Desde los 70 hasta ahora, el tango tuvo su fase de “fenómeno” vinculado en cada momento a la recepción europea de ciertos artistas rioplatenses, o a la pasión que el género estimula en sociedades como la japonesa (donde más tarde ha podido saberse que tanto se cuelgan del tango y lo escuchan, lo bailan y lo aprenden a interpretar, como de la salsa y el flamenco, y se esmeran en aprender sus técnicas interpretativas y los movimientos corporales de sus respectivas danzas).

El fenómeno de esta última década, en cambio, se afianza en la vitalidad de un género que -además de contar con artistas capaces de tender puentes a nivel internacional- se expresa en casi todos los frentes: 1) el surgimiento de nuevos cantantes tanto clásicos como renovadores, 2) el retorno a los orígenes con intenciones reformuladoras, 3) el nacimiento de orquestas integradas por jóvenes cuyos planteos oscilan entre el semblante ortodoxo y el giro contemporáneo, y 4) el tímido brote de compositores, un debe eterno del dos por cuatro.

Si esta gran movida del tango tiene un punto de partida aproximado en el naciente del tercer milenio, Malena Muyala se anticipa a sus primeras señales de existencia, a la vez que se erige como una de sus personalidades más atrayentes.

Editado en 1998, Temas pendientes (Ayuí) era un solitario disco de tangos -como tantos otros que podrían estarse produciendo en la vecina orilla del Plata- que podría anunciar el inicio de una trayectoria individual, pero jamás hacer suponer los primeros progresos de un fenómeno como el actual.

Se necesitaría oír sus dos siguientes registros (Puro verso y Viajera) para confirmar con toda certeza que Temas pendientes no era apenas un bloque de otros que vendrían hasta decantar una personalidad. Allí -y más allá de naturales ajustes que vendrían con posterioridad- estaban los rasgos característicos de un perfil que, de arranque, no navegaba por los canales habituales de la escena tanguera.

Tanto en lo vocal como en lo instrumental, en el “sonido Malena Muyala” sobrenada el modo de ser de la música popular contemporánea en el sentido amplio del pop internacional y de un reconocible “gustillo” montevideano que en lo concreto se traduce en la preponderancia de una guitarra alejada del rol de rasgueado o punteado en que quedó aprisionada por el género, y una amplia participación de la batería y el bajo.

Su emisión vocal apagada, de tonos medios, y al borde del susurro casi inaudible a veces, es otro dato diferencial en el expediente de su inconfundible grafía estilística, hasta el grado de generar dudas sobre su verdadera filiación genérica.

En este CD/DVD se la puede oír/ver modulando la voz en una cadencia ondulante -tan esquiva al corte y la quebrada- pero con sus pasajes de entonación bien arrabalera y sus breves y apretadas inflexiones gardelianas -apoyadas en ocasiones en algún rictus labial merodeador de tal estirpe- que demuestran que el tango es una marca en su ADN y que lo que tiene de prestado viene de renovación.

La versión de “Golondrinas”, sacada de su cauce rítmico original, es una muestra de ello, al igual que el tratamiento jazzero de “La noche que te fuiste” o el novedoso arreglo de una pieza clásica como “Garúa”, sostenida de maravillas con la sola intervención de contrabajo y voz. Este tipo de resolución no se repite de manera idéntica pero es parte de un concepto minimalista de armado del tejido sonoro, que puede percibirse en cada composición cantada por Malena Muyala. En ocasiones uno o dos instrumentos con variantes pueden dar la mejor terminación a una pieza y en otros casos, una orquesta con aportes individuales medidos -y hasta exangües- sacar jugo de la sumatoria de materiales breves y extensos.

Registrado en vivo en el Teatro Solís, la mayor parte de los temas que integran el disco pertenecen a Viajera (Los años luz/Bizarro), su último trabajo de estudio, que corresponde al momento en que su faceta compositiva alcanzó los mejores brillos. De allí vienen canciones como “Miente”, “Viajera” o “Ausentes”, donde la tanguez bonaldiana y el embaldosado armónico de Piazzolla y Di Matteo parecen colarse como influencia.

Organizado casi de menos a más, el recital despega con piezas bien abajo y llega al remate final con “Pasos” (una milonga de bordes tangueros crecida en su pulso por el ritmo manso de una cuerda de tambores) y “Pena mulata”, un milongón en que el candombe se siente hormigueando entre las vibraciones de la canción.