Salinger se volvió enormemente popular en el mundo anglo desde la publicación de El guardián en el centeno (1955), una novela protagonizada por un nuevo tipo de antihéroe moderno, una versión juvenil de Peter Pan -el preuniversitario Holden Caufield- que se resiste a entrar en el mundo adulto. El libro vendió millones, y, en otro hecho triste, conoció un nuevo pico de fama cuando trascendió que era la lectura que llevaba encima Mark David Chapman el día que asesinó a John Lennon, en 1980.

Ese mismo año Salinger, nacido en 1919 y -se supo ayer- muerto sin dolor el miércoles tras un repentino decaimiento- daba su última entrevista. Acentuaba así un período de reclusión que había comenzado paulatinamente en 1965, cuando dejó de publicar, y que llegó a alcanzar grados de hermetismo tan cerrado que a menudo podían leerse en la prensa noticias de “avistamientos” repentinos del escritor.

Aunque en el norte El guardián en el centeno es ya parte tanto de la cultura pop como del canon contemporáneo, los conocedores suelen valorar más el resto de su obra: los cuentos reunidos en Nueve historias; Franny y Zooey; Levantad la viga, carpinteros; Seymour: una introducción y el enigmático Hapworth 16, 1924. En estos textos Salinger armó un universo cerrado centrado en una familia -los Glass- que gira alrededor de la genialidad y melancolía del hermano mayor.

Podría discutirse quién es el verdadero protagonista de las historias de los Glass, si Seymour, el lúcido (y finalmente suicida) hermano mayor, o Buddy, el hermano del medio, escritor obligado a cronicar la excepcionalidad de los suyos. Se ha visto en Buddy una proyección del propio Salinger, cuya familia, como los Glass, también era una mezcla de irlandeses católicos y judíos polacos radicados en Manhattan; en esta perspectiva habría que considerar a los seis vástagos Glass como los amigos imaginarios del escritor, ya que en la vida real tenía una sola hermana.

Salinger es un autor absolutamente recomendable pero no es fácil conseguir sus libros en Montevideo. En cambio, en casi todos los videoclubes hay una copia de Los Royal Tenenbaums (2001), la película de Wes Anderson que en lugar de adaptar la historia de los Glass -y molestar a Salinger, como han hecho biógrafos y presuntos continuadores de su obra- la traspone con calidad y permanece fiel la “novela familiar” del escritor.