Quien mucho abarca poco aprieta. En términos artísticos, y salvo excepciones como la de Leonardo da Vinci, esa vieja frase parece ser acertada, pues aquellos que intentan ser artistas totales terminan privilegiando una de las actividades, que es la que realizan de mejor modo, o privilegian todas y las realizan con un muy bajo nivel.
El imaginario colectivo también reproduce una idea sobre las muertes tempranas. Aquellos que mueren jóvenes sabrían en lo más profundo de su ser, o lo sentirían de modo inexplicable, que deben vivir la vida más rápido que los demás porque el tiempo que les queda es poco, como si tuvieran un sexto sentido tanático que los llevara a crear para ganarle a la muerte. Son varios los casos de artistas que habiendo vivido poco dejaron una producción artística muy numerosa y de un nivel que no es fácil alcanzar en pocos años de creación.
Estas dos ideas, la del poliartista y la de la carrera veloz contra la muerte, se pueden aplicar a la vida y obra de Ibero Gutiérrez, creador multifácetico de un arte peculiar, adelantado unos años con respecto a sus compatriotas en cuanto a la sincronía con las corrientes de expresión que tenían lugar fuera del país y asesinado salvajemente por el Escuadrón de la Muerte cuando tenía sólo 22 años.
Con motivo del 60º aniversario de su nacimiento estuvieron montadas hasta la semana pasada tres exposiciones simultáneas sobre diferentes aspectos de su producción; además, se publicó Obra junta, un tomo que reúne la mayor parte de su obra poética. El libro es el resultado de un trabajo de recopilación del numeroso material que dejó Gutiérrez, realizado por Luis Bravo y Laura Oreggioni. Si bien no se trata de la totalidad de su obra, es un buen mapa para rastrear los caminos que el poeta fue siguiendo, las búsquedas en las que se embarcó, las preguntas que se iba realizando.
Nada es real
Las primeras poesías que aparecen en esta antología datan de 1966, o sea, cuando Gutiérrez tenía entre 16 y 17 años. El dato de la edad puede derivar en un prejuicio sobre la madurez del artista, que no se ajusta en absoluto a la creación de Gutiérrez: el bagaje cultural con que contaba el poeta a esa edad (que queda documentado en su diario personal, exhibido en la Facultad de Artes) está muy alejado de aquél con que cuenta el adolescente promedio.
Sus primeras poesías están muy influenciadas por Rimbaud, los surrealistas franceses y la corriente del absurdo, muy especialmente Ionesco; es una poesía intimista muy cargada de ironía. Progresivamente se ve como preponderante la presencia del erotismo, que en los primeros poemas se sobreintelectualiza (rasgo de la época, patente sobre todo en el cine europeo), pasando poco a poco a cierta simpleza (excelente en “La oblea férrea”) con el correr de los años.
Todo esto responde a la sencilla razón de que más allá de la formación cultural general y de su bagaje, Ibero no era más que un adolescente, muy alejado por cierto de un niño prodigio. Se trata de una edad en la que se suele imitar (aunque lo neguemos) a los creadores admirados, pero tomando lo que primero nos llega de ellos, o sea, lo más superficial, lo más obvio. Esto queda claro en estas primeras poesías de Ibero, en las que el erotismo está muy calcado de la visión del sexo que daban las películas, por ejemplo, de Bergman.
Algo similar ocurre con respecto al lenguaje: el poeta intenta tomarlo como materia para llevar a cabo juegos ingeniosos, y, si bien lo logra en más de una ocasión, por lo general los recursos para extrañar al lector son previsibles y pierden fuerza. Este problema (que en realidad no es tal) lo solucionaría muy rápidamente, en la medida en que fue madurando como poeta y encontró (esto sí de modo precoz) un camino propio. Esta maduración se puede ver en la segunda sección de la antología, que reúne poemas sueltos de diferentes épocas.
Cuba y psicodelia
Tras esta primera etapa comienzan a tomar más cuerpo las poesías de contenido social, más politizadas. Sin embargo, en secciones como “Introducción al mundo” o “Los mundos contiguos”, lo político está matizado y no aparece de modo directo, sino influyendo en todos los otros órdenes de la vida: en el día a día, en el arte, en el sexo. Hasta que se produce el viaje a Cuba, que dota al poeta de otra esperanza o al menos de otro optimismo, sus poesías van a ser de tono apocalíptico: no es posible el buen amor, no es posible ser feliz.
Su viaje a París, en 1969, parece reavivar una llama poética hasta ese momento tibia, y es esa especie de futurismo beatnik, del que seguramente Ibero haya sido el primer exponente de importancia en nuestro país. Esto es evidente en las pinturas de esos años que fueron expuestas en la Biblioteca Nacional: allí Ibero lleva a fondo su estética psicodélica, decisivamente influida por la parafernalia beatle de Yellow Submarine (1968). De hecho muchas de esas pinturas reproducen títulos de canciones de los Beatles, como “Lady Madonna” y “Lucy in the Sky With Diamonds”, o frases representativas como “nada es real”, de “Strawberry Fields Forever”.
Esta serie, titulada “Cebolla de vidrio” (otra canción de Lennon), es una de las primeras incursiones en el universo psicodélico pop por parte de artistas uruguayos, años antes de Casterán o Cristiani, y simultáneamente al pop del argentino Jorge de la Vega. En ese sentido, sus otras pinturas parecen dialogar con las obras realizadas en esos años, desde la abstracción de Nelson Ramos en Uruguay hasta la del grupo Nueva Figuración de Argentina.
Estas búsquedas estéticas quedan plasmadas perfectamente en sus obras de la serie “Impronta” (1970), en la que fusiona imagen y texto a través del collage.
Pero no todo en París era una fiesta. Las creaciones realizadas en esa ciudad también contenían una rara tristeza, y reflejaban cierto vacío de la época, cierta frialdad en las relaciones humanas. De algún modo, la maquinización creciente está muy presente en “Paris Flash”, “Cibernética”, e incluso en “Eros termonuclear”. Ibero no veía con buenos ojos el avance de la tecnología política, es decir, ese progreso en nombre del capitalismo que por esos años comenzaba a transformarse en un monstruo inconmensurable, con la gran excusa de la Guerra Fría. Los seres humanos y sus valores han quedado desplazados por los preceptos de la revolución tecnológica, que intenta robotizar los vínculos, alienar a seres desprotegidos.El rechazo a lo artificial es claramente expresado en una de las mejores secciones de su poesía, la excelente “A raíz de las entrañas”.
Esa melancolía, esa soledad que siente el hombre en las urbes, también está claramente reflejada en las fotografías que Ibero tomó durante el viaje a Francia (expuestas en el Museo de la Memoria), en las que se ven seres solitarios, que quedan pequeños ante la enormidad de las ciudades y de la nieve que lo invade todo. Estas fotos, indudablemente, llevan la marca de la Nouvelle Vague y de los contrastes del cine clásico de Hollywood, pero, sobre todo, de los directores franceses contemporáneos.
Intimidades colectivas
Detrás (o delante) de todo el arte de Ibero había una voluntad de transformar la sociedad que internacionalmente se resquebrajaba y que en lo local, además, significaba el comienzo de una barbarie que transformó el país en un lugar en el que la vida humana fue despreciada. Ante esa realidad, y ante un enemigo con poder -Pacheco Areco-, Ibero combatió de forma directa (militando en organizaciones estudiantiles) e indirectamente, a través de un arte que nunca cayó en el panfleto sino que mantuvo la búsqueda estética y la profundidad, aun en momentos en que era muy difícil contener la expresión lisa y llana de protesta.
Es llamativa la forma en que Ibero cuestionó este estado de situación a través del humor. En el sótano del Museo de la Memoria se exhibieron sus dibujos, con los cuales intentó desacomodar un poco al poder opresor. Lo hizo de un modo muy eficaz: poniendo en duda el carácter grandioso, cuasi romano, con el que pretendió enarbolarse Pacheco. Tal como Berlusconi hoy, el presidente uruguayo de entonces pretendía mostrarse grandioso, elegante, valiente, paternal, implacable, justo, varonil, divino. Pero Ibero, en la serie titulada “Makinatto”, muestra gobernantes gordos, fofos, en actitudes infantiles o “indignas” de un semidiós, cuestionando el carácter de macho y los cánones masculinos al representarlos con penes minúsculos, casi inservibles.
En su poesía, por su parte, hay un intento de desarmar el orden haciendo preguntas constantes a las que busca respuestas enigmáticas. En este sentido no hay que olvidar la influencia que el existencialismo de Jean-Paul Sartre tuvo en toda la juventud latinoamericana por esos años. Tampoco es un detalle menor que Ibero haya estado en París un año después de la revuelta obrero-estudiantil de 1968.
Hay, además, una clara intención de asociar arte y vida. No sólo en lo relacionado con la actividad política del poeta sino desde un punto de vista más “espiritual”. No creo que se trate tanto de un hallazgo filosófico como de una sensación que se respiraba o de la inminencia de un nuevo arte: había que salir del lugar del creador intocable, impoluto. No en vano su diario personal de la adolescencia está escrito en clave más pública que privada, es decir, para ser leído por otros. Puede ser un detalle menor o una casualidad, puede ser un simple asunto de estilo o quizás la voluntad de unir la intimidad del artista con lo más público y colectivo de la comunidad que integra.
Apretar lo abarcable (o viceversa)
El asesinato de Ibero Gutiérrez significó no sólo la comprobación del estado de enfermedad mental al que puede llegar el ser humano (o determinado tipo), sino el adelanto de la crueldad de los años que vendrían. Su catalogación como mártir estudiantil muchas veces vació de contenido lo que fue: un hombre que además era un gran artista. Muchas veces he escuchado personas sorprendidas por lo bien que escribía Ibero Gutiérrez, como si pertenecer a la categoría de asesinado volviera importante únicamente a su muerte y no a todo lo que había sucedido antes en esa vida, el pasado de la muerte. Ya es hora de empezar a tomar a Ibero como un artista a tener en cuenta.
Además de los de Bravo y Oreggioni, los investigadores que crearon esta antología, no son muchos los estudios dedicados a su obra. Poco después de su asesinato, Hugo Alfaro publicó un artículo en Marcha, al que le siguió otro de Mario Benedetti, quien también incluyó a Ibero en la antología Poesía trunca (Casa de las Américas, 1977), realizada en Cuba, donde se han realizado otros trabajos sobre la obra de Gutiérrez.
Dada la ausencia de un debate o de un análisis profundo de la obra de este artista que abarcó y apretó mucho, esta antología y las exposiciones montadas en la Biblioteca Nacional, la Facultad de Artes y el Museo de la Memoria sirven como posible inicio del estudio de una figura fundamental en nuestra historia cultural, un nuevo ejemplo de la aberración que asoló este país durante años (a la que ahora se nos da, además, por legitimar), pero también como ejemplo de lo fácil que parecemos olvida.