La década que culmina abrió en forma inmejorablemente auspiciosa para quienes se negaban a considerar el cine una empresa inviable en un país de nuestras dimensiones; en 2001 25 Watts (Pablo Stoll, Juan Pablo Rebella) y En la puta vida (Beatriz Flores Silva) consiguieron hacer trascender a las producciones locales al conseguir la primera una serie de galardones internacionales a los que nunca había llegado una película uruguaya, y la segunda marcar un hito de popularidad al llevar a cerca de 140.000 espectadores (cifra que jamás volvió a superarse). En el 2004, Stoll y Rebella aumentarían aun más el reconocimiento internacional al incipiente cine oriental con Whisky, lo que les permitiría -junto con el productor Fernando Epstein- la creación de la productora Control Z, esencialmente dedicada a la elaboración de películas y capaz de producir un largometraje anual.
Pero la segunda mitad de la década sufrió un cierto proceso de desinfle -paralelo, en cierta forma, al del rock nacional-, motivado tanto por la ausencia de producciones de atractivo popular como por tragedias inesperadas -la muerte de una figura esencial como Juan Pablo Rebella- y la desaparición (una consecuencia negativa de algo positivo, como fue que las películas uruguayas se hicieran habituales) del interés a priori por cualquier filme por el simple hecho de ser realizado por compatriotas. Ninguna de las dos películas inmediatamente posteriores a Whisky de Control Z -La perrera (Manolo Nieto, 2006) y Acné (Federico Veiroj, 2008)- consiguieron un impacto similar al de su predecesora, y la nueva obra de Flores Silva (Polvo nuestro que estás en los cielos, 2008) fue un fracaso en términos de taquilla tan extremo como lo había sido el éxito de En la puta vida. A pesar de que se realizaron en este período tantas películas como en toda la década del 90, sólo El baño del Papa (2007), de César Charlone y Enrique Fernández, consiguió atraer al público local y llamar la atención fuera de fronteras, y las eternas preguntas sobre la viabilidad del cine uruguayo volvieron a plantearse.
Dos tipos grandotes
Los tres premios conseguidos por Gigante, incluyendo el Oso de Plata -el segundo en importancia en la competición- en el Festival de Berlín, el festival de cine más importante del mundo luego del de Cannes, sorprendieron a la crítica tanto como a su propio director, Adrián Biniez, y motivaron que la película inaugurara el cada vez más prestigioso festival porteño BAFICI, además de provocar una pequeña discusión de corte gardeliano entre quienes remarcaban la procedencia del filme en general y de su producción (los uruguayos), y quienes preferían destacar el origen bonaerense de su director (los argentinos), una discusión fútil ya que el carácter uruguayo de Gigante era tan obvio como la argentinidad de Biniez. A estos galardones siguieron una serie de premios internacionales que convirtieron a Gigante en la película uruguaya más premiada, en términos generales, de todos los tiempos. Más allá de las virtudes de narración minimalista del filme, aportaba como atractivo extra el que se trataba esencialmente de una comedia, género prácticamente inexplorado (al menos con fortuna) por el cine uruguayo, y retomaba el estilo de gags lacónicos que había hecho de 25 Watts una película diferente, profundizando en cierto sentido la marca de fábrica de Control Z, pero aportándole también algunos matices extra de dinamismo.
Cuando ya se suponía que Gigante sería el mayor evento del año en cuanto a cine nacional, una película de un coetáneo de Biniez, pero perteneciente a la diáspora de los emigrados -aunque formado en los mismos ámbitos educativos de Stoll, Rebella, Epstein, Nieto y Veiroj (no del casi autodidacta Biniez)-, Álvaro Brechner, terminó siendo para la mayoría de la crítica local el mayor lanzamiento del año. Mal día para pescar era, a pesar de las coincidencias generacionales de Brechner y los cineastas relacionados con Control Z, una película de ambiciones metafóricas y visuales mucho más explícitas y sin rastros de minimalismo, comenzando por la desmesura a priori de proponer la adaptación de uno de los mejores cuentos de Juan Carlos Onetti -“Jacob y el otro”-, y salir con éxito de semejante empresa, un gran logro si se tiene en cuenta que Onetti, un escritor de prosa impecable pero de escasas imágenes, no es precisamente alguien fácil de adaptar. Curiosamente el personaje que hace de eje del relato -aunque no el personaje principal- es un grandulón (el luchador alemán) de corazón de oro que tiene una cierta similitud con el Jara de Gigante.
Mal día para pescar también consiguió su reconocimiento en el circuito de festivales y de hecho es la representante uruguaya para los premios Oscar.
La invasión inesperada
Pero el 2009 culminó, en términos cinematográficos, con la sorpresiva trascendencia de un corto promocional para un tema de la banda Snake realizado en forma más bien casera por Federico Álvarez. Ataque de pánico presentaba a Montevideo invadida por una serie de robots descomunales que pisoteaban y destruían varios de los edificios más emblemáticos de nuestra capital, para culminar detonando toda la ciudad. Si bien apenas podía hablarse de un argumento -al fin y al cabo estaba pensado como un videoclip-, Ataque de pánico deslumbró por la calidad visual de la animación digital empleada y por el magro presupuesto con que fueron conseguidos. Convertida en un fenómeno de YouTube, el corto terminó llamando la atención de algunas cabezas de Hollywood, y consiguiéndole a su director un contrato para trabajar con la productora de Sam Raimi (El hombre araña, Evil Dead), manejando un presupuesto millonario en dólares. La reacción local fue ligeramente exagerada -una vez más el mito de Maracaná, del uruguayo que gana una guerra con tres pesos y dos grisines-, pero demostró que algunos cineastas del medio no sólo no tenían nada que envidiarles en los aspectos técnicos a sus colegas de la Meca del cine, sino que las formas modernas de comunicación e intercambio permitían que dicho talento pudiera ser percibido en los ámbitos de producción internacional.
El éxito en potencia de Ataque de pánico funciona como espejo de la tendencia en alza en el cine de alta distribución, donde el impacto visual y los efectos especiales son considerados el mayor valor de intercambio de una industria herida económicamente por la piratería, y en la que comienzan a desaparecer las películas que no puedan aprovechar las virtudes intransferibles de la pantalla grande y los efectos 3D. Un nuevo entorno en el que el posicionamiento de Álvarez y su corto puede ser un detonador de intereses entre los estudiantes locales de comunicaciones, así como 25 Watts se convirtió en su momento en una especie de faro en cuanto a cómo hacer las cosas para una generación que ya está inmersa en este ámbito laboral. Mientras tanto, películas como Gigante y Mal día para pescar parecen ser buenos indicadores de que el auge del cine producido en Uruguay puede haber menguado ligeramente, pero que la posibilidad de hacer películas en nuestro territorio que tengan un valor intrínseco y reconocible fuera de fronteras ya es una realidad sobre la que no vale la pena discutir más.