La soledad (Jaime Rosales): La “polivisión” (la pantalla partida al medio, revelando más de un ángulo a cada momento) demanda un esfuerzo adicional del espectador para reconstruir el espacio, situación que, además de su interés formal intrínseco, agudiza la percepción y coopera para una especie de amplificación de sensaciones: las escenas cotidianas en las vidas paralelas de dos mujeres en Madrid, casi siempre por debajo de lo que el cine suele considerar “dramático”, de pronto son percibidas con la intensidad y la compenetración que ese tipo de eventos tiene en el cotidiano vivido por cada uno. Los diálogos, las actuaciones y la selección de escenas, todo tiene una calidad fuera de lo común. No faltan, además, dos momentos particularmente contundentes que terminan tiñendo toda la narrativa. El resultado es amargo y crudo, aunque la observación fascinada por los personajes y sus destinos trasunta también una enorme compasión. Guilherme de Alencar Pinto

Bastardos sin gloria (Quentin Tarantino): El contexto es el de la Segunda Guerra, pero el asunto es sobre todo el cine: toda la anécdota gira alrededor del estreno de una película de propaganda nazi, y envuelve aspectos de la realización cinematográfica o, incluso, el empleo de los rollos de nitrato como bomba incendiaria. Aun más importantes son las muchísimas formas en que Tarantino juega con las expectativas del espectador, a un tiempo homenajeando y demoliendo cuanta convención narrativa se nos pueda ocurrir. Lo curioso y notable es que lo hace sin dejar de crear un alto grado de involucramiento: la anécdota delirante conforma algunos nudos narrativos de gran suspenso e interés. GAP

Historias extraordinarias (Mariano Llinás): Un nuevo hito en la historia del cine latinoamericano. Historias extraordinarias no sólo actúa como tesis autoral sobre las variedades narrativas que se pueden introducir en un film (la película prácticamente carece de diálogos y resignifica desde cero el voiceover, un recurso que había caído en cierto ostracismo cinematográfico gracias a años de mal y redundante uso), sino que actúa como prueba viviente de lo que puede lograr un hombre con magra financiación pero con grandes ideas (la película dura tres horas y media, contando tres historias que a la vez tienen subhistorias, y que nunca llegan a cruzarse, incluyendo escenas filmadas en Mozambique, la aparición de un león, un tanque de guerra, entre muchas otras cosas). Tal como se encargó de decir la revista de cine El Amante Cine: “Para los directores latinoamericanos, se acabaron las excusas”. La película que habría filmado Bolaño y le habría fascinado a Borges de haber sido cineastas. Agustín Acevedo Kanopa

¿Qué pasó ayer? (Todd Phillips): Hacía tiempo que no se veía una película tan desprejuiciadamente graciosa; cuatro amigos se van a Las Vegas a hacerle la despedida de soltero a uno de ellos y al levantarse al otro día -con la memoria completamente borrada a causa del exceso de alcohol y drogas-, el casamentero desapareció, faltan dientes, hay un bebé en el armario y un tigre en el baño, y tienen que reconstruir la noche olvidada para encontrar al amigo perdido. Hay una buena cantidad de gags memorables -de esos que uno recuerda y comenta con los amigos que la vieron (y si es un plomazo con los amigos que no la vieron)-, especialmente los referidos al tigre, a Mike Tyson y la sucesión de Polaroids final, pero además la película es una celebración de la amistad masculina y de sus particulares códigos, hoy en día bastante desprestigiados. Es el descubrimiento también de Zach Galifianakis, un actor del que se escuchará hablar. Gonzalo Curbelo

Gran Torino (Clint East-wood): La persona actoral de Clint Eastwood es un elemento imprescindible de esta película (anunciada como su despedida como intérprete), que es entre otras cosas un conmovedor comentario sobre su propia obra: uno espera todo el tiempo que su personaje, un veterano de guerra archiconservador, saque el “Harry el sucio” que tiene adentro, pero el personaje resulta ser más rico de lo que suponíamos y la película mucho más ambigua, existiendo contradicción entre el conservadurismo original de Eastwood y su notable vuelco progresista de los últimos veinte años. Además de brillar como el actor insustituible que es (y servido por formidables líneas de diálogo), Eastwood confirma y profundiza su maestría en el estilo clásico hollywoodense. GAP

Tony Manero (Pablo Larraín): Chile en plena dictadura militar, una pensión hermética, como construida sobre un hueco del mundo simbólico, y un asesino obsesionado con ser el mejor imitador del protagonista de Fiebre de sábado por la noche. La última película de Larraín, si bien está fechada en 2008, recién este año circuló por nuestras salas, principalmente en el marco de festivales de cine. Más allá de ser una de las últimas grandes novelas ásperas, sucias y claustrofóbicas de Latinoamérica, Tony Manero deja su marca de agua en la extensa mitología de los grandes asesinos seriales, con un psicópata veterano, pobre, hosco e impotente que vive y mata de acuerdo con una lógica propia. Tony Manero actúa como un retrato doble, un díptico evanescente en donde el protagonista no es otra cosa que el más oscuro y obsceno de los síntomas de esa misma dictadura, una dictadura que aparece escondida, como los ojos de un caimán sobresaliendo de la superficie, tal como Raúl, que desde su locura permanece prácticamente invisible a todas las fuerzas del orden. AAK

Llévame al infierno (Sam Raimi): Si uno se la toma muy en serio como película de horror, este disparate de un Raimi visiblemente aburrido de El Hombre Araña es una porquería; pero sin ser una comedia, Llévame al infierno es evidentemente una película para los que no les tienen miedo a los placeres culposos y los fans de las revistas de terror y las películas baratas del género. Una película que Raimi podría haber filmado perfectamente después de Evil Dead, y que tiene una buena cantidad de escenas saludablemente desagradables. GC

Entre los muros (Laurent Cantet): El naturalismo prodigioso de esta película puede dar la impresión de un documental sobre una escuela de un barrio modesto de París. Pero no: se trata de una realización de ficción, adaptación de una novela, aunque incorporando procedimientos neorrealistas (cámara en mano y no-actores entrenados especialmente para la ocasión durante un año con clases de improvisación, que colaboraron en la concepción de personajes basados parcialmente en sus propias vivencias). Cantet logró mucho más que verosimilitud: esos muchachos actúan tan bien como los mejores actores profesionales, y los deliciosos diálogos semi improvisados valen tanto como los escritos penosamente elaborados por un guionista talentoso. Por esa vía llegamos a una abierta reflexión sobre los dilemas de la enseñanza y sobre una plétora de potenciales conflictos que es posible apreciar aun en el espacio acotado y especializado de un salón de clases. GAP

RocknRolla (Guy Ritchie): Confirmado: el problema de Guy Ritchie era estar casado con Madonna; apenas separado dejó de hacer porquerías al servicio del estrellato de su mujer (Swept Away) o de su obsesión por la kabala (Revolver), y volvió a las comedias de gángsters ingleses que nos gustaban. Tal vez no tan fluido ni natural como sus primeras obras (hay algo de autoimitación en RocknRolla), su regreso a la cordura tiene mafiosos rusos, rockeros junkies que filosofan, un par de protagonistas carismáticos y una persecución que vale toda la película. Lo de siempre, pero está muy bien. GC

Adventureland (Gregg Mottola): Este film (por desgracia sólo editado en DVD) no es otra película adolescente; Mottola confirma lo que ya venía prometiendo en la genial Supercool (posiblemente uno de los films más hilarantes de la década), con un reparto efectivo y una de las mejores bandas sonoras que se hayan registrado en los últimos años (sin hacer de ciertas referencias culturales un valor estérilmente autorreferencial en el que ha caído la mayoría del nuevo cine indie estadounidense: léase La joven vida de Juno). Último acierto de un director sanamente liberal que se ha encargado de resignificar un marco vital (la fina y engañosa brecha entre la adolescencia y la temprana adultez), por fuera de la lógica de belleza y logros, sin caer siquiera en lo cuasi emo, la idea del slacker o del hermoso perdedor. Por todo esto, Adventureland no es sólo una película divertida, sino edificante. AAK.