Hasta hace sólo cuatro años era una verdadera demencia pretender que mil, dos mil o tres mil personas por día asistieran durante diez días a un festival de jazz. Sería una jugada un tanto suicida hasta en Montevideo. Sin embargo, Mercedes le está demostrando al país que los prejuicios se derrumban como cualquier muro, por más arraigados que parezcan, y que el “morís en la capital“ de Pablo Estramín aquí no corre. Aquello de que “pasamos esto porque es lo que la gente quiere ver”, o “no se puede ir contra el gusto popular” ya no vale en la desembocadura del Río Negro.

Cada enero, el público recibe 50 propuestas musicales diferentes de toda América, de gran calidad, y especialmente de circuitos con muy escaso acceso a las salas montevideanas, como los de Córdoba, Mendoza y la vasta y muy diversa movida de La Plata, ciudad universitaria argentina que vuelca cada año medio centenar de músicos en Sarandí, Colón, 18 de Julio y otras calles mercedarias en cuyas veredas se arman tres o cuatro escenarios cada tarde y donde los músicos inscriptos dialogan en el lenguaje que mejor conocen: el de las partituras y tablaturas, pero sin ellas, claro.

Un momento bien sintomático de la onda de Jazz a la Calle ocurre cuando, luego de tocar e improvisar juntos durante media hora, para presentarse ante el público, el baterista le dice al bajista: “Disculpá, ¿cómo era tu nombre?”. La orquesta de alumnos de la escuela de Jazz a la Calle dio un breve concierto para abrir la cuarta edición de este encuentro de músicos. Antes del final, ingresó el trío argentino Aca Seca (Juan Quintero, Andrés Beeuwsaert y Mariano Cantero), y ambas formaciones tocaron juntas durante unos minutos, dando al inicio del festival un toque tan simbólico como emotivo. Los de La Plata demostraron por qué están a la vanguardia de la nueva fusión entre el jazz y la música popular latinoamericana, cada vez más valorada y demandada en el hemisferio norte. Ocho días más tarde, el cierre fue con uno de los últimos mohicanos de la música popular brasileña, el bajista Arismar do Espírito Santo, que de Tom Jobim, Caetano Veloso y Milton Nascimento para abajo tocó con todos. Se presentó junto con la excepcional clarinetista carioca Joanna Queiroz, que a los 25 años ya se muestra como una heredera directa del legado de Hermeto Pascoal, el bajista uruguayo radicado en argentina Daniel Maza, el inoxidable Osvaldo Fattoruso y la notable pandeirista paulista Roberta Cunha Valente, quienes regalaron una hermosa despedida, aplaudida de pie por los más de tres mil espectadores que abarrotaron la Manzana 20.

En el medio hubo varios conciertos de altísima factura, y más de una sorpresa local. Vale la pena destacar la presencia de la flautista brasileña Lea Freire, con el grupo Vento em Madeira; su compatriota Tatiana Parra -la única cantante latinoamericana seleccionada para el último workshop de Bobby McFerrin-, que este año deleitó a unos pocos montevideanos en la Zavala Muniz; el cuarteto del chileno Franz Mesko; los argentinos Mariano Loiácono (trompetista), Gabriel Juncos (flautista), Marcos Archetti (bajista) y Federico Jaureguiberry (saxofonista), estos dos últimos integrantes de la Banda Hermética, dedicada a versionar temas de Hermeto Pascoal, todos en torno a la mixtura entre el jazz y el riquísimo universo sonoro de raíces latinoamericanas indígenas.

El flautista argentino Juan Pablo Di Leone y los contrabajistas platenses Pablo Basez y Juan Bayón brillaron junto a sus bandas completas y demostraron las virtudes de una ciudad inquieta, creativa y vanguardista como pocas en Latinoamérica, que generalmente resulta opacada en términos de difusión por los focos de Buenos Aires. Propuestas como Elefante y Triángulo Jazz Latin, más asociadas a un sonido abstracto y experimental, quedaron a medio camino entre la exposición de virtudes técnicas y un discurso expresivo musical que capte la atención del espectador, que resultó por momentos distraído, o que aprovechó esos espacios para reponer sus vasos y bandejas.

Los dúos argentinos La Trunquera y Fain-Mantega permitieron a los mercedarios aplaudir un folclore cantado más cercano a la tradición rural regional, con zambas y chacareras con un criterio arreglístico bastante más complejo que el de Los Chalchaleros, pero con similar aroma campestre.

El joven cantautor brasileño Fabio Cadore y su colega cubana Yusa fueron otros de los artistas presentes en Mercedes que visitaron Montevideo en la última temporada, aunque lo suyo pasó más por canciones emparentadas con la canción caribeña o la MPB -sobre ese asunto giró la clínica de Cadore para los asistentes al festival- que con una concepción jazzística formal.

La celeste swinguera

Por Uruguay brilló la banda del guitarrista Nicolás Mora, virtuoso exponente de las seis cuerdas asociadas con el candombe y la milonga, o con el bandoneón a la hora de bajar las revoluciones e invocar al espectro del gran Astor. También cautivó la voz de Sara Sabah junto al impactante cantante gaúcho Juliano Barreto, que confirmó en Mercedes lo que había insinuado en sus dos visitas a Montevideo en el 2009: que es un cantante de la puta madre, como sólo Rada en Uruguay, pero 40 años más joven. Dos nombres para anotar y seguir de cerca: Trío Melchaka y La Jarana, dos grupos debutantes en Mercedes con un promedio de edad de 20 años. Los primeros, con una atrevida propuesta de jazz rock -batería, bajo y guitarra sucia y filosa- con dos versiones de Mateo -“Esa tristeza”, instrumental, y “Muchacha”, cantada a capella con un sorprendente arreglo vocal- que provocaron una de las mayores ovaciones de pie de toda la semana. Los segundos se atrevieron con una selección de clásicos populares y composiciones propias, en una formación absolutamente inédita en la historia de la música: bajo, vibráfono, y batería de murga (bombo, platillo y redoblante). El resultado, una bomba musical, de la mano del talento exquisito de Maximiliano Nathan, un virtuoso de las teclas metálicas a quien conviene ver antes de que emigre.

Una delicia fue ver y oír a Julieta Rada, la más pequeña de las hijas de Ruben, quien junto con su banda -Un Beso para Cassandra, compuesta por sesionistas de Buenos Aires- sedujo a Mercedes con una sucesión de piezas en plan soul en que el tono casi de susurro importó mucho más que las letras. La muchacha se pasea fatal sobre el escenario, y explota al máximo la generosidad que con ella demostró la naturaleza, todo para lograr un buen show, por supuesto.

El candombe fusión con toques de hip hop corrió por cuenta de La Calenda, cuya cuerda de tambores (Diego Paredes, Noé Núñez y Fernando Núñez) y el saxofonista Líber Galloso fueron los principales animadores de las largas jams post show, que terminaban cuando el sol se asomaba por el Río Negro.

Varios músicos uruguayos se destacaron a diario, tanto en la calle como en sus varias apariciones en el escenario: los pianistas Fernando Goicoechea, Alfredo Monetti y el coloniense Rafael Benech, los saxofonistas Gustavo Villalba, Santiago Gutiérrez (Estación Central Big Band) y Daniel Escanellas (Los Casal, Supernova), y los bajistas Gerardo Alonso y Nacho Mateu. A propósito, se notó cierta tendencia a repetir en los toques improvisados algunos standards clásicos como “Garota de Ipanema”, en algunos casos hasta abusar de ellos. Sería bueno intentar una renovación del repertorio para las próximas ediciones. El destaque local estuvo a cargo del saxofonista Reinaldo Pina, el pianista Martín Acosta, el trompetista Michael Ojeda y la cantautora Giselle Graside, una de las directoras y principal productora de Jazz a la Calle.

Florencia y los yanquis

Florencia González es uno de los mejores ejemplos de la dimensión del movimiento Jazz a la Calle. Es saxofonista, es uruguaya, araña los 30 años y su romance con el complejo instrumento de Coltrane ya ocupa más de la mitad de su vida. Desde hace un tiempo está radicada en Boston, donde realiza su posgrado en la famosa escuela Berkeley. El año pasado debutó en Mercedes al mando de una little big band, como ella le dice, de once músicos, que se armó con instrumentistas que participaban en el festival más dos músicos estadounidenses que vinieron con ella desde Boston, con el apoyo de la Embajada de Estados Unidos. Durante todo el año toca en boliches y teatros de Boston y alrededores con su banda estable, que fusiona estilos latinoamericanos con armonías propias del jazz estadounidense.

La actuación de la Florencia González Big Band fue una de las más esperadas del festival. Y nuevamente fue uno de los números más interesantes y disfrutables, con el justo balance entre academia y esquina, entre el norte y el sur, entre el pasado y el futuro de la música. Para Florencia, de los festivales que hay en Uruguay “éste es el más sincero, el que tiene el mayor sentido de educación”. Y desarrolla su concepto: “La gente de Mercedes está ávida de conocer y aprender cosas nuevas, y la organización del festival está haciendo las cosas muy bien. Son tipos muy inteligentes. La primera vez que vine me impresionó. En Montevideo te hablan de un festival de jazz en Mercedes, todos los músicos te dicen que está buenísimo, pero viste cómo es el montevideano de desconfiado con las cosas que se hacen en el interior… Y cuando venís te das cuenta de que los tipos están clarísimos, de que están siempre a la vanguardia. Es gracioso, porque seguimos creyendo que todo se centra en Montevideo, y no. Los tipos se están proyectando a toda América, a Estados Unidos, y lo hacen sin pasar por la capital. Están al tanto de toda la movida europea, les hablás de cualquiera y saben quién es. El sonido que logran es asombroso, las bandas suenan perfectas. Hace rato que estoy tocando y no muchas veces toqué con este sonido, ni en Uruguay ni en Estados Unidos, donde toco bastante”. Vale aclarar que Jazz a la Calle no paga cachets a los artistas que participan, sino que se trata de un encuentro de músicos, a los que se les asegura transporte, alojamiento y viáticos. Éste es el motivo principal por el que un grupo importante de músicos montevideanos no concurren a Mercedes y plantean sus críticas a esta singular concepción del festival.

Este año Florencia repitió la jugada y volvió a traer un par de instrumentistas, rápidamente conocidos como “los yanquis” en el ambiente del festival. Vino con el saxofonista Arthur Felluca, quien pidió repetir la placentera experiencia de 2009, y con el trombonista Cale Israel, de 19 años, ambos de Boston. “La forma en que están educando al público de Mercedes es estupenda. El hecho de hospedar a los músicos visitantes en las casas de familia permite un intercambio formidable; el festival es un detalle. Jazz a la Calle trabaja todo el año con una escuela de música funcionando, apostando a la música popular, con conciertos todos los meses. Estudié música en Montevideo, y es bastante bravo cómo se enseña música en Uruguay. Nosotros tenemos una música popular muy rica, en lo rítmico y lo melódico. Es muy difícil encontrar un Mateo en Estados Unidos. Tenemos una cantidad de cosas que allá no existen y que no aprovechamos bien. Jazz a la Calle está apostando a educar en música popular. Es una de las pocas instituciones que lo hacen en la actualidad. Es difícil con pocos medios, y es una apuesta al mediano y largo plazo, lo cual también es raro en Uruguay”, dice Florencia. Felluca e Israel coincidieron en que el festival superó ampliamente sus expectativas. Su talento quedó manifiesto en las clínicas que ofrecieron en la intendencia y su entusiasmo por el encuentro quedó en evidencia cada tardecita en las peatonales mercedarias y cada noche en las jams que se armaron en la plaza de comidas de la Manzana 20, donde se los vio tocando candombe, sambas y zambas, junto a los clásicos standards americanos que servían como conducto a las bandas improvisadas para cambiar el chip al jazz tradicional, con chapa New Orleans. En sus notas puede hallarse la síntesis de Jazz a la Calle.