡El compromiso! ¡En Montevideo los compañeros caen como moscas! ¡Nos matan! ¡Nos torturan!”. Es posible leer estas palabras como la irrupción de lo histórico no sólo en la trama (de no ser por la aparición de la pareja y su circunstancia los hechos podrían transcurrir en cualquier momento de la historia, en ningún momento de la historia, por fuera de la historia) sino en la vida de Ulises (lo cual habilita una lectura irónica del nombre del personaje, que opta por permanecer al margen mientras es su hermana -Penélope- la que se embarca en una odisea).

La vida en el desierto, en la desolación podría decirse, se mueve fuera del tiempo histórico lineal, y se estructura en sus propios ciclos de trabajo, pesca y sueño. Los médanos dibujados por Vergara -con un gran sentido de la inmensidad y el despojamiento, coloreados en un delicado y también evocador de antigüedad remota o atemporalidad–, aportan a la construcción de esa idea de la nada invadida, de la historia irrumpiendo con fuerza en la eternidad circular de la vida de los pescadores.

Ese no-tiempo roto por la aparición de la pareja y el asedio de los militares (que convierte al progreso cíclico de los días en una cuenta regresiva hasta el momento en que aparezcan para llevárselos) está reforzado además por la apelación a lo mítico, que -más allá de los nombres– suele aparecer desde uno de los personajes más interesantes, Meneses, el guardián del faro. Las sucesivas narraciones de índole mitológica (el paso de las Columnas de Hércules, el derrumbe del Coloso de Rodas, la construcción del Faro de Alejandría y la historia de Leandro y Hero), además de tener en común la presencia de los faros, trabajados en su simbolismo tradicional de guía en el caos y las tinieblas, sirven de comentario y apoyo a la historia del Ulises, Felipe y Penélope, que se cierra magistralmente en una historia redonda donde es fácil encontrar resonancias arquetípicas.

Fiel a la historia

El enfoque de Rodríguez Juele sigue mucho más de cerca la historia “real”. De hecho, La Isla Elefante (subtitulada La aventura de los pioneros uruguayos en la Antártida, 1915) puede pensarse como el negativo de Valizas, en el sentido que donde ésta incorpora un fondo histórico a una figura ficcional, la obra de Rodríguez Juele coloca la historia en el lugar de la figura y la ficción al nivel del detalle o el marco argumental.

La trama narrada es, esencialmente, la del hecho histórico, como si se tratase de una crónica o un episodio novelado de la historia naval del país: el Endurance, un barco inglés que busca el Polo Sur, naufraga en las aguas inhóspitas de la Antártida y sus tripulantes encuentran un precario refugio en la isla del título. El capitán Ernest Shackleton y otros marinos zarpan en un bote en busca de auxilio y terminan refugiándose en Port Stanley, donde emiten una llamada que es escuchada por el teniente de navío vascouruguayo Ruperto Elichiribehety. Al mando de un barco “pequeño pero potente”, el Instituto de Pesca Número 1, Elichiribehety parte hacia las Malvinas para prestar asistencia a Shackleton e internarse en las aguas heladas hacia la Isla Elefante.

La obra está complementada por un apéndice que remeda un diario de la época y aporta información extra (“histórica”) sobre los personajes, incluyendo fotografías de los barcos implicados, sus tripulaciones y sus capitanes, además del desenlace del drama de los marinos del Endurance, que, por razones de la trama (de la historia, en rigor), no es narrado en la historieta pero sí en este añadido.

Queda claro entonces que la actitud de Rodríguez Juele es, de alguna manera, hipertrofiar la parte histórica de su narración con todos los añadidos pertinentes. Incluso desde la contraportada se nos cuenta que la narración está “basada en un hecho histórico” y que está destinada (además de a los amantes de “la historieta de aventuras” a los “aficionados a los temas marinos y antárticos”) a “todos quienes gustan de la narrativa histórica”, volviendo explícito el gesto de asumir un género (cosa que, en rigor, Valizas no hace).

Rodríguez Juele había publicado una narración de corte histórico (que desentonaba con casi todo el resto de la revista por su evidente calidad artística) en la desprolija revista Sidekick Nº1, y además una adaptación del cuento de Onetti “Matías el telegrafista” en el volumen recopilatorio del Concurso de Historieta Juan Carlos Onetti de 2009. Este trabajo comparte con La Isla Elefante una construcción visual de época (la administración de Iriarte Borda, 1894-1897) y el tema marino, en el que Rodríguez Juele demuestra una evidente competencia. Las dos obras previas y la nueva Isla exhiben además una notoria habilidad gráfica y narrativa capaz de desembocar en una narración de ritmo tenso y controlado, en la que absolutamente nada está de sobra y cada línea y cada palabra tienen su lugar y su función, llegando incluso a asombrar la capacidad de síntesis -y a la vez de concentración- a la hora de desarrollar una historia, o La Historia… en cuadritos.