Si los 60 fueron los años en que floreció la literatura crítica sobre la realidad nacional -en esa década se publicaron, entre muchos otros libros, El astillero, de Onetti; El impulso y su freno, de Real de Azúa; El país de la cola de paja, de Benedetti, y Réquiem para la izquierda, de Aldo Solari-, fue sin duda el título utilizado por Methol Ferré para bautizar su ensayo de 1967 el que mejor resume aquel zeitgeist local: El Uruguay como problema. Parte tratado de geopolítica antiimperialista (de cuño herrerista), parte manifiesto en pro de la integración de los países del Plata (arielista, hispanista) y parte profecía política (especialmente sobre el camino de la violencia revolucionaria), El Uruguay como problema pasó a ser un libro de lectura obligada para todos aquellos que por entonces retomaban la idea decimonónica de la Patria Grande latinoamericana.

La integración de los países del sur no era una novedad en el pensamiento de Methol; nacido en 1927, en 1955 dirigió, junto con Roberto Ares Pons y Washington Reyes Abadie, la revista Nexo, que abogaba por estrechar los lazos con Brasil y Argentina. En este último país Methol influyó y fue influido por los defensores del nacionalismo popular cercanos a Perón, una de la figuras de referencia del pensador uruguayo, quien llegó a definirse como “argentino oriental”. Aun en estos días, Methol se distinguió, dentro del panorama intelectual uruguayo, por su comprensión amistosa del proceso político argentino. Desde este punto de vista, y más allá de su común tronco herrerista, no resulta extraño su apoyo público a la candidatura presidencial de José Mujica, tal vez el único político uruguayo contemporáneo que osó exteriorizar su simpatía hacia el progresismo argentino.

La propia trayectoria política de Methol también tuvo sus vaivenes: militante de la fracción ruralista liderada por Benito Nardone, llegó a considerar el triunfo del Partido Nacional en 1958 como el verdadero ingreso de Uruguay en la historia; al poco tiempo haría pública su desilusionada desvinculación del movimiento, para pasar a apoyar a la Unión Popular en las siguientes elecciones. En 1971 adhirió públicamente al flamante Frente Amplio, pero más tarde retornó a tiendas nacionalistas; en 1994 fue parte del think tank que alimentaba las ideas de Alberto Volonté.

Durante la dictadura militar Methol renunció a su cargo en la Administración Nacional de Puertos, de la que había sido funcionario durante tres décadas, y pasó a residir varios años fuera del país. En ese tiempo se dedicó a otra de sus pasiones, la labor como laico dentro de la Iglesia Católica. Proveniente de una familia sin inclinaciones religiosas, Methol adoptó el cristianismo por convicción a fines de los 40, e intervino en varios de los debates religiosos de los 70 y 80, en los que peleó los avances del II Concilio, dio apoyo crítico a la teoría de la liberación y defendió, también en este ámbito, la perspectiva latinoamericana.

En una entrevista con Vania Markarian e Isabella Cosse, Methol atribuía a la necesidad de compensar un defecto notorio -la tartamudez- su inclinación por la actitud combativa, pero también reconocía que por entonces (1994) ya no podía jactarse de pelear desde una posición marginal y solitaria. Aunque la más evidente de sus predicciones, el Mercosur, ya se había materializado, Methol siguió predicando por su evolución hacia una unión política -el “estado continental”- que superara la alianza meramente económica.