El centro atiende a unas 250 personas, niños, jóvenes y adultos, sin límite de edad. Si bien hay pacientes con discapacidad intelectual, la mayor parte de ellos tiene discapacidad motriz. Dentro de las patologías, que pueden ser genéticas o adquiridas, predominan las secuelas de accidentes vasculares cerebrales, en el caso de los adultos, y las patologías genéticas, como parálisis cerebral o espina bífida, en los niños.

El equipo de trabajo está formado por médicos fisiatras, fisioterapeutas, profesores de educación física, psicomotricistas, hidroterapeutas y psicólogos. Tiene tres gimnasios, dos piscinas cerradas y las numerosas habitaciones de la casa son utilizadas ahora como consultorios o salones, donde se realizan talleres y se dictan clases a los estudiantes que realizan sus prácticas allí.

Además se dan talleres de cerámica, plástica y música, así como laborterapia y musicoterapia, con el fin de mejorar la motricidad de los pacientes. Hay, también, un taller de terapia ocupacional que, según explicó a la diaria Sandra Mateu, fisioterapeuta, profesora de educación física y directora del centro desde 2006, tiene que ver con todo lo necesario para realizar las actividades de la vida diaria. “Se les enseña a bañarse y vestirse, a desenvolverse dentro de una cocina, a hacer ciertos movimientos como levantarse o acostarse. Esta terapia se realiza en un apartamento equipado especialmente para ello, con cocina, baño, cama y todo lo necesario. La idea es que logren la mayor libertad e independencia posible y una mejor calidad de vida”, dijo la directora del centro.

Los pacientes que allí se atienden llegan desde lugares públicos y privados y, en general, lo hacen porque alguien, ya sea un médico o una persona con discapacidad, se lo recomendó. Para poder ser asistido, el paciente debe llevar un formulario del centro para que llene su médico tratante y adjuntar una historia clínica o exámenes médicos que detallen la patología que sufre. A partir de esa información, y a través de una entrevista personal, el médico del centro evalúa qué tipo de tratamiento necesita. “Puede ser un tratamiento de dos o tres días, de semanas o más, el médico define quién debe tratarlo, un fisioterapeuta, un profesor de educación física, o si necesita, además, atención psicológica”, explicó Mateu.

En nuestro país hay algunos hospitales públicos o mutualistas que tienen áreas dedicadas a la rehabilitación de discapacitados, pero la Casa de Gardel es el único centro público dedicado exclusivamente a ello. Según dijo Mateu, “en el interior del país prácticamente no hay lugares para atenderse, hemos tenido personas que vienen de Salto, Artigas, Cerro Largo, con todas las complicaciones que conlleva el traslado y la necesidad de conseguir un lugar donde quedarse”.

En general, la política del centro es de no rechazar a los pacientes, siempre y cuando tengan alguna discapacidad, pero la escasez de recursos humanos lleva, en algunos casos, a poner límites al tratamiento. Mateu explicó que “eso sucede si la discapacidad es leve y permite que la persona pueda ir a otro lugar porque no necesita de estas instalaciones, donde los baños y toda la infraestructura está preparada para un discapacitado motriz”. Actualmente, el centro está funcionando en el límite de sus capacidades y ha llegado a tener una lista de espera de, aproximadamente, cincuenta personas.

En otros casos, el tratamiento se extiende por falta de otros lugares a los que derivar a los pacientes. En un club común, por ejemplo, no hay personas preparadas para atender discapacitados y, en general, carecen de una infraestructura adecuada: vestuarios amplios que permitan el ingreso de sillas de ruedas, rampas, pasamanos, etcétera. En relación con esto, Mateu señaló que se planificó la posibilidad de derivación a otras dependencias con piscina del Ministerio de Turismo y Deporte, como el Centro Sayago o el Complejo Ituzaingó. “El año pasado vino personal a prepararse acá, con la idea de formar grupos de pacientes que tuviesen ya cierta independencia, que pudieran entrar a una piscina honda y pudiesen nadar, para derivarlos. Estamos esperando que eso se concrete ya que faltan, todavía, algunos detalles vinculados a la adaptación de la infraestructura”, explicó.

Recursos en rojo

Para cubrir todo tipo de gastos de mantenimiento que el Estado no cubre, el centro cuenta con una comisión de apoyo formada por padres, vecinos y personas discapacitadas, encargada de recaudar dinero y administrarlo. Por otra parte, los pacientes que asisten al centro pagan un bono colaboración a voluntad, pagando el que puede y lo que puede. Con ese dinero se hacen arreglos, se compran artículos de limpieza, se hace el mantenimiento de las piscinas y de las calderas.

“El año pasado tuvimos una donación de la Comisión Honoraria del Discapacitado, se compraron aparatos para trabajar en rehabilitación, aparatos de aire acondicionado para climatizar, se arregló el techo de uno de los gimnasios ya que no teníamos fondos para arreglarlo nosotros”, contó Mateu.

Uno de los reclamos que tenían desde hace tiempo era que los estudiantes realizaran sus prácticas en el centro como forma de compensar los escasos recursos humanos con los que cuentan. Desde hace un año, concurren estudiantes de fisioterapia y asistentes sociales. Mateu explicó que escasean estudiantes de educación física, “el año pasado vinieron algunos a hacer las prácticas, pero este año no, ya que eso depende de los planes de estudios y el mismo plan tiene poca inclusión de la rehabilitación, lo cual es una pena porque hay muy pocos profesores dedicados a esa área”.

Actualmente está en trámite una ayuda especial del Banco de Previsión Social que permitiría, a aquellas personas con pensión por discapacidad, recibir una ayuda económica por parte del Estado que se vertería en rehabilitación, con lo cual ese dinero lo recibiría la Casa de Gardel. “Sería muy importante porque nos permitiría contar con otros profesionales: un fonoaudiólogo, que no tenemos, tener más psicólogos, porque los que tenemos no alcanzan, son dos para 250 personas, tener un asistente social que sea del centro y no estudiantes, que vienen por un tiempo y se van, un médico cardiólogo que sería imprescindible, ya que trabajamos con muchos pacientes que sufrieron accidentes vasculares encefálicos”, explicó Mateu.

La Facultad de Ingeniería firmó este año, según se lee en la página de Presidencia, un convenio con la Fundación Teletón para el desarrollo de nuevas tecnologías aplicadas a la rehabilitación. Este convenio fue posible gracias a que la Fundación cuenta con un Departamento de Ingeniería, “el primero en su tipo en Uruguay”, y la infraestructura necesaria para que los estudiantes elaboren sus proyectos. Consultada sobre si se prevé algún apoyo similar desde la Universidad de la República para la Casa de Gardel, Mateu dijo que “por el momento no”. Siendo el centro una institución pública, resulta llamativo que no haya sido incluido en el convenio, como forma de poder sacar algún beneficio de ese intercambio, y romper así el círculo que inevitablemente parece cerrarse en sí mismo debido a la falta de recursos.

Todos por igual

Gabriel Márquez, fisioterapeuta de Casa de Gardel, contó a la diaria que actualmente un 80% de los pacientes que él atiende sufrieron accidentes de tránsito graves. En su mayoría, son pacientes que llegan al centro porque las mutualistas a las que asisten dejan de ofrecerles soluciones. Otro porcentaje de ellos iniciaron su tratamiento, siendo niños, en la Fundación Teletón y luego fueron derivados a Casa de Gardel.

Consultado sobre la infraestructura con la que cuentan, Márquez dijo que “tienen un gimnasio bien equipado, faltan algunas cosas, pero los problemas más graves se relacionan con el mantenimiento de las dos piscinas, es un gasto enorme y es mucha gente la que ingresa”. Sobre los recursos humanos, señaló que son seis los fisioterapeutas que trabajan, lo hacen en forma personalizada, dedicando una hora a cada paciente, por lo que, obviamente, no alcanzan para atender a todos de la forma que ellos quisieran. Cada quince días se reúne el equipo interdisciplinario para hablar e intercambiar información sobre cada caso. Por otro lado, se mantiene un trato muy abierto con las familias de los discapacitados, a través de la asistente social, para conocer en qué condiciones vive la persona y cuáles son sus necesidades. Es así como desde el centro se consiguen, entre otras cosas, sillas de ruedas o permisos especiales.

Márquez contó el caso de un joven de 26 años que sufrió un accidente de moto muy grave y viajó a Buenos Aires para realizar un tratamiento en uno de los centros de rehabilitación más importantes que hay en Sudamérica. Al volver a Montevideo, ingresó en Casa de Gardel, “llegó en silla de ruedas y hoy, a través del tratamiento, con estímulos de todo tipo, tuvo una mejoría increíble y logró caminar. El que llega a Casa de Gardel sacó la lotería. Se da un apoyo general a cada paciente. Tenés médicos, profesores de educación física, fisioterapeutas, piscina, talleres, atención psicológica, todo”, recalcó Márquez y señaló que “no entiende por qué el centro no es más conocido; aunque si lo fuese, no daríamos abasto”.

Una persona que fue paciente de Casa de Gardel contó a la diaria que llegó al centro por recomendación de un médico particular, debido a que su mutualista no le ofrecía soluciones a la luxación de rótula de rodilla que le impedía caminar. El tratamiento duró tres meses, concurría dos o tres veces por semana, y logró volver a caminar. “Fue bárbaro y una experiencia impresionante. Sin contar con que fue la única solución que encontré a mi problema. Pero lo que más destaco es la atención humana, el apoyo y el cariño con que tratan a todo el mundo por igual”, expresó.