La semana pasada se conoció el dato más auspicioso que la economía norteamericana estaba esperando desde hace mucho tiempo. Según cifras difundidas por el Departamento de Comercio de Estados Unidos (EEUU), oficina encargada de la publicación de estadísticas relativas a la actividad económica, la economía del país habría puesto fin a un período recesivo que se prolongaba desde hace exactamente un año y que hacía temer por una gran depresión económica. Concretamente, el Producto Interno Bruto (PIB) en el tercer trimestre de 2009 creció 3,5% en términos desestacionalizados respecto del trimestre inmediatamente anterior.

Esta cifra superó a la esperada por la mayoría de los analistas del mercado, quienes aproximaban sus previsiones al 3%; no obstante, aquélla representa un valor preliminar que podría cambiar, dado que el reciente informe del Departamento de Comercio describe un avance de la evolución de la actividad económica. Los números son revisados y re-publicados en tres instancias distintas, con lo que a fines de noviembre se conocerá el dato más ajustado, cuando se realice la segunda estimación, basada en un set de información más completo. Para la principal economía del mundo, haber crecido 3,5% en un solo trimestre es un hecho muy relevante, teniendo en cuenta que es la tasa de aumento del PIB más alta de los dos últimos años y que ha significado el mayor salto verificado desde una fase recesiva, sin considerar la recuperación económica de mediados de la década del 40, asociada al vertiginoso ascenso producido luego de la Gran Depresión de los años 30.

Mayor demanda

Para entender por qué se produjo más riqueza en el trimestre de referencia es necesario analizar qué ocurrió con la demanda en un contexto recesivo, en el cual las empresas permanecen con elevada capacidad instalada ociosa. Los aumentos de las demandas, tanto interna como externa, son una fuente de explicación del mayor PIB, aunque se verifiquen importantes matices al interior de cada una. Un elemento estructuralmente destacable de la economía norteamericana es el fuerte peso que tiene el gasto en consumo privado en el conjunto de la actividad económica: aproximadamente 75% del PIB de EEUU depende de ese gasto, que se incrementó 3,4% respecto del trimestre anterior. El otro componente de fuerte impulso fue la inversión inmobiliaria, que subió 23,4% respecto de los tres meses previos. Éste es el primer incremento desde fines de 2005 y representó el guarismo más alto desde 1986. Por otra parte, la inversión en equipos fijos presentó una caída de 2,5%; si bien representa un dato negativo, conviene tener en cuenta que venía cayendo a tasas muy elevadas y que, de mantenerse las expectativas de recuperación de la actividad económica general, parece quedar claro que los stocks de capital se van a empezar a recomponer. El gasto público fue otro de los componentes internos que presentó un crecimiento, que ya se venía manifestando en trimestres anteriores, salvo durante el primero del año. Concretamente, para el período de referencia el gasto en consumo e inversión pública aumentó 2,3%, lo que muestra una menor dinámica, si se considera que en el trimestre anterior el gasto público creció casi 7%.

La demanda externa, si bien presentó un comportamiento favorable, no fue suficiente para lograr un saldo de balanza comercial que incidiera positivamente en el PIB. Es así que las exportaciones de bienes y servicios aumentaron en un 14,7%, mientras que las importaciones lo hicieron en un 16,4%. Esta importante recuperación en las ventas externas, que venían de un año de sucesivas caídas, fue en parte consecuencia del fuerte impulso derivado de la gran debilidad del dólar a nivel mundial constatada en los últimos meses.

¿Crecimiento a base de qué?

La explicación de ese importante repunte de la actividad económica norteamericana descansa claramente en el potente paquete de medidas expansionistas impulsadas por el equipo económico del presidente Obama. En cuanto al mencionado aumento en el consumo privado, éste responde a los masivos estímulos públicos, como el conocido plan de “dinero por chatarra” (cash for trash), que incentivó la adquisición de vehículos más eficientes en el uso de combustibles, así como a los pequeños créditos al consumo familiar de bienes no duraderos.

La inversión privada en vivienda tampoco escapa a esta realidad; se han volcado millones y millones de dólares en créditos para la compra de las denominadas ‘primeras viviendas’. A los fuertes estímulos públicos, en este caso hay que sumar la vertiginosa caída que padecieron los precios de las unidades, como resultado del desarrollo de la propia crisis. El gran problema que se plantea en lo inmediato es qué ocurrirá con estos estímulos. Por lo pronto, todos tienen fecha de caducidad. Algunos de los planes relacionados al consumo, como el vinculado a la renovación del parque automotor, ya caducaron, y el de liberación de créditos para compra de vivienda terminaría, en principio, a fin de año. Actualmente, el Congreso de EEUU está buscando la forma de prorrogar estos últimos hasta la primera mitad de 2010 inclusive, con el objetivo de ampliarlos a cada vez más compradores. El inconveniente inmediato que puede significar la continuidad de esta política es el efecto nocivo sobre la salud genuina de la economía y, por sobre todo, el creciente déficit público. Actualmente, la deuda pública de EEUU alcanza a casi el 75% de su PIB, y se proyecta como consecuencia de innumerables gastos concebidos para activar la salida de la crisis. Para 2014, la relación deuda/PIB alcanzaría el 115%, es decir, un nivel de obligaciones superior a toda la riqueza generada a lo largo de un año, tratándose de números siderales casi imposibles de reproducir.

La citada dinámica prevista de menor gasto público exhibe la lógica del actual programa económico, que apunta a ir retirando gradualmente los fuertes estímulos estatales aplicados y procurando un mayor gasto en el sector privado de la economía. Esa perspectiva determinaría que ahora es tiempo de que el sector privado sea nuevamente el motor de la economía, y que ésta pueda retomar sus tasas de crecimiento tendencial. Ante este posible desenlace, las incertidumbres y especulaciones no se hacen esperar. Si bien los números negativos se estarían dejando atrás, la cuestión central es qué pasará con los empleos y los ingresos de los trabajadores para mantener elevados los niveles de consumo. Actualmente, la tasa de desempleo de EEUU supera el 10%, y las previsiones indican que se van a seguir perdiendo puestos de trabajo, por lo menos, durante dos trimestres más, lo que dificultaría considerablemente la recuperación en los ingresos familiares para sostener el consumo.

Algunos se mantienen

Sin la existencia de los estímulos no se estaría hablando actualmente del fuerte repunte de la actividad económica norteamericana, sino de hasta cuándo duraría el proceso recesivo y la posterior depresión, con lo que, seguramente, el consenso se apreciaría recién al cabo de varios años. Si bien algunos planes específicos ya caducaron, la abundante liquidez suministrada en todos estos meses, que alimentó en gran medida la anunciada salida de la recesión, se va a seguir manteniendo mientras las tasas de interés sigan inéditamente bajas, tal como ocurre ahora; en el caso de los fondos federales, las tasas rondan entre 0% y 0,25%, las más bajas de la historia. Este contexto no se modificará por el momento y seguirá generando crédito barato para el incentivo al consumo y a la inversión, como forma de sustituir las pérdidas registradas de ingreso y de riqueza. La cuestión para el mediano y largo plazo será la generación de las condiciones de recuperación lo más rápidamente posible, para que el sector privado comience a crecer por sí solo y empiece a devolver, en parte, los abultados préstamos contraídos a costo cero. Por lo pronto, la sostenibilidad de este posible desenvolvimiento no está asegurada, el camino a recorrer estará cargado de grandes incertidumbres y, como ya ha augurado el presidente norteamericano, será un trayecto largo.