En el poblado maragato confluyen pacientes derivados de los programas de egreso de las colonias, denominados Asistencia Familiar y Hogar Sustituto.

Como primera medida, un equipo técnico de psiquiatras, psicólogos y asistentes sociales evalúa si el paciente está preparado para estar fuera de la institución.

El objetivo es dar a los enfermos psiquiátricos una alternativa al asilo para que puedan convivir en familia y tengan una mejor calidad de vida. Muchos de ellos pasaron gran parte de su vida dentro de las colonias y fueron abandonados por sus familias. De todas maneras, la persona no se desvincula de la colonia y una vez por mes debe asistir a un control y recibir la medicación que le corresponde.

El mismo equipo técnico que estudia al paciente también evalúa a la persona que tiene intenciones de recibir a un enfermo psiquiátrico en su casa y exige ciertas condiciones edilicias del lugar donde va a estar. Algunas personas viven en la misma casa que sus cuidadores y se integran directamente a la familia, otras viven en una vivienda aparte pero reciben cuidados permanentes.

Vocación

El Ministerio de Salud Pública (MSP) paga 6.000 pesos por la tarea de cuidador, ya sea por tener una o cinco personas a cargo. Cada paciente cobra 4.000 pesos de pensión por discapacidad, que por lo general destina a los gastos de comida y vestimenta en el hogar donde se encuentra. En el pueblo hay unos 25 cuidadores y sólo dos de ellos son hombres.

“Trabajamos 24 horas al día, los 365 días del año, sin licencia ni días libres. Ser cuidadora conlleva una responsabilidad muy grande; tanto, que a veces una se siente desbordada por la tarea”, contó a la diaria Daniela Fernández, una de las cuidadoras de Villa Ituzaingó.

Para Fernández, que viene de una familia de cuidadores y se crió entre pacientes psiquiátricos, quien asume este trabajo debe tener una innegable “vocación de cuidar”.

Actualmente cuida, junto con su hermana y su madre, a 12 pacientes de las colonias, que viven en una casa aparte. No lo hace sólo como forma de obtener un ingreso económico, contó Fernández, y agregó que acepta pacientes que por distintos motivos todavía no tienen su pensión.

Como cuidadora, Fernández tiene sus aspiraciones y formula reclamos. “Queremos conseguir fondos y poder contar con un hogar nocturno para que los pacientes se puedan quedar unos días, atendidos por otros cuidadores, y de esa forma lograr que todos los cuidadores puedan tomarse licencia y tener tiempo libre. Pero para eso necesitamos mucho apoyo económico”, explicó.

Incentivos

Desde 2007 lleva adelante un proyecto denominado Rehabilitación Basada en la Comunidad (RBC), junto con las también cuidadoras Gabriela Rodríguez, Elizabeth Castro y Maida Fernández.

Esta asociación sin fines de lucro brinda diversos talleres para pacientes con diferentes patologías psiquiátricas. La iniciativa -contó Fernández- surgió luego de constatar que muchas de las personas que se encontraban en hogares sustitutos, fuera de las instituciones, nunca habían salido de sus hogares, ni siquiera para hacer mandados. La principal meta de RBC fue lograr la asistencia diaria al taller y estudiar cada caso para poder incentivar a los pacientes a hacer diferentes actividades. El centro brinda talleres de manualidad, tejido, lectura, música, cocina, peluquería, expresión plástica, además de actividades recreativas y quinta. Es sabido el poder terapéutico que tenen muchas de esas actividades, para todas las personas, en general.

El programa fue premiado en agosto por el Programa Nacional de Salud Mental del MSP con el Reconocimiento 2009 a las prácticas orientadas a la mejora en las prestaciones en el área de salud mental.

Actualmente hay 67 pacientes inscriptos en los talleres.

Gabriela Rodríguez explicó que la idea es que “estén entre la gente y se integren a la comunidad”. “Antes estaban encerrados en las casas porque no tenían nada para hacer. Ahora vienen acá, participan en los talleres, festejan sus cumpleaños, salimos de paseo y algunos trabajan en una quinta que tenemos. Esto permitió favorecer su socialización y que tengan más independencia”, contó.

Colonia no

El centro RBC está casi todo el día abierto. Allí entran y salen constantemente los pacientes psiquiátricos, participan en talleres, trabajan en la quinta o simplemente pasean por el lugar, al que ya consideran propio.

Un jueves al mediodía esperaban al profesor de gimnasia. Algunos, como Mónica y José, llegaron temprano a clase y se instalaron en el patio, bajo la sombra protectora de un árbol, a esperar que comenzaran las actividades. Mónica realiza actividades en la huerta por las que recibe una remuneración. José Luis es el encargado de cuidar las ovejas. Se conocieron en el centro y ahora son pareja.

Poco después del mediodía, todos estaban reunidos en torno al profesor. Los más veteranos se quedaron sentados, conversando. Luego de una breve clase de gimnasia que hizo reír a varios, se sentaron en las mesas y compartieron una merienda.

Los pacientes del centro son tan diversos como sus historias de vida. Hay jóvenes y veteranos, varones y mujeres, con patologías leves y severas, algunos más integrados y otros más dispersos. Algunos se desvincularon totalmente de su familia y amigos, otros todavía reciben visitas. Hay quienes llegaron a las colonias siendo ancianos, otros han pasado toda su vida viviendo en instituciones con estas características, como Elodia, que desde niña vivió en hogares estatales de cuidado de la infancia, como los del actual Instituto del Niño y el Adolescente del Uruguay (INAU), hasta que fue derivada a una colonia psiquiátrica. Recién ahora, cuando ya tiene más de 80 años, puede vivir en familia en un hogar que comparte con otras personas.

Había pacientes que sabían leer y escribir pero habían perdido el hábito. Muchos no tenían documentación y no se sabía de dónde eran, un problema que se empezó a tener en cuenta en la nueva dirección de las instituciones psiquiátricas.

La actividad comienza a dar sus frutos: todos conviven en el pueblo, antes sin relacionamiento entre ellos, encerrados en las casas, ahora compartiendo las tardes en el centro.

La intención de las impulsoras del proyecto RBC es que no sólo se vinculen entre ellos, sino que también puedan relacionarse con el resto de la comunidad, que se arrima al centro sólo cuando es invitada a alguna fiesta o muestra de las que se realizan en el recinto.

Según contó Fernández, actualmente se está gestionando la instalación de un Centro MEC en el lugar donde se realizan los talleres, de forma que el pueblo circule por allí y se conecten ambas realidades.

Luego de terminar la merienda algunos se quedan conversando o dando vueltas, otros comienzan a irse hacia sus casas. Mónica y José Luis se van nuevamente a cuidar a las ovejas.

Muchos de los enfermos psiquiátricos que viven en el pueblo están conformes compartiendo la vida en familia con sus cuidadores y tienen un mal recuerdo de las colonias. Es el caso de Ramona, que llegó con su hermana cuando ya era mayor y ahora, con más de 60 años (aunque ella dice que tiene sólo 8), vive en Villa Ituzaingó. “No me nombre la colonia, no me gusta, me ataban las patas”, dice Ramona pataleando, enojada, cuando escucha por ahí la palabra “colonia”.