“Vengo porque la mentalidad de la gente acá es otra: es más open mind [de mente abierta], bailás como querés y nadie te mira. Y poder bailar sin sentirte cuestionado por cómo lo hacés es genial. Además, al haber menos actitud de levante, es menos agresivo para las mujeres”. ¿Y a qué se debe esa actitud distinta frente al otro?, le preguntamos a María, de 33 años: “A que la filosofía gay es más tolerante pese a que se la tolera menos”, nos explica al momento de enumerar sus motivaciones para venir a Il Tempo, un boliche ubicado en el Parque Rodó, un sábado a la medianoche. En una sintonía parecida se expresa Mariana (19 años): “Soy bi y en un boliche hetero me siento desubicada”, dice luego de que una de sus amigas, Natalia, menciona: “Mirás lo que te gusta, en otros lugares marchás de primera porque no te van a dar bola”.
En tren de diferenciarse con los boliches heteros, Claudia (40) va más lejos que estas jóvenes: “Me gusta mucho más esta onda de respeto, en uno hetero a las 4 de la mañana se te prende cualquiera y te pesadea hasta que te vayas con él, pero acá si una chica te saca a bailar y le decís que no querés, se da media vuelta y listo, no hay problema”. La síntesis nos la trae Federico (29) con su novio: “Elijo venir por la diversidad y porque somos gays. Y siendo gays, si bien nos sentimos a gusto en boliches heteros, acá nos podemos desenvolver con mucho mayor comodidad”.
Por su parte, Agustín (20) suma en las conversaciones otra dimensión: la tranquilidad frente a la agresión cotidiana. “En la Ciudad Vieja, el hecho de que para llegar a donde querés ir te tengas que atravesar todo un ambiente que es hostil contigo es un bajón, en cambio acá estás más resguardado”. ¿Y qué pasa el resto del día? “La hostilidad la sentís todo el tiempo, en la calle diariamente te agita cualquiera por lo que sea, gratuitamente. Si sos amanerado piensan que de eso se pueden prender mucho más que si se trata de alguien que está re cuadrado”. Como consecuencia, Agustín dice que no camina por la calle de la mano de su novio para preservar su integridad física. Su amiga Mariana dice que está “curada de espanto”, por lo que cuando le dicen alguna grosería por andar de la mano con su novia, simplemente se ríe y sigue caminando.
Tal como somos
¿Cómo se lleva el espacio LGBT con el heterosexual? María cree que “el espacio gay se trata de reivindicar como opción, es innegable y algo que inexorablemente la sociedad no puede parar”. “Pero el gay se quiere reivindicar desde lo agresivo, desde el derecho gritado. Yo pienso que si vos estás realmente tranquilo y tenés claras cuáles son tus decisiones, no tenés por qué andar gritando nada”, dice.
Por su parte, Claudia cuenta que no comparte la Marcha del Orgullo Gay que se celebra mundialmente el día 28 de junio y lo explica diciendo que ser quien es no le da ningún orgullo extra, “soy lo que soy y listo”. A Claudia le parecería igualmente sin sentido si el día de mañana arman la Marcha del Orgullo Heterosexual. “Sí me parece genial la Marcha de la Diversidad [que se realiza en Uruguay y este 25 de setiembre tendrá su edición número catorce] porque allí efectivamente se pone de manifiesto la apertura que la sociedad uruguaya precisa y quiere, independientemente de la orientación sexual o identidades de género”.
Ningún enfermo
“Creo que la mayor cantidad de boliches hoy responde a una demanda que hay, y que en varios de ellos haya muchas mujeres heterosexuales habla de un proceso de liberación”, considera Magela (27). Sin embargo (y sin rigurosidad científica) es fácilmente constatable que la casi totalidad de los boliches para la comunidad LGBT montevideana tiene un público mayoritariamente gay que lesbiano. Para Magela, las lesbianas son una minoría dentro de una minoría: “En la sociedad uruguaya la mujer se ha acostumbrado a pasar lo más desapercibida posible y la mujer lesbiana más aún. Eso se traslada a los boliches aunque apuesten a la diversidad”.
No todo es jauja. Una vez que los boliches bajan las cortinas, durante el día o el resto de la semana, la discriminación campea en ámbitos laborales, etcétera.
A Claudia le pasa que mientras que con los amigos y la familia “está todo bien”, en el trabajo se le hace más difícil: “Hay mucha discriminación y chistes homofóbicos. Lo sentís, pero te callás la boca aunque te den ganas de decir: ‘¿No te das cuenta de que puede ser tu hijo, tu vecino o un compañero de trabajo?’. Y obvio que esa situación deriva en que nunca vas a tener la apertura necesaria para compartir tus orientaciones”.
Nuevamente se abre la incógnita de cómo convivir en ese entorno. Claudia responde: “Al principio te duele, te shoquea, pero a esta altura de mi vida me importa un bledo lo que digan”, y abre una nueva ventana: el rol de los medios de comunicación. Comparte que no se siente “representada” y subraya que si bien en los últimos años es común que las telenovelas y programas argentinos emitidos en Uruguay incluyan personajes y conductores LGBT, siempre se ha tratado de ridiculizarlos. “Todos los gays que muestran son exagerados y transmiten que el homosexual es un enfermito, tarado o boludo”, sostiene. Desde una adolescencia no abandonada del todo aún, Natalia agrega: “No es nada malo ni del otro mundo ser homosexual, hay que saber entenderlo porque la vida hay que vivirla y probar todo”.
Si bien la mayoría de los consultados admite que en los últimos tiempos la tolerancia creció, también creen que los tiempos son muy lentos y que “el uruguayo es demasiado discriminador en todos los sentidos y a todo nivel, independientemente de la orientación sexual; lo es hacia todas las minorías”. María y Gabriela señalan que la discriminación ocurre incluso desde los propios homosexuales que rechazan a los heteros simplemente por serlo: “Incluso entre ellos usan como descalificativo ‘maricona’ o ‘carlitos”, ejemplifican.
Cambio de actitud
Federico siente envidia y dice que le gustaría haber nacido diez años más tarde para poder “tener esa libertad y librepensamiento que tienen los chicos ahora, tienen una ventaja importante”. Él cree que el cambio se debe a “una maduración intelectual en la gente” y promueve esa apertura hacia el interior de las familias: “Cuando lográs compartirlo en el ámbito familiar, lográs una libertad total, una comodidad absoluta en los demás ambientes en los cuales te movés. Yo tengo una relación mucho mejor con mis hermanas desde que pude ser sincero con ellas”.
En la misma cuerda Claudia dice ver una suerte de “moda” que hace que los jóvenes se sientan y sean más abiertos. “Están mucho más libres para poder experimentar la sexualidad que en mi época, aunque eso no signifique necesariamente más aceptación”. También Andrea (37) está “maravillada” con el mayor encare de los jóvenes actuales: “Antes era más complejo y yo por ejemplo no podía ni intentar estar con una mujer en un espacio público, ahora ya no es una prueba”, sostiene. Para Andrea, el cambio vino de la mano del trabajo de la sociedad civil organizada, del trabajo en pro de la sensibilización y la promoción de derechos.
Espacio amigo
Ricardo Acosta, uno de los propietarios de Chueca y Caín, defiende el desarrollo de un circuito gay montevideano y busca sacarlo de lo exclusivamente nocturno, under o por fuera del circuito turístico. Entrevistado por la diaria, Acosta explicó que con la apertura de Chueca intentaron “prenderle la luz al circuito gay, dar la cara, no sentíamos la necesidad de escondernos como empresarios” y para sostener estas afirmaciones, recordó que “hasta hace cinco años, si el boliche gay no estaba en una calle oscura, el gay no iba, porque había mucha resistencia a mostrarse como tal”. Luego “sacamos a Caín del closet” con su reapertura y ahora procuran la conformación de “un circuito friendly que contemple la diversidad”. Para Acosta hay que dar un paso y luego el otro. “En un proceso de destapar [en el cual aún estamos], primero se ganan los derechos en la legislación vigente, y luego en lo relacionado al ocio y la recreación”.
¿Por qué crear un circuito gay que atraiga a los turistas LGBT? Acosta lo ve de la siguiente manera: “De cada diez heteros, uno tiene pasaporte, y de cada diez gays, nueve lo tienen”, según sus cálculos personales. A su entender, ésa es una realidad que comienza a visualizar el empresariado local. “Hay gente dispuesta para aprender a trabajar en este segmento del turismo, porque no hay prejuicio que pueda contra la ley de mercado”.
Acosta estima que anualmente circulan por Buenos Aires 15.000 turistas gays y lesbianas, de los cuales “si baja a Montevideo y Colonia sólo 10% de ese total, ya son muchas las ganancias para la actividad turística uruguaya”.
Queda el interrogante de qué tan receptiva será la sociedad uruguaya a este grupo de turistas y si las eventuales reacciones adversas hacia la comunidad LGBT de parte de algunos vecinos montevideanos, no atentará contra el desarrollo de este subsector de la actividad económica. También surge la duda sobre cuál es la necesidad de discriminar este segmento: “No es discriminación, sino diferenciación de públicos. Es igual que cuando vos como comerciante diferenciás un cliente infantil de uno adulto, hay que trabajar con esa lógica. Tienen gustos específicos y quieren ser tratados distinto”, explicó Acosta para luego ejemplificar: “Si le hago un mimo a mi chico y los mozos se ríen, ése es un mal lugar para nosotros, porque no nos sentimos cómodos y tenemos derecho a estarlo. El espacio friendly, asociado a ‘lo amigable’ tiene que ver con que nos preocupamos por tener bien en cuenta al cliente, independientemente de tu orientación sexual”.