Tal como lo presentan desde la Facultad de Ciencias Sociales, anfitriona de su visita a Uruguay, Maffesoli es uno de los sociólogos más relevantes en la actualidad: profesor de la Sorbona, administrador del CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique), miembro del Instituto Universitario de Francia, fundador del CEAQ (Centre d’Étude sur l’Actuel et le Quotidien), es autor de numerosos e importantes libros: Lógica de la dominación, El tiempo de las tribus, El crisol de las apariencias, De la orgía: una aproximación sociológica, Elogio de la razón sensible: una visión intuitiva del mundo contemporáneo, El instante eterno: el retorno de lo trágico en las sociedades posmodernas, La tajada del diablo: compendio de subversión posmoderna y La transformación de lo político, entre otros. Pero aunque todas esas credenciales puedan resultar algo intimidantes, Maffesoli es una persona absolutamente agradable a la que se le encienden el rostro y los ojos a la hora de compartir sus reflexiones. Lo que sigue es parte de la conversación que la diaria mantuvo con el sociólogo que puso sobre el tapete la metáfora de las tribus urbanas, que por alguna extraña razón continúa ejerciendo una suerte de encantamiento en todo aquel que escucha hablar de ellas. No habla español, pero Jimena Fernández gentilmente nos dio una mano con la traducción.

-Usted analizó precozmente y presagió con teorías el surgimiento de las tribus urbanas y ciertos cambios en la posmodernidad, hace por lo menos tres décadas. ¿Qué tan saludable encuentra hoy día el espíritu tribal o de las fratrías urbanas? ¿Considera que todo el tiempo están surgiendo nuevas tribus urbanas? -Como se dice en francés, persisto y firmo. Sí, siguen surgiendo. En aquella época lo que quería mostrar era que las grandes instituciones modernas sobre las que se había fundado la modernidad, esas instituciones que Michel Foucault había analizado mucho -los partidos, las escuelas, los sindicatos, la familia, etcétera- parecían cada vez más frágiles. Es entonces que tomé la metáfora de la tribu. No era un concepto bien definido sino una imagen, una metáfora. En las junglas, en las sociedades primitivas, las tribus tenían por finalidad mostrar solidaridad y preservarse de la adversidad, de los animales, de la naturaleza, etcétera. Mi hipótesis era que en las junglas de piedra que son las megápolis también existía esa necesidad de juntarse en pequeños grupos para sobrevivir, estar codo a codo. Yo pienso que el proceso va a seguir desarrollándose, estamos sólo al comienzo de aquellas tribus urbanas. Si tuviera que dar, no una definición propiamente dicha, sino una explicación llevada a su mínima expresión, diría cosas muy simples, como que esas tribus pasan por compartir un gusto, un gusto sexual, musical, deportivo, religioso, etcétera. Cómo en esos lugares donde se hace muy difícil vivir existe la necesidad de encontrar, al decir de Goethe, afinidades electivas. Este proceso tribal es una forma, una matriz, va a tomar diversas y múltiples formas. Sólo puede multiplicarse. No quiero jugar al profeta, pero alcanza con mirar la teatralidad urbana de una calle para darse cuenta de que hay cada vez más tribus. Un pequeño ejemplo: en aquella época uno de mis investigadores trabajaba sobre los conciertos de los Rolling Stones, filmaba la masa que estaba en el concierto musical. Cuando se detuvo en los planos fijos se dio cuenta de que incluso en esa masa musical había pequeños grupos, ésas son las tribus y eso es lo que es divertido. Otro ejemplo: hicieron lo mismo respecto de las masas en los grandes bulevares parisinos. Es una masa pero cuando paran las filmaciones se ven las pequeñas constituciones de los grandes grupos.

-Se ha especializado en sociología de lo actual y lo cotidiano, y ha utilizado el concepto de “socialidad”, que conlleva la voluntad de estar juntos más allá del individualismo preponderante. Como ya se ha mencionado, ha hecho foco en la fuerza vinculante del ritual moderno (y no en su apariencia alienante). ¿Cuáles son las nuevas formas de socialidad en lo cotidiano? -Primero hablemos sobre la idea de lo cotidiano. La sociología oficial, institucional, se interesaba y se interesa por las instituciones, hay una sociología de las instituciones, una sociología de los partidos, una sociología del trabajo, de la política, etcétera. Yo no digo que eso no exista, pero pienso que la verdadera cultura son todas esas pequeñas cosas de la vida cotidiana: comer, vivir, vestirse, entre otras. Eso es la verdadera cultura. La cultura no es sólo el acervo de las grandes obras de la cultura, no es lo que está en los museos, es la vida cotidiana. Hay una fórmula de Weber que siempre me interesó, que dice que “hay que estar a la altura de lo cotidiano”, y es una paradoja. Yo me inspiré por esa idea de tomar en serio lo que no se consideraba serio, lo que era frívolo. A partir de ese momento elaboré la idea de socialidad, es decir, lo social es un estar juntos racional. La sociabilidad es la forma de rendir cuenta de ese estar juntos racional, eso interesa al “societal”, a lo que está más profundo. Y la socialidad es la expresión de ese societal. Social, sociabilidad, societal, socialidad. ¿Qué quiere decir eso? Mi hipótesis es que ese estar juntos ya no es simplemente racional, hay toda una cosa lúdica, hay imaginario, fantasías y fantasmas, cosas que la sociología había dejado de lado; para mí todo eso es la socialidad. Nuestra vida es ese vivir juntos que no es sólo cognitivo ni sólo racional, sino que involucra los afectos, las emociones, las pasiones, algo que ha prendido fuerte particularmente en las jóvenes generaciones. Eso es la socialidad, una manera más rica de dar cuenta de la vida y de lo que es estar juntos.

-¿Qué tan presente se encuentra el posmodernismo en las sociedades occidentales? Y, en caso de que esté en retirada, ¿de dónde provienen los impulsos que llevan a decantar la posmodernidad? Otros filósofos franceses han hablado de lo pos-posmoderno, de hipermodernidad… ¿Qué hay después de la posmodernidad? -Hay una distancia entre la sociedad oficial y la sociedad oficiosa. La sociedad oficial, institucional, de partidos políticos de izquierda o de derecha, descansa sobre los grandes valores modernos. Es decir, la fe en el futuro, el mito del progreso, el racionalismo, que fueron los pilares de la modernidad, lo que se elaboró desde el siglo XVIII y se asentó en los sistemas sociales del siglo XIX, que funcionó bien hasta los años 60. Las instituciones todavía descansan en esos valores. Hay algo que está naciendo actualmente, lo que yo llamo la sociedad oficiosa, bien representada por las jóvenes generaciones, que ya no se reconocen en esos valores. Para mí eso es la posmodernidad y representa la verdadera vida. Por eso no puede aún decantarse, porque todavía no llegó. Está en gestación. Para pensar en lo que vendrá después de la posmodernidad primero hay que describir qué está pasando ahora, entendiendo que masivamente la inteligencia y la universidad están atrasados en la discusión, continúan analizando la sociedad moderna. La forma en que yo entiendo mi trabajo desde un punto de vista intelectual es justamente describir, analizar y hacer ver la posmodernidad. Se puede volver sobre la idea de Foucault y mostrar que los grandes ciclos son de tres o cuatro siglos. Ahora estaríamos asistiendo al final del ciclo moderno y, por lo tanto, al principio del ciclo posmoderno. Por lo tanto pienso que estamos al principio del proceso, pienso que lo que actualmente llamamos crisis -una palabra que encuentro aburrida y que no significa obligatoriamente nada- no es sólo económica, no es financiera, son sólo expresiones, casi epifenómenos; la crisis es el pasaje de un ciclo a otro ciclo, de la modernidad a la posmodernidad.

-¿Y cuáles son, a su entender, los ejes centrales que definen a la posmodernidad? -Si se retoma lo que digo ya no es el valor del trabajo, es más bien la idea de la creación, hacer de la vida una obra de arte. Ya no prima simplemente la razón sino la imaginación, el imaginario, ya no es la fe en el futuro sino el presenteísmo. Ésos son los ejes alrededor de los cuales se elabora la nueva forma de estar juntos, lo que llamé en uno de mis libros “la razón sensible”. No negar la razón sino completarla y enriquecerla con los sentidos y la sensibilidad.

Asepsia social

-Uno de los temas que preocupan a los ciudadanos a nivel mundial es la inseguridad. ¿Qué tanto más inseguras o violentas que en otras épocas son las sociedades actuales? En una entrevista que le realizó Vicente Verdú, usted dijo que no sirve de nada evacuar completamente la violencia, que hay que homeopatizarla. ¿Cómo se ritualiza la violencia en las sociedades modernas? ¿Cómo se abre una válvula de escape saludable a los estallidos violentos? -Éste también es un problema complejo. No quisiera ser demasiado provocativo, pero diría que no hay bastante violencia, no hay la suficiente violencia. Las lindas y bellas sociedades equilibradas han encontrado las maneras de sacarle jugo a esa violencia. Somos una especie animal y, a pesar de que lo hemos olvidado un poco, como en toda animalidad hay agresividad, hay formas de violencia, ocurre que el otro me molesta, ocupa mi lugar, me chupa el aire, como se dice en francés. Esa expresión simple muestra cómo la violencia es coestructural respecto de lo que uno es. Las sociedades equilibradas eran sociedades que con el carnaval, las fiestas y la violencia ritualizada permitían una válvula de escape a todo eso. Hay una palabra filosófica que emplea Aristóteles, “catarsis”, que se refiere al hecho de que eso simplemente tiene que salir. Para lo que concierne a la modernidad a partir del siglo XIX hubo esa especie de asepsia de la vida social, de pasteurización de la vida social, la búsqueda de la seguridad, la ideología del riesgo cero; el gran ideal de todas las sociedades consistió en evacuar todas esas formas de violencia antropológica. Mi hipótesis, y no soy el único que dice esto, es que si uno no encuentra esas expresiones rituales entonces la violencia se transforma en perversa, sigue rumbos equivocados. No se puede manejar, se transforma en sanguinaria, es normal que se llegue a esas formas sanguinarias cuando se quiso evacuar todos los rituales. Por eso digo que no hay suficiente violencia. Al contrario, hay que volver a encontrar esas formas rituales de violencia, como la bacanal, lo dionisíaco, son momentos en los que hay una forma de ritualización de esa agresividad. Es lo que yo llamo “homeopatizar”, es una imagen que uso para dar cuenta de esa necesidad.

-Ha atribuido los estallidos violentos al hecho de que se trata de crear esas sociedades asépticas. ¿Sólo a eso atribuye que los niños franceses jueguen al estrangulamiento en los salones de clase? -Hoy [por el viernes] leía un artículo publicado en Le Monde en el que se retoma ese problema, esos juegos de estrangulación. Yo creo que son la consecuencia lógica de la negación de una violencia estructural. Un ejemplo: en Francia en las escuelas se prohíbe a los niños que jueguen de mano, cuando es una cosa normal. Incluso que se lastimen y les salga un poquito de sangre es un elemento normal que forma parte de lo que es esa energía que hay en los niños. Pero está prohibido. Eso termina en los juegos de estrangulación, lo que llamo “los efectos perversos”. Para decirlo gráficamente, hablo de las enfermedades nosocomiales: entrás a un hospital para curarte un brazo roto y salís con una enfermedad infecciosa. Nuestras sociedades son así; se las quiso volver asépticas a un grado tal que se termina en esas expresiones violentas, duras, sanguinarias.

-No explica la violencia como un fenómeno vinculado a la lucha de clases, la segregación de clases, la explotación... -Es una vieja concepción marxista que ya no es de actualidad. Es una cosa absolutamente regresiva. Yo no digo que no haya existido la lucha de clases, simplemente no pienso que hoy sea operativa. Sería un muy largo debate, porque creo que en Europa -no conozco la realidad uruguaya- la categoría de clase y la de socioprofesionales son categorías en desuso, hay que encontrar otras nuevas. Pero no quiere decir que yo las haya encontrado.

-Hablando de encontrar nuevas categorías, usted ha mencionado la necesidad de encontrar nuevas palabras para términos como “democracia”, “contrato social” y “ciudadanos”, que fueron acuñados en escenarios diferentes de los actuales. ¿Qué vocablos propone para reemplazarlas? -La lástima de estas preguntas es que tendría que explicar muchísimas cosas, pero lo diré de manera resumida, aunque se trata de algo mucho más sutil y complicado. Esas palabras ya no me parecen pertinentes porque fueron utilizadas y usadas por otras generaciones y a mí me interesan las prácticas de las nuevas generaciones que ya no se reconocen en la ciudadanía, ni en la democracia, ni en la libertad, en todas esas grandes palabras del siglo XVIII y XIX. La realidad que querían denominar esas palabras son problemas de actualidad con los que habrá que convivir. En vez de usar grandes palabras [el término que emplea quiere decir a la vez grandes y malas palabras] que ya no tienen eco habría que encontrar cosas como la metáfora de tribu, que funciona muy bien y la gente se reconoce en ella. Por eso en vez de hablar de democracia prefiero hablar de proxemia, de la idea de proximidad, de lo que está próximo: cómo vivo con otros ahora y en este instante, en lugar de hablar del político que está siempre pensando en temas lejanos. Creo que ahora el verdadero problema es la necesidad ecológica. En griego “oikos” es la casa, cómo uno tiene cuidado de la casa común, la de todos. Y finalmente, en vez de hablar de contrato, que es muy racional, abstracto y a largo plazo, yo uso la palabra “pacto”, el pacto emocional. Ésas son algunas de las palabras que propongo.

-También ha hablado del desencanto ante el comunitarismo político. ¿A qué cree que obedece el alto porcentaje de abstención en las elecciones francesas y de no inscriptos en las listas electorales, al que usted hace referencia en el caso de Francia? -En Francia hubo 60% de abstenciones en las últimas elecciones [se refiere a las elecciones europeas en Francia], pero además hay que sumar entre 15% y 18% de no inscriptos en las listas electorales; es decir, casi 80% de la población está afuera. Una vez que se hace el recuento de votos, una persona elegida representa a menos del 10% de la población. Ya no estamos hablando de representatividad política, no es ésa la palabra que corresponde; en uno de mis libros, que está publicado en español, a eso le llamé “la transfiguración de lo político”: lo político está tomando otra forma, y me remito a lo que explicaba antes: lo que está próximo, la sensibilidad ecológica, son elementos que representan la nueva figura del antiguo político.

-En Uruguay, desde el gobierno se está estimulando la potencia social. La fuerza del colectivo y, de cierta manera, lo comunitario (las decisiones tomadas por grupos de barrio o por la sociedad civil organizada, el empoderamiento ciudadano, etcétera) parecen presentarse como la única opción válida para hacer valer los derechos. ¿No sería ésta una manera de politizar la sociedad? -Yo no creo que lo que está pasando con la posmodernidad pase por organizaciones. Para decirlo de una manera rápida: pienso que la gran tendencia posmoderna es el retorno de una idea anarquista. La vieja definición de anarquía es el orden sin el Estado, puede haber orden sin que haya una instancia sobrevolando, ya sea el Estado, el partido o cualquier otra organización. Probablemente diga esto en la conferencia. Pienso que en términos teóricos el gran tópico de la modernidad era la verticalidad, mientras que ahora estamos en la horizontalidad: no existe más la ley del par sino la ley de los hermanos. Internet favorece esa horizontalidad fraternal. “Movilización de la sociedad civil” no quiere decir nada para mí. Tomemos un término inglés como flash move: de move, movilización, y flash, golpe; define el hecho de que hoy podemos decir “mañana nos juntamos en tal lado” mediante un mensaje de texto, tanto para cosas lúdicas como para protestar contra algo. Creo que habrá cada vez más expresiones de enojo, de protesta, de rebelión, pero puntuales y no a largo plazo.

-Para finalizar, ¿de dónde provienen actualmente las investigaciones sociales más sustanciosas e innovadoras? -No quiero jorobar al mundo, yo estoy hecho un viejo y soy sabio, pero digamos por lo que conozco de Francia (cada vez menos de la Universidad). En ese saber colectivo que se puede encontrar en internet, en todos esos grupos espontáneos, en esos foros de discusión, es ahí donde está el caldo de cultivo y no en las instituciones, ni siquiera en las universitarias. La universidad está muchos años atrás; no sé cómo es en Uruguay, pero en Francia es evidente. Soy muy optimista en cuanto a la vitalidad de las jóvenes generaciones, a esa inquietud, esa exigencia intelectual y eso se manifiesta en los grupos espontáneos de discusión, intercambio, etcétera. Hay que estar muy atento a esa vitalidad juvenil... y hay que parar de escupirle arriba.