No se puede decir que la ambigua Guerra al Terror declarada por George W Bush hace ya ocho años haya sido realmente esquivada por Hollywood, pero evidentemente es un tema que le resulta tan complejo como lo fue hace 40 años el de la Guerra de Vietnam, y la necesidad de caminar sobre terreno delicado y sensible en lo político suele convertir a las películas que tratan de ese asunto en productos más bien desorientados en los que la necesidad de entretener y la de mantenerse en un tono sobrio generalmente colisionan.

Traidor trata de una posibilidad de lo más incómoda para el público estadounidense, la de que varias células terroristas “dormidas” lancen un ataque tanto o más demoledor que los de 2001 sobre la población civil de ese país, e intenta lidiar con desparejo éxito con el intento de describir un peligro monstruoso sin caer en maniqueísmos. La película sigue los pasos de Samir Horn (Don Cheadle), un sudanés-estadounidense entrenado por los servicios de seguridad de Estados Unidos, que está utilizando sus habilidades para organizar redes terroristas y realizar atentados contra embajadas, pero que posiblemente también sea un agente infiltrado en la profundidad de estas redes, esperando desbaratarlas antes de alguna acción realmente importante. La condición ambigua del personaje y sus reales intenciones son develadas cuando el film promedia, y más que tratar de su compleja situación moral, la película se centra en sus movimientos mientras es perseguido por la desconfianza de ambos bandos. Sin llegar a ser una reflexión realmente seria sobre las complejidades de esta guerra sin reglas al estilo de Syriana (Stephen Gaghan, 2005), Traidor no se limita a su serie de aventuras y engaños, sino que también se toma su tiempo para describir a los grupos terroristas con bastante cintura y matices, presentándolos como personajes que no necesariamente viven obsesionados con sus tareas guerreras, pertenecientes a muy diversas clases sociales y con no pocos atributos morales. Si esta visión es comprensiva o refinadamente paranoica queda en la subjetividad del espectador.

El protagonista Don Cheadle (Hotel Rwanda) es por lo general un competente actor secundario que aquí tiene la oportunidad de asumir el rol principal, algo para lo que presta su habitual expresión de fatiga y melancolía con efectividad, pero posiblemente el que termina mejor parado es el francés de origen árabe Saïd Taghmaoui, a quien le toca el rol más complejo en lo ético y en definitiva más rico, pero sus minutos en pantalla son más bien escasos.

Algo que puede llamar la atención de Traidor es el nombre del autor de su elaborado guión, que es el de Steve Martin, y no se trata de un homónimo del conocido comediante de cabello blanco, sino de una de sus raras incursiones como escritor en el drama o el cine de acción (Martin es habitual autor o coautor de las comedias que protagoniza).

Traidor trata en cierta forma de un concepto moral y de un concepto de realidad, orillando por momentos esos dilemas propios de los libros de Philip K Dick o de Kurt Vonnegut en los que la identidad de un guerrero y los fines por los que combate se vuelven totalmente difusos, en la práctica y ante la opción, termina siendo una película de espías. ¿Son estos matices y mayores intenciones un plus para la película o algo que se termina desvirtuando y que solamente funciona como lastre? En todo caso Traidor no deja elaborar una respuesta clara que permita opinar con tranquilidad.