-Hablemos del rol del percusionista. ¿En este show está alterado?

-El tema está en que somos los ritmistas -para incluir a los bateristas- los que nos adjudicamos ese lugar de acompañante eterno, pero no tiene por qué ser así. Yo disfruto tremendamente de tocar la batería con una banda y la percusión con otra. Lo disfruto a pleno; me gusta ser sesionista, pero también hay un camino en el que el ritmista es solista. Claro, no se trata de salir con una conga y un timbal y tocarlos hora y media, porque la gente se va a cansar. La percusión tiene un abanico de sonidos e instrumentos que permiten este trabajo.

-Hablemos del show...

-Es una suerte de juego en la que convido a que entre la gente; son siete canciones en las que voy mostrando cómo las armo, pedacito por pedacito. Como si a la batería le agregaras el bajo y así, pero con instrumentos de percusión no muy comunes. Hay muchos instrumentos que en lo cotidiano no estamos acostumbrados a ver y que cumplen funciones, como el gongomá, una especie de kalimba grave que suena como un bajo, el agua o los caños de plástico.

-Aparecen notas y armonía.

-En la percusión hay instrumentos armónicos y en el Súper plugged tengo un par de kalimbas, que viene a ser como un piano africano, después, los caños de pvc están afinados y se puede armar una escala de notas, hay una flauta y un acordeón también, con los que voy construyendo una estructura en la que después canto. Es un show de canciones, el armado es diferente y la manera de escucharlas también, porque se escucha con auriculares. Pero no es un espectáculo difícil de transitar para quien no está empapado, es entretenido, son canciones y todo el mundo se va silbando “Don’t worry, be happy”.

-¿Cómo es la parte técnica?

-Es una propuesta analógica. Podría hacerlo más digitalizado con una laptop: apretás start y tocás arriba. Pero no. Hacerlo de esta forma es un desafío porque te podés equivocar, de la otra forma estaría todo grabado. El Súper plugged es lúdico porque el público ve cómo se van armando las canciones. La magia se produce por el loopeado, que es lo que me permite ir armando las capas de la canción sin tener que tocar todo al mismo tiempo, mediante un par de máquinas con las que voy grabando, agregando efectos y repitiendo hasta llegar a la canción.

-¿Cambia la perspectiva al prescindir del otro y poder hacer todo vos mismo?

-Suena diferente; si lo hiciera con una banda sería de otra manera. Tocar con otra gente está buenísimo pero acá interactúo conmigo, voy en busca del sonido final de la canción. Puede haber encuentros en la creatividad, pero no en la coincidencia, que sí se da tocando con gente.

-¿Cuánto de espontáneo hay aquí?

-Lo difícil de esto es que siempre tiene que ser igual, las canciones deben ser las mismas y para eso debés seguir varios pasos siempre. Sobre la base después siempre hay espacio para la improvisación, para los solos: de pandeiro, de birimbao… No es “vengo acá, me siento y veo qué me sale hoy”.

-Es curioso que no haya referencias al candombe o la murga.

-En el solo de jarro hay una referencia al candombe, pero las canciones que canto tienen que ver con los instrumentos y vienen de otros lados. La rítmica hace referencia a los instrumentos. En este proyecto no hay referencias locales, pero en el otro proyecto que ahora sale, el DVD Los carnavales del mundo, ahí si hay.

-Hablemos de tu formación.

-Arranqué con clases particulares de batería, con Arturo Barros, con José Luis Pérez, y después entré en la Escuela Universitaria de Música a estudiar con Jorge Camiruaga. Siempre en Uruguay tomo como referencia a Camiruaga en la parte más académica y después al Lobo Núñez, que me encontró tocando la batería hace veintipico de años y me trajo al mundo de los tambores. Me llevó a tocar a Cuareim y me enseñó; después de eso vinieron los viajes. Estuve un año en La Habana, volví y después estuve seis meses en el Pelourinho, en Bahía; después fui a Perú para estudiar cajón, después a Paraguay a estudiar con los cambacuás, los negros que se fueron con Artigas. El último gran viaje fue en 2002 a África, algo que quería hacer para aprender el djembé y el zabar donde se tocan, en Guinea Conakry y Senegal.

-¿Cuál es la diferencia entre la formación académica y lo vivencial?

-En la vivencia te atraviesa lo que aprendés. Si vas al Pelourinho por seis meses, aunque el profesor sea el más chanta, con el olor a acarajé, los ensayos de Olodum en el balcón de tu casa, cada vez que pasás por la puerta de una academia de capoeira, cada rueda de samba, cuando volvés te das cuenta de que Bahía ya te atravesó. Pero hablemos de Uruguay: si no te subiste al Teatro de Verano con una murga a cantar una presentación re cagado o te bajaste tocando como si fuera el último penal del mundial… está todo bien pero la murga es eso. Lo mismo sucede con el candombe: si no tocaste en la calle Isla de Flores -no tiene por qué ser en el desfile, también en invierno cuando hace mucho frío- o no fuiste a la casa del Lobo, de los Oviedo, de los Silva y viviste la previa y el después del tambor... todo bien, capaz que tocás tremendo tambor, pero toda esa vivencia no la tenés. Esas cosas forman parte de tu discurso musical y después, cuando decís, lo hacés desde otro lugar… sin saberlo.

-Vas a buscar a la fuente. Sin embargo, la información puede ser mezquina. Hablamos de folclores muy antiguos. ¿No hay celos sobre esas técnicas e información?

-Te van midiendo a ver hasta dónde llegás. Hay gente que va en plan turístico, se queda en un hotel cinco estrellas y cae tomando cocacola con la cámara de video. Con respecto al maestro, lo encontrás o él te encuentra a vos. Yo tuve la suerte de encontrar gente que me ha enseñado, pero eso sucede porque ven que quiero aprender. También está el respeto: yo voy a jugar a la liga de ellos, si me tengo que bañar con un balde o agarrarme el dengue, no importa.

-¿Y si es un gringo quien viene a pedirte a vos que le enseñes candombe?

-Si el gringo es bueno y sabe lo que quiere, si vos le ves la pasión y el fuego al tipo, le enseñás… yo le enseño; hay otros que no.

-¿Por dónde viene eso de cerrar puertas?

-Una cosa es cerrar puertas y otra es cuidar culturas; hay de las dos. Con respecto a cuidar culturas, una vez el Lobo Núñez me dijo una cosa que para mí es un ejemplo clarísimo: si yo mañana voy a una casa de deportes y me compro la número 9 de Peñarol no puedo ir a Los Aromos a pedirle al entrenador que me deje jugar en el primer equipo. “No sea burro, vaya a jugar a la playa o a una cancha de fútbol cinco”. Hay gente que se compra un tambor y ya quiere estar tocando en Isla de Flores, y eso está mal. Una cosa es cuidar una cultura, algo que tiene todo un trasfondo, un movimiento, una tradición. Otra cosa es tenacear, que también existe: venís con la mejor onda, tenés condiciones y te discriminan. Pero también pasa del lado del aprendiz, yo debo saber que estoy aprendiendo, no nací en esto. Hay gente que nace en una cultura y hay quien la aprende. Yo aprendí a tocar el tambor pero no nací en esa cultura, no me puedo hacer el jefe de cuerda o el cacique. Hay cosas que tienen que ver con la historia y la tradición y se deben respetar.

-Pero sí podés dar clases de candombe por el mundo.

-Si voy a Hungría y alguien quiere saber cómo es el candombe, yo se lo puedo enseñar, pero en Montevideo no enseño murga ni candombe, los mando con los tipos que me enseñan a mí que estoy acá. Sí puedo enseñar candombe en las congas porque lo toco con toda la carga de lo que aprendí en otros lugares con las congas, o murga en la batería. Ahora, si querés aprender murga, no es conmigo, andá al maestro posta.