En noviembre de 1986, Sumo aterrizó en el Montevideo Rock 1 como si fuera una nave extraterrestre. No eran una banda popular de ninguno de los dos lados del Río de la Plata (de hecho su show en Montevideo fue uno de los mayores de su historia), y no eran especialmente apreciados por la nueva generación de rockeros uruguayos que llenaban la Rural del Prado, quienes desconfiaban tanto del eclecticismo musical de la banda como de su entonces mal vista costumbre de cantar en inglés. Pero desde que arrancaron con el entonces inédito “Crua-Chan” les volaron la cabeza a todos los asistentes -incluyendo a quien suscribe esta reseña- que no volvieron a ver nada remotamente similar en el resto del festival, y que se fueron convencidos de haber asistido a algo realmente único. Un año después, cuando se los esperaba para la segunda edición de Montevideo Rock, llegó la noticia de que Luca Prodan estaba muerto. Ahí terminó la historia de Sumo y empezó la leyenda.
Desde entonces la banda fue sujeto de ediciones póstumas, documentales, libros y ficciones, y de una biografía desprolija, mal distribuida y hoy agotada -La jungla de poder: La historia de Sumo vol. 1 (1993)-, realizada por uno de sus ex integrantes, el saxofonista Roberto Pettinato. Una década y media después, el libro, revisado, ampliado y con Pettinato ya convertido en una figura mediática, vuelve a ser editado bajo el nombre Sumo por Pettinato (el nombre tentativo había sido “Yo estuve ahí y vos no”), incluyendo algunos fragmentos que el autor había publicado en la revista La Mano.
No es una biografía propiamente dicha de la banda y cualquier lector que no esté familiarizado con ella posiblemente no entienda gran cosa. Estructuralmente Sumo por Pettinato es un caos: va y viene en el tiempo, intercala diálogos/reportajes (algunos en los cuales los interlocutores están identificados y algunos, referidos más que nada a drogas, en los que no lo están, aunque son identificables). Pettinato repite datos y anécdotas, algunas veces con errores, como es el atribuirle el nombre original de “Country Music Journalism” a dos de las canciones que lo tienen como principal autor (“Lo quiero ya” y “Los viejos vinagres”).
Cuando repasa el cancionero de Sumo, omite por completo los temas reunidos en el póstumo Fiebre (1989) y la mayoría de los de Corpiños en la madrugada (1983). También obvia detalles de sus conocidos choques con Prodan, aunque narra algunos de éste con Daffunchio, y vuelve a proclamar su orgullosa autoría del verso de “Lo quiero ya” que dice “hasta que choque China con África te voy a perseguir”, virtualmente idéntico a uno de WH Auden que reza “he de quererte/ hasta que toque China con el África”, presente en una traducción de la selección Poesía inglesa del siglo XX (Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1970), de lectura extendidísima entre la gente de su generación. Además de ser un testigo no siempre confiable, Pettinato demuestra también una gran tendencia a divagar comparativamente, utilizando un marco referencial que no parece poder separarse de los nombres mayores del rock internacional y sus historias más trilladas, algo bastante decepcionante de alguien que fue y es periodista de publicaciones musicales y que se presenta como melómano empedernido.
Entonces y ante todos estos defectos, ¿tiene algún interés este libro perezoso, caprichoso, incompleto y frecuentemente erróneo? Misteriosamente sí, y bastante; en primer lugar, a Pettinato se le cuelan (o no) varios datos de la cocina del grupo, y muchos de ellos -relacionados con drogas, dinero y mujeres- bastante poco correctos, pero de fresca sinceridad. No es que sea un libro de revelaciones escandalosas a lo Jorge Rial, sino que por momentos no discrimina entre lo presentable y lo que no lo es, y como tal presenta una buena imagen de la intimidad humana de una banda ya convertida en leyenda de mármol, y es una imagen afectuosa proveniente de gente que luego alcanzó cuotas de fama mucho mayores (Mollo, Daffunchio), pero que tiene conciencia plena del momento mágico en el que estaban viviendo.
Además el libro hace un cierto ejercicio de justicia; si bien la figura de Luca Prodan es central y decisiva en la historia de Sumo, ésta no fue en absoluto la banda de acompañamiento de un solista, algo que queda bastante en claro con las múltiples descripciones de los procesos de composición de muchas de las canciones y el relato de la forma de arreglar que existía en el grupo. De hecho, una revisión de la discografía de Sumo y los discos póstumos (pero grabados previamente) de Luca Prodan, deja en claro su progresiva ausencia en la parte compositiva -inclinada en un principio más hacia el folk, el after-punk y el reggae, y luego hacia una mixtura inclasificable de grooves de funk, metal y controlada cacofonía-, y la importancia esencial (demostrada también en las carreras posteriores de Las Pelotas, Divididos y los trabajos musicales del propio Pettinato) de los otros integrantes en el núcleo duro de lo más personal e irrepetible del sonido de Sumo. Sin restarle importancia a Prodan, el libro de Pettinato hace un poco de justicia hacia esos otros músicos que parecían vivir en una isla creativa en la que las múltiples influencias eran entremezcladas hasta hacerse irreconocibles y lograr que, en sus mejores momentos, Sumo no se pareciera a nada que haya venido antes o después de su paso de gigante.
Hay algunas sorpresas, como es la del rechazo que casi todos los integrantes de Sumo sentían hacia “Mañana en el Abasto” -una de las mejores canciones que se hayan escrito en la historia del rock rioplatense-, que sólo fue incluida en After chabón (1987) por las condiciones caóticas en que fue elaborado ese disco, revelándose luego -al ser escuchada por terceros- como la obra maestra que es. Algo que sirve como ejemplo perfecto de la falta de perspectiva que se tiene a veces al estar dentro de un proyecto. Por último hay que señalar que, cuando se lo propone, Pettinato escribe con gracia, soltura y sentimiento, y más allá de los conocidos conflictos internos que asolaban a esta banda llena de compositores y temperamentos fuertes, la sensación general que irradian los testimonios y los textos del saxofonista es más cálida y nostálgica que destructiva o triste.
Como curiosidad, vale la pena destacar un capítulo dedicado a la visita de Sumo a Montevideo, para el ya mencionado concierto de 1986, en la que se describe al Hotel Carrasco como un edificio hechizado y maléfico que aterrorizó a Prodan y compañía. Si hasta este pelado que al parecer no le temía a nada se asustó, evidentemente el grupo Codere-Sofitel no sabe en la que se metió.