Luego de una breve charla sobre punk-rock, Satragni pregunta: -¿Conocés a Stuka?
-¿El de los Violadores? -Sí, ése. Yo grabé unas percusiones para un disco de él.
-¿Y cómo se dio ese encuentro? -Me ama. Él era muy fanático de un grupo de rock que yo tenía que se llamó Tren Plateado.
-Me suena… -Sí, como “Silver train”, la canción de los Rolling Stones. Tren Plateado éramos Botafogo y yo, con Pappo de invitado dos por tres.
-Bueno, pero contame cómo surge la idea de formar un grupo como Raíces. -La idea original surge de un deseo personal de volver a tocar candombe. Yo estaba tocando rock con Tren Plateado en Buenos Aires en el año 75. Lo que pasa es que en el año 70, estando en Canelones, yo ya incursionaba en el género. Esa banda era contemporánea de Mateo. La otra vez me preguntaba el Bola Bertorelli [del grupo Naturaleza] si yo me acordaba de cuando tocamos con Mateo en Las Piedras. Le tuve que decir que francamente yo no me acuerdo. Me acuerdo del recital, pero no de haber tocado ahí. En fin, lo que te quería decir es que yo ya tocaba candombe antes de irme. Candombe beat y rock, era fan de Totem y de El Kinto.
-¿Y qué pasó cuando llegaste a Buenos Aires, tocando con músicos de rock, ya bastante conocidos en el ambiente, y decidís volver a hacer un ritmo tan típico en Buenos Aires? -Bueno, lo que pasó es que yo estuve un tiempo tocando con Mauricio Biravent (Moris), uno de los pioneros del rock en español, un maestro que tiene unas letras increíbles y unas músicas bárbaras. Yo ya tenía un paño, había debutado con Moris en el Aula Magna de la Facultad de Derecho de Buenos Aires, una sala para 2.500 personas que estaba repleta. Y en ese recital los teloneros eran Sui Generis, ahí conocí a Charly y a Nito; ellos tenían tres años más que yo y estaban teloneando a la banda en la que yo tocaba.
-Así que, en general, estabas tocando entre músicos que eran mayores que vos. -Sí, siempre el benjamín. No con Botafogo, en esa época teníamos los dos dieciocho años. Con Tren Plateado tocamos hasta en el Luna Park, con MAM, que era el grupo de Ricardo y Omar Mollo; con El Reloj, que era una banda tremenda onda Deep Purple; con Litto Nebbia y Vox Dei, y ahí nos metimos con Tren Plateado, que era una banda súper underground del rock argentino. Pah, una banda potente, potente, parecido a lo que hoy sería el heavy metal, onda Johnny Winters, ZZ Top o Black Sabbath. Pero, claro, ya te digo, en el 76 yo conocí a Roberto Valencia, un percusionista afro-descendiente hijo de colombianos, el padre era una especie de Buena Vista Social Club, ¿viste? Con él también grabé, un capo que tocaba el requinto, que fue también una academia de música latina. Y tocando con Roberto me empezó a pasar que me dejó de interesar la profundización en la música colombiana, si yo ya había estado tocando candombe. Y ahí empezamos a juntar composiciones que yo tenía con otras que él tenía y empezamos a tocar con un piano. Y yo pensaba: “acá nos falta dombe, dombe, dombe”. Y nos pusimos a pensar a quién llamar. Y ahí salió el nombre de Jimmy Santos, un uruguayo que estaba trabajando en el musical Hair en el que también estaban Rada y Valencia. Y un día estábamos en el bar La Paz, frente a un lugar donde venden cables, y me habla de Jimmy Santos, y cuando yo le pregunto “¿y quién es Jimmy Santos?”, pasa el tipo caminando por la calle Corrientes. Y yo creo que en ese momento, ahí a pocas cuadras de Montevideo y Corrientes, fue que se fundó Raíces. En principio trabajábamos más ritmos además de candombe, porque Valencia era un conocedor de ritmos cubanos y de Brasil.
-Y eso sumado a que vos venías de tocar rock pesado. -Sí, claro, no cambió mucho mi encare de la baladística, o lo que sería el estilo rock de tocar. Eso, obviamente, no me lo he podido sacar. Porque si bien he tenido la fortuna de participar en festivales de jazz, tocando con Osvaldo [Fattoruso] y Ricardo Nolé, como pasó en el Ateneo de Buenos Aires en marzo de 2007, en mi ADN está el rock como columna vertebral. Soy un músico beat que pasó al rock, pero con raíz de candombe. Toco candombe en los tambores, lo hacemos habitualmente los domingos en la rambla de Costa Azul.
-Sí, eso es una diferencia con el resto de los grupos de candombe beat, que tenían quizás influencias más notorias de la bossa nova o el jazz. -Sí, me parece que sí. Si bien yo me rodeé en algún momento de muchos solistas de jazz, porque Bengolea, el guitarrista fundador, es una especie de George Benson, en las formaciones que siguieron, por ejemplo la que grabó ese disco que se llamó Ey, Bo Road (1997), en el cual participa también Calamaro. Ahí yo ya me decidí a que tenía que haber más guitarras de rock, más distorsión y solos devenidos de la blue note. En ese disco Raíces termina de lograr lo que quería decir, el punto de equilibrio entre el rock y el candombe. Porque muchas veces fuimos criticados por revistas como Pelo sobre que se nos caía un poco el jazz, que nos avasallaba el jazz. Pero claro, había unos exponentes maravillosos y yo no me arrepiento de nada, porque hoy lo escucho y si bien la solística tiene mucho que ver con el jazz, tiene un parentesco con Spinetta-Jade, que yo me doy cuenta de que no era que estábamos muy volcados al jazz, sino que todo el mundo estaba medio volcado al jazz, hasta La Máquina de hacer Pájaros, de Charly García, tocaba cosas parecidas a Return to Forever o Weather Report. Ni te cuento los hermanos Fattoruso, que son pioneros en lo que es la fusión, son parte creadora, pero no de Uruguay, sino universalmente. Así que en el 97 ya habíamos logrado la pulenta bien fuerte del rock, que siempre fue el sello distintivo de Raíces. Era una banda que pateaba, el sistema de sonido se sacudía, los sonidistas agradecían porque se movían los parlantes. No es una banda light, suave, ni discreta. Es visceral, ofrece toda una cuestión energética muy potente.
-Que es lo que tiene en común el candombe como estilo puro con el rock... -El candombe de la calle tiene eso. En eso el candombe se une con el rock perfectamente. Y encima nosotros condimentamos con lo que se llama funk, que viene de New Orleans y que también sería de los afrodescendientes. Eso, todo junto, es una combinación letal. Sobre funk aprendí mucho siendo bajista de Rada, él me marcaba unas líneas de bajo muy sencillas que sonaban mucho mejor que las cosas que me salían a mí, que por ahí eran más rebuscadas. Me enseñó algo que tiene que ver con la síntesis del groove.
-Y algo de lo repetitivo, también. -Claro, como son los tambores, finalmente, también. Como una especie de mantra pero rítmico. Y bueno, felicidad total, ¿no? Porque yo creo que en este último disco todo lo que fue un recorrido para llegar a un color especial quedó completamente plasmado.
-Pero además, después de tanto tiempo, producir este disco fue todo un emprendimiento. ¿De dónde surgió el repertorio y cómo fue juntar al equipo? -Hay composiciones del disco B.O.V. dombe (1978), hay cuatro canciones. Temas, en realidad, porque no son canciones. Yo no compongo muchas canciones, compongo más bien temas. Quizás porque tenga más prioridad la música que el texto.
-Y la estructura también, porque la canción es una forma más rígida. El tema se interpreta más libremente. -Sí, en la canción hay un equilibrio mayor entre el texto y la música: estrofas, después estribillos, después estrofas. En lo que nosotros tocamos exponemos o expongo una cierta idea y después, a tocar. Es otro concepto. Da lugar a lo nuevo, lo espontáneo, lo inesperado. Es más libre, más anárquico. Y eso que además nosotros no veníamos de cinco años de ensayos seguidos, sino que nos juntamos, dijimos “vamos a hacer un disco” y tuvimos una semana para armar la idea. Eso le da una frescura especial. Claro, estábamos tocando músicas que ya estaban en nuestras venas. Para nosotros es como jugar con la camiseta con la que jugaste mucho tiempo. Tiene hasta el mismo olor. El espíritu era el mismo pero con treinta años más de experiencia en cada músico. Y eso se notó hasta en el mismo Calamaro, que cuando empezó en Raíces era re joven y tocaba el piano ahí, tranqui, porque estaba empezando, y ahora en el funk del Obelisco demostró que él puede hacer algo muy fuerte con el piano. Si le dan ganas, ¿no?