Martín no tiene cable a tierra pero lanza un montón de cables que lo conectan al mundo. Del barrio al mundo y en simultáneo, edita acá, allá y más allá. De niño le mostraron que con la música uno juega y se divierte, no le dejaron dormir la siesta con canciones y construyó su pasión. Hoy es su hija quien no duerme la siesta y su “favela” de amigos músicos hace de Villa Dolores un barrio funk. Lúdico y experimental, hace que un táper con cables invente sonidos en su canción. De Cantacuentos y de cruceros por el Caribe hizo su oficio. Ya saca conejos de la galera y se saca el poncho familiar, forjando un nombre con apellido conocido, pero al que sus canciones dieron nuevo significado.
Hablamos de Martín Buscaglia, el más cerebral de la cofradía que armó en su entorno, un “movimiento” que aún no tiene nombre y cuyos integrantes no tienen conciencia de pertenencia, pero que existe. Producen discos, tocan con todos y trazan puentes con las generaciones anteriores. Están ahí, plasmando la nueva identidad de la música de este país a pura antropofagia, sin perder la tradición, llevando al mundo un nuevo sonido que lleva candombe, murga y hasta rescata la payada como forma expresiva. No de milagro está ese candombe funk dando vueltas en discos de hoy. Son, en definitiva, el legado musical de tres de los más grandes que ha dado nuestro país: Eduardo Mateo, Rubén Rada y Jaime Roos y, claro, Hugo, Osvaldo y Urbano. Usted ya sabe los apellidos.
Por estos días, en simultáneo, edita en cuatro países su Temporada de conejos, el último CD con rúbrica y producción del propio Buscaglia y Nico Ibarburu. Un disco en el que cada palabra encaja en su lugar, en el que existe un cierto déjà vu -esto lo pensé, escuché, viví, etcétera-, pero de una fórmula siglo XXI. Del flamante disco Temporada de conejos y otros asuntos nos sentamos a conversar.
-¿En este disco buscaste un concepto en las letras?
-Sí. Incluso hay textos que se repiten en un tema y otro. Creo que es el disco en el que más laburé más en las letras. Hay retos que me puse a mí mismo, disciplinas a seguir para terminarlas. En general lo veo como un disco más enroscado y exagerado.
-Entiendo que la música te llega más naturalmente, pero en las letras hay algo más cerebral…
-Me interesan las dos cosas, pero en las letras siempre me interesé en que sean poderosas. Cuando escucho música siempre me intereso mucho en las letras aunque estén en otro idioma, y considero que es el lado que he investigado y desarrollado más con el correr de los discos. En mi primer disco le daba pelota pero estaba fascinado con Jorge Ben y la asociación libre; digamos que era consciente pero la conciencia consistía en buscar lo inconsciente. Con el paso del tiempo voy a lo contrario, poniéndome dogmas.
-Kiko Veneno busca lo profundo en lo cotidiano, en lo simple. ¿Hay una coincidencia contigo?
-Totalmente. Kiko es un referente. Además canta en este disco. Otro referente es Arnaldo Antunes. Es muy simple lo que él hace: “que não e que não pode ser que não é…” combina muchas cosas. Es simple, profundo y, a su vez, swinguea y fluye. Me gusta que lo que fue complicado de construir parezca lo más natural y hasta improvisado posible, y al revés también, algo simple mostrarlo complejo. Lo mismo con la música. A veces temas míos que parecen más complejos se basan en una cosa mínima, mientras que el que te parece una pavada, si lo estudiás bien, tiene toda una movida atrás. Nunca me interesó agarrar un estilo y reproducirlo tal cual es, me gusta estudiarlos para ver cómo están construidos, después tomar de allí y llevarlo a mi mundo. Me interesan los elementos, ver cómo se relacionan y meterlos en mi planeta.
-Volvamos a las letras.
-En este disco hay de todo, desde inspiración pura y dura hasta cosas muy acotadas. Por ejemplo, estuve leyendo El cántico espiritual, de San Juan de la Cruz, un español del siglo X, por ahí, reconocidamente increíble. No lo descubrí yo, obvio. La cuestión es que escribía en liras, que es una forma poética con una métrica determinada. Musicalicé uno de esos poemas pero me pareció muy atorrante, muy vago agarrar esa letra, e hice unas líricas. De ahí sale “Cortémonos la cara”, y lo que me gusta de eso es que te simplifica mucho regirte por formas preestablecidas que te guían por un lugar que no usás habitualmente y te llevan a un lugar nuevo. Con respecto a este disco pienso que es más ostra, más cerrado. Cuesta abrirlo. Es como que adentro es más grande pero la puerta es más chica. Hice lo que me interesaba en este momento. Pude haber hecho un disco más cancionero y accesible, pero preferí este otro camino. Si bien aquí también hay canciones, están muy trastocadas.
-¿Cuánto hay de responsabilidad de tu viejo en esto de las letras y la unión con otros músicos?
-Uh. Me encantaría hacer una Musicasión mía. Para mí el viejo es una gran influencia, sin dudas. Con respecto a lo de los amigos, yo no le llamo “movimiento”, lo que sí pienso es que hay una sintonía y nos damos todos manija. Es inspirador para todos. Veo que todos están sacando discos solistas y es una buena señal. Nico Ibarburu graba con Spinetta, Mateo Moreno y Montemurro están tocando con Legião Urbana. Lo de que vivamos de alguna manera en un mismo sitio, no sé... puede haber un grado de conciencia pero leve. No lo tengo definido en mi mente y me gustaría tenerlo. Lo hemos hablado y me encantaría poder condensarlo, pero aún no sé cómo. Mi viejo tenía la virtud de darse cuenta de lo que estaba pasando además del elemento unificador, de teatrero. A mí me deja el amor por los libros y la palabra, sin dudas. Después, si lo comparamos, creo que yo hago letras muy distintas a las de él, pero igualmente creo que para seguir a un maestro lo que tenés que hacer no es repetir, porque ellos no estarían haciendo lo mismo ahora; andá a saber qué demencia estaría grabando Mateo ahora. La manera de honrarlos es tratar de entender cómo miraban la música y la poesía. Por lo general, las cosas que mamás de chico son tus principales influencias, por más que no las escuches tanto. Igual, a mi viejo lo escucho por las cosas maravillosas de la vida. Mi hija es fan de Musicasión 4 y 1/2, “Pippo” y “Príncipe azul” son sus temas preferidos, pero de motu proprio.
-Este disco sale en Uruguay, Argentina y España a la vez. ¿Qué significa eso?
-Sí. Y posiblemente también en México, por un sello independiente. Está buenísimo. Es algo que antes era súper lejano. Igualmente, todos los sellos te dicen que para ellos no es un gran negocio. Para uno tampoco es un gran negocio. Igualmente, el disco para mí es una obra y está bueno como tal. Está todo bien con el mp3 y el random, pero el disco es una obra y está pensado como tal. De todos modos, que se edite en varios lados no es una cosa que busque afanosamente, se fue dando por el boca a boca. Cuando estaba en España con Martín Morón tocábamos en la calle, así conocimos a la gente del sello y resultó que eran los indicados.
-¿Qué pasa con la portación de apellido?
-Me encanta sentir el peso. Es continuar una cosa familiar. Mi vieja es una crack. Mi viejo también. Y han sido generadores de cosas, con gente que los amaba, otra que los odiaba, y no se quedaban cacareando sino que sacaban cosas todo el tiempo y con libertad. Acá hablo bastante de eso. Hay una canción que se llama “Qué importa el blablablá” y habla de los eunucos que miran cómo se hace y no pueden hacerlo. También en “Extraña calabaza del amor”, que canta Eli-u Pena, una canción que es súper almibarada y por la mitad dice: “y vos que estás ahí tan duro/ mascullando sin sentido cosas sin razón de ser/ también te lo aseguro/ hay sitio para vos en el palomar/”, o sea, vos que pensás que esto es una palomeada, basta con que te enamores o tengas un hijo. También sos un paloma por más punkie que creas ser. Muchas veces es más extrema una palabra delicada que una gran distorsión y una puteada.
-Leí una nota sobre vos que decía algo así: “después de librarse de los prejuicios”...
-Ah, sí. Me pareció curioso. ¿De quién hablaba? ¿De él? Me chupa un huevo. Qué importa el blablablá.
-¿De dónde salen esos prejuicios?
-Por linaje, por pupilas y por ambigüedad. Por no saber en dónde ponerte, cómo catalogarte.
-¿Ustedes no eran los hippies del Polonio?
-Me encanta que me preguntes eso. En este disco -por gusto- en la canción que canta Kiko -“Blues del carrito”-, que la hice en el Polonio, me di el gusto de decir la palabra “Polonio” otra vez. O sea: ¿no es exagerado cantarle a un lugar tan fuerte que genera “controversia” entre los que lo aman desmedidamente? Aguanto y digo: “Polonio”. Tengo una casa ahí y voy. Si tuviera una en Las Toscas diría “Las Toscas”. Lo siento a mi favor. La música te genera muchos amigos y los enemigos me los como. Su energía me hace más fuerte. Es antropofágico. Toda creación potente debe generar amor y odio; si no, es una tibieza.
-¿Te molesta que el disco ya esté en la web?
-El otro día toqué en un boliche en Buenos Aires donde se vendió el disco, y al otro día estaba en internet. Fue un fan o alguien que pagó la entrada para ver el show. Es inevitable. Me gustaría que los que accedan a las canciones tuvieran también el arte de tapa y vieran quién tocó. A su vez, te digo que he descubierto en internet montones de cosas de las que ahora soy fan y me han influido en la vida. Es cierto que también hay otras opciones, como ir a la feria a comprar vinilos. Hay mucho por descubrir.
-Venís invitando a gente importante a participar en tus discos. En el anterior Arnaldo Antunes, ahora Kiko Veneno. ¿Cómo estuvo eso?
-Es un orgullo y un logro. Te hace sentir agradecido de lo que hacés, que a gente que consideras tan encumbrada le guste lo que hacés... Y lo de invitar a Kiko fue buenísimo. Era como un amigo nuestro. Vino Urbano al asado: habían tocado juntos en los 70.
-¿Cuando Urbano estaba en Imán Califato Independiente?
-Sí, claro. Contó que iban a ver Imán Califato con Raimundo Amador y se tiraban en el pasto a fumar un porrito. Urbano tocaba en ese grupo que mezclaba rock progresivo y flamenco. Aparte, después tocó con Kiko alguna vez. Fue un gran encuentro.
-¿Cómo arrancaste a interesarte por los sonidos de los juguetes y experimentar con eso?
-Siempre me interesó. En la presentación de mi primer disco toqué “Camiones”, de mi viejo y Mateo, con un mate. Después vas profundizando en algunas cosas y dejando otras. Me gusta lo que generan los instrumentos que te sacan de vos. No sólo los juguetes. Cada vez consigo más. Ahora usé el “tapertronic”, que armé con un táper, conexiones y pedazos de juguetes. De esos instrumentos me gustan muchas cosas: que son indómitos, que no hay una técnica ni academia para tocarlos, y esa dualidad que se da cuando alguien dice: “Ay, qué tierno, un juguete”, y después lo enchufo y hace un ruido súper violento, arrasador. Por otra parte, podés sensibilizar algo por naturaleza insensible. Por ejemplo, un Simon chino con notas sin matices que genera un entorno que te puede sensibilizar. Los juguetes llaman la atención, pero yo, además, utilizo instrumentos convencionales.