Cohen es un filósofo difícil de encasillar, a pesar de su conocida y fuerte identificación con el marxismo analítico. Su ensayo La teoría de la historia de Karl Marx, editado en 1978, es considerado la obra fundacional de dicha tradición filosófica, la que integran también John Roemer, Eric Olin Wright y John Elster, entre otros. Pero más que de una tradición o de una doctrina filosófica, debería hablarse de una metodología de trabajo aplicada a la revisión y el redireccionamiento de la temática marxista. Lo que todos estos autores tienen en común es la disposición crítica a enfrentar las concepciones marxistas con argumentos lógicoempíricos y abandonarlas en caso de resultar inconsistentes.
Esto ocurrió con las tesis relativas al papel revolucionario del proletariado y al desarrollo de las fuerzas productivas como condición necesaria para la instalación de una sociedad comunista. Tal posición los enfrentó a cuestiones relacionadas con los problemas de justicia distributiva -los cuales para el marxismo ortodoxo estaban conjurados por el desarrollo productivo y la desaparición de la lucha de clases- y con la motivación moral. De esta manera estos autores se pusieron en sintonía con la temática del discurso liberal, aunque no de forma acrítica.
Sin embargo, no abandonaron su confianza en la construcción de una sociedad socialista; dice Cohen: “Nuestro intento de ir más allá del carácter depredador de las sociedades de mercado ha fracasado hasta ahora. Pero ésta no es una buena razón para dejar de intentarlo”.
Elite moralizadora Hacia mediados de los 90, Cohen se volcó al análisis de cuestiones normativas. Pertenecen a este período Self-Ownership, Freedom, and Equality (1995) y un conjunto de conferencias dictadas en 1996 que se editaron bajo el título Si eres igualitarista, ¿cómo es que eres tan rico? (2000). En estas conferencias se encuentra la revisión marxista a la que se hizo referencia, así como las críticas -consideradas las de mayor impacto- a la teoría de la justicia de John Rawls.
Siempre teniendo como horizonte la construcción de una sociedad igualitaria, Cohen cuestiona severamente un aspecto importante de la influyente concepción rawlsiana de la justicia. Ésta justifica las desigualdades resultantes de los ordenamientos institucionales siempre que éstas produzcan un mayor beneficio a los menos aventajados. Así, si es necesario, los más talentosos deberían recibir incentivos para llevar a cabo esas tareas que favorecen a los que peor están y que de otra forma no realizarían.
“La idea es que la gente con talento producirá más de lo que lo haría si, y sólo si, se le paga más del salario normal y parte del extra que produzca puede favorecer a los que peor están”: Cohen sostiene que los incentivos son necesarios sólo porque los que mejor están no se hallan verdaderamente comprometidos con los principios de justicia, entre los que se encuentra el Principio de Diferencia, que es el que justifica estas desigualdades. Ellos exigen desde su posición que sus actividades sean incentivadas para disminuir una desigualdad a la que ellos mismos están contribuyendo por no aceptar hacer lo que pueden hacer si no es de forma incentivada.
Cuando, por ejemplo, un grupo de profesionales altamente capacitados y que se encuentran en una situación económica de privilegio presiona para recibir incentivos por una tarea que de todas formas ya los ubica en esa situación favorecida, a cambio de no abandonar cargos en los que se favorece a los más desaventajados, se trata según Cohen de un chantaje y de individuos descomprometidos con la persecución de una sociedad justa.
De acuerdo a Cohen, en el principio rawlsiano subyace una asunción acerca del carácter exclusivamente egoísta de las motivaciones humanas.
Y esto lo conduce a un planteo alejado también del marxismo ortodoxo, acerca de cuáles son las vías posibles para alcanzar una sociedad igualitaria. Para Marx lo único que podría neutralizar la tendencia hacia la desigualdad es la abundancia material. En la primera etapa de su obra, Cohen no argumentaba por este camino. Aunque la gente sea egoísta, se puede lograr la igualdad ya que la estructura social juega un rol muy importante; puede llegarse a la igualdad a través de las normativas impuestas desde el gobierno.
En las conferencias, Cohen sostiene haber cambiado de posición con respecto a esto. La estructura social no puede por sí sola conjurar la desigualdad. Esto no se debe a una naturaleza humana egoísta, sino a un tipo de hombre que es resultado del capitalismo y “que hace imposible recuperar el camino del socialismo”. Por esto es necesario un cambio moral en los individuos que los comprometa con una sociedad igualitaria y que haga innecesarios, por ejemplo, los incentivos a los más talentosos.
Dice Cohen: “La justicia no puede ser sólo una cuestión de la estructura legal del Estado dentro del que la gente actúa, sino que es también una cuestión que tiene que ver con los actos que la gente elige dentro de esa estructura, con las opciones personales que llevan a cabo en su vida diaria. He llegado a pensar, por decirlo con un eslogan que se ha hecho popular recientemente, que lo personal es político”.
Al no ser el egoísmo una condición natural es posible un cambio, una modificación en el modo de ser y de actuar de los individuos; muestra que es posible un nuevo “ethos igualitario”, es decir, una disposición en los comportamientos de las personas que las conduzca a comprometerse con una sociedad igualitaria más allá de la coerción institucional.
No es fácil establecer cuáles son las vías por las que un ethos puede ser modificado. Una de las formas que Cohen identifica es a través de “pioneros morales” o lo que podría llamarse una “elite moralizadora”.
Se trataría de individuos que de forma adelantada son capaces de modificar sus conductas trascendiendo lo establecido. Sería el caso, por ejemplo, de maridos que fueron capaces, en una sociedad sexista, de modificar sus conductas como respuesta a las críticas feministas. El papel que cumplen estos pioneros es el de hacer cada vez más difícil la reproducción de las conductas que responden al orden establecido. Siguiendo el ejemplo, cada vez serían más los individuos que se sentirían avergonzados de llevar a cabo prácticas sexistas.
El hecho es que para alcanzar una sociedad justa, es necesario que las opciones privadas también se encuentren sujetas a reglas de justicia, que los individuos estén comprometidos en todos los órdenes de su vida con los principios de justicia.
De esta forma, Cohen se enfrenta a uno de los pilares fundamentales del liberalismo según el cual lo público y lo privado deben conservar una distancia para preservar la libertad individual, el peligro de lo cual radica en que se pierdan los lazos de cohesión y como consecuencia se pierda el compromiso con la aplicación de los principios de justicia. En definitiva, sin individuos justos no es posible una sociedad justa.