Nacido en Fray Bentos cuando se iniciaba la dictadura de Gabriel Terra, José Pedro Barrán vivió la mayor parte de su infancia en un establecimiento rural. Llegó a Montevideo con ocho años cuando la democracia se restauraba y el batllismo retornaba al poder tras el golpe “bueno” de Alfredo Baldomir. Gobernaba Luis Batlle cuando a los 15 años Barrán se inició en la vida laboral como cadete de una oficina, debiendo para ello terminar el liceo en horario nocturno.
En 1953, tiempos del primer colegiado colorado, ingresa al Instituto de Profesores Artigas para estudiar Historia. Egresa en 1958, cuando el Uruguay batllista empieza a evidenciar su crisis. Inicia entonces una larga trayectoria docente de veinte años en la enseñanza pública secundaria y de algo menos en la formación docente. Ésta fue interrumpida contra su voluntad por la dictadura, que lo destituyó en 1978 de Secundaria y del IPA, dejándolo a los 44 años sin trabajo y sin medio de vida.
Desarrolló entonces, en los intersticios del poder autoritario, la que probablemente haya sido su única actividad clandestina: durante años se dictaron en su pequeño apartamento clases de historia nacional a las que asistían ávidos estudiantes de formación docente, insatisfechos con los contenidos autorizados que recibían en el instituto de profesores, ya depurado de todo vestigio subversivo.
Recién con la vuelta a la democracia, en 1985, pudo Barrán retornar al ejercicio legal de la docencia. Lo hizo en la Universidad de la República, tras concursar por el cargo de profesor titular del Departamento de Historia del Uruguay de la Facultad de Humanidades y Ciencias, del que sería director durante veinte años hasta su retiro, esta vez voluntario, en el año 2005.
El batllismo y su freno
Paralela y conjuntamente con el ejercicio de la profesión docente, desarrolló su actividad como investigador, en la que pueden reconocerse claramente dos etapas. La primera de ellas transcurrió en sociedad con Benjamín Nahum, con quien por más de dos décadas conformó una de las duplas intelectuales más productivas y renovadoras de la historiografía uruguaya. Comenzaron en 1961 como ayudantes de Juan Pivel, a quien ambos han considerado siempre su maestro e iniciador en el oficio, fichando y transcribiendo documentos para una colección sobre la historia económica y financiera de Uruguay.
En 1964 Ediciones de la Banda Oriental publicó Bases económicas de la revolución artiguista, en vísperas del 150º aniversario del reglamento de tierras de 1815. El pequeño libro, pensado por sus autores como una obra de difusión dirigida a estudiantes de secundaria, se transformaría en un clásico que seguiría siendo leído y reeditado por cuatro décadas. Con éste, Barrán y Nahum se iniciaron como investigadores independientes.
Tres años después comenzaban a publicar la serie que los consagraría como historiadores mayores: Historia rural del Uruguay moderno. Durante once años (entre 1967 y 1978) publicaron siete tomos en los que, preocupados por los orígenes agropecuarios de la crisis que entonces había llegado a su máxima expresión, indagaron en diversos aspectos económicos, sociales, políticos y culturales de Uruguay en el período comprendido entre el fin de la Guerra Grande (1851) y el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914).
Increíblemente, habían trabajado hasta entonces como investigadores vocacionales y honorarios, en los tiempos libres que les dejaba la actividad docente de la que vivían. No fue hasta que la dictadura los dejó sin posibilidad de vivir de esa profesión, que por sugerencia de un colega (Germán Rama) buscaron el apoyo del financiamiento externo para proseguir su tarea de investigación y procurar el sustento de sus familias. Se iniciaron entonces (1978) como investigadores profesionales y a tiempo casi completo.
Gestaron así su segunda serie, titulada Batlle, los estancieros y el imperio británico, integrada por ocho tomos publicados entre 1979 y 1987. En ella se dedicaron a estudiar el Uruguay del novecientos por el ojo de la cerradura del batllismo. Los orientaba la intuición de que en la derrota electoral del batllismo en 1916 y en la subsiguiente detención de su reformismo se radicaba otra de las claves de la crisis que había epilogado en la dictadura.
Con estas dos series integradas por quince libros publicados a lo largo de dos décadas, Barrán y Nahum no sólo llenaron un importante vacío en la producción historiográfica nacional en lo relativo al proceso de modernización y al primer batllismo, sino que hicieron una contribución relevante a la renovación de la forma de hacer historia. Inspirados en la escuela francesa de los Anales, pero sin apartarse en ningún momento de la centralidad del documento que aprendieron de su viejo maestro, colocaron a las estructuras económico-sociales y demográficas en el primer plano de la atención. De igual modo, ellos mismos hicieron que la política volviera por sus fueros, pero desde una mirada que, reconociéndole autonomía, de todos modos la entendía inescindible de la dinámica económica y social.
Segunda juventud
Terminada esta segunda serie, sus autores seguirían estudiando la historia uruguaya pero tomaron caminos distintos. Ya instalado en Humanidades como docente en régimen de dedicación total de la Universidad de la República, Barrán dio inicio a la que sería la segunda etapa de su carrera como historiador. Durante las siguientes dos décadas desplegó una preocupación que ya había despuntado claramente en algunos tramos de la extensa obra compartida con Nahum: la historia cultural o de las mentalidades, que él prefiriera llamar de la sensibilidad, con el novecientos como período preferente.
En los veinte años comprendidos entre 1989 y 2008 Barrán publicó ocho libros de su autoría dedicados a diversos aspectos de esa precisa pero igualmente extensa temática, además de colaborar en emprendimientos colectivos.
Por girar en torno al eje de la historia cultural en sentido amplio, esos ocho volúmenes bien podrían ser considerados piezas de una misma serie dedicada a indagar en la dimensión espiritual y sensible (ya que no sólo de valores e ideas, también de pulsiones, actitudes y comportamientos tratan estos libros) de la sociedad uruguaya, y cada vez más también de los individuos que la componen, especialmente entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX. A lo largo de esa serie iniciada con La cultura bárbara (1989) y finalizada con Intimidad.
Divorcio y nueva moral en el Uruguay del novecientos (2008), entre sus 55 y sus 74 años, el ya maduro y consagrado historiador que era Barrán se constituyó, una vez más, en fecundo y juvenil renovador de la disciplina. Como queda dicho, renovó la temática de la historiografía uruguaya, incorporando decididamente a su agenda una dimensión que, si bien ya estaba presente, no tenía la jerarquía que adquiriría desde entonces. Renovó el repertorio de las fuentes a partir de que esa dimensión de la historia es reconstruida (los testamentos y los diarios íntimos ingresaron al repertorio heurístico de la historiografía con igual destaque y provecho que la prensa y la legislación). Con los temas y las fuentes, renovó también las referencias teóricas y el método de trabajo de la historiografía nacional, aunque Barrán muy pocas veces tematizara y explicitara estos aspectos.
Deber de izquierda
A la edad de 71 años y soportando una enfermedad con la que tuvo que lidiar durante muchos años, en 2005 abandonó la enseñanza universitaria para asumir nuevos compromisos. La llegada del Frente Amplio al gobierno le demandó la asunción de responsabilidades a las que siempre había logrado escapar. Sólo que esta vez no creyó del caso negarse al pedido de “nuestra fuerza política”. Entre 2005 y 2007 ocupó la vicepresidencia del Consejo Directivo Central de la ANEP, al tiempo que supervisó una investigación ajena a sus propios intereses como historiador pero con la que sintió un fuerte compromiso cívico (la investigación histórica sobre uruguayos detenidos desaparecidos encargada por la Presidencia de la República).
Así fue que debió postergar por dos años la elaboración del que resultaría ser su último libro, en más de un sentido su obra culminante, lo que evidencia el costo personal que supusieron esos desvíos del camino profesional recorrido con tanta pasión y dedicación durante más de cuatro décadas.
Quizás también de este modo, Barrán rendía tributo al ejemplo del viejo maestro, en quien la labor vocacional como historiador se había conjugado siempre con un intenso compromiso partidario y nacional, concretado en el ejercicio de la función pública desde cargos de alta jerarquía. No en este último aspecto, pero sí en el de la producción historiográfica me permito decir ahora -desde el lugar del lector y del docente- que el discípulo superó al maestro.
Indudablemente, con el fallecimiento de Barrán hemos perdido a uno de los más grandes entre nuestros historiadores. Y algo más. Personalmente no tuve el gusto de tratarlo más que en forma ocasional. Pero ello fue suficiente para corroborar lo que quienes trabajaron junto con él y quienes fueron sus amigos señalan unánimemente: acabamos de perder a un uruguayo esencialmente bueno, honrado y generoso. Una personalidad excepcional que con justicia y contra la tradición nacional pudo recibir en vida las distinciones y los reconocimientos públicos que a muchos les han llegado cuando ya es tarde.