Llegamos al barrio Peñarol. El 174 frena justo en la esquina de la estación de trenes, declarada monumento nacional, que fue recientemente restaurada junto a la plaza que la rodea. Desde allí se pueden ver claramente los grandes galpones de AFE que albergaron y aún albergan, en menor medida, los talleres ferroviarios del ente, una importante muestra del patrimonio industrial que tiene el país.

Para llegar a los antiguos talleres rodeados por un muro de ladrillo hay que cruzar las vías y tomar la calle Aparicio Saravia hasta toparse con la entrada principal. Allí una leyenda realizada recientemente en el pavimento de la vereda informa: “1891: El Ferro Carril Central traslada sus talleres principales de Bella Vista a Peñarol”. El dato alcanza para imaginarse, antes de entrar, todo el historial fabril que se esconde detrás de esos muros.

Metal carbonero

Cabe recordar que en 1878 los ingleses compraron la concesión del Ferro Carril Central del Uruguay y rebautizaron la empresa como The Central Uruguay Railway Company, aunque el nombre en castellano nunca se dejó de usar, tal como se señala en el libro Barrio Peñarol: patrimonio industrial ferroviario”, un proyecto de la Intendencia Municipal de Montevideo (IMM) coordinado por José Rilla y Manuel Esmoris. Según la publicación, en aquel año la empresa adquirió 17 hectáreas en el barrio Peñarol, de las que destinó 14,4 para la instalación de los talleres que conforman 22.500 metros cuadrados construidos, sin contar el taller construido en 1987 para reparar la maquinaria diésel que se incorporó más tarde.

Antonio Alfaro, tallerista de AFE desde hace 30 años, nos esperaba para realizar una recorrida por el lugar. Una vez adentro nos topamos de frente con el Taller General, una gran estructura en ladrillo con techos de chapa, donde se encuentra la herrería, la calderería, la fundición, el montaje y el ajuste, la tornería y la reparación de bombas y motores, entre otros. Colgado en la entrada, el silbato del taller que sonaba al comienzo y al final de la jornada de trabajo fue conservado y colocado en el mismo sitio que ocupaba antes. “Se escuchaba hasta en Las Piedras”, recordó Alfaro.

Adentro del taller el hierro parece invadirlo todo. Una gran grúa, que data de más de cien años, cuelga del techo y transporta todavía las ruedas de los ferrocarriles para ser reparadas en el torno, también de importante dimensión. Taladros, tornos, morsas y remachadoras son algunas de las piezas que funcionaban a vapor y que todavía se conservan allí dentro. Otras herramientas son un poco más modernas (de 1935) y todavía funcionan con electricidad. Muchas de ellas son de la marca Parkson y llevan inscripta la sigla CUR (Central Uruguay Railway).

“Es todo fierro y funciona sin problemas. No como estas húngaras (señalando una máquina más moderna) que es puro circuito. Es fierro, fierro que lo hicieron para toda la vida”, comentó nuestro guía con cierto orgullo de formar parte de la historia.

Durmientes y veloces

Más adelante, Alfaro nos muestra la herrería o “lo que queda de la herrería”, según él. La balanza de agua y el horno todavía están en funcionamiento pero las históricas calderas -que alimentaron el funcionamiento de la mayoría de las máquinas- fueron rematadas en la década del 80, cuando el ferrocarril comenzó el proceso de clausura de su línea de pasajeros que se concretó en 1987 y que recién se restablecería en 1993.

“Durante las presidencias de Sanguinetti, Lacalle y Batlle se remataron una gran cantidad de máquinas. Las arrancaban a marronazos y las vendían enteras o por partes. Salvamos muchas cosas porque nos opusimos. Las herramientas estaban totalmente depreciadas. Vendían como fierro viejo algunas máquinas a las que sólo les faltaba un fusible para funcionar”, contó el tallerista. Lo relatado por Alfaro es palpable en el piso del taller: olvidaron borrar las grandes marcas que dejaron las máquinas en el suelo y los tornillos que las sujetaban.

En los talleres trabajaron alrededor de 2.000 personas antes de la década del 80. Según Armando Imoda, tornero con más de 30 años de labor en AFE, “eran más empleados que máquinas y se trabajaba de a dos empleados por máquina en cada turno”. Ahora calculan que hay alrededor de 170 empleados en todo el taller.

Imoda también recordó aquel momento en que muchas máquinas empezaron a desaparecer. “Se llevaron un cepillo grande y lo vendieron en 1.000 dólares. Los interesados venían al taller donde se llevaba a cabo el remate; nosotros no teníamos permitido ni asomarnos”, explicó el tornero, mientras reparaba el motor de tracción eléctrico de las nuevas máquinas diésel.

Quienes trabajaron en el auge de los talleres y quienes los recuerdan como parte de su infancia todavía añoran ese momento. “Si hubieras visto lo que era esto antes, hasta daba gusto trabajar acá, ser parte de esto, ahora da vergüenza”, comentó uno de los empleados. En el terreno permanecen todavía los galpones destinados a la carpintería, la pinturería, el tapizado, la imprenta, las oficinas, los almacenes y la remesa, aunque la mayoría está en estado de abandono.

Se va el tren

Ninguna de las piezas de toda esta gran maquinaria fabril (119 en total según el primer inventario realizado en 2004) posee protección patrimonial, fundamental para mantener el legado industrial de esa época, según recoge Barrio Peñarol.... Tampoco tiene protección la infinidad de herramientas y objetos que no están inventariados, ni los documentos, ni planos, ni libros de la empresa. El área del histórico barrio Peñarol tampoco está protegida. Lo que sí fue declarado patrimonio en 1975 fueron los talleres de mantenimiento, construcción y depósitos, la Estación Peñarol y sus dependencias, las casas para obreros y las de empleados, el puente de hierro sobre la vía para peatones y el Club Ferrocarril del Uruguay, conocido como Centro Artesano.

Consultado sobre la importancia histórica de todo este legado, Alberto Quintela, integrante honorario de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación, dijo que se está estableciendo un listado de bienes patrimoniales para ser considerados por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. En este listado figura el barrio Peñarol. “Tanto el barrio como los talleres y todo lo que eso ha implicado para el país, sin duda que tienen que estar en el listado y ser un patrimonio de la humanidad. Son joyas y testimonios de una época del país. No solamente son los talleres, lo material, sino también los valores inmateriales que tiene todo el barrio vinculado al ferrocarril. Tiene una historia fecunda y una cantidad de cuestiones vigentes. La declaración de patrimonio es una excusa para hacer un inventario, ver qué hay, es un proceso y un objetivo”, señaló.

Para el vicepresidente de AFE, Alejandro Orellano, es importante recuperar el valor del patrimonio del barrio Peñarol, preservarlo y aumentarlo.

Actualmente la IMM lleva a cabo el proyecto Peñarol Patrimonio Industrial Ferroviario, a través del cual se han realizado varias acciones vinculadas a la recuperación del valor histórico del barrio. Entre ellas se destaca la apertura, en 2005, de las puertas del taller ferroviario en el Día del Patrimonio para ser visitado por el público, algo que se repite hasta ahora. Nunca antes Peñarol había sido visitado por sus valores patrimoniales, según se informa en la publicación de la comuna. Además, con el financiamiento del Ayuntamiento de Gijón se recuperó el puente peatonal sobre la vía férrea, se señalizó el circuito patrimonial con leyendas ubicadas en el pavimento que guía e informa a los visitantes sobre Peñarol y el ferrocarril y se recuperó el edificio de la estación de trenes y la plaza que la rodea. Está en proceso de apertura el teatro y cine Peñarol y el Centro de Artesanos, que estaban abandonados desde hace años. En la Estación Peñarol funciona un museo que recupera elementos (desde vestimenta de los operarios a expendedoras de tickets) de la época de los viajes en tren.

Todavía queda por ver cómo se exhibirá el valor patrimonial de los talleres y toda su maquinaria. Para Manuel Esmoris, coordinador del proyecto Barrio Peñarol, Patrimonio Industrial Ferroviario, sería ideal una recorrida por un circuito que incluya los talleres, para que las nuevas generaciones puedan comprender el significado histórico de las máquinas movidas a vapor y la industria del ferrocarril. “Se tendría que hacer una vez a la semana, los sábados, por ejemplo, con consentimiento de AFE y sin entorpecer las labores de los talleres, como se realiza en otras fábricas. Con el valor que tiene, allí se puede explicar la Revolución Industrial y el encanto que tienen los trenes que están en el imaginario de las personas. Están en las canciones recientes y en las más antiguas. Es un mundo encantado a diferencia de otros mundos fabriles e industriales. Es el museo de la clase y de la vida obrera, como no hay ninguno en Uruguay. Además es algo que se mantiene, la gente sigue trabajando en el ferrocarril, está vivo”, concluyó.