En el prólogo de su nuevo libro, Hugo Burel se anticipa a varias posibles objeciones ante los comentarios de su autoría a las letras de las canciones de los Beatles que ha escogido, ante la selección misma y, de paso, ante la posible “novedad” u “originalidad” de lo dicho. Queda claro, entonces, que se trata de catorce temas escogidos por razones estrictamente personales, que no se procederá a analizarlos en profundidad y que el libro, en rigor, no hace verdaderos “aportes” a la bibliografía sobre el tema. ¿Vale la pena, entonces, leerlo? Creo que sí, pese a no estar de acuerdo con la selección, pese a creer que en muchos casos había otras cosas más interesantes para decir sobre las canciones y, quizá lo más importante, pese a cierta sensación de lugar común de literatura de exégesis Beatle (por llamarla de alguna manera) que recorre el libro. Y vale la pena, insisto, porque a partir del cuarto o quinto comentario -empecé a sentirlo al llegar a la reseña de “Yesterday”- Burel deja ver que hay una capa profunda de amor por la música de los Fabulosos Cuatro, un entusiasmo real, con su dosis de nostalgia y también de deslumbramiento.

Al hablar sobre los Beatles es muy común referirse a la “magia” de sus composiciones (Burel habla de “gracia”, “fantasía”, “magia” y “poder espiritual”), que nos toca pese a la simpleza de algunos arreglos musicales, a la ingenuidad de algunas letras o incluso al sentimiento de las múltiples barreras que se han levantado entre aquellos años 60 y nuestra época. Quienes amen la música de los Beatles podrán enojarse con el autor de Un día en la vida, discutirle algunas opiniones o preguntarle por qué demonios no incluyó “Come together” o “Lucy in the sky with diamonds” o “Let it be”, “Hey Jude” y “Revolution”, pero deberán reconocer que las neuronas beatlemaníacas en su cerebro no dejan de resonar en perfecta sintonía con las neuronas beatlemaníacas en el de Hugo Burel.

Es posible que la reseña de “Yesterday” marque el centro del “canon” bureliano, que incluye los temas “Love me do”, “I saw her standing there”, “She loves you”, “Money”, “I’m a loser”, “Yesterday”, “In my life”, “Rain”, “Eleanor Rigby”, “Strawberry fields forever”, “Penny Lane”, “A day in the life” y “Something”. Presentando a la famosa composición de McCartney (el tema más versionado en la historia de la música pop y, desde ciertas avinagradas palabras de John Lennon, lo único -es decir, lo mejor- que hizo Macca en su vida) como una suerte de correlato pop del Kubla Kahn (icónico poema del poeta inglés Coleridge, que dijo haberlo percibido en un sueño y luego fallar en su transcripción total), Burel logra aportar un armazón conceptual a su libro, una suerte de hilo interpretativo hacia la justificación del uso de aquellas expresiones, “magia”, “fantasía” y “poder espiritual”. Desde esta estrategia de lectura, la presentación de las aventuras lewiscarrolianas de Lennon en “I am the walrus” o la compleja letra de “Strawberry fields forever” parecen encontrar un asidero más firme.

Otro acierto es presentar la “respuesta” de Lennon al tema de Paul, la dulcísima “In my life”, del LP Rubber soul, en relación directa con “Yesterday”, y a ambas en coordinación con “I’m a loser”, destacando una línea vivencial, incluso existencial, en la lírica Beatle. Particularmente interesantes son, además, las lecturas de “Eleanor Rigby” (pese a bordear el lugar común) y de “A day in the life”.

Una especie de magia

Está claro que para quienes recién empiecen a acercarse con atención al universo Beatle este libro será de gran utilidad; propone una serie de tópicos que recorren la discografía de los chicos de Liverpool, presenta buenas traducciones de sus letras y contextualiza de un modo sencillo pero eficaz los álbumes y las canciones. También creo que los fans de la edad de Burel, que viven la nostalgia Beatle de un modo especialmente cercano, no harán una de las críticas que los lectores de generaciones posteriores podrían arrojar: el hecho de que de las catorce reseñas del libro sólo seis pertenezcan a la etapa más arriesgada desde el punto de vista artístico en la carrera de los Beatles; es en ese sentido que se siente la ausencia de temas como “Helter Skelter” o cualquiera del White album, que aparece misteriosa o significativamente ausente de la selección de Burel, como falta también alguna reseña tomada de Let it be, el último disco editado del cuarteto. Pero está claro desde el prólogo que se trata de una selección personal y subjetiva. Cada fan tendrá su propia lista de catorce canciones especialmente atendibles por su letra, y dudo que haya dos listas exactamente iguales. (La mía, de atrás para adelante: “Come together”, “Across the universe”, “Glass onion”, “Happiness is a warm gun”, “Revolution”, “Lucy in the sky with diamonds”, “Within you without you”, “A day in the life”, “Strawberry fields forever”, “Tomorrow never knows”, “I’m only sleeping”, “Norwegian wood”, “Help!”, “I saw her standing there”).

Quizá sí pueda imputársele a Burel que, habiendo introducido ciertas líneas de lectura, falten algunas canciones en las que éstas cobran un relieve especial: así, en el tema onírico que se menciona desde la composición de “Yesterday” y la letra de “Rain”, podría pensarse en “I’m only sleeping”, por ejemplo. Al hablar de “Strawberry fields forever”, también, podría haberse mencionado su presencia en la literatura contemporánea, por ejemplo desde Philip K Dick (toda la letra parece hecha de aforismos dickianos, y el propio autor de Sueñan los androides con ovejas eléctricas se aprovechó en varias obras de la terrible alucinación despertada por escuchar “Strawberry fields”, según es contado en varias entrevistas) hasta Mario Levrero, que coloca como acápite de “Alice Springs” el verso “nada es real”; además, el tipo de lectura desde la poesía lírica que se hace de “Elanor Rigby” también nos hace pensar por qué no se incluyó una de las mejores letras de Lennon, “Tomorrow never knows”. Pero, en fin, la polémica podría seguir indefinidamente, sin detrimento de las virtudes del libro de Burel.

En cualquier caso, indagar el cómo y el porqué de la “magia” Beatle es una tarea tan vasta que excede las posibilidades no sólo de Burel -que en rigor no se la propone- sino de la palabra escrita. La efectividad de estas canciones, su fuerza “espiritual” (o la presencia del espíritu, diría Levrero) está tan arraigada en las melodías, en las armonías, en el timbre de las voces y en la elección de instrumentos que pocos aportes -salvo en casos especialmente paradigmáticos como “Strawberry fields forever” o “I am the walrus”- provienen exclusivamente de las letras. Inexplicada entonces surge una y otra vez esa palabrita, “magia”, que no dejamos de usar para referirnos a los Beatles; quien logre explicarla podrá, robándole la imagen a John Keats (la cita está en el ensayo “El sueño de Coleridge”, de Borges, en Otras inquisiciones), y acercándola un poco a la sensibilidad pop-flower power, “destejer un arcoiris”.