Una vez activada, la máquina comenzó a echar vapor y un silbato dio la orden de partida. Llevaba con ella dos vagones holandeses Allan del año 1952, totalmente restaurados, decorados apenas con algunos cuadros y espejos a tono con las butacas tapizadas en cuero verde y el piso de madera lustrada. Viajaban en ellos autoridades municipales, entre ellas el intendente Ricardo Ehrlich y la directora del departamento de Acondicionamiento Urbano, Hyara Rodríguez, además de niños y adultos que también decidieron hacer el viaje.

La vieja locomotora, que pertenece a la Administración de Ferrocarriles del Estado (AFE), es una de las diez que quedan a vapor en el país y la única que está en funcionamiento. La bajaron de los rieles en la década del 70, pero fue restaurada en 2003 por la Asociación Uruguaya de Amigos del Riel, que la utiliza para realizar paseos turísticos a Juanicó y Colón, donde se encuentran algunas de las bodegas uruguayas más recoletas.

El tren pasó de largo por las estaciones Carnelli, Yatay y Sayago. El viaje duró poco tiempo, menos de lo deseado para algunos, y en menos de media hora un fuerte silbato anunció el arribo a la Estación Peñarol. Decenas de vecinos aglomerados junto a las vías dieron la bienvenida a la locomotora, que saludaba con su fuerte silbato y largaba, furiosa, el vapor contenido.

Al bajarse uno se topa de frente con la antigua estación, que tiene detrás una flamante plaza lineal con una pequeña fuente y juegos infantiles, además de un museo que recrea una época memorable del lugar. Los que no la conocían con anterioridad podrían pensar que se trata de eso y nada más, pero lo cierto es que significa la recuperación de un espacio histórico que estaba totalmente deteriorado.

El barrio Peñarol contiene, en un radio de sólo siete cuadras, 33 mil metros cuadrados construidos en 1891 por la empresa ferroviaria inglesa The Central Uruguay Railway Company. Allí se encuentran la estación del tren, los talleres fabriles (mecánica, fundición, aserradero, carpintería, pinturería, imprenta), ocho residencias construidas para el personal de jerarquía, 44 casas para los obreros, un puente peatonal sobre la vía férrea, la sala de cine y teatro más antigua del país después del teatro Solís y el Larrañaga de Salto, y el centro de artesanos donde se enseñaban oficios y donde nació el Club Atlético Peñarol.

La estación del tren, declarada Monumento Nacional y aún en funcionamiento, tiene 6.000 metros cuadrados y está ubicada sobre la calle Shakespeare entre Aparicio Saravia y Avenida Sayago. Está compuesta por una plaza lineal y un recinto donde se vendían los boletos y que oficiaba de sala de espera, despacho de encomiendas y jefatura de estación.

La reparación de este espacio, que costó 560 mil dólares y estuvo a cargo de la Intendencia Municipal de Montevideo (IMM) y de AFE, forma parte del Proyecto Peñarol, que comenzó en el año 2002 y que cuenta con apoyo financiero del ayuntamiento de Gijón, una ciudad industrial y ferroviaria cuyo alcalde se sintió admirado por este barrio histórico de la capital.

También, en el marco de este proyecto, se restauró el puente peatonal sobre la vía férrea y el próximo año se comenzará a reacondicionar la antigua sala de teatro de 450 localidades que también fue declarada monumento nacional, según dijo a la diaria la directora de Acondicionamiento Urbano de la IMM.

Hace años, a uno de los extremos de la plaza llegaba La Combinación, el tren local que, con 47 frecuencias diarias, conectaba Peñarol con Sayago. El andén, que antes recibía al tren local, fue transformado en un deck de madera que rememora La Combinación. Junto a él se encuentra una pequeña fuente, también restaurada, en la que antiguamente habitaron algunos peces. La plaza también cuenta con bancos construidos con material ferroviario como durmientes y rieles, un lugar de juegos para niños y una pista de skate.

Una de las antiguas salas de la estación fue convertida en un museo que recrea la época del ferrocarril con equipamiento de principios del siglo XX. Hay desde telégrafos, teléfonos y faroles, hasta muebles, boletos de época, fechador y taquilla de boletos, también se atesoran afiches de publicidad de la década del 40, uniformes y elementos que utilizaban los guardas de trenes, entre otros objetos de gran valor histórico.

Según Manuel Esmoris, encargado de la museología, el proyecto tiene como objetivo “poner en valor este espacio histórico para el uso y disfrute de las personas, pero también para que quede en la memoria el significado que tuvo el ferrocarril en esta zona y en todo Uruguay”.

El encanto del tren

Lidia (71) y Alberto (75) nacieron en Peñarol y vivieron toda su vida allí. El día de la inauguración decidieron salir a pasear por la plaza y sentarse en el mismo lugar donde antes llegaba La Combinación. Al recordar la época de los talleres, donde trabajaba su padre, a Lidia se le iluminó la cara. “Éste siempre fue un barrio tranquilo, obrero y trabajador. Se vivía muy bien acá. Teníamos todo en el entorno”, explicó la señora. “Mirá si seré fanática del ferrocarril que cuando era chica, en lugar de ir al liceo en ómnibus que me dejaba en la puerta en Buceo, me tomaba La Combinación con mis compañeras, que nos dejaba en Sayago, donde tomábamos otro tren y bajábamos en la plaza Colón, desde donde caminábamos 15 cuadras hasta el liceo, todo por el encanto de viajar en tren”, contó Lidia.

“El paseo del domingo era ir a la estación. También estaban los cines Peñarol y Doré. Íbamos juntos al Peñarol, y teníamos que sacar las entradas en la mañana porque eran numerados los asientos. En el intervalo de la película nos vendían refuerzos de mortadela y salame a dos vintenes. Allí nos deleitábamos con El Gordo y el Flaco, con Cantinflas y con las películas de cowboys”, contó Alberto.

Para la pareja, la recuperación de la plaza es importantísima para el rescate cultural del lugar. Frente a la estación, del otro lado de las vías, grandes estructuras de hierro acogen algunos pocos talleres que quedaron de la época de los ingleses. Antonio Alfaro es uno de los talleristas que todavía trabajan en los viejos talleres. Llegó a Peñarol en 1959 cuando tenía nueve años y desde la década del 80 es el encargado de reparar los tanques cisterna que cargan el combustible de los trenes.

Alfaro recuerda alguno de los buenos momentos que vivió el barrio cuando todo giraba en torno al ferrocarril. “El pito de los talleres era el que marcaba la vida diaria del barrio. A las seis de la mañana sonaba para que la gente entrara a trabajar y luego al mediodía volvía a sonar para el descanso. Cuando éramos chicos, nos íbamos escapados a las canteras y el sonido del pito nos alertaba de que papá volvía de trabajar y que debíamos volver a la casa donde fingíamos dormir la siesta”, recuerda Alfaro.

La época gloriosa del barrio no duró por siempre. Alfaro también recuerda aquellos malos momentos. “Lo más lastimoso que viví en este lugar fue la destrucción que hicieron un señor de muchas cejas [refiriéndose al ex presidente Julio María Sanguinetti] y su amigo que vino después [por el ex presidente Lacalle]. Estos sinvergüenzas remataron todo. El lugar se fue quedando por una política de favorecer a las compañías de ómnibus y al transporte carretero”, dijo al recordar la segunda mitad de la década del 80 cuando Peñarol tuvo una fuerte crisis laboral, social y cultural. En ese entonces, de 1.500 empleados que albergaba el taller quedaron sólo 150. Actualmente sólo funcionan la tornería, el montaje, la calderería y la herrería de aquel gran patrimonio industrial.

El fabuloso tren a vapor que nos dejó en Peñarol no volvía al centro. La única opción para volver era el ómnibus que frenaba en la esquina de la plaza, y el viaje de regreso no tuvo el mismo encanto.